Antifa

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Antifa. El manual antifascista

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¿Quiénes eran estos enmascarados y por qué estaban aterrorizando a los socialistas locales y a sus familias? Eran los squadristi Fascistas[41] de Benito Mussolini, sus camisas negras, que recorrían campos y ciudades destruyendo la «plaga» roja que amenazaba la «unidad nacional» desde el final del conflicto bélico. La guerra de clases estalló en Italia durante el Biennio Rosso de 1919-1920, cuando los obreros industriales ocuparon las fábricas, los campesinos se hicieron con las tierras y una oleada de huelgas paralizó la economía. El primer ministro, moderado, prefería negociar en vez de dar rienda suelta al ejército y esto colmó la paciencia de los dueños de la industria y de los terratenientes.[42] La amenaza de una revolución y la más inmediata realidad de una producción con interrupciones severas llevaron a las élites económicas a buscar soluciones a sus problemas más allá de la «impotencia» del Gobierno parlamentario. Pronto decidieron que Benito Mussolini era el hombre que necesitaban.

Como editor del periódico socialista Avanti!, Mussolini defendió la intervención italiana en la Primera Guerra Mundial, una postura que se alejaba de la ortodoxia marxista y que llevó a su expulsión del Partido Socialista Italiano (PSI). Una vez que el país entró en la guerra, Mussolini pasó dos años en el Ejército. Su carrera militar terminó cuando resultó herido por una granada, después de lo cual intentó lanzar un nuevo movimiento que reuniese elementos de su anterior socialismo con sus crecientes nacionalismo y autoritarismo. Pretendía formar un «sindicalismo nacionalista», un nuevo credo de colaboración corporativa de clase, en aras del interés de la nación italiana. Esto llevó a la creación en 1919 del Fascio di Combattimento (basado en el tradicional símbolo romano de unas ramas atadas en torno a un hacha, conocido como fasces). Este momento marca de forma oficial el nacimiento del Fascismo. Entre los integrantes de dicho grupo había antiguos socialistas, algunos futuristas de ultraderecha (el futurismo era una corriente cultural de vanguardia) y, sobre todo, excombatientes de la Primera Guerra Mundial que habían vuelto embrutecidos del frente.

Aunque muchos pensaron al principio que este conflicto iba a ser breve y rápido, se acabó transformando en un auténtico cataclismo, una sucesión de masacres aparentemente interminables en las trincheras durante cuatro años, con armas mortíferas e innovadoras, como la ametralladora o el gas venenoso. La gran capacidad de matar demostrada, aumentada con ayuda de la tecnología, traumatizó a muchos soldados, hasta el punto de que el término «neurosis de guerra» se empezó a utilizar entonces para describir lo que ahora se conoce como trastorno por estrés postraumático (TEPT) provocado por los combates. La desmovilización del Ejército al acabar la contienda hizo que el número de desempleados aumentase en Italia hasta los dos millones, mientras que el coste de la vida era cuatro veces superior al de 1913.[43] Sin embargo, para muchos hombres jóvenes, especialmente los que iban a unirse al fascismo a lo largo de la década siguiente, el «espíritu de las trincheras» dio lugar a una peculiar forma de camaradería. El fundador de los Faisceau franceses recordaba que, cuando empezó la guerra, «regresamos a un estado de naturaleza sobre una base igualitaria. Cada uno de nosotros ocupó su lugar en una jerarquía formada de manera espontánea o aceptada por la nueva sociedad en la que nos encontrábamos».[44] Desde el punto de vista de los fascistas, los soldados eran unos auténticos «machos» que arriesgaban sus vidas por la nación, en un estado de «jerarquía igualitaria», mientras que los burócratas parlamentarios, «afeminados» y burgueses, vivían entre lujos y permitían a los comunistas destruir Italia. Aún peor, los políticos italianos no supieron evitar el fracaso en la Conferencia de Paz de París y no se otorgaron al país los territorios que se le habían prometido en el Tratado de Londres, lo que hizo que la rabia consumiera a los soldados nacionalistas.

