Animal

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Capítulo 24

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Viernes, 16 de junio de 2017

«Las chicas buenas van al cielo. Las malas, a todas partes». Ese siempre había sido el lema de Olivia. Ella era una chica mala que no sabía permanecer quieta. Si no tenía un proyecto en marcha, se las ingeniaba para meterse en uno. Su madre siempre le reprochaba su hiperactividad. «Nena, no te estás quieta ni durmiendo», le decía a menudo.

Aquella mañana Olivia estaba más excitada de lo normal. Apenas había dormido. Los acontecimientos del día anterior habían conseguido preocuparla. Y la entrevista con el inspector Castro no había contribuido a tranquilizarla. Ahora tendría al policía detrás de cuanto publicara y estaba convencida de que no la iba a perder de vista. Iba a tenerlo pegado al culo lo que durara la investigación. Ella intentando conseguir exclusivas sobre el caso y él tratando de que no las publicara. El agua y el aceite. Un verdadero incordio. «Pero un incordio muy atractivo», pensó poniéndose colorada y sintiendo un pequeño cosquilleo.

Olivia había madrugado. Quería ponerse en marcha cuanto antes. Lugo estaba a dos horas y media de camino y su intención era estar de vuelta a tiempo para escribir la noticia. Eran poco más de las ocho de la mañana. Acabó de prepararse, cogió el portátil y el bolso, metió la dirección de los padres de Victoria Barreda en el navegador y, tras comprobar que a Pancho no le faltaba agua ni comida, salió de casa para poner rumbo a la ciudad gallega.

Pero en cuanto pisó la calle y vio el coche, supo que no iba a llegar muy lejos. Contempló entre asombrada y cabreada las ruedas del Golf. Estaban pinchadas. Las cuatro. Soltó el ordenador portátil y el bolso y se acercó a examinarlas de cerca. No estaban pinchadas. Estaban rajadas. El coche estaba apoyado literalmente sobre las llantas, de manera que la defensa delantera de su Golf casi besaba el suelo. Y los neumáticos presentaban un corte profundo y largo.

—¡¡¡Mierda!!! —exclamó impotente.

Cogió el móvil y llamó a Mario. El fotógrafo contestó al segundo tono.

—¡Mario! Necesito tu coche —pidió Olivia sin esperar siquiera a que su compañero saludara.

—¿Y qué pasa con el tuyo? —preguntó Mario sin ocultar su sorpresa.

—Fuera de servicio.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Alguien ha rajado las cuatro ruedas de mi coche.

—¡Tienes que ir a la policía! —Olivia podía imaginarse el rostro crispado de su compañero.

—No pienso ir a la policía. Me voy a Lugo tal y como tenía previsto, Mario.

—Pero ¿no te das cuenta? Ayer el cuaderno y hoy el coche… Alguien, probablemente quien mató a ese hombre, te está… te está… vigilando, te está acosando.

—No sabemos si ha sido la misma persona.

—¡Vamos Olivia! ¡¿Qué más necesitas, que te corte el cuello?! —Mario gritaba, algo poco habitual en él.

—Escucha —intentó calmarlo Olivia—. No sé cuál es el mensaje que me quiere transmitir, si es que esto es un mensaje. Pero si voy a la policía, me incautarán el coche y me tendrán toda la mañana en comisaría con preguntas tontas que no sabré responder.

Mario no contestó. Tan solo se escuchaba su respiración agitada al otro lado del teléfono.

—Mario… si no me dejas el coche, le pediré a mi madre el suyo. Pero cuatro ruedas pinchadas no me van a impedir marcharme. Y si lo que quiere esa… esa persona es asustarme, va a tener que esforzarse un poco más —dijo Olivia tratando de aparentar más tranquilidad de la que realmente sentía. En su interior sabía que Mario tenía razón. Y si la idea era asustarla, en realidad, quien fuera que estaba haciendo aquello, lo estaba consiguiendo.

Mario resopló y no dijo nada durante unos segundos. Después, accedió a regañadientes:

—En diez minutos estoy ahí —contestó y colgó el teléfono.

Olivia llamó a la grúa y, mientras esperaba a que llegara, decidió que cuando regresara de Lugo llamaría al inspector Castro o, mejor, pasaría por la comisaría para contarle lo de las ruedas. Visita meramente profesional, claro.

Pero le apetecía volver a ver a aquel policía madurito con un aire a Harrison Ford.

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