Annabelle

Annabelle


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Charlie intentó quitarse de encima a Johan, pero él la perseguía insistentemente. Había ido a Gullspång para cubrir el caso de Annabelle, aunque también quería aprovechar su visita para indagar un poco por su cuenta. Es que Annabelle no era la primera persona que desaparecía en ese pueblo. A su padre nunca lo encontraron. Había pensado venir muchas veces, pero nunca se había decidido. Hasta ahora.

Charlie le preguntó si de verdad esa noche no sabía quién era ella, y Johan le juró que no. Simplemente la vio y pensó que era atractiva. Todo aquello no había sido más que una extraña coincidencia.

—Johan —dijo Charlie. Habían llegado a la casa y ella no pensaba, bajo ningún concepto, dejarlo entrar—: te creo y todo eso, pero ahora lo único que deseo es estar sola.

—Charline —contestó Johan—: siento mucho no haberte dicho la verdad desde el principio, que era periodista.

—Yo también. —Charlie puso una mano en la manivela de la puerta—. Que te vaya bien.

Johan no se movió.

—Perdón —se excusó él—. Es sólo que… que he pensado tanto en este sitio… Cuando era pequeño siempre esperé que llegara el día en el que pudiera mudarme a esta casa. Mi padre decía que era como el paraíso.

—Pues se equivocaba.

—¿Podría…, podría echarle un vistazo? Sólo eso.

Fueron tal vez los remordimientos los que hicieron que lo dejara entrar y lo invitara a una copa de vino. Fuera como fuese, lo cierto era que ahora se encontraba allí sentado, junto a la mesa de la cocina donde Betty y Mattias habían preparado su llegada con tanto entusiasmo.

Johan tomó un sorbo de vino.

—Un sabor muy particular —dijo mirando la copa.

—Son muchos años de crianza —contestó Charlie con ironía.

Continuaron charlando de su padre. Johan se emocionó cuando ella le habló de lo mucho que él luchó para recuperarlo. Su madre no lo había descrito precisamente como alguien que luchara por su hijo. Durante toda su vida, su madre mantuvo que Mattias era un alcohólico y que estaba medio loco. Ni siquiera era capaz de cuidar de sí mismo, le había explicado; ¿cómo iba a poder cuidar de un niño?

Por un momento, Charlie contempló la idea de dejarle creer que su madre le había mentido y de ofrecerle tan sólo la parte amable de la historia: una familia que vivía en el campo y que se completaría con él, el bosque de cerezos y el lago. Pero ya estaba harta de tantas mentiras.

—Tu madre tenía razón —dijo—. Mattias era un alcohólico y un loco. Betty, mi madre, era igual. Los dos estaban locos. Pero es cierto que Mattias te echaba de menos. Y que los dos querían que vinieras a vivir con nosotros.

—¿En serio?

Charlie asintió con un gesto de la cabeza. Era la pura verdad.

—Me cuesta entender —dijo Johan— que hayas vivido aquí con mi padre. —Recorrió la estancia con la mirada como si intentara imaginárselos a todos allí: Charlie, Betty y Mattias—. ¿Se llevaba bien contigo?

—Lo intentó —contestó Charlie—. Pero no teníamos una relación muy buena que digamos. Es probable que no fuera culpa suya; yo quería a mi madre para mí sola. Yo quería que las cosas fueran como habían sido siempre.

—¿Y tu padre?

—No sé quién es. Creo que mi madre era la única persona que lo sabía, de modo que ya no hay a quién preguntárselo.

—¿Cuándo murió?

—Apenas un año después de Mattias.

—¿Estaba enferma?

—Sí —afirmó Charlie—. Muy enferma.

Siguieron hablando de Mattias. Johan quería que le contara todo lo que recordara de él. ¿Trabajaba? ¿Qué le interesaba? ¿Había seguido tocando la guitarra? ¿Realmente quería que su hijo se fuera a vivir con él?

Charlie asintió con la cabeza. Si hasta le prepararon una habitación…

Johan quiso verla.

Subieron a la planta de arriba. Johan hizo un comentario sobre la escalera. En su vida había visto una tan empinada. ¿Sobreviviría una persona si se cayera por ella?