Aunque en un principio el Fascismo de Mussolini incluía una retórica de izquierdas, acerca de la necesidad de equilibrar los intereses de la élite económica con los de campesinos y obreros, en aras de la nación (algo que era evidente en el programa Fascista de 1919), en la práctica sus camisas negras trasladaron la guerra al frente doméstico, atacando militarmente, siempre al servicio de terratenientes y patrones, a los izquierdistas. Un pasatiempo favorito de los escuadrones Fascistas era humillar a sus víctimas obligándolas a beber aceite de ricino. Solo en la primera mitad de 1921, aproximadamente 119 locales sindicales, 107 cooperativas y 83 centros campesinos fueron destruidos. En 1920, más de un millón de jornaleros agrícolas se declararon en huelga. Al año siguiente, esa cifra había disminuido hasta los ochenta mil. Al combinar los escuadrones urbanos de Mussolini con un enorme movimiento reaccionario en el campo, las filas de los Fascistas pasaron de ser un variopinto grupo de apenas 100 hombres en 1919 a tener 250.000 integrantes solo dos años después.[45]

La primera organización antifascista militante que se enfrentó a los seguidores de Mussolini fueron los Arditi del Popolo (Escuadrones del Pueblo), fundados por el anarquista Argo Secondari en Roma a finales de junio de 1921. Todo el espectro de fuerzas opuestas al fascismo (comunistas, anarquistas, socialistas y republicanos) se unieron bajo la estructura de milicia, descentralizada y federalista, de los Arditi. Su símbolo era una calavera con un puñal entre los dientes, rodeada por una corona de laurel. En pocos meses ya contaban con 144 secciones, que sumaban unos 20.000 integrantes, y defendían pueblos y ciudades frente a las incursiones de los Fascistas. En un principio, los recién formados Arditi lograron algunas victorias notables. Por ejemplo, en la ciudad noroccidental de Sarzana, los squadristi aterrorizaban de manera habitual a la población, destruyendo locales sindicales y asesinando a izquierdistas, durante los primeros meses de 1921. No obstante, un nuevo ataque a la ciudad en junio, como represalia por la muerte de un Fascista local, fue repelido sin contemplaciones por secciones de los Arditi con apoyo de los trabajadores locales. Murieron veinte Fascistas en el enfrentamiento.[46]

En última instancia, los Arditi del Popolo fueron incapaces de resistir el imparable avance Fascista por varios motivos. Entre estos se incluyen el enorme apoyo financiero y material que dieron las élites económicas a Mussolini, el hecho de que una buena parte de la infraestructura de la izquierda ya había sido destruida cuando se formaron los Arditi y por último, la incapacidad de los socialistas para unirse y destruir a su enemigo común. En enero de 1921, un grupo que pretendía seguir la estela de Lenin se escindió del PSI para formar el Partido Comunista Italiano (PCI), en la creencia de que el país estaba al borde de una etapa revolucionaria. Esta ruptura no solo separó a las dos facciones, sino que redujo mucho su capacidad combinada. Si antes de la separación la afiliación al PSI estaba en torno a las 216.000 personas, tras ella el número total de integrantes, entre ambos partidos, no pasaba de cien mil. Y mientras que el centro y la derecha del recién fundado PCI buscaban colaborar con los socialistas de izquierda, el ala radical del partido, agrupada en torno a Amadeo Bordiga, se negaba a cooperar con el PSI. Peor todavía, varios meses después de la formación de los Arditi del Popolo, el PSI les retiró su apoyo, ya que firmó un Pacto de Pacificación con Mussolini, mientras que el PCI sacó de ellos a sus miembros y los calificó de «maniobra burguesa». Unos cuantos militantes de base de ambos partidos siguieron participando en los Arditi, aunque la Unión Anarquista Italiana y la Unión Sindical Italiana, anarcosindicalista, fueron las únicas formaciones de izquierda que mantuvieron su apoyo a esta organización armada.[47] Aparte de los Arditi, varias coaliciones obreras organizaron una serie de paros antifascistas a lo largo de 1922, incluido un intento de huelga general que lanzó la Alianza del Trabajo el 31 de julio. No obstante, el PSI, desaconsejaba las convocatorias organizadas a nivel local y prefería una huelga general «estrictamente legal» que se organizaría bajo su tutela. En todo caso, la violencia de los Fascistas aplastó cualquier intento en este sentido antes de que pudiese coger impulso.[48]

