Annabelle

Annabelle


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Cuando llegaron a la explanada de grava que había frente a la casa, Anders soltó un silbido. ¡Menuda casa! Charlie pensó en lo que sabía de la familia Stark. Antes vivían en Kristinehamn. William era hijo único, se encontraba en el último año de instituto y vivía con su padre, pues la madre había muerto unos años antes. Según Micke, el dinero de la familia procedía de sus antepasados, lo que les permitió comprar Ribbingsfors y también renovar no sólo el edificio principal, sino también los anexos.

Una mujer de unos treinta años les abrió la puerta.

—¿William? —dijo cuando le preguntaron por él—. Ha salido. Ha bajado al lago.

—¿Es usted…? —Charlie no supo cómo acabar la frase.

—Su madrastra —contestó la mujer sonriendo—. Kristina. ¿Quieren hablar con su padre? ¡Stefan! —dirigió la voz hacia el interior de la casa—. ¡Tienes visita! ¡Es la policía!

Un hombre de complexión atlética y con ropa de deporte apareció en la entrada y saludó a los policías. Iba a salir a correr, dijo, como si quisiera excusarse por su atuendo.

—Hemos venido a hablar con su hijo —le anunció Charlie—, pero al parecer ha salido.

—Sí, ha ido al embarcadero —respondió Stefan—. Le gusta acercarse hasta el lago cuando no se encuentra bien; y tal y como están las cosas ahora… Bueno, seguro que lo entienden.

—¿Podemos hablar antes un momento con usted?

Stefan asintió con la cabeza.

—¿Les apetecería tomar un café en el porche?

Al llegar al porche, Charlie se detuvo. Las vistas que tenía ante sí eran propias de un cuadro: el agua brillando entre los sauces llorones, aquella mezcla de colores de ranúnculos, perifollos y lupinos en el prado… Y luego el roble. El enorme y milenario roble.

—No podemos quejarnos de las vistas —dijo Stefan al tiempo que, con un gesto de la mano, los invitaba a sentarse en uno de los sillones de bambú.

Kristina no tardó en aparecer con una bandeja con tazas de café.

—Es latte —aclaró al depositar la bandeja sobre la mesa y sentarse al lado de Stefan—. Tuvimos que comprar una de esas máquinas buenas porque aquí hay que desplazarse por lo menos cuarenta kilómetros para conseguir algo que no sea café de filtro.

—Kristina —la reprendió Stefan no sin cierto cansancio—: no creo que hayan venido a hablar de café.

—Hemos venido para hablar de Annabelle —les comunicó Charlie—. ¿Sabían que William y ella mantenían una relación?

Stefan asintió. Claro que lo sabían. Annabelle había estado allí varias veces. No era ningún secreto.

—Pero acabaron cortando —explicó Kristina—. William se quedó completamente desconsolado.

—Tampoco hace falta que exageres. —Stefan miró a su mujer—. Anduvo algo bajo de ánimos durante un par de días. Pero luego se recuperó.

—¿Cómo describirían a Annabelle? —quiso saber Charlie.

Stefan y Kristina intercambiaron una rápida mirada.

—La verdad es que tampoco es que habláramos mucho con ella —se adelantó a responder Stefan—. Ellos iban casi siempre a lo suyo. Se metían en la habitación, escuchaban música y…, bueno, supongo que hacían, simplemente, lo que hacen todos los jóvenes.

—Los padres de Annabelle no estaban al corriente de la relación —dijo Charlie.

—¿En serio? —se asombró Stefan—. ¡Qué extraño!

—No nos relacionamos con ellos —intervino Kristina—. Es una de esas parejas que prefieren ir a su aire.

Charlie tomó un sorbo de café y volvió a contemplar el lago. Pensó en los padres de Annabelle, en esa casa de las afueras del pueblo, en lo solos que parecían encontrarse.

Cuando terminaron el café, Charlie y Anders se acercaron al lago. Un sendero trazado en medio de la alta hierba del prado contiguo al porche los condujo hasta el embarcadero. William se hallaba sentado al final, de espaldas a ellos.

—¡Joder, qué susto me habéis dado! —exclamó cuando se percató de que no estaba solo.

—Sabías que vendríamos —dijo Charlie—, así que no deberías haberte ido. Tenemos que hacerte unas cuantas preguntas sobre Annabelle.

—Pues venga, pregunta —la instó William antes de volver a dirigir la mirada al lago—, pero que sea rápido porque luego tengo que seguir buscando.

