Annabelle

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Allí y entonces

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Allí y entonces

Rosa dice que si hay algo que siempre ha deseado es una hermana. Incluso se lo había rogado a Dios en sus oraciones.

—Y mira tú por dónde —dice mientras acaricia la mejilla de Alice—, es casi como para creer que existe a pesar de todo.

—Dios no existe —zanja Alice.

—Eso no lo sabemos —comenta Rosa propinándole un ligero golpe en el brazo. Alice se lo devuelve.

Rosa la golpea una vez más, en esta ocasión con un poco más de fuerza. No tardan en acabar rodando por la hierba.

—¿Te rindes? —pregunta Rosa. Se ha sentado a horcajadas sobre la cintura de Alice y le ha inmovilizado los brazos y las manos con sus rodillas.

—Me rindo —dice Alice entre risas.

—¿Ves como soy más fuerte que tú?

—Ya lo veo.

—Y que sepas una cosa —Rosa se inclina tanto hacia delante que su pelo le hace cosquillas a Alice en la cara—: si alguien te hace daño, tendrá su merecido. Lo digo en serio, Alice: tendrá su merecido.

Rosa no le teme a nada, ni siquiera a los chicos de los ciclomotores que avanzan hacia ellas hasta que están cerca, demasiado cerca. Rosa les escupe y los apunta con el dedo provocadoramente. Alice no entiende cómo se atreve. Acto seguido, uno de ellos detiene la moto, se levanta la negra visera del casco y le grita a Rosa que, como castigo, deberían follarla con pollas flácidas.

—¡A ti y a tu puta madre sí que deberían follaros con pollas flácidas! —le grita.

Alice mira a Rosa y espera el golpe.

Pero Rosa, en lugar de abalanzarse sobre el chico o de empezar a darle patadas a la moto, se echa a reír.

¿Qué amenaza era ésa? ¿Se supone que debía asustarse?

—Qué ridículo —dice Rosa cuando se van de allí—, como si yo me asustara de una cosa así.

Alice asiente con la cabeza, aunque apenas ha entendido nada de lo que se han dicho.

—Es que si la polla no está dura, no se puede follar. —Rosa la golpea en el costado—. Eso lo sabe hasta un niño.

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