Annabelle

Annabelle


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«Tú mira sólo hacia delante —se dijo mentalmente Charlie al dejar atrás el centro de Gullspång—. No vuelvas la vista hacia la iglesia, ni mucho menos hacia “esa” salida. Limítate a mirar al frente».

El coche iba dando botes a causa de los baches del asfalto.

—¡Joder! Pero ¿qué carretera es ésta? —se quejó Anders.

—Una carretera normal.

—Deberían volver a asfaltarla. Es peor que un camino de grava.

—Parece que no lo entiendes —dijo Charlie.

—¿El qué?

—Que Gullspång es uno de los municipios más pobres de Suecia.

Anders dijo que ya lo sabía, pero que… Bueno, que seguro que salía más caro reparar todos los daños que se hacían los coches por culpa de los baches que asfaltar la carretera.

—El municipio no es el propietario de los coches —explicó Charlie.

A lo lejos divisaron la iglesia. Charlie pensó en cerrar los ojos, pero no pudo resistirse a mirarla. «Duele demasiado —pensó—. No debería haber venido».

Fredrik y Nora Roos vivían en una sencilla casa blanca de madera justo donde la población empezaba a transformarse en campos de cultivo y prados. Alguien había dejado una cortadora de césped en el jardín, con el césped a medio cortar. Sin duda, pasaría mucho tiempo antes de que la quitaran de allí.

El timbre estaba roto, de modo que Charlie llamó a la puerta con los nudillos. Esperaron un buen rato antes de oír, en el interior, unos pasos aproximándose. Un Fredrik Roos sin afeitar y con los ojos inyectados de sangre les abrió y los invitó a pasar. Sí, había oído que la policía iba a recibir refuerzos de Estocolmo, lo cual era bueno, dijo. Acto seguido, les mostró el camino que conducía hasta la cocina. Con manos temblorosas echó café en el filtro de la cafetera. Estaba bien que viniera ayuda experta de fuera.

—Me temo que no tenemos leche —se excusó al ponerles dos tazas resquebrajadas encima de la mesa. Se encontraban sentados en lo que él llamaba «el salón de visitas».

—No nos importa tomarlo solo —dijo Charlie.

Paseó la mirada por la habitación. De las paredes colgaban cuadros de mercadillo, de ésos con niños llorando, como los que se habían puesto de moda en Estocolmo como una especie de ironía kitsch. Se preguntó si serían herencia de unos difuntos padres. Sobre la chimenea podía leerse Carpe diem escrito con gruesas letras blancas de madera. Charlie siempre había pensado que esas palabras eran como una burla, pero ahora se lo parecieron más que nunca.

Estaba a punto de preguntar por la madre de Annabelle cuando una mujer rubia y delgada vestida con vaqueros y camiseta asomó por la puerta. La mujer no pronunció palabra alguna, se limitó a dirigir una mirada fija y perdida a Charlie y Anders.

—No he querido despertarte —le dijo Fredrik—. Pensé que quizá necesitabas descansar… Ahora que por fin te habías dormido…

—No estaba durmiendo.

Charlie se cruzó con su atormentada mirada y creyó que probablemente fuera verdad.

—Son de Estocolmo —le comentó Fredrik—. Quieren hacerte algunas preguntas.

—Muy bien, pues adelante. —Nora hizo un gesto con las manos, se tambaleó y se sentó en un reposapiés—. Venga, pregunten.

Había algo en Nora que le resultaba familiar a Charlie. Estaba segura de haberla visto antes, pero no creía que hubiera sido en una de las fiestas de Lyckebo. Sabía cómo se llamaban las pocas mujeres que habían acudido a las fiestas de Betty.

—¿Café? —le preguntó Fredrik.

—¿A quién le importa el café? —le espetó Nora—. ¿Cómo quieres que piense en café cuando mi hija ha desaparecido?

—No hace falta que grites —contestó Fredrik.

—¡Annabelle no está! ¡Gritaré lo que me dé la gana! —Se volvió hacia Charlie—. ¿Tiene usted niños?

Charlie negó con la cabeza.

—¿Y usted? —Nora se dirigió ahora a Anders.

Éste asintió con la cabeza.

—Creo que una lo siente —dijo Nora mirando por la ventana—. Creo que una madre siente cuando su hija ya no vive.

—Haremos cuanto esté en nuestras manos para encontrarla —la tranquilizó Anders.