—Annabelle y tú —comenzó a decir Charlie— estuvisteis saliendo un tiempo, ¿verdad?

William se quedó observándola un instante. Esa pregunta ya se la había contestado unos días antes. ¿Es que la policía no tomaba notas para no tener que repetir las mismas preguntas?

—Sólo intentaba romper el hielo, pero como quieras; puedo ir al grano. ¿Por qué se acabó vuestra relación?

En ese instante sonó el teléfono de Anders. Lo miró y, tras hacerle un gesto a Charlie para indicarle que era importante, que lo tenía que coger, se alejó del embarcadero.

—Bueno, ¿por qué se terminó? —volvió a preguntarle Charlie.

—Porque todo se fue a la mierda. —William escupió al agua.

—¿Por qué?

—No lo sé muy bien. Simplemente se fue a la mierda. A veces las cosas se van a la mierda sin más; y no —prosiguió—, no soy un psicópata celoso si es lo que piensas.

—Aunque lo fueras es muy posible que no lo dijeras —comentó Charlie.

William le preguntó qué coño quería decir con eso, y ella le explicó que los psicópatas rara vez se describen a sí mismos como psicópatas, que el no darse cuenta de que lo son forma parte de su psicopatología.

—Entonces ¿crees que soy un psicópata?

—No te conozco. —Charlie se quitó los zapatos y se sentó junto a él—. ¿Lo eres?

William sonrió.

—Si lo fuera, no lo reconocería, ¿verdad?

Estaba claro que el chico, pensó Charlie, no era tonto.

—¿La querías? —preguntó—. ¿Querías a Annabelle?

William se encogió de hombros. Suponía que sí. Hasta habían hablado de irse a vivir juntos a alguna parte en cuanto se graduaran. Quizá a Estocolmo o a Gotemburgo. Annabelle se matricularía en alguna universidad y él buscaría trabajo. No debería de ser demasiado difícil encontrar trabajo en una gran ciudad. Se contentaría con cualquier cosa con tal de no estudiar. Ya estaba harto de estudiar. Pero ahora todo se le antojaba un sinsentido: la graduación, la celebración, el futuro… Porque si algo terrible le hubiera ocurrido a Annabelle, si no la encontraran con vida, no habría ningún motivo para estar alegre.

Charlie dijo que lo comprendía, que sin duda muchos de los amigos de Annabelle sentirían lo mismo en esos momentos. Y añadió, con un tono de voz que no sonó demasiado convincente, que esperaba que pudiera celebrar su graduación.

—La echo de menos —confesó William—. La echaba de menos incluso antes de que desapareciera.

—Lo comprendo —respondió Charlie—. ¿Fue duro cuando rompisteis?

William asintió y contestó que había sido bastante duro.

—¿Discutisteis la noche en la que desapareció?

—No que yo recuerde.

Charlie no pudo resistirse a preguntarle si a veces le fallaba la memoria.

Los ojos de William brillaron un instante. No, no le fallaba; no más que a otros, en cualquier caso. Pero quizá Charlie conociera los efectos que produce el alcohol en la memoria.

Demasiado bien, pensó Charlie. Continuó haciendo las preguntas habituales: cómo era Annabelle, si se encontraba triste esa noche, cuándo fue la última vez que la vio, el estado en el que se hallaba ella… Si él había notado algo fuera de lo normal… No descubrió nada que no supiera ya.

Carecía de sentido seguir preguntando, y Charlie se percató de que la única oportunidad que tenía de sacarle algo era con el silencio. De modo que fijó la mirada en el agua, en los zapateros que avanzaban saltando sobre la superficie, en los bancos de peces que había por debajo, en el rojizo y ondulado fondo.

Estaba a punto de desistir cuando William se aclaró la voz.

—Me dio la sensación de que me dejó porque había conocido a otro.

—¿Por qué?

—¿No es eso lo que suele pasar? Conoces a otra persona y dejas a la que tienes.

Charlie asintió con la cabeza y dijo que, en efecto, eso podía pasar, pero que a uno también podían abandonarlo por otros motivos.

—Jonas y Svante hablaron de eso aquella noche, de que Annabelle me había sustituido o algo así. Jonas la había visto con otro.

—¿Le preguntaste con quién?

William negó con la cabeza. No se lo había preguntado, no tenía el menor interés en saberlo.

—Deberías habérnoslo contado enseguida —le reprendió Charlie.

—No se me ocurrió. La gente habla tanto…

—¿Svante Linder y tú sois buenos amigos?

