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Capítulo 6

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Pancho miraba a Olivia con gesto de disgusto. Llevaba toda la mañana observándola. Su ama parecía distraída. Había maullado, se había frotado contra sus piernas, ronroneando, se había sentado frente a ella mientras se tomaba un café, en la mesa de la cocina. Hasta le había dado pequeños golpes con la pata… Pero apenas le había prestado atención. Lo más cerca que había estado de conseguirlo fue cuando la joven lo cogió y lo acostó en su cojín favorito, rogándole que se estuviera quieto.

Olivia no había podido dormir. Se había pasado el resto de la noche esperando la llamada de Pilar, que seguía sin producirse. Aprovechó el insomnio para trazar un plan de acción. No disponía de muchos datos. Tan solo que había aparecido el cuerpo de un hombre horriblemente mutilado en el polígono La Barreda en Noreña y que había un testigo, una mujer, que había encontrado el cadáver y dado la voz de alarma. Cuatro apuntes en su bloc de notas. Y con ellos tenía que empezar a trabajar.

Primero había vuelto a llamar a Mario. Después de varios intentos, había conseguido hablar con él. Quedaron en verse a las nueve para desayunar.

Después, cansada de tanto esperar, contactó con la redacción.

—Están metidos en la pecera desde las seis de la mañana —le informó Pilar con voz cansada—. Por cierto, tendrás que enviarme la foto por correo o colgarla en la intranet, por si la sacan en la edición de hoy en papel —le indicó.

Las imágenes enviadas por WhatsApp pierden resolución. Detalle sin importancia para la edición digital, que todo lo soporta. Pero para la edición en papel, las fotografías tienen que tener poco grano y nitidez, y eso solo se consigue enviándolas por otros medios.

—Bien. Ahora mismo lo hago. Oye, cuando…

Pilar la interrumpió y acabó la frase por ella:

—… tranquila, cuando salgan, te llamo.

—Gracias.

Encendió su portátil y envió el correo. Después comenzó a redactar la noticia con la poca información de que disponía. Tituló con la aparición del cuerpo y continuó describiendo la escena que había contemplado desde la zona acordonada, constató la presencia de la Policía Científica y Judicial, quién era la juez de instrucción y todo lo que se le ocurrió, sin faltar a la verdad, sobre el polígono y alrededores. Escribió durante más de media hora sin parar. Cuando terminó, se lo envió a Pilar.

Mientras llegaba la hora de ver a Mario, se sentó en la mesa de la cocina a tomar un café y aprovechó para ordenar sus ideas. Tenía que llamar al gabinete de Prensa del Cuerpo Nacional de Policía a ver si ya había un comunicado oficial.

Olivia miró por la ventana. Estaban a mediados de junio y ya olía a verano. El cielo estaba despejado, de un azul intenso. A pesar de lo temprano de la hora, el sol ya reclamaba su momento de protagonismo. Ese día haría calor.

Recogió el tazón de desayuno en el lavavajillas, se dio una ducha rápida y se vistió con la misma ropa que había llevado la noche anterior.

En ese momento sonó el teléfono. Era Pilar.

—Olivia, lo sacamos en el digital. Ya están en ello. Sale abriendo la sección de Regional. Foto arriba a cinco columnas, titular y un cuerpo a media página.

Se relajó al oír aquello y se dio cuenta de lo tensa que había estado hasta entonces.

—¡Genial! —exclamó—. Ya te he mandado el texto y la foto. Creo que tendrás suficiente para llenar la maqueta. Espero poder ampliar la información a lo largo del día.

—No es una opción, Olivia. Tienes que ampliar la información. En cuanto lo soltemos, los de la competencia se van a echar como buitres encima del rastro de la víctima. Espera, Adaro quiere hablar contigo.

Matías Adaro era un estirado y un presuntuoso, pero era el director del periódico y, por consiguiente, el que mandaba. Necesitaba de su beneplácito para investigar y que le diera cancha para hacerlo sin presiones ni censuras.

—Pues pásamelo, si no hay más remedio… —dijo Olivia con resignación mal disimulada.

—Te advierto que hoy está de un humor de perros.

—¿Y cuándo no? —bromeó.

Diez minutos más tarde, colgaba el teléfono después de haber puesto al director en antecedentes y de garantizarle una página para la edición en papel y mucha cautela.

—Quiero estar puntualmente informado de todo cuanto descubras y yo decidiré si se publica, dónde y qué tratamiento se le dará al tema. Quiero ir por delante de los demás, pero con pies de plomo y sin pillarnos los dedos. ¿Estamos?

