Annabelle

Annabelle


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Fredrik tomó un buen trago de whisky. Recordó las desagradables preguntas que la policía le había hecho. ¿Alguna vez habían sido violentos con su hija? Bueno, en alguna ocasión las discusiones entre Nora y Annabelle habían ido a más, y él había tenido que interponerse y separarlas para que no se hicieran daño. ¿Había actuado mal al ocultárselo a los policías? No, decidió, tan sólo los llevaría a seguir una pista falsa. Pero lo cierto era que las dos discutieron el día en que Annabelle desapareció. Eso sí se lo había contado a la policía. Repasó mentalmente ese viernes. Había hecho horas extra y no llegó a casa hasta las siete. Nora tenía la cena lista. Parecía alterada —de eso sí se acordaba—; alterada y distraída. Le preguntó si habían discutido, y ella contestó que no se habían puesto de acuerdo sobre la hora de llegada y que luego vio que le faltaba un vestido. Nada grave.

Fredrik tomó otro trago. ¿Qué sabía en realidad acerca de su mujer?

No tenía familia —le había dicho ella el día en el que, por fin, aceptó tomar un café con él hacía ya muchos años—, a excepción de una familia de acogida de Mariestad con la que no deseaba mantener ningún contacto.

¿Por qué?

Ella no quiso profundizar en ello.

¿Y cómo acabó en Gullspång?

Por los alquileres, por el bajo precio de los apartamentos. Él se rió y dijo que a él le había sucedido lo mismo. Luego intentó averiguar más cosas, pero ella no estuvo por la labor de seguir contestando a sus preguntas. Dijo que era una persona a la que le gustaba mirar hacia delante y no hacia atrás.

Cuando Fredrik le pidió que se casara con él, tan sólo un año después, apenas sabía mucho más del pasado de Nora que lo que ella le había revelado en su primer encuentro. Entonces no le molestó gran cosa. Pero luego comprendió que pensara lo que pensase Nora, uno no podía olvidar una parte tan importante de su propia vida. Las pesadillas de Nora lo despertaban cada noche; sus manos sobre la cara, sus gritos… Cuando él le preguntaba por lo que había soñado, ella decía que no se acordaba. Y cuando Fredrik le hablaba de los golpes y de los gritos, Nora se encogía de hombros y respondía que eso le pasaba desde que era pequeña. Que siempre había sido una niña con unos sueños muy intensos.

Fredrik pensó en la alegría que tenía Nora cuando entraron a vivir en aquella casa. Todo estaba roto y desvencijado, pero ella no pareció verlo.

«Aquí, Fredrik, aquí creo que puedo ser feliz».

Pero ¿había sido feliz alguna vez?

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