Annabelle

Annabelle


Ese día

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Ese día

Rápidamente, Annabelle se metió unos cuantos recortes de periódico y uno de los cuadernos bajo el vestido, e intentó bajar la escalera con el mayor de los sigilos.

Su madre ya había empezado a llamarla desde abajo.

Tuvo el tiempo justo de introducirse en su cuarto y ponerse un jersey antes de oírla llamar a la puerta. Como ya era habitual, Nora la abrió tan sólo un microsegundo después, sin esperar a que le diera permiso para entrar.

—¿Todo bien? —Una mirada penetrante atravesó a Annabelle.

—Sí.

—Te veo nerviosa.

—Pues no lo estoy.

—Ah —repuso su madre adentrándose en la habitación—. ¿Tienes planes para esta noche?

—Voy a ir a casa de Becka. ¿O es que también está prohibido ver una película con mi mejor amiga?

Le respondió que no estaba prohibido, pero que no le gustaba que le mintieran.

Annabelle quiso gritarle que a ella lo que no le gustaba era que la controlaran, pero no deseaba empezar otra pelea y arriesgarse a que le prohibiera salir, así que se limitó a decir que no llegaría tarde a casa, que sólo iban a ver una película. Y sí, sólo estarían Becka y ella.

—A las doce —sentenció su madre—. A las doce, como mucho, en casa. Y cuando digo a las doce es a las doce, no a las doce y diez o a las doce y media. ¿Me lo prometes?

—Te lo prometo —contestó Annabelle—. Y no me saldré del camino ni hablaré con el lobo, iré directamente a casa de la abuelita —no pudo resistirse a añadir.

—A las doce —le recordó su madre antes de abandonar la habitación.

«Diez meses —pensó Annabelle—. Diez meses más y seré libre».

Se sacó el cuaderno y los recortes. A pesar de lo poco que había leído, tuvo la impresión de que se trataba de algo muy importante, importante a la par que terrible; si no, ¿por qué guardar artículos, cuadernos y cartas en un cofre cerrado con llave? Quería saber la verdad. «Ya lo seguiré leyendo por la noche cuando vuelva a casa», pensó. Pero ¿dónde esconderlo hasta entonces? En su cuarto no, desde luego. No se atrevía. Su madre solía rebuscar tanto entre sus cosas que ella ni siquiera había podido llevar un diario.

Fue en ese momento cuando se acordó de su escondite secreto. Su madre nunca lo encontraría. En cuanto terminó de esconderlo todo, metió lo que necesitaba para esa noche en una bolsa. Las botellas las había escondido en el camino.

Cuando bajó, su madre no se hallaba en la cocina, ni tampoco en el salón ni en el cuarto de estudio. ¿Habría subido a su dormitorio? Annabelle se acercó a la escalera.

—¡Me voy! —voceó desde allí mismo.

—¿Por qué está abierta la puerta del desván? —le gritó su madre—. ¡Annabelle!, ¿has estado en el desván?

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