Annabelle

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Quince minutos después de que la llamaran por teléfono, Rebecka estaba ya en la comisaría. Ese día no había ido al instituto. Los agentes se habían ofrecido a ir a su casa, pero ella les contestó que no se molestaran, que ya había salido. No obstante, había un pequeño problema, anunció Adnan cuando entró en el despacho de Charlie y Anders para avisarles de que ella ya había llegado.

—¿Qué problema? —se extrañó Charlie.

—Viene acompañada de su hermana pequeña.

—¿Por qué?

—No se lo he preguntado, pero supongo que su madre habrá tenido que ir a algún sitio.

—¿No la llevan a la guardería?

—Parece que no —respondió Adnan.

—¿Cuántos años tiene?

—Unos tres.

—Tendrás que ocuparte de ella —dijo Charlie.

—Estaba a punto de ir a hablar con los de Missing People.

—Pues que lo haga otro.

Adnan dio media vuelta mientras murmuraba algo. Le siguieron hasta la recepción donde, sentada en un sofá, se hallaba Rebecka con su hermana en las rodillas.

—No sabía qué hacer con ella —se excusó cuando Charlie se acercó a presentarse—. En la guardería tienen jornada de planificación escolar y mi madre está en el trabajo, y como, de todos modos, me faltan fuerzas para ir a clase…

—¿Quieres acompañarme a ver el coche patrulla mientras tu hermana habla un ratito con mi compañera? —le preguntó Adnan a la pequeña.

—Venga, Noomi, ve a ver el coche, anda —la animó Rebecka.

La niña soltó de mala gana la mano de su hermana.

Rebecka Gahm se sentó al otro lado de la mesa. Tenía diecisiete años, pero la ausencia de maquillaje la hacía parecer aún más joven.

—Qué bien que hayas podido venir tan pronto —dijo Charlie.

—Pues claro. Tampoco es que tenga cosas más importantes que hacer que ayudar a encontrar a Annabelle. Lo que pasa es que no sé qué más decir. Ya he hablado de esa noche.

—Sólo quería verte en persona —contestó Charlie—. Y mi colega también —señaló a Anders con la cabeza—. Hemos venido de Estocolmo.

—Sí, ya lo sé. Quiero decir que se ve, se nota en el acento.

Charlie sonrió y le contó lo que estaban haciendo. Rebecka escuchó con atención.

—¿Cuánto tiempo hace que Annabelle y tú sois amigas?

—Toda la vida; bueno, desde la guardería.

—¿Podemos decir, entonces, que la conoces bien?

—Sí, claro. Nadie conoce a Bella tan bien como yo.

—¿Cómo te pareció que estaba esa noche?

—Como una cuba.

—¿Y antes de eso?

—Yo estaba también bastante borracha cuando se pasó por mi casa, pero la vi bastante… alterada.

—¿Te dijo por qué?

—No, o quizá sí. Es que tengo unas enormes lagunas de memoria de esa noche.

—¿Sólo bebisteis? —preguntó Charlie—. ¿O tomasteis alguna otra cosa más?

—Sólo alcohol —dijo Rebecka mirando fijamente a los ojos de Charlie sin ni siquiera parpadear. Charlie pensó que tal vez había leído en alguna parte que así actuaba la gente que decía la verdad.

—¿Sabes a qué hora dejó Annabelle la fiesta?

—No, no exactamente. Pero sí la vi marcharse. Iba a fumarme un cigarrillo junto a la ventana justo cuando salió haciendo eses en dirección a la carretera. La llamé, pero no me contestó; y entonces bajé, aunque cuando llegué ya había desaparecido. Tampoco pude verla en la carretera a pesar de que eché a correr tras ella y la busqué un buen rato.

—¿Y por qué corriste tras ella?

—¿Que por qué? Pues porque estaba borracha. Tenía tal pedo que apenas podía caminar, y pensé que igual acabaría durmiendo en una cuneta, que no lograría llegar a casa en aquel estado… No debería haberme vuelto a la fiesta. Si hubiera seguido corriendo hasta alcanzarla y la hubiera acompañado a casa…

—No pienses eso —intervino Anders.

—Pues es lo que pienso —aseveró Rebecka—. Es justamente lo que pienso.

—¿En qué dirección se fue?

—La verdad es que no lo sé. Estuvo haciendo eses más que otra cosa.

