Annabelle

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Allí y entonces

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Allí y entonces

—Un día —dijo Rosa señalando la casa de lo alto de la colina—, un día le prenderé fuego.

—¿Por qué?

—Porque fastidia la vista del lago. Sí, fastidia la vista del lago…; y además ya estoy harta de ver esa sonrisa tonta cada vez que voy a bañarme.

¡Pero bueno…! ¿Qué era lo que realmente le había hecho Benjamin?

Es un llorica, un empollón y un memo. Rosa casi deseó que estuviera muerto. Y luego está ese crío, el pesado de… John-John; vaya nombre tan ridículo, por cierto. ¿Acaso no era suficiente con llamarse John?

—¿Vamos a bañarnos?

—Pero ¿no te han dicho que tengas cuidado? —pregunta Alice señalando con el dedo la cabeza de Rosa, que está vendada desde el otro día, cuando se cayó de la cabaña del árbol. En realidad, lo que el doctor le ha dicho es que guarde reposo, porque lo más probable es que también haya sufrido una conmoción cerebral. Pero Rosa no quiere quedarse en casa. Dice que es por su madre, que quiere que la dejen en paz.

—Tal vez sea mejor que sólo nos mojemos los pies —comenta Alice.

A lo que Rosa contesta que con ese calor de mil demonios no basta con meter los pies. Se levanta, sale corriendo por el embarcadero y se zambulle en el lago de cabeza. Cuando Alice llega, no ve a Rosa por ninguna parte. El agua se va calmando, pero Rosa no sale a la superficie. El corazón de Alice empieza a latir más deprisa. Hasta que descubre el pelo de Rosa unos metros más allá. Rosa se encuentra flotando boca abajo con los brazos abiertos y la venda suelta. Alice se tira a por ella. Cuando sólo le queda una brazada para llegar, Rosa se da la vuelta y, al ver la aterrorizada cara de Alice, se echa a reír.

—¿Te has asustado? —le pregunta entre risas—. ¿No te has dado cuenta de que era una broma?

Pero Alice no se ríe. En lugar de hacerlo, señala con el dedo la cabeza de Rosa, por donde corre un reguero de sangre, y le dice que ha empezado a sangrar y que debe quedarse quieta. Ya en la orilla, Alice coge su toalla y se la pone a Rosa en la cabeza a modo de venda.

—No te has asustado, ¿verdad? —dice Rosa.

—Pues sí, me he asustado. He pasado mucho miedo cuando he visto que tardabas en salir.

A lo que Rosa contesta que es un don que posee, que puede contener la respiración durante mucho tiempo. Ella es una de esas personas que necesitan menos aire que otras.

—¿Así está bien? —pregunta Alice una vez vendada la cabeza de Rosa—. ¿Cómo te sientes?

—Me siento… No siento nada —responde Rosa—. Nada de nada.

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