En 1924, Mussolini recordaba la Marcha sobre Roma, de finales de octubre de 1922, cuando se hizo con el Gobierno, como «un acto insurreccional, una revolución […], una toma violenta del poder».[49] Esta forma de ver las cosas reforzaba la imagen de coraje marcial que buscaba cultivar, pero no tiene nada que ver con la realidad, mucho más mundana. El descontento de las élites económicas después de la guerra fue suficiente para que el primer ministro, Giovanni Giolitti, hiciese la vista gorda mientras los camisas negras sembraban el terror entre sindicalistas, huelguistas y políticos de izquierdas. Hasta incluyó a los Fascistas en su bloque nacionalista en las elecciones de mayo de 1921, cuando ocuparon 36 de los 120 escaños que obtuvo el bloque. Poco después, Mussolini transformó su movimiento en el Partido Nacional Fascista.

Sin embargo, participar en el Parlamento no era suficiente para Mussolini y sus camisas negras. Conforme pasaban los meses, cada vez estaba más claro que los Fascistas contaban con el apoyo de buena parte del Ejército y de la élite económica, mientras que los primeros ministros que sucedieron a Giolitti en el cargo no consiguieron un Gobierno estable. A finales de octubre de 1922, Mussolini empezó un juego de «guerra psicológica»[50] cuando reunió a un numeroso grupo de camisas negras en las afueras de Roma, los cuales amenazaban con tomar el poder por la fuerza. El primer ministro estaba dispuesto a decretar la ley marcial para detener el avance Fascista, lo que desde luego hubiese sido suficiente, pero el rey, Víctor Manuel III, se negó a firmar el decreto. En vez de eso, invitó a Mussolini a formar un Gobierno de coalición. Este exigió el control absoluto del nuevo ejecutivo y el rey se lo concedió. La marcha de los camisas negras, el 31 de octubre de 1922, no fue más que la representación simbólica y triunfal de las manipulaciones politiqueras de su líder, frente a un Gobierno liberal dividido.[51]

Ni socialistas ni comunistas se mostraron especialmente preocupados por este cambio en el poder. La Confederación del Trabajo de Italia no era hostil al nuevo ejecutivo, no surgieron frentes amplios antifascistas y el dirigente del PCI Palmiro Togliatti se mostró confiado en que «el Gobierno fascista, que es la dictadura de la burguesía, no va a tener interés en prescindir de ninguno de los prejuicios democráticos tradicionales».[52] Poco después, Togliatti y el resto de Italia iban a descubrir que la verdadera esencia del Fascismo era precisamente la destrucción de esos «prejuicios democráticos». Unos meses después de la Marcha sobre Roma, Mussolini ordenó el arresto del comité central del PCI, forzando al partido a pasar a la clandestinidad y a miles de comunistas a marchar al exilio. El asesinato de Giacomo Matteotti, dirigente del recién formado Partido Socialista Unitario, a manos de los camisas negras, dejó en evidencia la inestable posición de Mussolini como primer ministro de una coalición en la que su propia formación se encontraba en minoría. Sin embargo, las fuerzas de izquierda no consiguieron forjar una alianza antifascista lo suficientemente fuerte. Algunos socialistas y comunistas abandonaron sus escaños como protesta, pero el dirigente comunista Antonio Gramsci les acusó de ser reacios a ir más allá del «terreno de lo estrictamente parlamentario».[53]

