Antifa

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Antifa. El manual antifascista

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Además, la creación del Frente de Hierro reflejaba la frustración de los miembros más jóvenes del partido frente a la naturaleza didáctica y poco ágil de la propaganda de este. Hitler, por el contrario, había llegado a dominar el aspecto psicológico de la comunicación. En vez de exponer «razones» con las que «rebatir las opiniones opuestas», buscaba «eliminar el pensamiento» y crear un «estado receptivo de devoción fanática», mediante una dinámica política de acción constante.[81] El socialista ruso emigrado Serguéi Chajotin se dio cuenta de esto y propuso al SPD adoptar este tipo de propaganda basada en la psicología. Dándose una vuelta por la ciudad, Chajotin vio que alguien había dibujado una línea sobre una esvástica para tachar el símbolo nazi. Así se le ocurrió la idea de convertir la línea en una flecha apuntada hacia abajo. Tras discutirla con compañeros suyos interesados en el tema, la convirtió en el emblema de las tres flechas (Drei Pfeile). Para él representaban «unidad, actividad y disciplina», o bien el SPD, los sindicatos y la Reichsbanner. También propuso que los socialistas adoptasen el saludo con el puño levantado de los comunistas (que en realidad era lo que había llevado a Hitler a copiar el saludo romano de Mussolini en 1926).[82]

Aun así, los dirigentes socialistas seguían siendo muy reticentes a aceptar las novedades de Chajotin o la exigencia de sus bases de una mayor militancia. Desafortunadamente para el SPD, la oposición a los cambios se había vuelto la norma en su seno. Desde la fundación de la República, la dirección del partido había desarrollado un control cada vez mayor sobre este, hasta el punto de que «los líderes ostentaban sus cargos de manera indefinida y elegían personalmente a sus sucesores».[83] Esta cúpula, atrincherada en sus poltronas, se oponía a la idea de una campaña de pintadas para dibujar flechas sobre las esvásticas, porque era ilegal. «Vamos a hacer el ridículo con todas estas tonterías», dijeron, aunque posteriormente las tres flechas llegaron a ser uno de los principales símbolos del antifascismo. Después de las elecciones de 1932 al Parlamento regional de Prusia, en las que los nazis superaron al SPD como segundo partido más importante de Alemania, los socialistas lanzaron una campaña de propaganda bajo el paraguas del Frente de Hierro, con puños y flechas por doquier.

Como instrumento electoral, el Frente de Hierro tuvo bastante éxito. Como formación paramilitar, «solo existió de forma nominal». Aunque sus integrantes participaban en entrenamientos militares ocasionales, no se les preparaba como fuerza armada. Para muchos, se trataba de «otra idea a medias tintas». Desde luego, los miembros de esta agrupación tomaron parte en enfrentamientos callejeros muy intensos con los nazis, que dejaron un saldo de 99 muertos en los dos meses posteriores a la descriminalización de las SA. Pero una vez que Hitler se hizo con el poder, «se vio que el Frente de Hierro estaba hecho de hojalata».[84]

La popularidad del Frente de Hierro llevó al KPD a formar Acción Antifascista, como una red de secciones de fábrica, de grupos de barrio, de bloques de viviendas y de cualquier otra distribución geográfica. En las décadas de 1980 y 1990 muchos colectivos dentro del movimiento adoptaron el nombre de esta organización alemana, aunque ya el Comité de Acción Antifascista tuvo una denominación muy parecida en Francia en la década de 1920. En la Alemania de 1930, las juntas ejecutivas de Acción Antifascista en el nivel local estaban compuestas por representantes del KPD, de la RFB, de las ligas de deportes asociadas al partido y de otras plataformas que los comunistas habían organizado anteriormente contra los nazis, como Autodefensa de Masas Roja (RMSS). El objetivo de Acción Antifascista era «proporcionar un marco en el que personas de todo tipo se pudiesen unir en una alianza poco estricta, para enfrentar la represión económica, social y legal, y, sobre todo, una base sobre la que socialdemócratas y comunistas pudiesen unirse y defenderse de los nazis».[85]

Sin embargo, esta unidad se debía dar bajo el control de los comunistas, no de los socialistas. Se daba la bienvenida a los militantes de base del SPD que se quisiesen unir a Acción Antifascista, pero el KPD seguía dando instrucciones a sus miembros de que «saboteasen el Frente de Hierro cada vez que tuviesen ocasión».[86]