—He oído que esa noche discutisteis —comentó Charlie—. ¿Puedes hablarme de eso?

Rebecka puso los ojos en blanco. Ya les había contado a Adnan y Olof lo de William.

—Cuéntamelo a mí —le pidió Charlie.

—Le tomé el relevo a Bella —dijo Rebecka—. Sí, me lié con William Stark, pero sólo porque ella ya no lo quería. Si no, nunca lo habría hecho.

Rebecka habló de William como si él fuera un objeto, una persona sin voluntad propia. Charlie se preguntó si también Annabelle haría eso, si ésa sería su forma de hablar entre ellas de los chicos que conocían.

—¿Te gusta? —le preguntó—. ¿William Stark te gusta?

—¿Y eso qué tiene que ver? —respondió Rebecka.

—Únicamente quería saber si te gusta.

—Sí, supongo que sí, pero no es que nos vayamos a casar ni nada por el estilo, ¿eh?

—¿Ya te gustaba cuando salía con Annabelle?

—¿Qué quieres decir? ¿No estarás insinuando que…?

—No estoy insinuando nada —la interrumpió Charlie—. Sólo pregunto.

Notó que la cara de Rebecka cambió de color, lo que la llevó a considerar que, ya que la había enervado tanto, igual merecía la pena continuar. Total…

—¿Tenías celos de la relación de Annabelle y William?

Rebecka negó con la cabeza. ¿Por qué iba a tener celos de eso? Y aunque los hubiera tenido, agregó, nunca nunca jamás le habría hecho daño a Annabelle.

—De todos modos —continuó—, no se mata a alguien sólo por un ataque de celos, ¿no?

—Te equivocas; la verdad es que es un motivo bastante frecuente.

—Yo nunca le haría daño a Bella por un tío —sentenció Rebecka—. Ni por ningún otro motivo. Jamás le haría daño. Y punto. ¿Es que no os ha quedado claro que la quiero, que ella es mi mejor amiga?

Levantó el brazo, lo puso sobre la mesa y les mostró el corazón que llevaba tatuado cerca de la muñeca: Becka and Bella forever.

—No es lo que creéis —se apresuró a decir cuando vio que Anders fijaba la mirada en los rojos arañazos que se extendían sobre el tatuaje—. Es por la fábrica, todos los que trabajamos en la fábrica tenemos los brazos así. Bueno, es probable que los míos estén un poco peor que los de los demás —añadió suspirando—, porque no puedo dejar de toqueteármelos.

—Pensaba que ibas al instituto —se extrañó Charlie.

—Y voy, pero trabajo algunos fines de semana. —Rebecka se acarició el tatuaje con los dedos—. Bella tiene uno igual. Nos lo hicimos el verano pasado. Y éste también. —Les enseñó la otra muñeca, donde tenía tatuado un punto y coma pequeño y azul—. Fue idea de Annabelle. Me explicó que representaba el hecho de que nuestra historia no terminaría aquí, que habría una continuación.

Rebecka sacó un clínex de su bolso y se sonó la nariz ruidosamente. Era como si intentara centrarse en otra cosa distinta de esas lágrimas que habían empezado a caer con insistencia sobre la mesa.

A Charlie también le entraron ganas de llorar. Había algo en la desafiante esperanza de Rebecka que hacía que resultara difícil controlar las emociones. «Ojalá sea una historia con continuación —pensó—, ojalá no se termine aquí».

—¿Por qué acabó la relación entre Annabelle y William? —quiso saber Anders.

—Supongo que no funcionó. Es que a Annabelle no se le da bien lo de tener novio… Bueno, lo cierto es que a ninguna de las dos se nos da bien.

—Entonces ¿fue ella quien rompió?

—William dice que lo decidieron juntos, pero a mí me parece que fue sobre todo Annabelle.

—¿Estaba triste? —preguntó Charlie.

—No especialmente, al menos que yo sepa.

Charlie miró los dedos de Rebecka. «Se muerde las uñas», constató cuando la mano de Rebecka se acercó a la cadena que llevaba en el cuello y de la cual colgaba una fina cruz de oro.

—¿Eres creyente? —Charlie señaló la cruz.

—No, no mucho. Me la regalaron en la confirmación.

—Annabelle sí que lo es.

Rebecka sonrió:

—Será una más de sus etapas.

Charlie le pidió que se explicara.

