Annabelle

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Charlie estaba soñando. Era verano y se encontraba en la casa de Lyckebo. Betty tumbada en su floreada tumbona Baden-Baden en el salvaje jardín. Y ella arrodillada en el camino de la entrada, lleno de hierbajos. Los cardos negándose a ser arrancados. Gatos en torno a sus pies.

«Tienes que sacarlos de raíz, cariño; si no, crecerán enseguida».

Y entonces Charlie hunde las manos en la tierra. Las raíces se convierten en dedos que se deslizan como serpientes por sus muñecas e intentan arrastrarla hacia abajo, hacia la oscuridad.

La despertaron unos golpes en la puerta.

Se levantó lentamente y fue dando tumbos hasta la entrada mientras se agarraba la cabeza con las dos manos.

—Charlie, ¿estás ahí? Abre, por favor —le pidió Anders.

—¿Qué hora es? —fue lo primero que consiguió pronunciar. Se dio cuenta de que debía de tener un aspecto terrible, pero ya era demasiado tarde.

—Las ocho y media. Tenías que estar en la comisaría hace media hora.

—¿Ha pasado algo?

—Yo diría que sí. —Anders cogió su móvil y le mostró el titular del artículo del Expressen: EL VÍDEO DE LA DESAPARECIDA ANNABELLE.

—Pero ¿qué coño…? —comenzó a decir Charlie—. ¿Quién coño lo ha filtrado?

—No lo sé, pero el que ha escrito el artículo es el tío que te llevaste anoche a la habitación. Es un periodista freelance.

Un tornado empezó a coger forma en el interior de Charlie. ¿Anders los vio? De pronto, sintió frío y calor a la vez. «Me estoy muriendo —pensó—. Todo se ha acabado».

—Anders —dijo antes de sentarse en la cama—, yo no le he…

—Olof ha estado hablando por teléfono con Fredrik Roos desde que la noticia apareció en la red. Como comprenderás, los padres de Annabelle se preguntan de qué diablos va todo esto.

—¿Y qué les habéis dicho?

—Que no se crean todo lo que ven en los periódicos. Es cuanto podemos decir de momento. Por eso era importante que lo del vídeo no saliera a la luz.

—Yo no le conté nada —le aclaró Charlie—. Te lo juro. Me crees, ¿no? Yo nunca…

—No sé, Lager… —replicó Anders—. No sé cómo vas a salir de esto. —Dio media vuelta y se marchó.

Charlie quiso correr tras él, intentar explicarle que… Pero ¿qué le iba a decir? ¿Qué le había contado a ese puto cerdo de periodista? Habían hablado, sí, vale, después hablaron, pero «¿de qué?». Por mucho que lo intentaba, era incapaz de recordar una sola palabra. Al levantarse se mareó. Tuvo que apoyarse contra la pared para no caerse. Ni siquiera le dio tiempo a llegar al cuarto de baño antes de vomitar. «Mierda, qué mala suerte», pensó; el motel era de los que todavía tenían moqueta en el suelo.

Nada más acabar de devolver, sonó el teléfono. Era Challe.

Le preguntó cómo iba el caso; Charlie advirtió desde el primer momento que ya lo sabía todo.

—Me lo ha contado Anders —comentó Challe—. Y no te enfades con él. Es que hay unos límites, Charlie.

—No lo sabía. Yo…

—Me dijiste que nunca bebías cuando trabajabas.

—Fue una excepción —susurró Charlie—. Fue…

—La gota que colmó el vaso.

Se hizo un largo silencio. Charlie vio esfumarse toda su carrera profesional; todos esos años, todas esas horas extra para ser la mejor… Y ahora lo había echado todo a perder por una puta borrachera, por ese puto periodista y… por sus erróneas decisiones. «Soy una idiota», pensó.

Y pasó lo que se temía: Challe le comunicó que quedaba suspendida del servicio y que ponían un psicólogo a su disposición. Por su propio bien, añadió él. No podía trabajar estando a punto de derrumbarse.

Charlie suspiró y pensó que Challe no había entendido nada.

—Me encanta mi trabajo.

—Ya lo sé —dijo Challe—, pero necesitas descansar. Descanso y apoyo psicológico. Y…

—Yo sé mejor que nadie lo que necesito.

—No lo creo. Si lo supieras, no tomarías decisiones tan malas.

Challe continuó hablando de todas esas personas que llevaban algún tiempo preocupándose por ella y le soltó que, para empezar, nunca debería haberle encomendado ese caso.

—Entonces ¿por qué lo hiciste?

—Porque —respondió Challe— eres uno de los mejores miembros del cuerpo.

Charlie colgó, se tumbó en la cama y se echó a llorar.

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