El 30 de enero de 1933, el presidente del Reich, Hindenburg, nombró canciller a Hitler. El lema de los socialistas en las elecciones de 1932, «¡Aplasta a Hitler, vota por Hindenburg!», dejaba claro que no cabía esperanza alguna de detener al nazismo solo mediante el voto.[87] Durante el periodo de entreguerras, los Gobiernos en Europa dieron bandazos hacia la derecha. A menudo, los conservadores tradicionales imponían soluciones autoritarias desde arriba a la agitación económica y política —tal y como ocurrió en Rumanía, Grecia, Bulgaria y en la España de Primo de Rivera— sin tener que recurrir al populismo fascista para hacerlo desde abajo.[88] Los socialistas alemanes esperaban que los Gobiernos presidenciales de comienzos de la década de 1930 hicieran lo mismo. Sin embargo, la derecha tradicional pensaba que, en última instancia, podría controlar a Hitler si lo incorporaba al ejecutivo.

Para el KPD, los Gobiernos autoritarios de principios de la década de 1930 ya eran fascistas. En su opinión, Hitler solo era el mismo perro con distinto collar y la incapacidad de cumplir las promesas de su partido llevaría pronto a su caída.[89] Pero unos pocos meses después, el Reichstag aprobaba la Ley Habilitante, que otorgaba a Hitler una autoridad absoluta. Toda la oposición se vio obligada a pasar a la clandestinidad. Los socialistas organizaron a 3.000 militantes en las tropas de choque rojas, mientras que unos 36.000 comunistas, aproximadamente, participaron en la resistencia hasta 1935. No obstante, a finales de la década la Gestapo había aplastado la disidencia a todos los efectos.[90] En última instancia, las diversas facciones de la izquierda estaban demasiado ocupadas enfrentándose entre sí como para darse cuenta de que los nazis no eran solo una nueva forma de la contrarrevolución tradicional. Los líderes de los partidos socialista y comunista estaban muy amoldados a sus rutinas y no supieron adoptar rápidamente opciones tácticas innovadoras y de oposición frontal. Todo el continente europeo, y su población judía en particular, iba a pagar un precio muy alto por el fracaso a la hora de frenar a Hitler.

* * *

Así, para 1934 Italia y Alemania ya habían sucumbido ante el fascismo. Mientras tanto, en Inglaterra, los 50.000 camisas negras de la Unión Británica de Fascistas (BUF) de Oswald Mosley subían de tono su antisemitismo con el apoyo del periódico Daily Mail.[91] Para muchos izquierdistas y judíos británicos, había llegado el momento de pararles los pies.

Ya habían surgido pequeños grupos fascistas en el Reino Unido en la década de 1920, tales como la Liga Imperial Fascista y los Fascistas Británicos. Pero fue Oswald Mosley, un antiguo miembro laborista del Parlamento, el que hizo de esta ideología algo significativo en Gran Bretaña. En 1931 fundó el Partido Nuevo, tras experimentar un giro a la derecha. La formación de Mosley no obtuvo buenos resultados en las urnas y apenas consiguió mantener una presencia pública, en medio de altercados continuos y ataques contra sus miembros. De hecho, durante un acto en Glasgow, la policía tuvo que rescatarle y llevárselo a un sitio seguro cuando le apedrearon y le atacaron con navajas de afeitar. Aunque el Partido Laborista y el Congreso de Sindicatos (TUC) condenaron esta violencia, sus militantes de base tenían una nutrida representación entre los atacantes.[92]

