Annabelle

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Se hallaban reunidos de nuevo en la comisaría. El grupo que Charlie veía ante sí se encontraba ligeramente resignado. Repasaron la información que tenían sobre ese desconocido, el posible amante. Identificarlo era de suma importancia, sentenció Charlie. Por eso les pidió una lista de todos los hombres con los que Annabelle había estado en contacto. Debían hablar con los amigos de la familia, los padres de los amigos, los profesores… Con todo el mundo. Así sabrían, por lo menos, a quién eliminar. Micke la interrumpió para comunicarle que ya lo habían hecho. Habían hablado con casi todas las personas del entorno de Annabelle, cosa que ella ya sabía. Charlie dijo que ampliarían el círculo mientras continuaban investigando más a fondo a los más cercanos. Y que había que volver a comprobar todas las coartadas. Charlie no supo cómo seguir sin revelar su procedencia ni insultar a nadie. Micke sólo tardó un par de segundos en replicarle:

—¿Quieres decir que las coartadas son menos fiables aquí que en otros lugares?

—Lo que quiero decir es que éste es un lugar pequeño, que mucha gente tiene vínculos entre sí. —Fue incapaz de resistirse a mirar a Anders y poner los ojos en blanco antes de proseguir—. No te olvides de averiguar si alguien cercano a Annabelle cuenta con otro teléfono con tarjeta prepago. ¿Habéis vuelto a hablar con Rebecka?

—Antes no conseguimos contactar con ella, pero la llamo ahora mismo —comentó Adnan.

—Muy bien. Dile que es importante y que lo de guardar un secreto ya no vale.

—Charlie —terció Micke—, ya lo ha pillado. No somos tan cortos de luces por estos lares.

—Y pregúntale si reconoce esta letra —continuó Charlie ignorando el comentario de Micke y levantando su teléfono para mostrarles el poema antes de enviarle la foto a Adnan.

Micke preguntó de qué se trataba y Charlie le respondió que lo había encontrado en una de las paredes de la vieja tienda.

—Yo creía que eso era cosa de los técnicos —dijo Micke.

—Sí, pero no han hecho muy bien su trabajo.

—¿Y tú qué vas a hacer?

—Anders y yo vamos a ir a casa de los padres.

—¿Crees que es buena idea? —preguntó Olof—. Es que Nora está muy alterada… No sé qué podría aportar ir allí ahora.

—La de ayer fue una visita muy breve. Hay algo en esa familia que me da una sensación de… No sé, no sé muy bien de qué. Además, también quiero echarle un vistazo a la habitación de Annabelle.

—Ya la hemos registrado nosotros —repuso Olof—. Y no hemos encontrado ningún diario ni ninguna otra pista.

—Lo sé, pero aun así me gustaría verla —dijo Charlie—. Iremos Anders y yo, y luego nos acercaremos al instituto para hablar con los profesores. Micke, llama al director y avísale de que vamos a ir.

Fredrik los recibió con el mismo atuendo del día anterior. Charlie se apresuró a decir que no tenían ninguna novedad, pero que desearían ver la habitación de Annabelle y hablar un poco con ellos.

Esta vez no les ofreció café. Se limitó a invitarlos a pasar a la cocina y a preguntarles qué querían saber.

—Hemos estado pensando en lo de la relación que hay entre Nora y Annabelle, lo de que Nora es… un poco sobreprotectora con Annabelle. ¿Sabe a qué puede deberse?

Fredrik se quedó mirándolos y respondió que no. Su mujer siempre había sido así. Nada más. Ya se lo había dicho; ¿adónde querían ir a parar?

—Lo único que queremos saber es si existe alguna razón especial, si Nora tiene algún motivo especial para pensar que alguien deseaba hacerle daño a Annabelle.

—No —sentenció Fredrik—. Me lo habría dicho. Supongo que es, simplemente, porque algunas personas se preocupan más que otras —apostilló.

—Entonces lo dejamos en eso —zanjó Charlie antes de levantarse—. ¿Le importa si le echamos un vistazo a la habitación de Annabelle?

Fredrik les pidió que no hicieran mucho ruido porque Nora se encontraba descansando en el dormitorio de enfrente.

De camino a la habitación de Annabelle se cruzaron con Hannes en la escalera. Llevaba puestos unos vaqueros y una camisa con alzacuellos.

—Está durmiendo —se adelantó a anunciar señalando con la cabeza la planta de arriba—. Me he quedado un rato en la puerta y ahora iba a bajar a por un poco de café. No quiero despertarla.

—No haremos ningún ruido —le contestó Charlie.

Las paredes de la habitación de Annabelle eran de color rosa, como si se tratara de la habitación de una chica mucho más joven. Por encima de la cama había un dosel de color blanco, y, sobre ella, unas muñecas y unos cuantos ositos de peluche alineados entre unos cojines con fundas de encaje. En una de las paredes había un escritorio y un corcho con fotografías. Charlie se inclinó hacia delante para mirarlas de cerca: Annabelle a lomos de un caballo y con los ojos entornados, una Annabelle sonriente y mellada de los dientes de arriba, Fredrik con una pequeña y regordeta Annabelle comiéndose un helado en la playa… Y, luego, las fotos más recientes: una chica guapa y ligeramente pelirroja abrazada a unos amigos casi igual de guapos.

