Annabelle

Annabelle


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Charlie subió a la habitación. Anders tenía razón: necesitaba descansar. Se tumbó en la cama, sacó su móvil y buscó en Google el poema «Annabel Lee», de Edgar Allan Poe.

Según Wikipedia había sido el último que escribió. El tema —la muerte de una joven y bella mujer— era, según dicha fuente, recurrente en toda su obra.

Charlie abrió la galería de imágenes del móvil y miró la foto que le había hecho a la pared de la vieja tienda. Una letra descuidada. ¿Quién había escrito aquello? ¿Annabelle?

Pasó a la siguiente foto, la del número de teléfono al que había que llamar si uno quería follar. Marcó el número sin pensárselo dos veces. Tres tonos después una voz femenina contestó con un «¿Diga?».

Charlie reconoció la voz pero fue incapaz de ubicarla.

—¿Con quién hablo?

—Con Sara. ¿Quién es?

—La policía, soy Charlie.

—¿Qué quieres?

Charlie detectó cierta inquietud en su voz.

—Sólo…, sólo quería saber cómo estabas.

—Estoy bien. Gracias por llevarme a casa anoche.

—No hay de qué. —Se hizo el silencio; Charlie ya no sabía qué más decir. De repente, se oyó a un hombre gritar.

—Tengo que colgar —se apresuró a decir Sara—. Ya nos veremos.

Al despertarse, Charlie tardó varios segundos en saber dónde se hallaba. ¿Cuánto tiempo había dormido? Cuando se puso de pie, la habitación le dio vueltas. Cogió su móvil y respiró aliviada al constatar que sólo había dormido una hora. Llamó a Anders.

—¿Qué tal? —preguntó.

—Ya hemos hablado con Jonas. Ha confirmado la información de William: Annabelle estaba saliendo con alguien.

—¿Con quién?

—No lo sabemos. Jonas la vio con una persona, pero fue a mucha distancia porque había salido a navegar. No llegó a percibir bien quién era. Los vio en una isla, Guldö o algo así.

—Gullö —le corrigió Charlie.

—Sí, eso es. Está seguro de que era Annabelle por el pelo. Pero, de él, lo único que ha podido decir es que se trataba de un hombre mayor. Al menos ésa fue su impresión.

—¿No le preguntó a Annabelle quién era?

—Sí, pero ella le contestó que se había confundido, que ella no había estado allí.

—¿Y Erik?

—Dice que iba muy borracho y que se le fue la olla, que seguramente malinterpretó las señales de Annabelle. Que no le demos mayor importancia.

—¿Tiene coartada para la noche en la que desapareció Annabelle?

—Sí, trabajó hasta la medianoche; y su mujer dice que veinte minutos después ya estaba en casa.

—Bueno, tanto como trabajar… —repuso Charlie—. ¿Y no podría su mujer haberse equivocado de hora?

—Dice que está segura, que tiene un sueño muy ligero y que se despertó cuando él llegó a casa, y que eran las doce y veinte. Y que no le habría dado tiempo a hacer nada.

—Ya, pero es su mujer —dijo Charlie—. Que no se te olvide que es su mujer.

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