—Sí, bastante, aunque Svante se pone muy raro cuando bebe. Bueno, lo cierto es que creo que eso nos pasa a los dos.

—He oído que os liasteis a puñetazos en el bar, que os peleasteis por Annabelle.

William la miró asombrado, lo que Charlie interpretó como que tal vez hubiera exagerado.

—Y ayer —continuó diciendo—, ayer en el bar también me pareció que teníais una cuenta pendiente.

—No fue nada —contestó William—, una chorrada. Ni siquiera me acuerdo de qué se trataba. Y nunca nos hemos peleado por Annabelle, si estás pensando en lo que ocurrió el Día de las Cataratas…

—¿El Día de las Cataratas?

—Sí, es el día en el que abren las compuertas. Por la noche siempre hay una fiesta.

Charlie sabía perfectamente lo que era el Día de las Cataratas: la apertura de las compuertas, esa agua espumosa cayendo a raudales por entre las rocas… De niña había sido testigo de ello varias veces. Pero no había oído nada sobre esa fiesta nocturna que, a todas luces, se celebró un par de semanas atrás.

—¿Y qué ocurrió ese día? —preguntó.

—Svante y yo no nos peleamos. Lo que hicimos fue poner en su sitio a Erik, el propietario del local.

—Cuéntame más.

—Es que le metió mano a Annabelle. Y daba igual que lo nuestro ya se hubiera acabado, pero, joder, que apartara sus sucias manos de las chicas que no quieren que las toquen. Una falta de respeto de la hostia.

Charlie intentó parecer impasible.

—¿Erik suele meterles mano a las chicas?

—No, que yo sepa. Pero esa noche bebió bastante. Tanto que hubo un momento en el que ya no fue capaz de servir copas. De todos modos, no creo que vuelva a acercarse a Annabelle. Lo asustamos. Me parece que esa noche lo asustamos de lo lindo.

Charlie no recordaba haber leído en los informes nada al respecto. ¿Cómo era posible que nadie lo hubiera mencionado? Seguro que hubo un montón de testigos.

—¿Por qué nadie nos ha hablado de eso?

William se encogió de hombros. Quizá porque estaban borrachos. Y luego porque la gente no pensaba que Erik tuviera algo que ver con la desaparición. Tan sólo era un buen padre de familia, un tío legal al que esa noche se le nubló la mente y se le fue la mano.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro de que es un tío legal?

William volvió a encogerse de hombros. Era lo que pensaba. Erik no era, precisamente, de los que van por ahí raptando chicas.

—¿Y hay alguien de tu entorno que sí lo sea? —se interesó Charlie.

—No sé adónde quieres ir a parar.

—A que quizá no sea tan fácil identificar a ese tipo de personas.

—Es posible —dijo William.

—Y a partir de ahora es mejor que dejes que sea la policía quien decida lo que es importante o no.

—Sí, claro.

—Si recuerdas algo más de esa noche, o cualquier otra cosa, lo que sea, llámame. —Charlie le dio su tarjeta de visita y se levantó. Al alejarse de allí, sintió cómo la mirada de William se le clavaba en la espalda. No vio a Anders por ninguna parte, de modo que supuso que había regresado al coche.

¿Quién es William Stark?, pensó mientras subía el sendero. ¿Es el novio rechazado y triste que se consuela con la mejor amiga de la exnovia o es alguien que se siente mucho más herido? Imposible saberlo. No obstante, tenía coartada para la noche en la que Annabelle desapareció: se quedó en la vieja tienda hasta el amanecer.

Sonó el teléfono. Una H en la pantalla. Pensó en rechazar la llamada, pero, por algún inexplicable motivo, su dedo corazón izquierdo se vio atraído por el símbolo del auricular verde.

—¿Qué quieres? —preguntó Charlie.

Sin embargo, no era Hugo. Sino una mujer hecha un mar de lágrimas que, tras sorberse los mocos, se presentó como Anna, la esposa de Hugo.

—¿Qué es lo que te pensabas? —dijo.

Charlie se detuvo un instante.

—¿Qué quieres decir?

—Tengo curiosidad por saber qué es lo que se piensa cuando una… Sabías que estaba casado, ¿verdad?

Charlie consideró la opción de hacerse la tonta, pero comprendió que ya era tarde, de modo que dijo que sí, que sabía que estaba casado, pero que eso era problema de Hugo y no de ella.

—Al final va a ser verdad lo que dicen de ti —le soltó Anna—, que eres una desalmada de la hostia, que no… Ahora entiendo que Maria no quiera que trabajes con Anders. Supongo que también te lo follas.