—Ya es demasiado tarde. Y no me mires así, Fredrik. Fuiste tú el partidario de dejarla salir todo lo que quisiera.

Nora se levantó y abandonó la estancia.

—Está enfadada porque yo no he sido muy estricto con las normas —les explicó Fredrik cuando Nora hubo salido—. Por lo que respecta a la educación de los hijos, tenemos algunas ideas algo diferentes. Nora siempre ha querido controlar todo lo que tenga que ver con Annabelle, mientras que yo… Bueno, yo he sido partidario de soltarle un poco las riendas.

—¡Pues mira adónde la han llevado esas riendas sueltas! —gritó Nora, quien, con toda probabilidad, se había quedado detrás de la puerta escuchando—. Y ahora supongo que te estarás preguntando si ha sido para bien. ¿Ha sido para bien?

Fredrik negó con la cabeza. Se encontraba al borde del llanto. Resultaba terrible ver cómo algunos hombres no se permitían llorar, pensó Charlie, que no fueran capaces de dejarse llevar por las emociones ni siquiera en casos así. Pero luego se acordó de esa atormentada mujer. Alguien tenía que intentar mantenerse entero.

—No le falta razón —admitió Fredrik—. Si yo hubiese sido tan estricto como ella, esto no habría sucedido nunca. Pero es que no se puede…, no se puede encerrar a una chica casi adulta, ¿verdad? —comentó dirigiéndose a Anders.

—No —respondió Anders—, no se puede.

Charlie se dio cuenta de que debía llevar la conversación por otros derroteros antes de que Fredrik se enfrascara en autoinculpaciones. Había conocido a padres de hijos desaparecidos, pero ninguno se le había antojado tan lleno de arrepentimiento y de culpabilidad como Fredrik. A Charlie le habría parecido más normal si la hija de éste hubiera sido más pequeña, o si él, por falta de cuidados o de atención, hubiera expuesto a la niña a algún peligro. Pero en esta ocasión se trataba de una adolescente de diecisiete años, una chica que alcanzaría la mayoría de edad dentro de un año.

—Hábleme de esa noche —le pidió Charlie—. Hábleme de la noche en la que desapareció.

Fredrik se frotó la cara antes de empezar:

—Iba a ir a casa de Rebecka. A ver una película juntas, nada más. Pero no volvía…

—¿Y entonces salió a buscarla?

Fredrik asintió con la cabeza. Fue directamente a la vieja tienda cuando Nora empezó a preocuparse.

—¿Por qué no se acercó primero a casa de Rebecka?

—Porque ni Annabelle ni Rebecka contestaron al teléfono, y entonces pensamos que quizá estuvieran en otro sitio. Fue Nora quien me dijo que me pasara por la tienda de Valls.

—¿Y qué hora era?

—Poco antes de la una.

—Hábleme de cuando llegó allí.

—Ya se lo he dicho a sus compañeros. Había una fiesta que se había descontrolado, unos jóvenes durmiendo y otros delirando, música a todo volumen, gente borracha por todas partes… Svante Linder se encontraba en la cocina con un par de amigos. Bueno, supongo que ya saben ustedes quiénes son… En cualquier caso, se les veía completamente impasibles.

—¿Qué quiere decir con «impasibles»?

—Quiero decir que si le hubieran hecho algo a mi hija, si le hubieran hecho alguna cosa…, no creo que…, pues eso, que no creo que estuvieran tan tranquilos. En la planta de arriba encontré a Rebecka con ese chico, William. Y al decirme ella que Annabelle se había marchado lo supe. Supe que algo terrible había ocurrido. Tuve ese presentimiento.

—¿Y luego? —preguntó Anders.

—Luego anduve de un lado para otro buscándola. Llamé a Nora y luego ella telefoneó a la policía, pero ellos no parecieron tomarnos muy en serio. Dijeron que debíamos esperar.

—¿Notaron, usted o su mujer, algo raro en Annabelle antes de que desapareciese?

—No que yo recuerde.

—¿Cómo estaba?

—No sé… Bueno, quizá un poco… No lo sé.

—¿Qué? —preguntó Charlie.

—Un poco baja de ánimos, o quizá más bien cansada.

—¿Llegó a preguntarle por qué?

—No; es una sensación que tengo ahora, al intentar recordar.

—¿Ha estado deprimida alguna vez?