A Olivia no le quedó otra que aceptar. Al final la iba a marcar de cerca. Pero eso era mejor que nada. Y el «nada» en esta profesión se traducía en que le pasara el tema a otro, dejándola a ella al margen.

Pasaban dos minutos de las nueve cuando entró en la cafetería. Mario ya estaba en la barra dando cuenta de un dónut, mientras hojeaba el periódico de la competencia. A pesar de que ya pasaba de los cuarenta y cinco, el fotógrafo no los aparentaba. Tenía tendencia a encorvarse cuando estaba sentado, defecto que corregía cuando se ponía de pie y dejaba ver su metro noventa de estatura. Conservaba un cuerpo atlético que normalmente escondía bajo ropas deportivas e informales. Lo más llamativo, sin embargo, era su pelo largo, de color cobrizo, que llevaba siempre recogido en una coleta.

Mario se giró en cuanto vio entrar a Olivia. Parecía cansado. Tenía la tez apagada y profundas ojeras.

—Hola, pichón —saludó el fotógrafo—. Ya me contarás qué mosca te picó anoche. Tiene que ser algo gordo para que me llamaras siete veces a las tres de la mañana.

—Pues gordo no sé aún…, pero fuerte, sí. —Olivia empujó a Mario—. Y tú, ¿dónde diablos estabas anoche?

—¿En la cama? ¿Durmiendo, quizá? —respondió él con ironía.

—Y con el móvil apagado…, como si lo estuviera viendo.

—Acertaste, pichón. Sin batería, en realidad. He visto las llamadas y los mensajes esta mañana.

Pidió un café cortado y un dónut. Miró a Mario y sonrió. Era incapaz de enfadarse con él, por mucho que la sacara de quicio, cosa que hacía con bastante frecuencia.

Se conocían hacía quince años. Mario Sarriá, fotoperiodista. Habían sido primero compañeros y luego amigos. Cuando ella aterrizó en El Diario, él fue su mentor. Recién salida de la facultad de Periodismo —con la cabeza llena de ideales, buenas intenciones y cuentos chinos—, la orientó, aconsejó y protegió en un mundo de trepas en el que te pisan al menor descuido. Siempre decía que era su pichón, apelativo que fastidiaba a Olivia, que por aquel entonces se creía una mujer de mundo solo por el hecho de haber estudiado en Madrid.

En la actualidad, Mario seguía sacando los dientes por ella y ella, las uñas por él.

—Vamos a sentarnos a una mesa —sugirió Olivia.

La cafetería estaba desierta. Aún faltaban unos minutos para que hicieran su aparición los típicos grupos de madres tras dejar a sus hijos en el colegio.

—A ver, ¿me lo vas a contar o lo tengo que adivinar? —inquirió Mario dando un sorbo a su café.

—Quizá deberías desayunar con El Diario en vez de hacerlo con Las Noticias.

—¿El digital?

Olivia asintió con la cabeza.

—Sección de Regional —aclaró.

Mario buscó el enlace en su teléfono. Permaneció en silencio durante el minuto que tardó en leer la noticia.

Emitió un silbido.

—Esta madrugada apareció un tío muerto en el polígono de Noreña —espetó Olivia sin preámbulos.

—Ya… lo estoy leyendo.

—Pero lo que no has leído porque no lo puedo publicar es que —bajó el tono de voz convirtiéndolo en un susurro— al fiambre le cortaron los huevos y se los metieron en la boca.

—¡Joder! —exclamó Mario con aprensión.

—Ese detalle me lo filtraron extraoficialmente. No lo puedo publicar de momento sin comprometer a quien me lo dijo.

—¿Cómo te enteraste, Livi?

—La emisora. No podía dormir. Me levanté, la encendí y voilà.

—¿Qué más sabes?

—En realidad, nada más. Solo eso. No me dejaron atravesar el cordón. Suerte que Alberto era uno de los agentes que vigilaba una de las entradas, que, si no, ni de eso me entero.

—¿Granados? —Mario sonrió—. No es difícil adivinar quién ha sido tu fuente.

—El pobre estaba desencajado. Dijo que la escena era brutal. Bueno, sí… hay otra cosa. El cuerpo lo encontró una mujer. No tengo más datos. Aunque me imagino que por la hora y la zona sería una prostituta de La Parada. Pero esto ya es de mi cosecha.

Mario apuró el café y se quedó pensativo.

—¿Qué piensas? —le preguntó Olivia con la boca llena.

