Antifa

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Antifa. El manual antifascista

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Aunque de forma desigual, las ideas feministas fueron penetrando poco a poco en el antifascismo de varios países a finales de la década de 1990. Magnus, uno de los fundadores de AFA en Suecia, explica que en esa época los movimientos sueco y de otras partes del norte de Europa estaban muy influidos por los escritos de Klaus Viehmann. Este cumplía entonces una condena de 15 años de prisión por una serie de acciones directas cuando era miembro del Movimiento 2 de Junio, un grupo anarquista de guerrilla urbana alemán. Pasó buena parte de ese tiempo en confinamiento solitario. Viehmann intentó formular una manera de conectar el feminismo y el antirracismo con la izquierda socialista y revolucionaria en Alemania. Estaba especialmente interesado en los escritos de Hazel V. Carby sobre el concepto de «triple opresión». Este concepto se había hecho popular gracias a la comunista de raza negra Claudia Jones, en la década de 1960. Carby analizaba las experiencias de las mujeres de raza negra bajo el capitalismo, el patriarcado y la supremacía blanca. Dos años antes de salir en libertad en 1993, Viehmann publicó Tres en uno: la triple opresión del racismo, el sexismo y la clase. Es un texto basado en los debates mantenidos con varios compañeros de prisión. En él sintetiza el concepto feminista negro de la «triple opresión» con la política autónoma y antiautoritaria.

Con el paso del tiempo, este término quedó desfasado. Se empezó a hablar en la izquierda de «interacciones de la opresión», en un sentido más amplio. Cuenta Magnus que finalmente se generalizó la idea de «interseccionalidad». Esta palabra fue acuñada por la profesora de derecho Kimberlé Crenshaw en la década de 1980. Observa también que a finales de los años noventa las mujeres tuvieron papeles destacados en muchos grupos antifascistas suecos. Dolores C., de AFA de Estocolmo, lo confirma. Recuerda que las mujeres de su grupo se reunían cada dos semanas para analizar los comportamientos patriarcales mostrados por sus compañeros varones. «Casi todo el mundo estaba implicado en grupos de discusión de género» durante este periodo, dice.[425] Dolores también se ríe al recordar cómo los nazis suecos mentían cada vez que las mujeres antifascistas les daban una paliza. Decían que habían sido hombres. Para Dolores, la violencia antifascista «puede ser una herramienta de empoderamiento muy útil, cuando te han educado para creer que no eres capaz».

En Estados Unidos, Maya, de ARA de Texas Central, se queja de que los varones de su grupo asumían, a finales de la década de 2000, que sus compañeras necesitaban protección. Sin embargo, ella y las otras mujeres aprovechaban una «ley no escrita del estado de Texas». Aparentemente, si un hombre pone un dedo sobre una mujer en este estado, ella tiene «carta blanca para patearle el culo y no enfrenta problemas legales luego». Maya y las otras mujeres lo tenían presente. «Se aprovechaban de la misoginia existente en la cultura convencional» y provocaban a los fascistas para que las zarandearan. Eso les daba luz verde para desatar su furia, antes de que la policía se llevase a los hombres. Según Maya, ninguna de estas mujeres antifascistas tuvo que cumplir condena por ello en Texas. Excepto una, que pasó una noche en el calabozo después de arrancarle parte de la oreja a un nazi de un mordisco.

Este tipo de violencia, incluso cuando son mujeres las que la llevan a cabo, puede provocar una respuesta negativa en el seno de la izquierda. Christy, antigua integrante de Antifa de Rose City, en Portland (Oregón), recuerda:

Muchos izquierdistas o liberales opuestos al antifascismo equiparaban la militancia, incluso la no violenta, con el machismo. Esto resultaba insultante. Y, personalmente, me sacaba de quicio. Intentos como estos de pasar por alto nuestros planteamientos y lanzar críticas desde una posición supuestamente más radical se fundamentaban en un esencialismo de género. Básicamente, pensaban que nuestro grupo, liderado por mujeres, no era lo bastante femenino.[426]

Puede ser porque se las excluye de la militancia o porque se las critica por participar en ella. Las mujeres se enfrentan a múltiples desafíos de género cuando toman parte activa en el movimiento antifascista. Ese es en parte el motivo por el que las antifascistas alemanas han creado grupos feministas a los que denominan «fantifa».