—¿Por qué pregunta eso? No creerá que se ha…

—Sólo quiero saber si ha pasado por alguna depresión. Es una pregunta rutinaria.

Fredrik suspiró y negó con la cabeza. No, Annabelle no había pasado por ninguna depresión —que él supiera—, aunque tampoco era una de esas chicas que siempre estaban alegres…

—Continúe —le pidió Charlie al ver que Fredrik se callaba.

Fredrik no entendió lo que quería decir, y Charlie le pidió que continuara describiendo a su hija.

Permaneció en silencio un rato más. Y, tras tragar saliva no sin cierto esfuerzo, empezó a decir: Annabelle era especial; bueno, se supone que es lo que todos los padres piensan de sus hijos, pero Annabelle… Todo el mundo lo comentaba, que la chica era especial. Él ya lo sintió en el mismo momento del parto. Aquella criatura había empezado a llorar antes de salir por completo. ¿Cuántos bebés hacían eso? —Fredrik miró a Charlie y Anders como esperando a que le proporcionaran estadísticas al respecto.

—Le encanta leer —prosiguió—, devora varios libros por semana. Será por su curiosidad; Annabelle ha sido siempre muy curiosa y…, en cierto sentido, muy inquieta espiritualmente. Ha pasado por todo, desde el budismo hasta… —Se detuvo intentando recordar qué más cosas habían interesado a su hija. Carraspeó antes de continuar—. En cualquier caso, lo que le interesa ahora es la Iglesia.

—¿Nora y usted son también miembros activos de la Iglesia? —preguntó Charlie.

—No. Los dos somos ateos. Nora cree que lo de Dios no es más que otra de las maneras que tiene Annabelle para rebelarse.

—¿Para rebelarse contra quién?

—Contra nosotros. Si hasta ha hecho la confirmación… Quizá porque casi todos sus compañeros de clase también la han hecho. Sea como sea, esos estudios bíblicos que parecen aburrir a los de su edad… a Annabelle le encantaban. Decía que eran muy interesantes; y después empezó a ir a misa y a participar en… cosas parroquiales, como meterse en un grupo de lectura de la Biblia. Supongo que nos pareció también algo bueno; es mejor estar en la iglesia que en Valls. Aunque ella seguía yendo a Valls.

Fredrik se levantó y se acercó a la ventana. Andaba encorvado. Charlie pensó que así caminaban los que se han rendido, los que han perdido la esperanza.

—Si vuelve a casa, no le echaré ninguna bronca. Lo único que quiero…, que queremos, es abrazarla. Sólo tenerla entre nuestros brazos…

Se interrumpió cuando Anders le tendió un clínex, un gesto que incomodó a Charlie, porque tuvo la sensación de que Fredrik estaba a punto de revelar algo importante.

Fredrik se quedó mirando el clínex como si no supiera muy bien qué hacer con él, como si no fuera consciente de que las lágrimas le caían sobre la camiseta.

—Era mi única hija —dijo.

«Es —deseó corregirle Charlie—; ella es su única hija».

Fredrik se sentó y se dispuso a tomar un sorbo de café. Charlie percibió que al hombre le temblaron las manos cuando se acercó la taza a la boca. Lo que había contado no contribuía a formarse una imagen más coherente de Annabelle, sino más bien todo lo contrario. Una persona de extremos, pensó Charlie, una joven compleja.

—El día que Annabelle desapareció —continuó Charlie—, ¿pasó alguna otra cosa destacable?

Fredrik negó con la cabeza.

—¿Como qué?

—Como que discutieran, por ejemplo.

—Yo no la vi —contestó Fredrik—. Me marché de casa a las seis de la mañana y no volví hasta las siete de la tarde. Trabajo en Bäckhammar, en la fábrica papelera —añadió—. Hubo problemas con una de las máquinas y tuve que quedarme más tiempo. Cuando llegué a casa, Annabelle acababa de irse.

—¿Y Nora?

—Sí, ella sí estuvo en casa, así que ellas sí se vieron tanto antes como después del instituto.

—¿Sabe usted cómo estaban las cosas entre ellas?

—Nora me contó que discutieron por la hora de llegada, pero no fue nada grave. Siempre lo hacen cuando Annabelle va a salir.

—¿Suelen discutir por algo más?

—La mayoría de las veces sólo por lo que tiene que ver con normas y reglas.

