Annabelle

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El Colegio Central de Gullspång lo conformaba un gran edificio de ladrillo naranja con curiosos pabellones y añadidos. En la parte contigua al aparcamiento se encontraba el instituto, donde Charlie no llegó a estudiar. Ni siquiera terminó noveno curso, el último de la enseñanza obligatoria, que se cursaba en el edificio más grande del complejo. Levantó la mirada y pensó en los años que había pasado allí. El colegio… Ella era uno de esos niños raros a los que les encantaba. Lo empezó con una maestra de cálido regazo y suave voz a la que le sucedió un maestro que la animó a leer y que la dejó avanzar por los libros de matemáticas hasta los niveles superiores. Poco importaba que Betty olvidara acudir a las reuniones de evaluación y a las de los padres, o que nunca se preocupara de ayudarla con los deberes, porque Charlie se las apañaba estupendamente. «De alto rendimiento —la había definido una profesora en séptimo curso—. Nada ni nadie podrá detenerte, excepto tú misma —había añadido». No era verdad, se dijo Charlie ahora; había numerosos factores que podían detenerla, factores sobre los que ella no podía ejercer ningún control. Pensó en Betty y Mattias, que a menudo le impedían dormir por las noches no sólo los fines de semana, sino también entre semana. Si no era Betty tocando el piano era Mattias con la guitarra. «Tócame algo, cariño. Eres la primera persona con oído absoluto que conozco».

Un olor a piedra, fósiles y libros se apoderó de ella cuando abrieron la pesada puerta doble de la entrada del instituto. Las clases habían terminado y los pasillos se hallaban vacíos y en silencio.

La directora los recibió en su despacho, que se encontraba junto a la recepción. Les habló de lo conmocionados que estaban todos los alumnos. En el pequeño Gullspång no acostumbraban a tener ese tipo de sucesos. Si un niño desaparecía, siempre acababan encontrándolo, y todos…, bueno, todos se conocían y…

—¿Hay algo que quiera usted contarnos de Annabelle? —preguntó Anders.

—Ya se lo he dicho a sus colegas —respondió la directora—: Annabelle es nuestra mejor alumna. Es cierto que de un tiempo a esta parte llegaba tarde con frecuencia y que incluso ha faltado a algunas clases, pero por lo demás… Por lo demás no hay mucho más que contar.

—¿Los retrasos y las ausencias —intervino Charlie— se han producido sólo últimamente?

—Creo que sí, pero si quieren ustedes, puedo comprobarlo en el sistema.

—También necesitaríamos una lista de todos sus profesores —le pidió Charlie.

—Sí, claro. —La directora encendió su ordenador y suspiró por lo lenta que era la intranet del centro—. Todos los nombres de los profesores aparecen abreviados —explicó—, de modo que les anotaré los nombres completos al lado.

Cogió un bolígrafo y empezó a escribir. Charlie le pidió que apuntara también la edad. La directora alzó la vista y comentó que, en ese caso, tendría que mirar los contratos para no equivocarse.

—De acuerdo —dijo Charlie—. El padre de Annabelle nos ha dicho que su hija quería crear un grupo de lectura. ¿Sabe usted algo de eso?

—No —contestó la directora—. Pero pregunten en la biblioteca, se encuentra al final del pasillo. Quizá allí sepan algo. Creo que aún está abierta. Si la impresora no me da problemas, les entregaré la lista ahora mismo.

De camino a la biblioteca, Anders recibió un SMS. En ese instante, Charlie se dio cuenta de que se le había olvidado preguntarle por su hijo.

—¿Es Maria? —inquirió—. ¿Está bien el niño?

Anders asintió con la cabeza y le respondió que le había bajado la fiebre.

Al entrar en la biblioteca no vieron a nadie. Charlie se acercó al mostrador e hizo sonar la campanilla. Acto seguido, un hombre salió de un despacho con unos papeles bajo el brazo.

—¿Puedo ayudarles en algo? —preguntó.

Charlie observó su ajustada camisa de color azul claro. El hombre no se parecía en absoluto a lo que ella esperaba encontrar. En su opinión, el personal de una biblioteca de instituto debía ser una mujer de mediana edad con ropa de alegres colores y grandes bolsillos; y en el caso de que se tratara de un hombre, había de ser una persona flaca, con gafas y grandes manos. Sin embargo, este bibliotecario era un hombre atlético de unos treinta y cinco años que se presentó como Isak Sander y que les estrechó la mano con firmeza y autoconfianza. Charlie y Anders le dijeron quiénes eran.

—¿Podemos hablar un momento con usted? —preguntó Charlie.

—Sí, claro —respondió Isak—. Pero pasen al despacho. Hay más sillas.