Tito Zaniboni, por otro lado, no tenía este tipo de reticencias. El 4 de noviembre de 1925, este diputado del Partido Socialista Unitario se alojó en una habitación de hotel contigua a la de Mussolini, con la intención de abrir fuego sobre el primer ministro mientras este daba un discurso desde su balcón. No obstante, se interceptó una conversación telefónica entre Zaniboni y el gran maestre de la masonería italiana, en la que planeaban la acción, y fue detenido antes de que pudiese disparar un solo tiro.[54] Mussolini se sirvió de este intento como excusa para acabar con el control parlamentario sobre el Gobierno, haciéndose responsable solo frente al rey, y para disolver el Partido Socialista Unitario y la masonería.[55] Al año siguiente hubo otros tres intentos de acabar con la vida del Duce. En abril, la aristócrata anglo-irlandesa Violet Gibson abrió fuego sobre el líder italiano cuando este salía de un congreso internacional de cirujanos, pero la bala apenas rozó su nariz. En septiembre, el anarquista Gino Lucetti arrojó una bomba contra el coche de Mussolini, hiriendo a ocho personas, pero no al blanco de su acción. Por último, en octubre, el adolescente Anteo Zamboni le disparó, pero la bala atravesó milagrosamente su chaqueta, sin llegar a herirle. Zamboni fue luego asesinado por una multitud enfurecida. Hay quien ha dicho que el autor de este último intento era anarquista, pero los antifascistas afirmaron que se trataba de un encargo hecho por los propios Fascistas, como excusa para desatar la represión posterior. De un modo u otro, lo cierto es que estos intentos se utilizaron para eliminar todos los partidos políticos y periódicos que no fuesen Fascistas, dando paso de este modo a la dictadura de Mussolini.[56] Para 1926, los opositores potenciales al régimen habían sido integrados de forma efectiva en el mismo o aplastados. Hasta el desarrollo de los grupos de partisanos, en la década de 1940, la resistencia a la dictadura fue, casi en su totalidad, organizada desde el exterior. Los militantes exiliados introducían de contrabando en el país periódicos y manifiestos clandestinos o llevaban a cabo acciones individuales contra elementos Fascistas.[57] Al menos por un tiempo, el régimen de Mussolini contó con bases sólidas. Todo lo que los antifascistas podían hacer desde el exilio era limar este poder y organizarse en el extranjero contra la oleada de fascismo que amenazaba con ahogar el continente.

* * *

La República de Weimar nació de la guerra y recibió su bautismo de fuego en la revolución de 1918-1919 y en el intento de golpe de Estado derechista de 1920. El nuevo Gobierno socialdemócrata intentó atraerse a las clases más bajas incluyendo el Estado de bienestar en la Constitución del país, por primera vez en la historia de Alemania. Al mismo tiempo, buscó mantener el apoyo de las clases altas impidiendo los levantamientos comunistas.[58]

En otras circunstancias, esto podría haber sido suficiente para otorgar estabilidad a la nueva república, pero no en el caso de la Alemania de entreguerras. Los nacionalistas de derechas asociaban a la República con la derrota, la cual explicaban de forma mitológica como una traición de políticos civiles (judíos y socialistas), más que como un fracaso en el campo de batalla. Les enfadaba tener que pagar las reparaciones de guerra impuestas por el Tratado de Versalles, que consideraban excesivas, y anhelaban la vuelta de la autoridad tradicionalista. A la izquierda, el Partido Comunista (KPD), que se había separado del Partido Socialdemócrata (SPD) en 1919, pretendía derribar la República por la fuerza para instaurar una dictadura del proletariado. Sin embargo, tras la decisión del Gobierno socialista de recurrir a los cuerpos paramilitares de extrema derecha, los Freikorps, para sofocar el levantamiento espartaquista de 1919, los intentos posteriores del KPD de insurrección armada fracasaron estrepitosamente en 1921 y 1923.[59]

En la década de 1920, Alemania estaba inundada de formaciones paramilitares, que cubrían todo el espectro político. Entre ellas se incluía la organización de excombatientes independientes, Stahlhelm, que se fue desplazando a la derecha con el paso de los años, hasta impedir la inscripción de judíos.[60] En 1924, los socialdemócratas y algunos partidos de centro formaron la milicia Reichsbanner Schwarz-Rot-Gold (negro, rojo y oro eran los colores de la nueva bandera republicana), para intentar conseguir una presencia de izquierdas entre los excombatientes. A mediados de la década ya contaba, aproximadamente, con 900.000 inscritos. Para no verse superados, los comunistas crearon unos meses después la Liga de Luchadores Rojos del Frente (RFB), en un intento de competir con la Reichsbanner socialdemócrata y contar con una milicia auxiliar en el partido. Era similar a la Liga Roja de Soldados, creada en 1918, y a las Centurias Proletarias de 1923-1924. En 1927 contaba con 127.000 miembros.[61]