—Me refiero a que cuando le da por algo lo hace hasta el fondo, sea lo que sea. Ella suele decir que le gusta profundizar en diferentes temas para ver si le van o no. La próxima vez se meterá en una asociación científica o en… yo qué sé. —Rebecka carraspeó y continuó con una voz un poco más apagada—. Si es que hay una próxima vez…

—¿Dirías de ella que se deja manipular con facilidad?

—No —respondió Rebecka—. En absoluto. Annabelle es…, es muy lista. No es una persona que se deje dirigir así como así. Pero es muy curiosa. No he visto a nadie que tenga tanta curiosidad por todo como ella.

—¿Sabes si Annabelle ha abierto alguna cuenta en las redes sociales? —preguntó Charlie—, ¿una que sólo conozcan unos pocos?

—¿Como otra cuenta de Facebook? —quiso saber Rebecka—. Sé que antes tenía una donde ayudaba a la gente con cosas del instituto. Pero no creo que esté activa aún. Le robaba demasiado tiempo.

—¿A qué te refieres con lo de «ayudaba»? —preguntó Charlie al tiempo que cruzaba rápidamente su mirada con la de Anders.

—Hacía redacciones y trabajos.

—¿Y qué recibía a cambio?

—Dinero —contestó Rebecka—; dinero, alcohol o tabaco.

—¿Sabes qué nombre tenía?

—«El guardián entre el centeno». Muy apropiado, ¿verdad? —Rebecka tragó saliva unas cuantas veces mientras miraba por la ventana. Sus rodillas habían empezado a pegar saltos bajo la mesa.

—Voy a salir a fumar —dijo Charlie. Y no le importó la escéptica cara que puso Anders—. ¿Me acompañas?

Rebecka asintió con la cabeza y se levantó.

Salieron al patio. Dos niños que parecían demasiado pequeños como para estar solos jugaban en la arena de un parque que había un poquito más allá de donde ellas se encontraban. Tras ofrecerle un cigarrillo a Rebecka, Charlie cogió otro.

—Ya no duermo por las noches —le confesó Rebecka para, a continuación, darle una buena calada al cigarrillo—. Aunque haya estado todo el día buscándola, no puedo dormir, y las contadísimas veces que consigo dar una cabezada, sueño con ella. —Se frotó la cara con el dorso de la mano.

—¿Y qué sueñas?

—Un montón de cosas raras. Sueño que somos pequeñas y que vamos a la guardería, donde nos escondemos dentro de un gran barco que tenían en la sala de juegos. Solíamos escondernos allí cuando no nos gustaba la comida o cuando habíamos hecho algo malo. En el fondo del barco había una especie de agujero que era demasiado pequeño para que las profesoras pudieran pasar por él. Nos intentaban sobornar, nos amenazaban y nos regañaban para que saliéramos de allí, pero no les hacíamos ni caso. Ya no está. El agujero, quiero decir. Una vez que fui a buscar a mi hermana vi que lo habían tapado.

Permanecieron un rato en silencio.

—Hace un calor insoportable —comentó Rebecka—. Si hubiese sido un día normal, Annabelle y yo habríamos ido a La pequeña Rodas. Es un sitio para bañarse —aclaró—, no es la isla de Rodas.

Charlie sonrió.

—Si hubiese sido un día normal, habríais estado en el instituto, ¿no?

—Sí, claro. —Rebecka tiró la colilla al suelo. Acto seguido se arrepintió, la apagó con el pie y la recogió—. Nunca sabes lo que se pueden meter en la boca —explicó mientras señalaba con la cabeza a los niños del parque.

—Ahí tienes un cenicero —dijo Charlie—. ¿Te apetece otro?

—¿Tú eres de verdad? —preguntó Rebecka con tono serio—. O sea… Toda esta… amabilidad… ¿Es alguna estrategia para hacerme hablar?

—Bueno, tú quieres hablar, ¿no?

Rebecka asintió y cogió otro cigarrillo del paquete que Charlie le alargó.

—Has dicho que Annabelle estaba alterada —comentó Charlie—. ¿Qué crees que le pasaba? ¿Qué solía alterarla?

—Bella se altera con mucha facilidad —contestó Rebecka con una sonrisa—. Tiene un temperamento bastante fuerte, es muy impetuosa y se acalora con cualquier cosa. Pero supongo que lo que más la saca de quicio es la actitud de su madre. —Rebecka se echó hacia delante para dejar que Charlie le encendiera el cigarrillo—. Discuten mucho. Bella siempre decía que Nora le producía una sensación de asfixia.

