Annabelle

Annabelle


10

Página 15 de 90

10

Habían pasado cuatro días desde que desapareció Annabelle, pero a Fredrik se le antojaba una eternidad. Lo cierto es que había intentado no perder el ánimo, convencerse de que Annabelle se había marchado por su propia voluntad. No era la primera vez que lo hacía. Apenas un par de meses antes, una noche, Annabelle no regresó a casa después de una fiesta. En aquella ocasión, Nora también telefoneó a la policía. Y al enterarse de que no iban a poner en marcha ningún dispositivo de búsqueda por el simple hecho de que una chica de diecisiete años se retrasara un par de horas, empezó a pegarles gritos como una posesa. Nora fue a casa de todas las personas donde Annabelle podría estar para finalmente dar con ella, ya por la mañana, en el domicilio de una compañera de clase.

Fredrik encendió su pipa. No solía fumar dentro de casa. La verdad es que no solía fumar. Ni dentro ni fuera. Punto. Pero ahora ni siquiera se molestaba en poner en marcha la campana de la cocina. Se quedó mirando por la ventana el camino de grava que conducía al garaje. Todavía no había perdido la esperanza de ver a Annabelle subiendo por él; desmelenada, cansada, muerta de frío. Lloraría, pediría perdón, juraría no volver a hacerlo nunca más, y él se limitaría a abrazarla, no la regañaría, no la amonestaría; tan sólo le acariciaría los cabellos y la haría entrar en calor mientras le decía que ya estaba en casa y que eso era lo único que importaba ahora. Hasta ese momento se había intentado convencer de que aquella historia terminaría así, y no con titulares de periódico, ni con mapas que indicaban los lugares por los que se había visto a Annabelle la noche en la que desapareció, y luego… Pensó en todos los chalecos amarillos que se movían por el pueblo, en toda esa gente que había venido para participar en la búsqueda. Al principio él también lo hizo, pero casi se volvió loco andando por aquellos parajes en medio de aquel calor. Era como si viera a Annabelle por todos lados, la veía tirada en el musgo con el vestido de Nora, veía sus pelirrojos cabellos por debajo de las agujas de los abetos. Hasta que un agente de policía acabó diciéndole que quizá fuera mejor que se quedara en casa acompañando a su mujer.

Nora no dormía ni comía. Sólo lloraba deambulando de un lado para otro. «¡Encontrad a mi hija! —eran las pocas palabras que pronunciaba cuando los policías le hacían preguntas—, ¡tenéis que traerme a mi hija!».

Y Fredrik la tranquilizaba diciéndole que Annabelle volvería. Se lo repetía una y otra vez. Pero lo cierto era que ni él mismo se lo creía. Tenía la sensación, cada vez más fuerte, de que ya nadie buscaba a una chica con vida.

Ir a la siguiente página

Report Page