Llegados a este punto, socialistas y comunistas estaban más preocupados por enfrentarse entre sí que por la organización paramilitar que acabaría por ser la más importante de todas: los Sturmabteilung (tropas de asalto o SA) del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) de Adolf Hitler. Cuando este creó su nueva organización, a partir del ala más radical del Partido Obrero Alemán, no aportó en realidad ninguna novedad a la ideología que ya tenía la derecha.[62] Su mezcla de militarismo, tradicionalismo, hipermasculinidad, antisemitismo y oposición al marxismo, enmarcada en un darwinismo social de lucha nacional y racial, no era más que una cepa particularmente virulenta del pensamiento predominante en la extrema derecha. Incluso la propia esvástica era «casi un requisito previo de los grupos völkisch (es decir, populistas conservadores)», antes de que Hitler la adoptara como emblema de su nuevo partido en 1920. Sin embargo, modernizó este ancestral símbolo «ario» y le dio un trazo más grueso, en línea con las tendencias gráficas dominantes en la publicidad de la época.[63] Esto no es más que un ejemplo de cómo Hitler reinventó las ideas y los emblemas de la derecha mediante la imagen, la oratoria y la organización.[64] Lo mismo hizo con su política, a través de la violencia.

Las tropas de asalto nazis (acrónimo de Nationalsozialistische) no solo copiaron a los camisas negras de Mussolini en sus característicos uniformes pardos, sino que también imitaron la brutalidad de sus homólogos italianos. Por ejemplo, en marzo de 1927 un grupo de varios cientos de SA se cruzó con dos docenas de miembros de la orquesta de la RFB y un político comunista, que estaban por casualidad en el mismo tren con destino a Berlín. Cuando los integrantes de la RFB les saludaron con el puño levantado, los nazis lo «tomaron como una provocación». Como cuenta uno de ellos:

En cada una de las paradas en el viaje, apedreábamos el vagón de los comunistas. Cada piedra alcanzaba su objetivo, porque viajaban en tercera clase, no había tabiques y los pasajeros estaban de pie, apretados entre sí. En un abrir y cerrar de ojos, todos los cristales estaban rotos. A lo largo del trayecto intentamos entrar por la fuerza al vagón, de pie en los escalones. Les golpeábamos desde el techo con el palo de una bandera, a través de las ventanas, y causamos muchos heridos.[65]

Cuando el tren llegó a la estación, los nazis se fueron a dar vueltas por Kurfürstendamm y a atacar a cualquiera con «pinta de judío». Cuando llegó la policía, encontraron más de 200 piedras, un revólver con cartuchos vacíos y tres dientes, en medio de «vidrios rotos, charcos de sangre y astillas de madera». La cara del político era «una masa informe y sangrienta». Seis pasajeros tuvieron que ser hospitalizados, incluidos dos nazis.[66] Poco se podían imaginar estos comunistas que esta no era más que la salva inaugural de la «guerra de exterminio contra el marxismo»[67] de Hitler.

Mientras este planeaba su campaña contra la izquierda, los socialistas y los comunistas estaban concentrados en pelearse entre sí.

En 1928, la Komintern declaró que la situación política después de la guerra había entrado en una nueva «tercera etapa», de carácter revolucionario. Esta exigía una estrategia de enfrentamiento sin cuartel contra los socialdemócratas, para dejar en evidencia su supuesto papel a la hora de salvaguardar el capitalismo. Según la Komintern, la «primera etapa» insurreccional había surgido hacia el final de la Primera Guerra Mundial y había hecho necesaria una actitud similar de enfrentamiento, en la que los comunistas se escindieron para formar sus propios partidos. Esta fase acabó cuando se desvaneció la promesa revolucionaria del periodo posterior a la guerra. A consecuencia de ello, al entrar en una «segunda etapa» más estable, el 18 de diciembre de 1921 la Komintern cambió de rumbo para adoptar de forma oficial una postura de «frente común» con los socialistas.[68] Los socialdemócratas alemanes rechazaron la oferta.