La siguiente organización de Mosley, la Unión Británica de Fascistas, tuvo una recepción semejante. Cuando esta empezó a implantarse en el West End de Londres en 1933, los judíos del East End se propusieron impedirlo. El 30 de abril de ese año, apenas unos meses después del ascenso de Hitler al poder, un millar de ellos se lanzaron al grito de «¡Abajo los nazis! ¡Abajo los hitlerianos!» contra unos miembros de la BUF que estaban repartiendo propaganda. Seis militantes fueron detenidos, no sin antes haber «machacado muy seriamente» a los seguidores de Mosley.[93] Temerosos del avance del fascismo, los judíos británicos crearon una serie de organizaciones, tales como la Liga Sionista de la Juventud Judía y la Asociación de Defensa Unida Judía, dedicadas en exclusiva a defender a sus comunidades. Del mismo modo, en 1936, antiguos soldados judíos que habían luchado en la guerra fundaron el Movimiento de Excombatientes contra el Fascismo (EMAF), «para atacar a este en sus feudos». Posteriormente también crearon la Legión de los Camisas Azules y Blancas, que infundía tanto temor en los miembros de la BUF que estos la llamaban «la tropa de asalto del judaísmo». No obstante, había una barrera generacional que determinaba las opiniones ante la respuesta antifascista. Las personas de mayor edad en la comunidad tendían a criticar a quienes «copian la violencia nazi, la cual odiamos y detestamos». En su lugar, creían que el objetivo era «demostrar al mundo que los judíos» podían «ser tan buenos ciudadanos como cualquiera». En cambio, los más jóvenes solían responder: «Se le puede dar un uso mejor a los puños que coger el bolígrafo».[94]

Otros miembros de la comunidad se organizaron contra el fascismo en el seno del Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB), incluso aunque no estuviesen totalmente de acuerdo con sus ideas, porque se decía que eran «los únicos que intentaban plantarles cara a los fascistas».[95] Esto no era del todo cierto. Por ejemplo, el Partido Laborista Independiente, a pesar de que en un primer momento organizaba debates conjuntos con la BUF, acabó por tomar una postura más combativa. Y otros grupos de izquierda más pequeños, como la Liga Socialista, estaban igualmente dispuestos al enfrentamiento.[96] También surgieron otras formas de resistencia menos organizadas entre los jóvenes judíos de clase obrera, que se dedicaban a la «guerra de pandillas». Hasta tal punto fue así que el Evening Standard escribió: «Los camisas negras del East End se enfrentan a un peligro muy real de violencia física. Hay algunas calles en Whitechapel […] por las que no pueden pasar por la noche […] sin llevarse una paliza».[97]

En todo caso, cuando se trataba de enfrentarse a Mosley y a su organización, se reunían militantes de muchos grupos distintos (y bastantes de ninguno en concreto) en gran número. En septiembre de 1934, 120.000 manifestantes arrollaron por completo un acto de la BUF en el londinense Hyde Park. La oposición antifascista a esta escala no se limitaba a las ciudades grandes. En el pequeño pueblo de Tonypandy, fueron arrestadas 36 personas, de una multitud de 2.000 que acudió a impedir una reunión de la BUF, acusadas de provocar disturbios. Legalmente, la policía solo podía impedir la expresión de ideas de odio si esto causaba desórdenes públicos. Por lo tanto, cuando los militantes generaban altercados, los agentes tenían el pretexto legal para disolver el encuentro fascista. En total, de los 117 actos públicos que la BUF intentó realizar en 1936, la acción de sus oponentes interrumpió o impidió 57.[98]

El panorama del antifascismo internacional se vio radicalmente alterado en el verano de 1935, cuando la Internacional Comunista dio un vuelco de 180 grados y abandonó su análisis de la «tercera etapa» y la idea del «social-fascismo». Su nueva postura pedía que se adoptase la táctica del frente popular amplio, para incrementar la seguridad diplomática de la URSS en vista del ascenso del nazismo. Los izquierdistas no soviéticos, que pocos meses antes no eran más que fascistas disfrazados, fueron invitados de repente, con los brazos abiertos, a la hermandad antifascista. Los partidos liberales «burgueses», de los que se había dicho que solo facilitaban que la extrema derecha conquistase el planeta, pasaron a ser piezas clave del frente popular. Los disidentes trotskistas, muy críticos con la postura de la Komintern en la «tercera etapa», habían propuesto, en su lugar, una unión de todos los socialistas. Ahora Trotski atacaba a Stalin por ir demasiado lejos en el sentido opuesto, con este «cambio oportunista y patriotero», que amenazaba con «ahogar la lucha revolucionaria».[99] Sin embargo, a mediados de la década de 1930, Stalin estaba ansioso por abandonar esta «lucha revolucionaria», en favor de fortalecer la Unión Soviética.