—Son muchos los que se han caído de cabeza y han sobrevivido —le aclaró Charlie—. Al parecer, estar borracho hace que el cuerpo se relaje y sea flexible. —Se acercó a la puerta de la habitación que quedaba justo encima de la suya y la abrió—. Aquí estaba previsto que vivieras.

Johan miró las paredes. ¿Quién había pintado todos aquellos coches? Y cuando Charlie le reveló que fue Betty, él le dijo que su madre…, que su madre tenía mucho talento.

—Traté de convencerla de que pintara otra cosa —comentó Charlie—. Le dije que tú ya serías demasiado mayor para los coches.

—Creo —zanjó Johan mientras pasaba la mano por encima de uno de ellos, uno que se parecía a un Volvo—, creo, de todos modos, que aquí habría estado muy a gusto.

Charlie no pronunció palabra alguna. Ella no lo tenía tan claro.

—¿Qué es eso? —Johan señaló una construcción a medio hacer adosada a una de las paredes.

—Iba a ser una cama. A Mattias se le ocurrió hacértela de obra, pero no le salió.

Johan se acercó y se sentó encima de lo que podría haber sido su cama.

—¿Qué crees que pasó con él?

—Se ahogó en el lago —sentenció Charlie.

—Sí, pero ¿por qué no lo encontraron? Si murió ahogado, ¿no debería haber salido a flote?

—No todos salen a flote.

—Sí —insistió Johan—, tarde o temprano todos lo hacen.

Charlie pensó en contarle lo de las corrientes submarinas, los remolinos, la turbina…, pero se dio cuenta de que sería terrible, de modo que sólo le dijo que tal vez se hubiera quedado enganchado en algún sitio y que abandonaron la búsqueda al cabo de un tiempo.

—Deberían haber continuado buscando —se lamentó Johan—. Me gustaría tener una tumba que visitar. Porque es como si aún no hubiera podido ponerle fin a esa historia…

«Una tumba no cambia nada», pensó Charlie.

—Yo estaba allí —le confesó de repente—. Estaba sentada en el embarcadero cuando salió a remar con la barca. Y me quedé quieta viéndolo morir; así que, más o menos, sé dónde se encuentra su cuerpo.

Se instaló un largo silencio. Charlie pensó que era muy probable que los latidos de su corazón se percibieran claramente a través de la tela de su vestido. Intentó interpretar la cara de Johan. ¿Tristeza? ¿Enfado? ¿Alivio?

—No fue culpa tuya —la tranquilizó Johan.

—Yo no lo veo así.

—¿Y qué podrías haber hecho?

—Podría haberlo salvado.

—¿Cómo? Tan sólo eras una niña.

—Al menos debería haberlo intentado. Pero fue como si…, como si no pudiera moverme. Sé que suena absurdo pero…

—Más bien suena a que te encontrabas en estado de shock —dijo Johan.

Charlie asintió con la cabeza, aunque sabía que no era verdad.

—Entendería que no me pudieras perdonar. Entendería que…

—No debería haber salido a remar —la interrumpió Johan—. Debería haberse quedado en tierra. —Se levantó, se acercó a la ventana, la abrió y, tras invitarla a fumar, cogió un cigarrillo—. En cualquier caso, me alegro de que me lo hayas contado.

—Lo peor fue —prosiguió Charlie— que estabas a punto de venir, que él iba a poder tenerte en casa. Que nunca llegó a vivirlo.

—No creo que eso hubiera pasado —contestó Johan—. Mi madre nunca me habría dejado ir. Después del día en que mi padre me dejó olvidado en una estación de trenes de Copenhague, nunca más consintió que lo viera a solas. Nunca habría permitido que me fuera a vivir con él.

—Al parecer, tienes una madre muy sensata.

—Tenía —la corrigió Johan—. Por desgracia murió hace ya algunos años. Cáncer.

—Vaya… Lo siento.

—Gracias. Siento un vacío… Quiero decir que, como soy hijo único, sólo quedo yo. Sinceramente, a veces resulta terrible. No sé si me entiendes.

Charlie asintió. Claro que lo entendía. Lo entendía a la perfección.

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