Charlie tragó saliva y decidió preguntar lo que tanto le costaba preguntar:

—¿Alguna vez han sido, usted o su mujer, violentos con Annabelle?

—¿Qué clase de pregunta es ésa? —Fredrik la miró.

—Una simple pregunta rutinaria —respondió Charlie—. No se lo tome como algo personal.

—No, nunca lo hemos sido. No somos de ésos… ¿Cómo no voy a tomármelo como algo personal? Ahora resulta que también soy sospechoso.

—No, usted no es sospechoso de nada —lo tranquilizó Anders—. Tan sólo se trata, como le ha aclarado mi compañera, de una simple pregunta rutinaria.

Charlie se topó con la mirada de Anders, una mirada que decía que ya hablarían de lo que es una pregunta rutinaria y de lo que no lo es.

—¿Puede hablarnos de la relación que había entre Annabelle y William Stark? —inquirió Charlie.

Fredrik negó con la cabeza. Ni siquiera sabía que estuvieran saliendo. Había sido la propia policía la que lo había puesto al corriente hacía tan sólo un par de días. Bueno, sí sabía que salía con chicos, claro; ¿qué chica de diecisiete años no lo hacía? Pero que tuviera una relación… Ni a él ni a Nora les había dicho nada.

—Annabelle ha tenido bastante contacto con alguien que la ha llamado desde un móvil con tarjeta prepago. —Charlie le enseñó un papel con el número—. ¿Lo reconoce?

Fredrik negó con la cabeza.

—Pensé que igual era de algún familiar o alguien cercano, alguien que pudiéramos excluir de la investigación.

—No creo —dijo Fredrik—. Pero puedo comprobarlo más detenidamente. —Cogió el papel.

Se quedaron callados durante un buen rato. Luego, Charlie se aclaró la voz y preguntó si les permitirían ver la habitación de Annabelle.

Fredrik dijo que Olof ya había estado allí y que no había encontrado nada relevante.

—Ya, pero me gustaría verla de todos modos.

—Nora estará en la cama —repuso Fredrik—. Si es que se ha dormido… No quisiera hacer ruido y molestarla.

—Ya volveremos otro día —indicó Anders antes de levantarse—. Gracias por el tiempo que nos ha dedicado.

—Les acompaño al coche —se ofreció Fredrik—. Y perdónenme, yo también estoy agotado.

Se dirigieron a la salida. Al pasar frente a la escalera, Charlie pareció vislumbrar a Nora arriba, de pie junto a la barandilla.

—¿Le gustaría comentar alguna otra cosa? —le preguntó Charlie a Fredrik en la calle una vez cerrada la puerta de entrada.

—Estoy pensando en Nora. Me gustaría que recibiera… ayuda. No ha dormido casi nada desde… Se vuelve muy extraña cuando no duerme.

—¿Y no le han dado nada para dormir? —se extrañó Anders.

—Sí, pero no le hace efecto.

—¿Antes también tenía problemas para dormir? —terció Charlie.

—¿Por qué lo pregunta?

Charlie advirtió que Fredrik se puso en guardia.

—Porque ha dicho usted que se vuelve extraña cuando no puede dormir, como si fuese algo habitual.

—Ha pasado sus malas rachas. Ha estado enferma.

—¿De qué? —quiso saber Anders.

—De los nervios —dijo Fredrik con la cabeza gacha. Luego alzó la mirada como para comprobar que todas las ventanas de la casa se hallaban cerradas—. Ha estado mal de los nervios en varias ocasiones.

—¿Deprimida? —se interesó Charlie.

—Peor que eso. Se vuelve casi… Creo que se podría decir que se vuelve loca.

—¿Psicótica?

—Sí.

—Entonces ¿ha estado ingresada?

Fredrik asintió. Lo había estado unas cuantas veces, y ahora, con toda esa tensión, tenía miedo de que eso ocurriera de nuevo.

—Lo entiendo —dijo Charlie—. De verdad que lo entiendo.

—Me gustaría que alguien nos ayudara.

—Nos encargaremos de que venga alguien —lo tranquilizó Anders.

—¿Quién?

—Un psicólogo o un asistente social, alguien con quien hablar.

—¿Tenemos de eso en el pueblo?

Anders le aseguró que pronto recibirían ayuda.

Charlie esperó que no le hubiera prometido demasiado.

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