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Capítulo 13

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Roberto Dorado estaba a punto de entrar en la reunión de redacción de mediodía cuando sonó el móvil.

Era Olivia.

—¿Qué tienes? —preguntó sin saludar siquiera.

—Directo al grano —apostilló Olivia. Cogió aire—. Tengo el nombre de la víctima.

—¡Estupendo! —exclamó Dorado—. Es una buena noticia porque El Ideal y Las Noticias ya han sacado una nota en páginas interiores.

—¿Con foto?

—Con foto de archivo del polígono.

—¿Y la información? —planteó Olivia con cierta preocupación.

—La misma que publicamos nosotros. Me da que nos la han fusilado[3], a pesar de que citan al gabinete de Prensa de la Policía Nacional.

—Prensa no da detalles. La única información oficial que han facilitado es la aparición de un cadáver en el polígono. Fin de la cita.

—Eso no me preocupa. ¿Cómo se llamaba el muerto?

—Guzmán Ruiz.

—¿Qué sabemos de él?

—De momento, poca cosa. Casado y con un hijo, aunque aún lo tengo que confirmar. Residente en Pola de Siero. Nivel de vida bastante alto. O al menos medio alto, dada la urbanización donde vivía. Y esto te va a encantar —la joven hizo una pausa—: cliente habitual del mayor puticlub del municipio, es decir, putero y muy putero.

—No me jodas, Olivia.

—No tengo intención y menos a esta hora de la mañana.

—¿Está contrastado?

—Sí, por dos fuentes diferentes. Eso sí, no puedo mencionarlas.

—¿Qué más tienes?

—Que era amigo del propietario, un tal Germán Casillas.

—¿Algo de la investigación?

—Deducciones mías. A ver, apareció cerca de una entrada trasera al club. Sabemos que la pasada noche no estuvo en La Parada, con lo cual supongo que lo mataron cuando iba hacia el club de alterne. ¿Qué hacía allí, si no?

—No podemos publicar suposiciones —gruñó Dorado.

Olivia se lo podía imaginar tamborileando con los dedos en la mesa, cavilando a la velocidad de la luz para entrar en la reunión defendiendo la apertura. Porque detrás del mal humor crónico del jefe de sección, se escondía un luchador infatigable: defendía a muerte el trabajo de sus redactores si consideraba que este merecía la pena. No se arredraba ni ante Adaro.

—¿Lo mataron allí o simplemente dejaron allí el cadáver? —inquirió Dorado sin dar tregua a Olivia.

—No lo sé, pero de eso puedo enterarme.

—Pues entérate —espetó— y procura que podamos publicarlo sin tener que hacer suposiciones.

Olivia maldijo en silencio la mala leche de su jefe.

—¿Sabes quién encontró el cadáver?

—Sí, con nombres y apellidos, pero no me autoriza a publicarlos.

—Y, ¿te contó en qué circunstancias lo encontró?

—También. Eso podríamos publicarlo, pero sin mencionar fuentes.

—Está todo cogido por los pelos, Olivia. —Dorado chasqueó la lengua—. Nos podemos pillar los dedos.

—Me voy a acercar a Pola de Siero. Trataré de hablar con la viuda y me daré una vuelta por la zona. Los vecinos quizá hablen.

—Y Mario, ¿qué tiene?

—Fotos de relleno del polígono y de la entrada trasera al puticlub.

Dorado reflexionó durante un segundo.

—Está bien. De momento, mantenemos la apertura.

—Vale, pero no te olvides de mencionarle a Adaro que se olvide del enfoque humano. Este tipo no llevaba una vida ejemplar, por lo poco que sabemos. ¿Vais a meter algo en el digital?

—No, no creo que Adaro quiera dar pistas. ¿Te has cruzado o has visto movimiento de los otros periódicos?

—No, por nuestra ruta no han estado.

—Por ahora, sigue investigando. Esta tarde hablamos.

—De acuerdo. Habla…

Olivia no pudo terminar la frase. Dorado ya había colgado y de dos zancadas se había plantado en la pecera donde siete jefes de sección, un redactor jefe y un director con cara de pocos amigos esperaban expectantes las novedades del crimen más impactante de los últimos años en la zona.

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