En Gran Bretaña, el CPGB, que ya era pequeño de por sí, se había resentido mucho de la retórica agresiva de la «tercera etapa». Con la llegada de la estrategia de frente popular, pasó a defender con entusiasmo la democracia parlamentaria, a la que hasta hace poco había calificado de «opio contrarrevolucionario», y buscó un acercamiento con el Partido Laborista. Aunque este rechazó la invitación, el CPGB siguió cultivando una imagen de respetabilidad y dejó de participar en el activismo de oposición antifascista. En octubre de 1936, la BUF organizó un desfile a través del barrio judío del East End de Londres. Como respuesta, el Consejo del Pueblo Judío contra el Fascismo y el Antisemitismo (JPC), junto con sus aliados de la EMAF y del Consejo de Acción Judío, repartió una solicitud para prohibir el acto y reunió 77.000 firmas en dos días. Cuando el Gobierno se negó a impedirlo, con la excusa de la libertad de expresión, el JPC decidió movilizar a toda la comunidad para bloquear físicamente la ruta del desfile. El CPGB no quiso participar en este «enfrentamiento» y en su lugar convocó a sus miembros a una concentración en apoyo a la República española, a la misma hora, en Trafalgar Square. Incluso imprimió un folleto en el que se pedía «dignidad, orden y disciplina», en vez de una oposición activa.

Los afiliados de base, sobre todo los judíos, se subían por las paredes. Estaban decididos a «oponerse a Mosley con su presencia física, sin importar lo que dijese el Partido Comunista».[100] Tras recibir críticas de todos lados, los líderes del CPGB acordaron apoyar el bloqueo antifascista.[101]

El 4 de octubre de 1936, varios miles de seguidores de la BUF se reunieron para desfilar por el East End londinense, una zona de población mayoritariamente judía. Sin embargo, como recuerda un antifascista de la comunidad local: «Decidimos que no íbamos a permitir, bajo ninguna circunstancia, que ni los fascistas ni su propaganda, junto con sus insultos y sus ataques, viniesen a nuestro barrio, en el que vivía y trabajaba pacíficamente nuestra gente».[102]

Según la policía, 100.000 militantes inundaron las calles adyacentes para impedir el avance de los fascistas. Treinta minutos antes de la hora planeada para el inicio del desfile, los agentes cargaron con sus porras contra la multitud, para despejar el camino de la BUF. Cuando se retiraron los manifestantes, quedaron varias personas heridas en el suelo. Los demás empezaron a erigir barricadas. En Cable Street, los militantes volcaron un camión para bloquear la calle, mientras que otros cogían materiales de construcción de una obra cercana y los añadían a un montón de colchones y muebles. Un amplio espectro de antifascistas, desde «judíos ortodoxos con largas barbas», hasta «estibadores irlandeses, católicos y pendencieros», defendieron la barricada con los adoquines del suelo, levantados con picos de obra. Cuando los policías asaltaron el camión volcado, les respondieron con unas bombas diminutas, hechas con pequeñas cajas de pólvora. Los fascistas gritaban: «¡Judíos! ¡Judíos! ¡Nos vamos a librar de los judíos!» y los antifascistas les respondían con la frase en español: «¡No pasarán!».[103]

Mientras, seguían llegando asistentes al desfile. Algunos iban en coches con redes en las ventanillas en lugar de vidrios, para limitar los efectos destructivos de las piedras antifascistas. Finalmente, apareció Oswald Mosley, una hora tarde, en un coche abierto protegido por camisas negras en motos. Sus seguidores, entusiasmados, hacían el saludo romano, mientras los antifascistas les abucheaban y les llamaban «ratas». Fue llegando más y más policía, hasta un total de 6.000 agentes, pero cada vez les costaba más mantener el «orden». Piedras y otros proyectiles, como «botellas a medio llenar de limonada con gas», que explotaban cuando se sacudían y se lanzaban, volaban continuamente en dirección a la policía y a los miembros de la BUF reunidos. Cuando agentes montados a caballo cargaron contra los antifascistas, estos hicieron estallar una bolsa de pimienta frente a una de las monturas y tiraron canicas bajo sus patas. Desde las ventanas de las casas caían ladrillos y se vaciaban orinales. Una situación todavía más violenta se vivió cuando la multitud intentó liberar a uno de los militantes, que había sido detenido.