En 1928, el anuncio de una «tercera etapa» perjudicó todavía más las relaciones entre estas dos facciones principales. A partir de ese año, los comunistas declararon que los socialistas eran «social-fascistas». Con ello querían decir que estos acabarían por ser, inevitablemente, recuperados por la burguesía, conforme esta se inclinaba cada vez más hacia la extrema derecha, para defender su poder frente al levantamiento de la clase obrera. Según este planteamiento, los socialistas eran la zanahoria y los fascistas el palo y de ahí surgía el término de social-fascistas. Eran dos caras de la misma moneda.[69] El líder soviético Zinóviev defendía que «los sectores más avanzados de la socialdemocracia alemana no son más que una parte del fascismo alemán, con una “terminología socialista”».[70] De hecho, una razón importante para el cambio a la idea de «social-fascismo» fue la necesidad que tenía Stalin de superar a Zinóviev y a Trotski por la izquierda en la lucha por el poder que se estaba dando en ese momento en la URSS.[71] Las intrigas políticas de Moscú a menudo tenían una mayor influencia en la estrategia de los antifascistas europeos que la realidad local de Italia o Alemania.

La animosidad que hay tras la etiqueta de «social-fascista» se vio exacerbada cuando el jefe de la policía de Berlín, socialdemócrata, prohibió las manifestaciones al aire libre para el 1 de Mayo de 1929. La presión de los militantes de base obligó al KPD a desoír la prohibición y a convocar un acto. Agentes antidisturbios atacaron a los comunistas, lo que dio lugar a huelgas masivas y a tres días de barricadas y enfrentamientos, que solo se pudieron sofocar cuando la policía trajo carros blindados. Los choques dejaron un saldo de 30 muertos y cerca de 200 heridos, mientras que hubo 1.200 arrestos. Las organizaciones comunistas, tales como la RFB y su sección juvenil, el Frente Juvenil Rojo, se declararon ilegales sin contemplaciones.[72]

Mientras comunistas y socialistas luchaban entre sí, el NSDAP de Hitler seguía creciendo. Aunque el fracaso nazi en el Putsch de Múnich de 1923 supuso un contratiempo momentáneo, después de la salida de prisión de su líder la afiliación al partido pasó de 17.000 miembros en 1926 a 40.000 en 1927 y a 60.000 en 1928.[73] El inicio de la Gran Depresión en 1929 acabó con la fe de muchos alemanes en la capacidad de la República de dar una solución a sus problemas. La violencia de las tropas de asalto nazis aumentó exponencialmente a finales de año, cuando sus escuadrones empezaron a desfilar en barrios comunistas y a atacar sus lugares de reunión y tabernas. Finalmente, se vieron obligados a empezar a tomarse a los nazis en serio, aunque no por ello dejaron de mostrarse arrogantes. El periódico comunista Die Rote Fahne proclamaba: «Dondequiera que un fascista se atreva a dejar ver su cara en un barrio obrero, los puños de los trabajadores le mandarán de vuelta a casa. ¡Berlín es rojo! ¡Berlín seguirá siendo rojo!».[74]

Este tipo de oposición militante al NSDAP generó un gran debate sobre estrategia en el seno del KPD. Una buena parte de los líderes de este partido defendía que la oposición a los nazis debía hacerse a través de huelgas masivas de trabajadores organizados, a pesar de que la depresión económica había debilitado a las centrales obreras y el KPD había acabado por ser el partido de los desempleados. A sus dirigentes les costaba adaptarse al cambiante panorama económico y calibrar la resistencia del partido ante un enemigo de nuevo cuño. Apoyaban la oposición física frente a los nazis, pero defendían el «terror de masas proletario» en vez de las «acciones individuales contra elementos concretos», a las que hacía alusión el nuevo y popular lema: «¡Golpea a los fascistas allí donde los veas!».[75] El rechazo de los líderes del KPD al espíritu de este lema contribuyó mucho a distanciarles de las formaciones paramilitares del partido, que vivían la realidad cotidiana de tener que enfrentarse a los ataques de las tropas de asalto. Además, esta división a menudo era generacional. Mientas que los más jóvenes estaban ansiosos y dispuestos a enfrentarse a cualquiera que llevase una camisa parda, sus líderes, de mayor edad, pedían contención. Como dijo un comunista desesperado: «En mi opinión, el terror de masas es simplemente imposible […]. Al fascismo ya solo se le puede parar mediante acciones [individuales] y, si eso fracasa, todo está perdido a largo plazo».[76]