* * *

Cualquier movimiento que recurra a la violencia debe permanecer vigilante ante la tendencia de esta de reemplazar a los objetivos políticos. Supuestamente, esto es lo que ocurrió en algunos grupos de ARA hacia finales de la década de 2000. Así lo dice Howie, un militante de ARA de Nueva Jersey. En su opinión, la «cultura del machismo insurreccional se hizo más prominente» con el paso del tiempo. Hasta el punto de que empezaba a «dar la sensación de que se trataba de una pandilla muy politizada». Que «estaban más interesados en pelearse que en ganar».[427] Otros antifascistas con los que hablé se mostraron igualmente familiarizados con este problema. Una integrante de RCA se quejó de que los nuevos miembros «insistían demasiado» en los bloques negros. No los analizaban dentro de un marco estratégico más amplio. «Si solo tienes un martillo, todos tus problemas te parecen clavos», dice.[428]

A pesar de los errores de concepto habituales, el bloque negro no es una organización ni un grupo concreto. Es una táctica de intervención callejera anónima y coordinada. La usan sobre todo, aunque no exclusivamente, los anarquistas y otros antiautoritarios. Tiene su origen en la década de 1980 entre los autónomos alemanes. La idea tras el bloque negro es sencilla: en una era de vigilancia constante, las tácticas militantes requieren un cierto nivel de anonimato. Taparse la cara y vestirse de negro no siempre ayuda a ocultar la identidad de la persona. Pero no hacerlo aumenta drásticamente las posibilidades de ser identificado por la policía o los fascistas. Paul Bowman cuenta que los antifascistas británicos se oponían a la táctica del bloque negro. Explica: «En AFA animábamos a nuestros miembros a que no se vistiesen de negro, porque hacerlo así te vuelve muy visible, en medio de la multitud. En vez de eso, recomendábamos vestirse con ropa deportiva, porque queríamos que la policía no pudiese estar segura de si éramos fascistas, antifascistas o ultras del fútbol». Es verdad que en medio de una multitud de personas vestidas con ropa «normal», los agentes pueden identificar con facilidad a un grupo vestido todo de negro. Pero los recientes avances en videovigilancia, software de reconocimiento facial y la ubicuidad de los teléfonos móviles inteligentes han hecho que cualquier acto político de carácter público pueda ser investigado después con más detenimiento.

Jim, un antifascista londinense, me explicó que los métodos y el estilo del movimiento en Gran Bretaña han cambiado en las últimas décadas, en parte a resultas de lo anterior. Jim empezó a militar en Sin Tribunas, un grupo sucesor de AFA. En 2002 o 2003 participó en la fundación de otro colectivo, mayoritariamente anarquista, llamado Antifa. Jim eligió este nombre después de pasar una temporada con antifascistas en Alemania y adoptar su «estética punk europea». AFA recuperó el símbolo del triángulo rojo que empleaban los nazis para identificar a los comunistas. Por el contrario, Antifa usaba el nombre, el estilo, las banderas y otros emblemas del antifascismo continental, aunque mantenía el modelo organizativo de su predecesora. En buena medida, el grupo fue destruido por la represión estatal en torno a 2009, después de dos juicios por enfrentamientos con boneheads. Varios años después la Red Antifascista (AFN) tomó el relevo hasta el día de hoy. Sigue operativa.

En la actualidad, Jim participa en Antifascistas de Londres. Es un grupo que se formó en 2013 y es parte de la AFN. Jim y sus compañeros se encapuchan en algunas manifestaciones, pero en otras no. Llevar ropa deportiva tiene sentido cuando una docena de antifascistas van a realizar alguna acción concreta. Pero el método del bloque negro es más eficaz en manifestaciones de varios cientos de militantes.[429] Del mismo modo, los antifascistas en Madrid suelen marchar a cara descubierta en las manifestaciones simbólicas grandes. Reservan las capuchas y los pasamontañas para acciones que suponen un enfrentamiento.

