Annabelle

Annabelle


Ese día

Página 28 de 90

Ese día

—«Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no lo sé». —Kalle dejó de leer el libro cuando Annabelle entró e intentó ir sigilosamente hasta su sitio.

—Llegas tarde —constató.

Annabelle asintió con la cabeza.

—Ayer también llegaste tarde, y a la de anteayer ni siquiera viniste.

—Estaba enferma. —Pensó que la obsesión que tenía Kalle por la asistencia resultaba enfermiza. ¿Por qué no se contentaba con sus buenos resultados como la mayoría de los demás profesores?

—Luego hablamos. Acabamos de empezar a leer una novela —le comunicó Kalle. Y, acto seguido, se dirigió al resto de la clase—: ¿Alguien puede decirle a Annabelle qué libro estoy leyendo?

Silencio absoluto. Kalle suspiró. Era increíble que nadie se acordara. ¡Pero si acababa de decirlo hacía tan sólo unos minutos…!

—El extranjero —respondió Annabelle—. El extranjero, de Albert Camus.

Kalle asintió con la cabeza; sí, exacto. Unas primeras líneas muy conocidas, al igual que el libro. Conocerlo formaba parte de la cultura general. Por eso era especialmente triste, pensó, que nadie recordara el título.

Annabelle se sentó. Kalle se aclaró la voz y retomó la lectura desde el principio. «Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no lo sé. He recibido un telegrama del asilo: “Madre fallecida. Entierro mañana”».

Annabelle pensó en su madre. Si ella muriera, no resultaría del todo imposible confundir los días de esa manera. Siempre había tenido una pésima noción del tiempo. Pero ¿se pondría triste? Un sentimiento de culpa se apoderó de ella por no saberlo a ciencia cierta. Era posible que hasta le supusiera un alivio. «Tal vez sea una psicópata —pensó—. Tal vez sea tan insensible como ese Mersault del libro». Intentó consolarse con la idea de que tampoco era tan raro, teniendo en cuenta que su madre le destrozaba la vida. En los últimos tiempos la cosa había ido a peor, porque no quería decirle exactamente adónde iba. Lo último que deseaba cuando quedaba con él era que su madre apareciera y se comportara como una loca.

La monótona voz de Kalle sobre el análisis literario que debían realizar se convirtió en un apagado murmullo de fondo. Annabelle miró por la ventana pensando en aquella primera vez con él. Ella estaba en el bar del motel, en el primer baile de la primavera. Había bebido demasiado y bajó a sentarse a orillas del lago para que se le pasara la borrachera. Y fue entonces cuando él apareció y se ofreció a llevarla a casa en coche.

Al principio lo único que pensó fue que él sólo trataba de ser amable, que ella nunca sería capaz de seducirlo; por eso se sorprendió tanto cuando él no le apartó la mano que ella le puso en la pierna. Le pidió que detuviera el vehículo en algún sitio y él así lo hizo.

La clase terminó pero Annabelle no se dio cuenta hasta que Rebecka le chasqueó los dedos frente a la cara. Cuando llegaron al pasillo, recibió la llamada de su madre.

El primer impulso de Annabelle fue no coger el teléfono, pero luego pensó que era mejor responder, porque, si no lo hacía, ella seguiría insistiendo; había llegado incluso a ir al instituto, y hasta le había montado una escena por no haber contestado con la suficiente rapidez.

—Sí… —respondió.

—Me han mandado un mensaje que dice que no has ido a clase de sueco.

Annabelle suspiró. Al final resultó que Kalle le había puesto falta.

—Llegué un poco tarde.

—¿Por qué?

—Porque… Bueno, es que me retrasé un poco, pero nada más. Oye, ahora no puedo hablar. Tengo clase.

Suspiró y colgó sin despedirse.

Rebecka se acercó.

—¿Mami? —inquirió ladeando la cabeza—. ¿Ha sido tu querida mamaíta la que te ha llamado otra vez?

—Sí. Qué gracioso, ¿verdad?

—No entiendo cómo no se cansa. ¿Cómo es posible que alguien pueda estar llamando a todas horas sin cansarse?

—Yo qué sé —dijo Annabelle—. Pero ya sabes que está… —Se calló al no saber cómo seguir. ¿Qué tenía su madre realmente? ¿Nervios? ¿Demencia?

—No te va a dejar salir esta noche.

—Me importa una mierda. Tengo que salir.

—Bueno, ¿me lo vas a contar ya? —Rebecka abrió su taquilla y soltó una palabrota al caerse un libro al suelo.

—¿Contarte qué?

—Contarme quién era. Total, si ya se ha acabado.

—Esta noche, ¿vale? —dijo Annabelle—. Prometo contártelo todo esta noche.

—Vale. Yo también tengo algo que contarte. Pero prométeme que no te vas a enfadar.

Annabelle asintió con la cabeza mientras pensaba que seguramente se enfadaría; eso es lo que pasaba siempre que la gente prometía no hacerlo.

—Se trata de William —anunció Rebecka—. William Stark —añadió cuando Annabelle se limitó a mirarla fijamente sin pronunciar palabra.

—Sé quién es.

—Y, entonces ¿por qué no dices nada?

—Continúa —le espetó Annabelle.

—Nos hemos… Es que él me llamó porque estaba muy triste cuando tú… Y nos hemos estado viendo y… ¡No te vayas! ¡Joder, Bella, no me hagas esto, no te vayas así!

Ir a la siguiente página

Report Page