Charlie se acercó a la librería y leyó algunos de los títulos de los libros: Los juegos del hambre, El círculo, Alicia en el país de las maravillas…; y en los estantes superiores Matar a un ruiseñor, Crimen y castigo, El extranjero… A esta chica, pensó Charlie, le gusta leer.

—¿No resulta raro que una persona a la que le gusta tanto leer no parezca haberse dedicado a escribir? —preguntó.

Una cosa no tenía por qué estar relacionada con la otra, opinaba Anders.

—A menudo sí que lo está.

—Quizá tenga un buen escondite. O tal vez anote cosas en el móvil.

Charlie abrió la puerta del armario. Los collares que colgaban de un gancho sonaron estrepitosamente.

—Parece gustarle la ropa bastante atrevida —comentó Anders cuando vio colgada una colección de vestidos de todo tipo de colores y dibujos.

Charlie no dijo nada. Se limitó a pasarlos uno por uno. Ella no diría que fueran atrevidos, sino más bien… originales.

Anders registró los cajones del escritorio. Allí no había nada raro: bolígrafos, gomas de borrar, un cuaderno de cálculo repleto de ecuaciones de segundo grado…

En la mesilla de noche había una cajita de pastillas Ipren y un paquete de chicles. Charlie se arrodilló, levantó los faldones de la ropa de cama y miró debajo de ella. Nada.

De pronto apareció Fredrik en la puerta. Llevaba unos libros en la mano.

—¿Cómo va? —preguntó—. ¿Han encontrado algo interesante?

—Es más bien que nos interesa hacernos una imagen global de quién es su hija —respondió Charlie.

—¿Podrían hacerme un favor?

—Sí, claro —dijo Charlie.

—Es que resulta que… Annabelle siempre estaba muy pendiente de devolver los libros a tiempo. —Fredrik entró y dejó los libros sobre el escritorio—. Y tenía que devolver éstos a la biblioteca.

—Estoy seguro de que los bibliotecarios serán indulgentes con el retraso —contestó Anders.

—Ya los devolvemos nosotros —dijo Charlie—. No hay ningún problema. Nos alojamos en el motel, así que la biblioteca nos pilla cerca.

—Me he acordado también del grupo de lectura —añadió Fredrik—. Me suena que Annabelle habló de crear un grupo de lectura, pero no sé si salió. Quizá no le resultara tan fácil encontrar gente dispuesta a apuntarse.

—Lo preguntaremos —dijo Charlie. Cogió los libros y salió de la habitación con Anders.

La puerta del dormitorio de Nora se hallaba entreabierta. Estaba llorando. «Mi niña —decía entre sollozos—, mi querida niña». Luego se oyó la voz del pastor. La instaba a que rezaran juntos. Que rezaran para que encontraran a Annabelle y para que volviera sana y salva.

—Tráeme más agua —le pidió Nora—. Necesito más agua y algo más para dormir. No quiero seguir despierta.

El pastor salió al pasillo justo cuando Charlie y Anders se disponían a bajar la escalera.

—¿Cómo está? —se interesó Charlie—. ¿Cómo se encuentra?

—Mal —respondió Hannes—. Aunque se ha tranquilizado un poco con el rezo —comentó dirigiéndose a Fredrik—. Quiere más pastillas —agregó.

Fredrik dijo que estaban en la encimera de la cocina.

—¿Puedo usar el baño? —preguntó Charlie.

Fredrik asintió con la cabeza señalando una puerta que se hallaba al otro lado del pasillo.

—Está allí.

En cuanto todos bajaron la escalera, Charlie se dirigió al dormitorio de Nora. Nora se encontraba medio tumbada en la cama con el pelo enmarañado y la cara roja por el llanto. Apenas reaccionó cuando Charlie entró.

—Nora —dijo Charlie—, me gustaría hablar un poco con usted. —Se acercó a la cama—. Me gustaría saber si hay algo de Annabelle que no nos haya dicho.

Nora negó con la cabeza.

—He oído que ha estado usted bastante… bastante preocupada por ella. ¿Por algún motivo en especial?

No hubo respuesta. Charlie iba a reformular la pregunta cuando Nora se aclaró la voz y contestó:

—El mundo es malo.

—¿Qué quiere decir?

—Que ése es el motivo. Que quiero protegerla.

—¿Hay algún mal en concreto en el que esté pensando? ¿Les ha amenazado alguien?

Nora negó con la cabeza. El mundo era malo, simplemente. El mundo y la gente que lo habitaba. Eso era todo.

—¿Qué te ha dicho Nora? —le preguntó Anders ya en el coche—. Porque imagino que no fuiste al baño.

—Que el mundo es malo y la gente que lo habita también; y que por eso quería proteger a su hija.

—¿Pensaba en algo concreto?

—Si lo piensa, no he podido sacárselo. No resulta fácil hablar con ella.

—Bueno, al menos lo has intentado.

—¿Qué opinas del pastor? —le espetó Charlie—. ¿Podría ser él el amante?

—¿El pastor? —Anders se volvió hacia ella.

—Sí, no sólo es pastor… —respondió Charlie—. También es un hombre…

—¿No te parece que tiene mucho que perder arriesgándose a algo así? —le preguntó Anders.

—A eso me refiero precisamente. Tengo la sensación de que sabe más de lo que nos ha contado. Hay que hablar otra vez con él.

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