—¿A qué crees que se refería?

—Pues es bastante obvio, ¿no? A que la enfermiza necesidad que tiene su madre de controlarla estaba a punto de asfixiarla.

—¿Cómo ves tú a Nora?

—¿Que cómo la veo?

—Sí.

—Veo que no está bien de la cabeza. A esa mujer le pasa algo grave.

—¿Cómo es contigo? —preguntó Charlie—. ¿Cómo es Nora contigo?

—Creo que no le caigo muy bien. Que quizá piense que soy la culpable de haber arrastrado a su hija a la mala vida.

—¿Y lo has hecho?

—En tal caso nos hemos arrastrado mutuamente. —Rebecka dio una larga calada—. Una cosa está clara, y es que a Annabelle nadie la arrastra a nada que no quiera. Annabelle es una chica dura.

—¿Tiene enemigos?

—Tanto como enemigos tal vez no, aunque sí hay gente que no la soporta. Pero es porque es muy lista, creo, porque destaca mucho. Esas cosas pueden hacer que seas muy odiada aquí.

—¿Estás pensando en alguien en particular?

—No, en general. Y eso que ha tenido algún que otro encontronazo con Svante Linder. Sin embargo, ahí me parece que es más bien ella la que lo odia a él, y no al revés.

—¿Discutieron esa noche?

—No más de lo habitual, creo. Aunque no pasé todo el tiempo con ella, es que yo estaba allí arriba… con William.

La puerta se abrió detrás de ellas. Era Adnan, que venía con la hermana de Rebecka, todo llorosa. La pequeña tenía los ojos rojos y la nariz llena de mocos.

—Quiere irse a casa —anunció Adnan.

Rebecka cogió a la niña y, con mano ducha, se la colocó a horcajadas en una cadera. La pequeña hundió el rostro en el cuello de su hermana, quien le acarició la espalda y le dijo que ya se iban a casa y que prepararían tortitas con nata y mermelada.

Como una madre, pensó Charlie, como una madre que consuela a su hija.

Adnan volvió adentro.

—Si necesitas algo más, llámame —le pidió Rebecka.

—Rebecka —dijo Charlie cuando la chica ya había echado a andar—: ¿Qué crees tú que le ha sucedido a Annabelle?

—¿Que qué creo yo? —Rebecka se detuvo, se dio la vuelta y miró a Charlie—. Espero que se haya largado. Es lo que yo habría hecho con una madre tan pesada. No paro de llamarla y de mandarle mensajes al móvil con la esperanza de que me conteste, de que me diga que se ha marchado, que está sana y salva.

—Pero ya ha pasado casi una semana —le recordó Charlie.

—Sé perfectamente el tiempo que ha pasado. Sólo te he dicho lo que espero que haya ocurrido. Ahora tengo que ir a casa con ésta. —Señaló con la cabeza a su hermana pequeña—. Te llamaré si me acuerdo de algo más.

Rebecka cogió a Noomi a caballito. La pequeña se echó a reír. Antes de volver a entrar en la comisaría, Charlie las siguió con la mirada hasta que desaparecieron tras la esquina.

—¿Alguna novedad? —De repente, Micke apareció tras ella. Charlie pegó un grito y él se echó a reír: no sabía que fuera tan asustadiza.

—Es que no te he oído acercarte —contestó Charlie—. Tengo que conseguir hablar a solas con Nora Roos —continuó.

—De modo que crees que Nora…

—No creo nada, pero necesitamos averiguar más cosas de lo que está pasando en esa familia, ¿por qué Nora controla tanto a su hija?, ¿por qué…? Bueno, supongo que entiendes lo que quiero decir. ¿Podrías también comprobar una cuenta de Facebook? «El guardián entre el centeno» se llama. Annabelle la tenía como plataforma para hacer los trabajos de otros alumnos y cobrarlos.

—De acuerdo —dijo Micke.

—Y conciértame una entrevista con William Stark. Debo hablar con él.

—¿Ahora?

—Dentro de una hora. Antes tengo que hacer una gestión.

—¿No comes con nosotros? —quiso saber Micke—. Vamos a pedir algo del motel.

—No, no te preocupes; ya me pillaré cualquier cosa.

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