Animal

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Capítulo 54

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Olivia tenía calor. No era por los 25 grados que marcaba el termómetro del coche. Una temperatura inusualmente alta en Asturias para la hora que era y para el mes en el que estaban. El calor de Olivia provenía del interior de su cuerpo. Le sudaban las manos y sentía que le ardía el rostro. Además, sentía una inquietud que se le había agarrado al pecho con tanta fuerza que no era capaz ni de inhalar el humo de un cigarrillo.

No dejaba de pensar en el pósit naranja con el nombre de Mario. El sencillo gesto de haber pegado aquel pequeño papel en la cartulina blanca era una deslealtad hacia su amigo. Se sentía como una traidora. Su lado angelical le estaba recriminando sus dudas respecto a Mario desde la noche anterior, y lo hacía en forma de palpitaciones, sudores y sofocos. Su lado demoníaco le susurraba al oído que se dejara llevar por su instinto, y empujaba sus neuronas hacia la cámara de fotos abollada, la presencia de Mario en casa de Barreda la mañana de su muerte, su móvil desconectado la madrugada en que mataron a Ruiz, su actitud taciturna y malhumorada de los últimos días y su oportuno encontronazo con el cuaderno a la puerta de su casa.

—¿Oportuno? Fue casualidad, Olivia —le susurró su «ángel».

—Una casualidad más que oportuna —contraatacó su «demonio».

Olivia subió el volumen de la música. Estaba entrando en su calle. Allí había quedado con Mario y allí estaba él, puntual, delante de su portal. Aparcó de una sola maniobra, un poco más abajo. Por el espejo retrovisor vio acercarse a su compañero, que venía a su encuentro.

—¿Todo bien? —preguntó a modo de saludo.

—Sí. ¿Y tú?

—He estado mejor —reconoció Mario, que tenía cara de haber dormido poco—. Me acaba de llamar el subinspector Gutiérrez. Quieren hablar conmigo… otra vez.

Olivia no dijo nada. Castro ya le había anunciado la noche anterior su intención de volver a interrogar a Mario, pero aun así sintió que se le aceleraba el pulso. De repente, sintió miedo por su amigo.

—Vamos a llamar a Adaro para que te manden un abogado, Mario. —Olivia metió la mano en el bolso para sacar el teléfono móvil, pero Mario la detuvo.

—No, Livi. Solo empeoraría las cosas con el periódico. Y no me hace falta. No me han detenido —intentó bromear.

—No se te ve preocupado.

—¿Por qué habría de estarlo? Ellos solo hacen su trabajo y yo no he hecho nada. —El fotógrafo se encogió de hombros y Olivia se dio por vencida.

Mario le facilitó los datos de contacto de una mujer que había sido profesora en el colegio de Pola de Siero. Se llamaba Ángela Pascual. Jubilada desde hacía casi diez años, había impartido clases de literatura a varias generaciones de niños. Vivía en Pola de Siero. Y estaba encantada de poder hablar con la periodista.

—¿Cómo lo has conseguido? —preguntó Olivia emocionada.

—Yo también sé hacer mi trabajo, pichón —contestó Mario—. Pregunté en el Ayuntamiento. Hay mucho dinosauro, ¿te habías fijado alguna vez?

Olivia rio con ganas. Las dotes de investigación de Mario siempre habían sido un tanto peculiares. Pero funcionaban.

—Me dije: por la media de edad seguro que hay quien recuerde a algún profesor de aquella época —continuó—. Y así era. Una de las secretarias de Intervención me llamó esta mañana. No solo recordaba a la señora Ángela Pascual, sino que aún mantiene contacto con ella.

Olivia aplaudió y felicitó a Mario por la ingeniosa ocurrencia que había tenido. Esperaba que la entrevista con la antigua profesora fuera fructífera, pues Dorado ya la había llamado para recordarle que tenía una página sin publicidad para ese día. Y una página entera sin faldones eran muchas líneas que llenar.

—Te invito a algo, venga. Hay que celebrar lo buen detective que eres. —Olivia agarró por el brazo a Mario y se encaminaron hacia el centro de Pola de Siero.

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