Los invitó a pasar a un cuarto que se hallaba por detrás del mostrador. En un escritorio había una fotografía de cuatro chicos rubios con amplias sonrisas.

«De modo que es aquí donde trabaja —pensó Charlie—. Aquí está el marido ausente de Susanne». Charlie se había hecho la idea de que trabajaba en una oficina, pero ahora resultaba que era bibliotecario.

—No sé muy bien en qué puedo ayudarles —se excusó Isak—. Pero espero de verdad que la encuentren pronto. Esta… desaparición ha inquietado mucho a todo el pueblo.

—¿Conoce bien a Annabelle? —preguntó Charlie.

—¿Conocer? Bueno, es una alumna del instituto, una de las personas que más libros saca de la biblioteca, pero yo no diría que la conozco. Hemos hablado un poco de libros para lo del grupo de lectura que montó.

—Ah, entonces ¿llegó a organizarlo? —se sorprendió Charlie.

—Sí —confirmó Isak.

—¿Y sabe quién más participaba en él?

—Rebecka —dijo Isak—. Rebecka y otras chicas de su clase. Y también William Stark y, a veces, el chico que trabaja en el motel, Jonas.

—¿Jonas Landell?

—Sí, si no me equivoco, ése es su apellido.

—Entonces ¿el grupo de lectura no era sólo para alumnos del instituto?

—No —aclaró Isak—. No veo ningún motivo para excluir a alguien de un grupo de lectura sólo porque tenga unos cuantos años más que sus amigos.

—No me refiero a eso —explicó Charlie—, sino a que me parece raro que un chico que ha terminado el instituto quiera participar en él.

—Bueno, aunque no lo crea, hay muchos chicos interesados en la literatura —repuso Isak con una sonrisa.

Sí, seguro, pensó Charlie, pero lo más probable era que le interesara una chica del grupo.

Sonó la campanilla del mostrador. Era la directora. Isak la invitó a pasar al despacho.

—Aquí tienen la lista con los nombres y los números del carnet de identidad —dijo—. No están sólo los profesores, sino también todos los trabajadores del colegio. Sí, tú también, Isak —le aclaró con una sonrisa—. Tú, y los conserjes, y el personal de limpieza… En fin, todos. He marcado a los que le dan clase a Annabelle —explicó al entregarle los papeles a Charlie—. Y, en cuanto a lo de las faltas de asistencia…, se han incrementado un poco durante las últimas cinco semanas, aunque no es especialmente raro que muchos estudiantes se sientan más cansados en primavera.

Charlie le dio las gracias y se levantó.

—Ya nos pondremos en contacto si necesitamos volver a hablar con alguno de ustedes —añadió—. Y si se les ocurre cualquier cosa con respecto a Annabelle, lo que sea, llámennos enseguida, por favor.

De camino al aparcamiento, Charlie empezó a leer los nombres de la lista. Había tres hombres que le daban clases a Annabelle. Dos de ellos se acercaban a la edad de jubilación y el otro rondaba los cuarenta años. Continuó leyendo hasta llegar a los conserjes y al resto del personal.

—Quizá deberías esperar a estar en el coche —dijo Anders cuando vio que Charlie se tropezó.

Una vez sentados, Charlie sacó un boli del bolso y se puso a marcar a todas las personas con las que debían hablar en primer lugar.

—El profesor de sueco, Kalle, es el más interesante —sentenció Charlie—. Es el más joven de sus profesores masculinos y enseña una materia que le gusta mucho a Annabelle.

Cogió el móvil y llamó a Adnan para pedirle que contactara con Kalle.

—¿Y qué piensas del bibliotecario? —le soltó Anders mientras enfilaba la calle.

—Conozco a su mujer —dijo Charlie—. Es una amiga de la infancia.

—Vale, pero ¿qué piensas de él?

—No pienso nada —le contestó Charlie—. Pero marcaré su nombre. Y también el de Jonas Landell —continuó—. ¿Qué hace en un grupo de lectura del instituto?

—Bueno, ya has oído lo que ha dicho el bibliotecario. Hay muchos chicos que se interesan por la literatura.

—¿No crees, entonces, que sea por Annabelle?, ¿que también él esté enamorado de ella?

—No lo sé —respondió Anders—. Pero gracias al interrogatorio que se le hizo nos enteramos de que, al parecer, se veían bastante a menudo; de que él casi ejercía de chófer particular. Solía llevarla en su coche.

—¿Llevarla adónde?

—Adonde ella quisiera, a casa de sus amigos, a las fiestas de la vieja tienda…

—¿Y comentó qué tipo de relación tenían, lo que sentía por ella?

—Decía que eran buenos amigos, nada más. Que ella estaba saliendo con William…

—De todos modos, hay que preguntarle por el grupo de lectura.