Hay una serie de críticas válidas que se pueden hacer al bloque negro. Desde luego, no es la mejor elección para todo tipo de situaciones. Pero en vez de evaluarlo en abstracto, tiene más sentido tomar en consideración sus puntos fuertes y débiles frente a contextos políticos concretos.

Escribí en Translating Anarchy (La traducción de la anarquía) que, desde un punto de vista histórico, los grupos y movimientos que formaban en ocasiones bloques negros lograron a veces un cierto grado de simpatía pública. Esto ocurría cuando el motivo para emplear esta táctica era comprensible. Algunos de los casos más evidentes se dieron cuando el bloque negro se empleó para defender okupaciones, o para expresar la indignación ante la brutalidad policial o para oponerse a los nazis. A veces, a lo largo de las últimas décadas, los inmigrantes turcos en Alemania o los refugiados sirios en Grecia reconocieron que lo único que se interponía entre ellos y la violencia era un grupo de gente curiosamente vestida de negro. La respuesta negativa de los medios de comunicación ante bloques negros recientes ha sido muy intensa, sobre todo en Estados Unidos. Aun así, hay quien los ha defendido en público. O al menos ha mostrado su simpatía con ellos. Así ha sido con el bloque que impidió el acto de Milo Yiannopoulos o el que se enfrentó a los manifestantes de la derecha alternativa que hacían el saludo romano en Berkeley. Eso demuestra que, al menos, esta táctica del antifascismo militante está en vías de crear una cierta medida de inteligibilidad pública. El Bloque Pastel es una variación, reciente y creativa, de esta táctica. Reúne a médicos encapuchados que atienden en la calle durante las manifestaciones, con escudos antifascistas y vestidos con colores claros, en el área de la bahía de San Francisco.

Los militantes con los que he hablado suelen decir que el grado de simpatía entre los progresistas por el antifascismo es mucho más alto de lo que los medios de comunicación dan a entender. Murray, de Baltimore, dice que la gente «tiende a ver la importancia del antifascismo a la hora de impedir el crecimiento de grupos que, de tener la oportunidad, querrían asesinarlos a todos». En su opinión, dentro de la izquierda en general, el antifascismo militante «ocupa el mismo tipo de espacio que el sabotaje en el movimiento sindical». Puede que no se admita en público, pero todo el mundo puede ver sus evidentes ventajas sobre el terreno.

Del mismo modo, en muchos contextos en Europa el antifascismo es absolutamente imprescindible. Asegura un espacio para otras organizaciones de izquierda. Camille, de SCALP de Besançon, me contó que en una ocasión en 2008, unos 30 nazis atacaron una manifestación de trabajadores de correos y de la sanidad. No había ningún policía presente. Pero una docena de antifascistas locales salieron a su encuentro. Los obligaron a retroceder, en un enfrentamiento sobre un puente muy estrecho. Según Camille: «Todos los trabajadores de correos y de la sanidad nos aplaudieron y se alegraron mucho de tener a los jóvenes antifascistas de su parte».

Lo mismo ocurre en Suecia. Stina, una activista que participaba en el grupo Ningún Ser Humano es Ilegal de Estocolmo a finales de la década de 2000, recuerda que «la violencia de los nazis era omnipresente». En una ocasión, los antifascistas protegieron una manifestación por los derechos de los inmigrantes frente a unos nazis que la atacaron con navajas y botellas. «Independientemente de las opiniones personales sobre la estrategia antifascista —dice—, se entendía en general que se necesitaba ese activismo directo y más dispuesto al enfrentamiento».

