Annabelle

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Allí y entonces

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Allí y entonces

Y un día Rosa le habla de la niña, de la hermana que habría tenido si no hubiera sido por ese loco hijo de puta que se presentó una vez en casa y empezó a pegarle a su madre en el estómago; no paró de darle golpes y patadas hasta que la niña murió y salió.

Alice se queda callada. Espera que Rosa le diga que es una broma, que es muy fácil engañarla. Pero Rosa no dice nada de eso, sino que se limita a sacar la pitillera donde guarda los cigarrillos, encender dos y darle uno a Alice. Luego empieza a hablar de la sangre:

—No he visto tanta sangre en mi vida. No pensaba que una persona pudiera tener tanta sangre en el cuerpo.

—¿Cómo sabes que era una niña? —pregunta Alice al cabo de un rato.

Y Rosa contesta que lo vio perfectamente. Si no, ¿cómo iba a saberlo…? Todo estaba ya desarrollado: las uñas, el pelo, las cejas… Todo. Todas y cada una de las partes del cuerpo, incluso los pulmones. Pero ¿qué más daba eso si no podía respirar? ¿Qué más daba que fuera totalmente perfecta si había muerto? Y luego Rosa le habla de todos los ceros del número de teléfono de emergencias, 90000. Era como si no acabaran nunca.

—¿Y eso cuándo pasó? —pregunta Alice.

—Cuando yo tenía siete años —responde Rosa—. Acababa de cumplirlos.

—¿Y quién era ese hombre?

—¿Quién?

—El hombre violento.

Rosa le da una profunda calada al cigarrillo.

—Sólo un hombre normal y corriente.

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