Annabelle

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—¿Está abierta la cocina todavía? —preguntó Charlie cuando llegó al bar.

—¿Por qué no iba a estarlo? —dijo Erik—. Yo estoy aquí.

Charlie se sentó a la única mesa que quedaba libre. Esta noche lo que había en el menú era el famoso salmón de Gullspång. Anders la telefoneó y le dijo que se había comprado una pizza. Se la comería en la habitación y luego se acostaría. Charlie se molestó consigo misma al oírse responderle que ella también se acostaría pronto, en cuanto terminara de cenar; le molestó sentir esa necesidad de explicárselo.

El cantautor ya se había subido al escenario. Parecía cansado; tal vez se hubiera pasado el día participando en las batidas, como la mayoría del pueblo. Ahora cantaba una canción bien conocida:

Sí, allí quiero vivir, sí, allí quiero morir.

Si alguna vez de Värmland me busco una moza,

sé que nunca me voy a arrepentir.

Charlie estaba tomándose una copa de vino cuando apareció Johan, el de Missing People.

—¿Un día largo? —inquirió antes de sentarse junto a ella sin pedir permiso.

Ella asintió. Un día jodidamente largo.

—¿Te has enterado de que la policía ha cogido a un chico? Creo que se trata de uno de los macarras del lugar. —Johan le pegó un trago a su cerveza—. Espero que se resuelva pronto, porque da la sensación de que todo el pueblo está a punto de estallar.

Charlie no dijo nada.

—¿Quieres algo más? —Le señaló la copa, casi vacía.

—Sí, otro vino blanco. Gracias.

Johan se acercó a la barra. Charlie se acordó de las pastillas que se acababa de tomar. Lo cierto era que no debería seguir bebiendo. «Sólo una más —pensó cuando Johan volvió—; una más y paro».

En la barra, el ambiente estaba caldeado. Charlie vio cómo Svenka se tambaleaba junto a una mujer mucho más joven. Visto lo sucedido, tendría que estar con su hija. ¿Dónde se encontraría Sara ahora? ¿Estaría sola? Charlie le escribió un rápido SMS en el que le decía que no dudara en llamarla si quería hablar de algo, fuera lo que fuese.

Ninguno de los miembros de la pandilla de la vieja tienda se hallaba en el bar esa noche. Charlie pensó en Svante Linder, en que no parecía ser consciente de lo que le había hecho a Annabelle. Resultaba obvio que no se veía a sí mismo como un violador. ¿De qué más cosas era capaz?

—¿Quieres estar sola? —le preguntó Johan.

—No —respondió Charlie al tiempo que sentía que era verdad. No quería estar sola.

El cantautor tocó un famoso acorde.

I come from down in the valley

Where mister when you’re young

They bring you up to do like your daddy done.

—Es bueno —sentenció Johan señalando al cantante con la cabeza.

—Sí —dijo Charlie—. Aunque tal vez un pelín… previsible. La lista de canciones no es muy original que digamos.

—Quizá sea eso lo que me gusta: lo previsible que es.

—Pues entonces somos muy diferentes, porque a mí lo que me gusta es que me sorprendan.

—¿Ah, sí? —Los ojos de Johan brillaron un instante.

Charlie volvió a prestarle atención al cantautor: había llegado al estribillo y cantaba con los ojos cerrados.

Johan paseó la mirada por el local y dijo que Gullspång era realmente un sitio especial. Nunca había visto nada semejante.

—Mira a tu alrededor. Todos son tan…, no sé qué, pero son diferentes, bastante directos y…

—Será el alcohol. ¿No se vuelve todo el mundo así cuando bebe demasiado?

Sí, Johan estaba de acuerdo, pero nunca había visto a tanta gente bebiendo tanto.

—Y también es, en efecto, una situación bastante tensa —añadió Charlie—. La gente estará cansada, asustada y estresada.

Johan respondió que quizá fuera así. Y que ahí residía, justamente, el encanto de los pequeños lugares: en que todo el mundo se preocupaba por los demás.

A la copa de vino le sucedió otra, y luego otra… La presión que Charlie sentía en el pecho fue disminuyendo; si tomaba una más, seguro que, al respirar, el aire le bajaría a los pulmones en lugar de quedarse atrapado a medio camino, tal y como le sucedía ahora.

«¿A cuál es más fácil decir que no? —le preguntó en una ocasión a Betty una señora de los servicios sociales—, ¿a la primera o a la segunda copa?».

Betty se rió y contestó que, sin duda, su problema era que le costaba decir que no a cualquier cosa.

Desde la barra, Linda les comunicó que iba a cerrar y que si querían pedir algo más que lo hicieran ya. Johan miró a Charlie y quiso saber si le apetecería continuar la noche.

—Si te gusta lo imprevisible —comentó con una sonrisa—, a lo mejor te apetece…

Charlie pensó que eso era más bien bastante previsible. Pero que quizá fuera lo que más necesitaba en esos momentos. Se dijo: «Sólo una vez más. Es por la tensión. Necesito compañía, un cuerpo a mi lado, descargar tensiones».

Abandonaron el comedor del motel acompañados de la última canción de la noche:

Last thing I remember, I was

running for the door

I had to find the passage back

to the place I was before

«Relax», said the night man,

«We are programmed to receive.

You can check out any time you like,

but you can never leave».

Probablemente no fuera tan raro, pensó Charlie, que tanta gente confundiera el azar con el destino.

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