Daniel, de Madrid, me dijo que las comunidades locales no simpatizan con el antifascismo solo por una cuestión de autodefensa. En su opinión, una buena parte de la preocupación generada por el espectáculo que rodea a los militantes encapuchados desaparece si sus grupos aprovechaban la oportunidad de organizarse y establecer relaciones significativas con la comunidad. En cierta medida, esa percepción pública de las tácticas del antifascismo militante puede verse teñida también por distinciones de clase. Algo que el trabajo de los colectivos en la comunidad puede aprovechar. En Estados Unidos, Kieran, uno de los fundadores de ARA, cree que «la mayor parte de los obreros respeta a quienes se mantienen firmes y están dispuestos a defenderse».[430]

Kieran está de acuerdo con las formas de actuación de los pequeños grupos de antifascistas militantes. Pero ahora participa en el GDC de IWW en Twin Cities. Un colectivo mucho más abierto al público. Dice: «Se tiende a separar la idea de una respuesta de masas de la de una actuación militante, que solo se puede hacer una o la otra. Y creo que de verdad tenemos que cuestionar esta dicotomía. Creemos que hacen falta ambas». La organización popular y el enfrentamiento antifascista. Otros militantes con los que hablé opinan lo mismo. Xtn participó en ARA de Chicago en la década de 1990. Dice: «Si seguimos funcionando según un modelo de grupo de afinidad a pequeña escala, entonces no nos estamos ocupando del problema de nuestra interacción con el conjunto de las comunidades que están siendo atacadas». Dominic, de Alemania, está de acuerdo. Insiste en que es necesario superar las «políticas de las subculturas aisladas» para poder relacionarse con «los perdedores de las políticas neoliberales» que podrían mostrar simpatías hacia el fascismo. Dolores C., de Suecia, apoya esta idea. Dice que el antifascismo necesita que «podamos construir movimientos para aportar nuestra solución» a los problemas de la gente.[431]

De hecho, los antifascistas participan en la política popular de muchas formas diferentes. Algunos grupos han tomado parte en coaliciones con sindicatos, partidos políticos y organizaciones comunitarias para oponer una resistencia de masas a los desfiles nazis de Dresde, Salem, Roskilde y otras partes. No todos los antifascistas están de acuerdo con esta estrategia. Dag, el militante noruego, cuenta que participar con partidos políticos convencionales para impedir los actos de los nazis en Trondheim molestó a algunos antifascistas suecos. Se negaban a colaborar con partidos liberales. Dag se opone con vehemencia a esta actitud. Según él, el objetivo del movimiento es aislar a los nazis por completo. «El antifascismo militante en Noruega —explica— ha tenido claro que ambas estrategias son necesarias. No se puede ser solo militante y trabajar en exclusiva con los revolucionarios que están de acuerdo contigo». Luis, de Izquierda Antifascista Internacional de Gotinga, en Alemania, me dijo que muchos antifascistas autónomos se unieron a una plataforma revolucionaria más abierta llamada Izquierda Intervencionista. En parte, para «disponer de mayor voz en política». Irónicamente, señala, muchos de los militantes más activos de las manifestaciones populares contra los neonazis en Dresde eran antifascistas militantes. «Necesitas construir una coalición que te garantice el espacio político desde el que lograr tus objetivos y para hacer llegar al Gobierno el mensaje de que si protegen las manifestaciones nazis, vamos a arrasar la ciudad hasta que no quede piedra sobre piedra».

«Solo podemos hacer lo que hacemos y salirnos con la nuestra —dice Luis— gracias a esta interacción» entre manifestaciones masivas y acciones militantes. De lo contrario, habría sido más fácil para la policía acabar con bloques negros más aislados. Aun así, Luis es crítico con las actuaciones de masas para bloquear los desfiles nazis. Sin un análisis anticapitalista corren el riesgo de limitarse a hacerse eco del antifascismo oficial del Estado alemán.

En Francia, los antifascistas militantes se esforzaron por combinar las acciones de pequeños grupos con movilizaciones más amplias. Para ello funcionaron mediante unas asambleas de tamaño intermedio y otras multitudinarias. Camille, de Besançon, explica que el primer nivel de la organización es el «grupo de militantes». El segundo es el «colectivo antifascista», como Vigilancia 69 de Lyon o el Comité Antifa de St. Étienne. Reúne a activistas sindicales y comunitarios. Los militantes de Toulouse están «experimentando» en este momento con un tercer nivel, «la asamblea antifascista». En ella se juntan organizaciones de izquierda con colectivos del movimiento. Incluso cuando no tienen mucha actividad, estos foros más amplios sirven como «células de vigilancia que están preparadas para activarse en caso de que se detecte actividad de los nazis», dice Camille. Según ella, el antifascismo francés participa en estos colectivos más grandes «para desarrollar el movimiento en la sociedad civil». Como una «herramienta para que las personas interesadas descubran posibilidades teóricas y prácticas de lucha».[432]