El primer impulso de Charlie fue mandarla a la mierda, pero luego se tranquilizó.

—Mira, tú no me conoces —respondió.

—Te conozco lo suficiente. Una persona solitaria y amargada que quiere arruinarles la vida a los demás, y… —Anna sollozó, recuperó el aliento y continuó—. ¿Crees que eres la única con la que se ha entretenido cuando se aburría?

—Creo que es mejor que soluciones esto con tu marido —le contestó Charlie. Acto seguido, colgó.

Aceleró el paso. ¡Mierda, mierda y mil veces mierda! Intentó sacarse las palabras de Anna de la cabeza: «¿Crees que eres la única?». Bueno, ¿y por qué se molestaba? Al fin y al cabo, ella ya sabía desde el principio que era «la otra». Aun así, quería ignorar que hubiera habido otras antes, quería que lo que había tenido con Hugo fuera algo más, algo más que sólo sexo. Pensó en sus exageradas palabras acerca de lo guapa y maravillosa que ella era.

«Aléjate de los hombres que quieran engatusarte con sus palabras —le dijo en una ocasión Betty—. Ésos son los peores. Pueden parecer buenos e incluso divertidos, pero la mayoría son unos auténticos idiotas. Que no se te olvide nunca, Charline».

Charlie pensó en Anna. ¿Cómo podía mantener semejante relación? ¿Por qué aguantaba? ¿Por qué llamaba a la amante de su marido? No lo entendía. Si Charlie se casara algún día y su marido la engañara, nunca haría una llamada así ni se humillaría de esa manera. Dirigiría la rabia hacia la persona culpable: hacia el traidor.

¿Y dónde está tu parte de culpa?, le oyó decir a una obstinada voz en su interior. ¿En qué coño pensabas?

Anders se hallaba junto al coche cuando Charlie llegó.

—Lo siento —se excusó—, pero era Maria. Al parecer, Sam tiene fiebre. Están en urgencias, aunque los médicos creen que no hay peligro. Entiendes que respondiera, ¿no?

Charlie asintió con la cabeza y dijo que sí. Luego sintió vergüenza por pensar que Maria quizá lo exagerara todo con el único propósito de controlar a su marido.

—Espero que se mejore —contestó.

Anders movió la cabeza en señal de agradecimiento y comentó que la fiebre alta no era igual en los niños que en los adultos, pero que a partir de ahora se vería obligado a coger todas las llamadas de Maria.

Charlie pensó que, al fin y al cabo, eso era lo que hacía siempre.

—¿Has averiguado algo? —preguntó Anders cuando entraron en el coche.

—Sí, que William había oído que Annabelle salía con otro. La noche de marras, Jonas Landell le contó que había visto a Annabelle con un hombre. Tenemos que hablar con él, y con Erik. Y también con Rebecka —añadió—. Si resulta ser cierto lo que dijo Jonas, que Annabelle estaba saliendo con otro, tenemos que referírselo a Rebecka. Y preguntarle por qué no nos ha dicho nada.

—Quizá no lo supiera.

—Es su mejor amiga —arguyó Charlie—. Claro que lo sabía. Y luego está Erik, el del motel.

—¿Qué pasa con él?

—William ha dicho que hace unas semanas le metió mano a Annabelle en una fiesta. Hubo una pelea, y Svante y William lo pusieron en su sitio.

—Ya me ocupo yo de hablar con esos tres junto con Adnan y Micke —se ofreció Anders.

—¿Por qué?

—Porque me parece que necesitas descansar. Estás blanca como la pared. ¿Te encuentras bien?

—Es la cabeza —respondió Charlie—. Me siento algo mareada, eso es todo.

Anders le dijo que la dejaría en el motel para que descansara un rato. Charlie intentó protestar; tampoco hacía falta que exagerara: sólo había tenido unos días muy duros, nada más.

—Lo entiendo. —Anders la miró—. Ha debido de resultarte muy raro… Me refiero a lo de volver aquí después de tantos años. Imagino que demasiados recuerdos…

Charlie asintió con la cabeza.

—¿La echas de menos?

—¿A quién? —preguntó Charlie, aunque sabía perfectamente a quién se refería.

—A tu madre.

—Sí —confesó—. La echo mucho de menos.

—No pasa nada por llorar —dijo Anders al tiempo que le pasaba la mano por el brazo. Pero se la quitó enseguida.

—Ya lo sé —respondió Charlie—, es sólo que…

—¿Qué?

—Que no sirve de nada.

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