La campaña coordinada desde la clandestinidad por la RFB en otoño de 1931 contra los ataques nazis a las tabernas comunistas representó un paso adelante significativo en la estrategia antifascista. Durante generaciones, estos locales habían servido como centros sociales, para la organización y el ocio de la izquierda. Después del éxito del NSDAP en las elecciones de 1930, en las que pasó a ser el segundo partido más importante en el Reichstag, en otoño de 1931 los nazis usaron los recursos económicos de sus simpatizantes ricos para hacerse con las tabernas de izquierdas en Berlín y usarlas como sus centros de operaciones. Ni las huelgas de alquileres ni las manifestaciones consiguieron echarlos, así que la RFB se puso en marcha…

Dos tabernas de las SA fueron tiroteadas en septiembre, lo que provocó la muerte de un vigilante de esta formación. El 15 de octubre siguiente, la estrategia se recrudeció. Mientras se celebraba una manifestación a un kilómetro de distancia, como distracción, entre 30 y 50 personas se dirigieron lentamente hacia una taberna de las SA en Richardstrasse. Iban cantando la Internacional y gritando: «¡Muerte al fascismo!». De repente se detuvieron, cuatro o cinco de ellos sacaron pistolas y abrieron fuego sobre el local, hiriendo a cuatro miembros del partido y dando muerte al propietario, que se había unido al NSDAP por «motivos comerciales». Esta acción condujo a una serie de detenciones y la taberna estaba abierta de nuevo apenas tres meses después. Para desesperación del ala militar del partido, los líderes del KPD hicieron una denuncia pública de este tipo de ataques.[77]

Debates similares se produjeron en el seno del movimiento anarquista alemán. Este creó una milicia propia en 1929, las Schwarze Scharen (Bandas Negras o Tropas Negras), para proteger los actos del anarcosindicalista Sindicato de Trabajadores Libres de Alemania (FAUD) y de la Juventud Anarcosindicalista. No obstante, era mucho más pequeña que sus homólogas comunista o socialista. Vestidos completamente de negro con boinas a juego, sus integrantes combinaron los enfrentamientos callejeros contra los nazis con creativas formas de propaganda, como títeres, música o teatro en la calle (comunistas y socialistas también tenían coros, teatros y otras formas de agitación y propaganda). A pesar de que nunca superaron los varios centenares, en algunas ciudades eran la principal oposición a los fascistas.

No obstante, había algunos anarcosindicalistas dentro del FAUD que no estaban de acuerdo con sus métodos de enfrentamiento directo. Conforme se enrarecía la atmósfera política, la milicia anarquista empezó a almacenar explosivos. En mayo de 1932, a raíz del chivatazo de un delator, la policía encontró el escondite. Las detenciones que se produjeron a raíz de este hallazgo, junto con el ascenso de Hitler al poder, sellaron el destino de las Schwarze Scharen.[78]

El alcance de la violencia no hizo sino aumentar con el paso de los años. Según sus propios registros, entre 1930 y 1932 murieron 143 nazis en los enfrentamientos, mientras que los comunistas perdieron a 171 de sus miembros. A pesar de que los ataques contra estos últimos fueron más numerosos que los dirigidos a los socialistas, las muertes de estos también aumentaron mucho.[79]

El incremento de la violencia y de la inestabilidad política llevó a la organización paramilitar republicana-socialista, la Reichsbanner, a proponer en diciembre de 1931 la creación de un Frente de Hierro contra el Fascismo, con la participación del SPD y de varias organizaciones sindicales. Aparte de la necesidad de dar una respuesta más vigorosa al nazismo, la iniciativa era el reconocimiento de facto de que el paso en 1930 a un «Gobierno presidencial», que funcionaba por decreto y eliminaba el carácter democrático de la República, exigía una mayor atención a la política a pie de calle. El SPD también estaba ansioso por desviar el interés de su reticente apoyo al cuarto decreto de emergencia del canciller Brüning, con el que se habían reducido los salarios y recortado el gasto social. Aunque la prioridad del partido era reforzar la autoridad del Gobierno frente a Hitler, con este paso pretendía «proyectar, al mismo tiempo, una imagen nueva y más agresiva».[80]

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