También se han llevado a la práctica modelos organizativos similares en España. La Asamblea Popular de Carabanchel está asociada al Movimiento 15M. A partir de 2015 y como respuesta ante las actividades del Hogar Social Madrid, sus miembros crearon una Asamblea Antifascista de carácter abierto. En ella participan activistas del movimiento contra los desahucios, vecinos y revolucionarios de varios tipos. La nueva organización distribuyó un panfleto en el barrio en el que hizo público que los miembros del Hogar Social pertenecen a colectivos neonazis. Organizó actos interculturales, tales como un concurso de hip-hop antirracista para atraer a los más jóvenes. Convocó una gran manifestación, bajo el lema «Barrio para todas», que animó a otras asambleas similares a hacer lo mismo. La más importante de estas concentraciones fue «Madrid para todas». Fue una gran reunión de asambleas vecinales que sacó a miles de personas a la calle el 21 de mayo de 2016. Llevaron banderas antifascistas rosas y negras, para dejar clara su oposición al machismo.

Daniel es un militante antifascista de Carabanchel. Para él, la lucha abierta y popular de «Madrid para todas» y las acciones directas más militantes de pequeños grupos antifascistas, más enfocados en mantener una cultura de seguridad, representan «las dos caras del movimiento […] y no se debe olvidar ninguna de ellas». Estas dos luchas son «paralelas» entre sí, dice. Aunque «no se mezclan» de forma directa. Muchos militantes antifascistas tienen la oportunidad de participar en ambos aspectos. Pero tienen cuidado de mantenerlos separados.[433]

Cartel de «Madrid para todas», 2016. «Contra el fascismo y todas las formas de discriminación».

Muchos antifascistas buscan superar la separación entre el movimiento «oficial» y el resto de la población. Ole, de Dinamarca, se queja de que este problema se dio en los años noventa. Entonces la izquierda empezó a ver a los antifascistas como «profesionales, que se ocupan de los nazis por los demás. No hay por qué participar con ellos, solo se les llamaba cuando vienen los nazis». Ole sugiere que, de esta forma, la presencia del antifascismo militante puede redundar en que otros tengan menos probabilidad de organizarse contra la extrema derecha. Uno de los entrevistados, Ian, de Nueva York, me dijo que tenía el mismo temor. Para superar esta situación, el objetivo debería ser «aportar a los activistas las herramientas para negar tribunas, investigar e identificar las amenazas». Para que puedan organizarse por sí mismos.

En 2009 el movimiento antifascista holandés se vio obligado a poner en práctica estos principios. La Unión Popular Holandesa (NVU) pasó de hacer sus manifestaciones en las ciudades de mayor tamaño a otras más pequeñas. Buscaba atraer a un sector más amplio de la población. El movimiento autónomo-antifascista estaba atravesando un mal momento. Por el desalojo de las okupaciones y también, hay que decirlo, porque sus integrantes estaban quemados. Así que tuvo que cambiar su enfoque y empezar a movilizar a los habitantes de las localidades para oponerse físicamente a los fascistas. Llamaron a esta estrategia «No les dejes pasar». Según esta, una vez que se anunciaba dónde iba a ser la manifestación fascista, un grupo de entre 10 y 12 militantes antifascistas viajaba a la ciudad. Hacían contactos, ponían carteles y abrían un local para ofrecer recursos legales y mediáticos. El día del acto fascista, los militantes distribuían mapas con un número de teléfono en el que conseguir actualizaciones e instrucciones y subían toda la información a Internet. Job Polak, antifascista holandés, señala que esta estrategia fue «en general, sorprendentemente eficaz», porque:

Una masa crítica de grupos, como los jóvenes migrantes de la localidad, los ultras de fútbol y la comunidad okupa, se reunían a centenares y se enfrentaban al desfile nazi de un modo que ni siquiera un grupo de los militantes antifascistas más veteranos hubiera podido conseguir. Les tiraban de todo, incluida mierda de perro a la cara.[434]

Esta táctica tuvo éxito. Acabó con las manifestaciones de la NVU.

