Annabelle

Annabelle


Esa noche

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Esa noche

La niebla se había cernido sobre los prados, y los grillos cantaban en la cuneta. La chica avanzaba tambaleándose por el camino de grava. Le palpitaba la entrepierna, de donde le resbalaba algo líquido. Pensó que debería llorar, pero se veía incapaz de derramar ni una sola lágrima.

¿Qué hora sería? ¿Las once? ¿Las doce? Sacó el móvil del bolso: casi las doce y media. Su madre ya se habría vuelto loca. Estaría en la puerta, la cogería de los hombros y la zarandearía preguntándole, a voz en grito, de dónde venía. Y entonces descubriría los arañazos, la sangre, el vestido roto. ¿Cómo se lo explicaría?

Se le nublaba la vista, el mundo se tambaleaba bajo sus pies. Era como si nada fuera firme, como si se estuviera adentrando en algo que sólo era real para ella.

Se quedó contemplando los prados e intentó tranquilizarse pensando en lo que su padre solía decirle cuando era pequeña: que la niebla eran hadas bailando. Nunca había conseguido discernir ninguna en toda esa blanca bruma, pero ahora las vio: unas chicas peinando los prados y las profundidades del bosque con sus brazos.

Estaba tan absorta en sus pensamientos que no advirtió la presencia de la persona que se hallaba ante ella hasta que los separaron unos pocos metros. Su primera reacción fue gritar, pero, luego, al verle la cara, respiró aliviada.

—Ah, eres tú —balbuceó—; me has dado un susto de muerte. ¿Qué coño haces aquí?

—Quería hablar contigo.

—¿Y qué opina la loca de tu mujer, señor Rochester? ¿O es que la has encerrado en el desván? —Annabelle se echó a reír.

—¿Es verdad? —preguntó Isak.

—¿El qué?

—Pues ¿qué va a ser? El mensaje que me mandaste, la foto. ¿Por qué te ríes? ¿Qué es lo que has tomado? ¿Y qué te has hecho en la mano?

—¡No me toques! —dijo Annabelle cuando él se la cogió—. No me vuelvas a tocar en toda tu vida.

—Tenemos que hablar, Bella. Puedo ayudarte. Quiero decir que…

—¿Ayudarme a deshacerme de él, quieres decir? —Annabelle se le acercó tambaleándose—. ¿Y si no quiero? ¿Y si quiero tenerlo?

—Piensa en tu futuro —respondió Isak—. Piensa en todo lo que has soñado hacer.

—¡Vete a la mierda! —Le dio un empujón. Isak le agarró los brazos y la inmovilizó.

—¿Y ahora qué vas a hacer? —se rió Annabelle—. ¿Qué tienes pensado hacer conmigo?

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