Así, antes de que el desfile fascista pudiese llegar siquiera a empezar, la policía tuvo que cancelarlo. Los camisas negras, enfurecidos, gritaban: «¡Queremos libertad de expresión!». En total, fueron detenidos 80 manifestantes y 73 agentes resultaron heridos.

Al día siguiente, la BUF criticó al Gobierno, por haberse «rendido ante el terror rojo». Según un antifascista judío, buena parte de esta comunidad había acabado «harta y avergonzada de seguir con la cabeza gacha». Y así, en la que se ha convertido en la legendaria batalla de Cable Street, Mosley no pasó.[104]

* * *

Los ínclitos voluntarios extranjeros de Mussolini, conocidos como Corpo Truppe Volontarie (CTV), se habían quedado tirados en la cuneta. Literalmente. Tras atacar con gran éxito usando la táctica schwerpunkt, parecida a la posterior guerra relámpago de los nazis, habían conseguido atravesar las líneas republicanas al norte de Madrid. Pero el CTV, que estaba muy mecanizado, había avanzado más rápido que sus líneas de suministro y ahora estaba en medio de una tormenta de hielo y nieve. Muertos de frío, con uniformes tropicales, desmoralizados por no tener comida ni bebida caliente,[105] los soldados empezaron a prestar oídos a los mensajes que les llegaban a través de los altavoces del otro lado de las líneas enemigas:

¡Italianos, hijos de nuestra tierra! Os han traído aquí engañados, con propaganda falsa y mentirosa, o bien espoleados por el hambre y el paro. Sin quererlo, os habéis vuelto los verdugos del pueblo español […]. Pasaos a nuestras filas. Las de los defensores del pueblo, de la civilización y del progreso. Os abrimos los brazos. Venid con nosotros, los voluntarios del Batallón Garibaldi.[106]

Tras años en el exilio, los antifascistas italianos del Batallón Garibaldi se enfrentaban, finalmente, a las legiones del Duce, en combate abierto a través de las llanuras y colinas de Castilla-La Mancha, en las afueras de Guadalajara.

Era marzo de 1937 y la guerra civil española estaba en pleno apogeo. El Generalísimo Francisco Franco, que había llegado para dirigir el levantamiento militar de julio de 1936 contra la Segunda República española, estaba cada vez más ansioso por conquistar la capital del país y asegurar la legitimidad de su autoridad. Sin embargo, la defensa de Madrid demostró ser mucho más resistente de lo que él había pensado. «¡No pasarán!», gritó el pueblo. Para cambiar el curso de los acontecimientos, Franco recurrió a las tropas que Mussolini y Hitler habían enviado a España, en clara violación del acuerdo de neutralidad que Francia y el Reino Unido respetaban escrupulosamente.

Buscando la gloria en España, Mussolini había equipado un ejército de 35.000 hombres, con 250 tanques, 180 piezas de artillería y cuatro compañías motorizadas de ametralladoras. Se trataba del «ejército mejor armado y pertrechado que había entrado en batalla hasta el momento».[107]

Sin embargo, esta ventaja técnica se desvaneció cuando los vehículos quedaron atascados en el barro, en las afueras de Guadalajara, y el apoyo aéreo tuvo que quedarse en tierra, en aeródromos inundados. Del 12 al 17 de marzo, el CTV fue objeto de ataques intermitentes por parte de varias unidades, incluidas la XI Brigada Internacional (compuesta por el batallón francés Comuna de París y por los batallones alemanes Edgar André y Thäelman), la XII Brigada Internacional (compuesta por el batallón italiano Garibaldi y el franco-belga André Marty) y la milicia anarquista de Cipriano Mera, apoyadas por la fuerza aérea republicana.[108] El goteo de deserciones acabó por convertirse en un colapso total el 18 de marzo, cuando la República consiguió su primera victoria en la guerra. Ernest Hemingway, como corresponsal de guerra de The New York Times, dijo que era «imposible exagerar la importancia de esta batalla». Para el antifascismo internacional fue un soplo de aire fresco, después de década y media de derrotas continuas.[109]