Granada Actúa es otro grupo de afinidad antifascista que intenta que este tipo de respuesta se generalice en España. Fue creado a principios de 2017 como respuesta a la llegada del Hogar Social de los nazis a la ciudad. Sus integrantes decidieron no formar un grupo antifascista habitual. En vez de eso, eligieron un nombre más genérico y rechazaron actuar con la cara tapada. Karpa, del colectivo, reconoce que ir a cara descubierta es peligroso. Pero dice: «Creemos que ir encapuchados o manifestarnos entre montones de policía nos aleja de la población. No criticamos a quienes deciden taparse la cara, pero en Granada Actúa no lo hacemos». El objetivo del grupo, dice, es «generar conciencia entre la clase obrera, para que sean ellos los que expulsen a los fascistas de sus barrios». De hecho, poco después de la formación del colectivo, la policía tuvo que escoltar a los miembros del Hogar Social para que pudiesen salir de una barriada de Granada. Los protegieron frente a una multitud furiosa, «entre la que había muchas personas que eran apolíticas».[435] Algunos antifascistas en Estados Unidos también intentan unir la militancia y la organización popular. Ejemplos de ello son los GDC de IWW, Redneck Revolt y la Guardia de Defensa Obrera de Vermont. Howie, el veterano integrante de ARA de Nueva Jersey, opina que ambas formas de funcionamiento no se pueden combinar del todo en un solo grupo. En su opinión: «Hay que elegir una forma. O enfrentamiento con un modelo de pequeño grupo de afinidad muy cercano entre sí o un modelo de masas y limitar las peleas en la calle». Los militantes del GDC intentan reunir la militancia y la participación amplia. A pesar de ello, Erik D., de Twin Cities, reconoce que estos grupos públicos «la mayoría de las veces no pueden ser de oposición de la misma manera directa […]. Llegar a eso requiere una estrategia a largo plazo para que los activistas pasen de una relativa comodidad a una implicación mucho mayor».[436]

Según un miembro de Antifa de Rose City: «El antifascismo es, en realidad y de muchas formas, la antítesis de la construcción de un movimiento de masas», porque sus militantes a menudo se encuentran en la difícil situación de tener que denunciar «el entrismo fascista en la izquierda». En una ocasión, RCA denunció que un conocido hippie de una cooperativa local se había convertido en un teórico de la conspiración antisemita que acudía regularmente a actos de negación del Holocausto y otras reuniones de extrema derecha. El colectivo recibió críticas muy duras de la izquierda por ello. No cabe duda de que ignorar este hecho le hubiese granjeado a RCA más simpatías entre los progres locales. Pero en estos casos el objetivo de la organización antifascista es «actuar como cuña», tal y como lo expresa la antigua militante de RCA Christy. Romper los lazos que unen a los racistas con la comunidad. Dicho lo cual, Christy también reconoce que el apoyo público puede ser absolutamente imprescindible:

Si tienes a tu ciudad, o al menos una parte de la misma, de tu parte, tienes ojos en los centros de trabajo, en las escuelas, en los barrios más allá de tus círculos inmediatos. Si alguien pone pegatinas homófobas en una zona, otra persona que viva por allí le puede mandar a tu grupo un correo electrónico. Si el compañero de clase de alguien ha empezado a buscar alumnos para formar un «sindicato de estudiantes blancos», tu grupo acaba por enterarse. Cuando llega el momento de llamar al jefe de un neonazi para pedirle que le despida, lo harán más personas si apoyan los esfuerzos del grupo. Si detienen a uno de los tuyos o le mandan al hospital, recibirás más donaciones.[437]

