Annabelle

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Charlie estaba tumbada en la habitación que tenía de niña mirando el dibujo que hacía la madera del techo. Por aquel entonces recordaba haber visto figuras, pero ahora tan sólo veía… madera. Oyó el débil sonido de las patitas de los ratones del piso de arriba. Sus pensamientos la condujeron al desván. De pequeña solía fantasear con que los ruidos que oía en aquella casa los producía el fantasma del hombre que había vivido allí antes que ellas. Se había ahorcado en el desván. Eso se lo contó Betty una noche como un bonito cuento para dormir. Sí, claro que era triste y todo eso, pero no hay mal que por bien no venga porque, si aquel hombre se hubiera quitado la vida en otra parte, ella nunca habría podido comprar la casa. Sí, claro; como los del pueblo sabían lo ocurrido, el precio bajó. Charlie pensó en todas las tragedias que habían tenido lugar en Lyckebo después de aquello. Se imaginó que sería tremendamente difícil vender la casa. Su única esperanza estaba, sin duda, en algún comprador alemán o noruego. Con el lago, el jardín y el bosque tan cerca, no resultaría imposible.

Como no le apetecía leer ninguno de los libros que se había traído de Estocolmo, pensó en ponerse a buscar alguno entre sus libros de juventud, que los tenía en la librería. Ya estaba a punto de hacerlo cuando se acordó de los que Annabelle había sacado de la biblioteca. Todavía no los había devuelto. Se levantó a por ellos. El primero que sacó de la bolsa fue Jane Eyre. Lo había leído, aunque de eso hacía ya una eternidad. Quizá le viniera bien romper con esa oscura violencia que había caracterizado a su lectura en los últimos tiempos. Pero vio que aquel ejemplar no era de la biblioteca: no tenía ningún código de barras en el lomo y, además, en la primera página alguien había escrito una dedicatoria:

Espero que te guste tanto como a mí.

 

ROCHESTER

Charlie cogió su teléfono y llamó a Anders.

—Rochester —le soltó en cuanto él contestó.

—¿Qué has dicho?

—Annabelle lo llama Rochester. Es el apodo que empezaba con erre y que sonaba a inglés. Rochester es el hombre casado de Jane Eyre que inicia una relación con la niñera. El que tiene a una loca encerrada en el desván. ¿Annabelle ha hecho de canguro para alguien? ¿Se nos ha pasado que ha hecho de canguro?

—Si así fuera, a estas alturas deberíamos saberlo, ¿no? —dijo Anders—. Y, en cualquier caso, ya no hace falta que nos centremos tanto en ese posible amante. Ya sabes por qué.

—¿Svante ha confesado algo?

—Sabes que no puedo hablar del caso contigo.

—Pues lo estás haciendo. ¿Ha confesado algo?

—Nada, ni siquiera admite que haya sido una violación. Lo que en realidad sólo demuestra que es capaz de mentir. Pero es difícil pillarlo. Y, según sus amigos, estuvo en Valls toda la noche, hasta el amanecer.

—Unos amigos que no se atreven a decir otra cosa… —apuntó Charlie.

—Exacto. Estamos intentando buscar una fisura en su historia, aunque lo cierto es que sin más pruebas, sin un cadáver y sin ni siquiera un móvil es bastante difícil.

—Ya, pero comprueba si Annabelle ha hecho de canguro alguna vez —le pidió Charlie—. Hazlo. Habla con el pastor. Con todos los hombres del entorno de Annabelle que tienen niños.

—Charlie —dijo Anders—: agradezco tu ayuda, pero la idea es que te mantengas apartada de la investigación, que descanses y que…

—Mira, no puedo dejar de pensar en esto de la noche a la mañana. —Charlie tosió y sintió que estaba al borde del llanto, pero no quiso que Anders supiera lo triste que se encontraba—. Me necesitáis —musitó—. Ya descansaré cuando la encontréis.

—No. Tienes que obedecer a Challe.

Charlie se serenó y contestó que eso era, precisamente, lo que estaba haciendo.

Dejó que las silenciosas lágrimas cayeran sobre su camiseta.

—Quizá te hayas involucrado en esto de una manera demasiado personal —le comentó Anders—. Quizá te resulte difícil mantenerte al margen teniendo en cuenta que… Bueno, que te has criado aquí.

Quizá sea ésa mi baza, quiso responderle Charlie, pero sabía que se le quebraría la voz en cuanto lo hiciera.

—Creo que… —continuó Anders, pero Charlie ya no escuchó lo que él creía porque, antes de que a él le diera tiempo a seguir, ella colgó.

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