La batalla de Guadalajara supuso un punto álgido de la unidad del antifascismo transnacional. No obstante, había graves conflictos ocultos bajo la superficie, que habían lastrado a la República española desde el principio. Esta se proclamó en 1931, un año después del final de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera (1923-1930), muy influenciado por Mussolini.[110] Como la República de Weimar, la española dedicó su breve existencia a defenderse de las amenazas desde la izquierda y la derecha. Por la izquierda, mantuvo su enfrentamiento más persistente con la anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que lanzó, sin éxito, los levantamientos de los «tres ochos»: el 18 de enero de 1932, el 8 de enero de 1933 y el 8 de diciembre de 1933.[111]

Al mismo tiempo, por la derecha, una parte del ejército dio un golpe fallido en agosto de 1932. En 1934, una revuelta de mineros socialistas en Asturias, que se alzaron contra un nuevo Gobierno de derechas al que consideraban fascista, fue brutalmente reprimida. A partir de ese año, el saludo con el puño cerrado del antifascismo empezó a extenderse en España.[112] Después del viraje de la Komintern hacia la estrategia del frente popular en 1935, el minúsculo Partido Comunista Español (PCE), que apenas contaba con 1.000 miembros cuando se proclamó la República,[113] entró en una coalición con socialistas y republicanos de izquierda de cara a las elecciones de 1936.

Fue la victoria del Frente Popular en estas lo que precipitó la organización del levantamiento militar de ese verano. Aparte del Ejército, Franco contaba con el apoyo de monárquicos, grandes industriales y terratenientes, la Iglesia y la Falange, un pequeño partido fascista formado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera, el hijo del anterior dictador. El número de sus miembros, uniformados con camisa azul, creció ininterrumpidamente en el curso de la guerra civil, de 5.000 antes de que estallase el conflicto a dos millones, varios años después.[114] No obstante, Franco mismo no era fascista. Se trataba más bien de un tradicionalista católico autoritario y, como tal, no estaba ligado a la Falange. Eso no impidió que al acabar la contienda la convirtiera en el partido oficial de Estado en la dictadura, de tintes fascistas. Por el contrario, José Antonio Primo de Rivera se encontraba en territorio republicano cuando empezó la guerra y fue ejecutado por el Gobierno republicano varios meses después.

Mientras que las guarniciones que apoyaban a Franco lograron imponerse con facilidad en algunas regiones, en Barcelona los trabajadores de la CNT, anarcosindicalista, de la UGT, socialista, y de otras organizaciones, tomaron las armas para aplastar el levantamiento militar y proclamaron la revolución social. A lo largo de las semanas y meses siguientes, los anarquistas y sus aliados socialistas colectivizaron la industria y la agricultura en buena parte de Aragón, Cataluña y Valencia. Solo en Barcelona este proceso incluyó unas 3.000 empresas.[115] George Orwell, que llegó a la ciudad en medio del entusiasmo revolucionario, describió la ocasión como «la primera vez que veía una ciudad en la cual la clase obrera estaba al mando».[116]

No obstante, el Partido Comunista estaba absolutamente en contra de la revolución que se estaba desarrollando en España. El fin del planteamiento de la «tercera etapa» y el viraje hacia la estrategia de «frente popular» suponían una renuncia a las ambiciones insurreccionales, en pro de fortalecer a la URSS en la escena internacional. A principios de la década de 1930 los soviéticos intentaron reforzar sus relaciones con las potencias occidentales, al mismo tiempo que la Komintern rebajaba el tono del discurso de sus partidos nacionales. Cuando Italia invadió Abisinia (Etiopía) en 1935, la URSS solo emitió una queja tibia y lanzó un boicot a los productos italianos de mucho menor calado que los que pusieron en marcha Francia o Gran Bretaña. Tras el final de la guerra en África, los soviéticos retiraron estas sanciones y retomaron unas relaciones económicas con el régimen fascista que se remontaban a un pacto comercial de 1924 con Mussolini. Del mismo modo, la URSS hizo cinco intentos en 1935 de mejorar sus relaciones con el nuevo Gobierno de Hitler, aunque los nazis no estaban interesados más que en intercambios comerciales.[117] Esto constituyó el preludio del pacto de no agresión de 1939.