Hay un enfoque electoralista en esencia que consiste en plantear el mínimo común denominador de lo que es aceptable para todo el mundo en lo que se refiere a la amenaza fascista. En vez de imponer algo así, los militantes dan prioridad a trabajar con comunidades excluidas para neutralizar cualquier amenaza posible. Sea esta tarea popular entre «la mayoría» o no. Este enfoque es especialmente importante en el trabajo antifascista. Porque es un hecho histórico que quienes sufrieron más bajo los regímenes fascistas no tuvieron el apoyo de la mayor parte del resto de la sociedad. Los políticos profesionales parten de la opinión pública y se remontan hacia estrategias y tácticas que son aceptables para una mayoría. En lugar de eso, los antifascistas empiezan a partir de la tarea inmediata de enfrentarse a la extrema derecha. En ocasiones eso implica movilizar a comunidades obreras o de inmigrantes. Otras no. Pero de un modo u otro, los militantes creen que lograr un apoyo popular importante debe darse a partir de las propuestas políticas y de la acción del antifascismo, no al revés.

Antifascismo cotidiano

El extraordinario espectáculo de unos militantes antifascistas enfrentándose a los nazis no es suficiente como para detener la marea de apoyo a Trump. Es más, incluso el éxito de dicha militancia física depende en parte de su percepción pública. Por lo tanto, es necesario unir este enfoque en el antifascismo organizado con una comprensión de un antifascismo cotidiano de mayor calado,[438] que dicta el terreno sobre el que se libra esta lucha.

Para entender el antifascismo cotidiano, se debe tener en cuenta que los regímenes fascistas del pasado no podrían haber sobrevivido sin una amplia base de apoyo público. A lo largo de los años, la investigación histórica ha demostrado que el proceso de denostar a los excluidos requería privilegiar a los favorecidos. Eso les ganó muchos aliados, explícitos e implícitos, a Mussolini, a Hitler y a otros líderes. El fascismo necesitaba el apoyo de la sociedad para la destrucción de normas «artificiales» y «burguesas», como los «derechos humanos», dentro del desarrollo de su hipernacionalismo. Por lo tanto, debemos permanecer alerta, hoy día, ante la campaña que se está dando para deslegitimar las convenciones éticas y políticas de las que disponemos para defendernos.

En Estados Unidos, después de la victoria de Trump, se ha visto una peligrosa combinación. Conservadores convencionales, que no desean que se les perciba como racistas, con «realistas raciales» de la derecha alternativa. Todos ellos acusan a la «izquierda» de abusar tanto del término «racista» que han hecho que pierda su significado. En otras palabras, ya nadie es racista… ¿o lo es todo el mundo? Este paradigma es muy diferente del anterior. En él la izquierda acusaba a la derecha de ser racista. Entonces la derecha acusaba a la izquierda de ser los verdaderos racistas, precisamente por su fijación con el tema de la raza. Mientras, se desarrollaba otro paradigma en el que la derecha alternativa y quienes se han visto influidos por ella intentan que la acusación pierda toda su potencia.

Los fascistas cotidianos son los seguidores incondicionales de Trump, que «llaman a las cosas por su nombre». Intentan así de forma activa desmontar los tabús que los movimientos feminista, de liberación negra, queer y otros han conformado a base de sangre, sudor y lágrimas, como defensas contra el fascismo puro y duro. Aunque sean reconocidamente débiles y demasiado fácilmente manipulables. Estas normas sociales se ven constantemente rebatidas y son objeto, lamentablemente, de resignificaciones en sentidos opresores. Como cuando George W. Bush vendió la guerra en Irak como una cruzada en defensa de los derechos de la mujer. No obstante, el hecho de que los políticos hayan sentido la necesidad de referirse a las normas que ha establecido la resistencia popular, quiere decir que ellos mismos son susceptibles de ataque en base a que han expresado su aceptación, al menos de forma tácita. Una preocupación principal con Trump y la derecha alternativa es que esperan poder vaciar esas normas de significado.

Los liberales tienden a analizar todas las cuestiones relacionadas con el sexismo o el racismo en términos de creencias o de lo que se «lleva en el corazón». Lo que a menudo se pasa por alto en este tipo de conversaciones es que, a veces, lo que realmente se cree es mucho menos importante que los límites sociales que nos permiten darle forma o actuar en consecuencia. Este aspecto se halla en el núcleo de las cuestiones de progreso o retroceso sociales.

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