—Pienso que de tratarse de un crimen, que por lo que cuentas, tiene toda la pinta…

—Hombre…, un suicidio seguro que no es —le atajó Olivia con sorna.

—… pues eso… como no es un suicidio y tiene pinta de ser un crimen —continuó Mario con cara de pocos amigos—, el sumario será secreto. De manera que no creo que por los medios oficiales vayamos a conseguir ningún tipo de información.

—¿Y si le das un toque a Granados? A ti igual te suelta algo más.

—Sí, lo haré. Venga, acábate el café y nos ponemos a trabajar.

Mientras caminaban hacia el coche, Mario llamó por teléfono al gabinete de Prensa de la policía. Olivia acababa de recibir otra llamada de la redacción del periódico. Era Roberto Dorado, su jefe.

—Olivia, ¿crees que podrás tener alguna novedad para mediodía?

—No lo sé, Roberto. Empiezo ahora a moverme.

—Pues date prisa porque en la reunión de redacción voy a pedir apertura para el tema del muerto. ¿Sabemos ya el nombre del fiambre?

La periodista puso los ojos en blanco. Dorado era tan sutil como un elefante en una cacharrería.

—No, aún no.

—Quiero su nombre antes de que acabe el día. —Casi podía visualizarlo con la cara colorada y la tensión por las nubes. No recordaba haberlo visto relajado jamás—. Y Las Noticias también lo van a querer —continuó—, así que ya te estás poniendo las pilas.

Colgó sin despedirse. Una de sus manías. Así evitaba réplicas.

Olivia resopló. «Y solo son las nueve y media de la mañana».

Mario también había terminado de hablar por teléfono. Se apoyó en el capó de su coche y ella en la puerta del conductor.

—He llamado a Prensa —empezó a decir—. La versión oficial es la aparición, en la madrugada de hoy, del cadáver de un hombre con claros signos de violencia, en el polígono La Barreda, en Noreña. Aún sin identificar. El cuerpo fue descubierto por una persona que responde a las iniciales G. O., quien llamó al 112. Fin de la cita.

—¿Estás de coña? ¿Solo eso? —exclamó Olivia con indignación—. ¡Es menos de lo que ya sabemos!

—Estaba claro que no nos iban a contar mucho más, Livi. ¿Qué esperabas? —razonó Mario—. Pero a continuación, he llamado a nuestro amigo Granados y me ha dado algo de lo que tirar.

—¿El nombre de la víctima?

—No, el de la mujer que lo encontró. Efectivamente, es una prostituta de La Parada. Guadalupe Oliveira, también conocida como Clarisa. Pero no podemos publicar su nombre, ni mencionar a la fuente, y bla, bla, bla… Ya sabes, lo de siempre. Que utilicemos ese dato para avanzar y que tratemos de dejarlo a él al margen.

—Suficiente. Para empezar, solo necesito un nombre. —Olivia buscó en su bolso el cuaderno de notas—. Me vas a tener que echar un cable. Adaro quiere toda una página con este tema. Puede que necesite que me cubras en alguno de los actos que tenemos estos días.

—Sabes que sin problema. —Mario sacó las llaves del coche—. Pero esta semana quiero estar un poco pendiente de Nico. Ha vuelto a las andadas, Livi.

—Eso explica tu cara. Sabía que te pasaba algo.

—Estoy cansado y preocupado. No sabemos qué hacer.

Nico era el único sobrino de Mario, hijo de su única hermana, Carmen. Se había quedado viuda cuando Nico era apenas un bebé y Mario se había volcado con aquel niño como si fuera su hijo. El pequeño había cumplido ya trece años. De un tiempo a esa parte, había pasado de ser un niño alegre, extrovertido y cariñoso a convertirse en una persona hosca, malhumorada y retraída, especialmente con Mario. A principios de año habían descubierto que se autolesionaba provocándose cortes en la cara interna de los brazos y de las piernas, y los últimos meses se habían convertido en un peregrinaje a psicólogos infantiles y médicos de urgencias. Aun así, Nico no mejoraba.

Olivia se acercó a su amigo y le dio un abrazo.

—Mario, ya sabes que me tienes para lo que necesites…

—Lo sé, pichón. Saldremos de esta. ¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó buscando cambiar de tema mientras se metía en el coche.

—Voy a ver si localizo a esa Guadalupe. Te llamo luego.

—Vale. Yo voy a acercarme a casa de Carmen. Hablamos.

Mario arrancó el coche y enfiló hacia el centro de Pola de Siero. Olivia sacó su teléfono móvil y buscó en internet el teléfono de La Parada.

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