En el caso español esta actitud significaba que, mientras que anarquistas y trotskistas consideraban que la guerra y la revolución eran inseparables, el PCE «se erigió en el defensor de la propiedad de los pequeñoburgueses». Según argumentaban, no era el momento adecuado para estas transformaciones, ya que la agitación social solo podía entorpecer el esfuerzo bélico.[118] Conforme aumentaban estas tensiones, la palabra «antifascismo» acabó por verse asociada a una alianza, dominada cada vez más por los comunistas, de republicanos de clase media y elementos socialistas opuestos a las colectivizaciones. Por el contrario, José Peirats, de la CNT, defendía que «ser antifascista significa ser revolucionario».[119]

El prestigio que desarrolló el PCE se debía por completo al hecho de que la Unión Soviética tenía un papel muy importante en el conflicto. Sin embargo, cuando empezó la guerra en España, fueron la Komintern y la Internacional Comunista Obrera las que tuvieron que empujar a Stalin para que actuara.[120] Una vez que la URSS empezó a apoyar de forma activa a la República, la Komintern organizó las Brigadas Internacionales. A lo largo de la contienda, entre 32.000 y 35.000 antifascistas de 35 países participaron en ella, en batallones organizados en su mayor parte en función del origen nacional de sus integrantes. Entre estos estaban el polaco Batallón Dabrowski, el norteamericano Batallón Abraham Lincoln o el Batallón Dimitrov, del centro de Europa. Otros 5.000 militantes lucharon en las milicias de la CNT y del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), una organización comunista disidente.[121] George Orwell se unió a los combates en este último. Los soviéticos también vendieron equipo militar a la República y mandaron asesores. Así se forjó la imagen popular de Stalin como defensor de la República frente a Hitler y Mussolini.

No obstante, tras la caída de la URSS fue posible acceder a documentos de los Archivos Militares del Estado en Rusia que antes no estaban al alcance de los investigadores. Esto llevó a los historiadores Ronald Radosh, Mary Habeck y Grigory Sevostianov a cuestionar esta narrativa heroica en su libro España traicionada. Los nuevos documentos revelan que «Stalin estafó, a todos los efectos, a la República por valor de varios cientos de millones de dólares en la venta de armas […] mediante un ejercicio secreto de ingeniería financiera». Es más, «buena parte del material suministrado estaba anticuado y era inservible». Según estos historiadores, dado que solo había otro país, México, que daba apoyo material a la República, Stalin pudo emplear la «ayuda como un auténtico chantaje». De este modo logró, en esencia, «hacerse cargo de la economía española, del Gobierno y del Ejército y de su funcionamiento».[122]

Mientras tanto, en la URSS se desarrollaba la «Gran Purga». A lo largo de varios años, todo líder soviético que pudiese, de algún modo concebible, desafiar el poder de Stalin fue obligado a confesar que pertenecía a la «central terrorista trotskista-zinovievista» o a cualquier otra trama. Al mismo tiempo, «millones de personas eran arrestadas y cientos de miles asesinadas después de juicios a puerta cerrada o, directamente, sin juicio alguno».[123]

La purga se extendió incluso a España, donde la Unidad de Inteligencia Militar (GRU) soviética y su policía secreta (NKVD) llevaron a cabo asesinatos y secuestros de destacados revolucionarios opuestos a Stalin, a los cuales se encerraba en ocasiones en cárceles clandestinas.[124] Los síntomas más evidentes de este conflicto interno en la izquierda fueron los acontecimientos de las Jornadas de Mayo de 1937. Estos se iniciaron a raíz de la ocupación por la policía catalana, con apoyo comunista, del edificio de la Telefónica en Barcelona, hasta ese momento bajo control anarquista. Siguieron cuatro días de enfrentamientos callejeros, ya que la CNT, anarcosindicalista, y el POUM, trotskista, intentaban defender lo conseguido en la revolución, frente a los ataques de la policía y de unidades de comunistas armados. En última instancia, los dirigentes de la CNT negociaron un cese de hostilidades para evitar que estallase otra guerra civil dentro de la guerra civil. Pero estos sucesos marcaron el fin de la unidad antifascista de toda la izquierda que había existido en los primeros meses después del alzamiento. Tras luchar del lado del POUM en las Jornadas de Mayo, Orwell se marchó de forma clandestina de España. No para evitar a los franquistas, sino para que no le atrapasen los comunistas, que habían declarado que él y sus compañeros de partido eran «trotsko-fascistas».[125]

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