Unas horas después, de nuevo en la sala de reuniones de la comisaría, Adnan contó que Rebecka había confirmado la información facilitada por Jonas: Annabelle se veía con alguien. Rebecka se lo había callado porque le había prometido a Annabelle que no se lo diría a nadie y porque no quería que Nora enloqueciera. Y también porque al principio pensó que Annabelle volvería, y luego no lo comentó porque tenía miedo de que pensaran que mentía. Y, bueno, tampoco sabía quién era él. Y además ya habían roto… Annabelle le había prometido contárselo todo a Rebecka la misma noche en la que desapareció, pero no llegó a hacerlo. Lo único que Rebecka sabía era que se trataba de un hombre mayor. Tampoco se acordaba del apodo que Annabelle había usado en alguna ocasión para referirse a él. Únicamente recordaba que empezaba por erre y que sonaba a inglés.

Micke había conseguido hablar con Kalle, el profesor de sueco. Él no tenía ninguna relación especial con Annabelle. Ella era la mejor estudiante que había pasado por sus clases, pero no eran amigos y nunca se habían visto fuera del instituto. También contaba con una coartada muy sólida para esa noche, ya que estuvo en urgencias con su madre, que había sufrido un derrame cerebral.

—¿Os vale eso como coartada? —preguntó Micke dirigiéndose a Charlie y a Anders.

—¿Y el poema de la pared? —inquirió Charlie mirando a Adnan.

—Ignoraba quién lo había escrito —respondió Adnan—. No reconoció la letra, de modo que no es la de Annabelle. ¿Por qué insistes tanto en ese poema?

—No es que insista —le aclaró Charlie—. Pero creo que la persona que lo ha escrito… tal vez experimente fuertes sentimientos por Annabelle.

—¿Por qué? —quiso saber Adnan.

—¿No lo leísteis? —dijo Charlie.

—Sí.

Charlie suspiró y recitó de memoria la segunda estrofa:

I was a child and she was a child,

In this kingdom by the sea,

But we loved with a love that was more than love—

I and my Annabel Lee—

With a love that the winged seraphs of Heaven

Coveted her and me.

Olof, Micke y Adnan se quedaron mirándola sin pronunciar palabra.

—¿Por qué te lo has aprendido de memoria? —se extrañó Adnan.

—Bueno, se me da bien recordar textos. Simplemente. De todas formas, creo que es importante averiguar quién lo ha escrito.

—Creía que lo que estábamos haciendo era buscar a un amante de cierta edad —dijo Micke—, así que supongo que no debemos hacerlo entre los que van a las fiestas de la vieja tienda.

—Quizá no sea ninguno de ellos —comentó Charlie—. Quizá se trate de alguien con el que Annabelle se ha visto allí en secreto.

—Me cuesta un pelín seguir tu razonamiento —confesó Micke.

—¿Por qué? ¿Cuál es el problema? —se asombró Charlie—. ¿Cuál es realmente tu problema?

—¿Eh? —Micke puso una cara de fingida sorpresa—. No, no, ninguno, sólo he dicho que me cuesta un poco seguirte.

«Ése no es mi problema», pensó Charlie.

—Es que no parece que lo haya escrito alguien mayor —continuó Micke—. Al principio se dice que los dos eran niños.

—Quizá no debamos interpretarlo todo al pie de la letra —repuso Charlie.

—Y quizá tampoco debamos obsesionarnos con unas cuantas palabras garabateadas en una pared —soltó Micke mientras le lanzaba una airada mirada a Charlie.

—¿Y qué tal en el instituto? —preguntó Olof—. ¿Alguna novedad?

—Annabelle ha faltado a clase algunos días. Nos han dado una lista de todos los profesores y de los otros trabajadores del colegio —respondió Charlie depositando los papeles en la mesa—. He marcado a todas las personas con las que debemos hablar. Ya nos hemos entrevistado con el profesor de sueco, pero nos faltan unos cuantos. Vamos a intentar averiguar si alguno de ellos tiene un móvil con tarjeta prepago. También hemos sabido que Annabelle creó un grupo de lectura en el instituto en el que participaban tanto William Stark como Jonas Landell. Creo que debemos volver a preguntarle a Jonas qué tipo de relación mantenía con Annabelle. ¿Podrías encargarte de ello? —Charlie se dirigió a Adnan.

—Sí, claro. Ahora mismo.

—Por cierto, ¿has conseguido contactar con alguien que se pueda ocupar de la tortuga?

—Sí, pronto estará en buenas manos. Pero existe el riesgo de que sufra daños irreversibles por culpa de esa agua llena de colillas —se lamentó Adnan con una sonrisa.

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