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Capítulo 61

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—¡Le digo que tiene que insistir! —exigió una atribulada Guadalupe Oliveira, mientras adelantaba medio cuerpo por encima de la mesa del agente Castaño.

—Ya le he dicho que el inspector Castro está en pleno interrogatorio. He dado aviso y llamará en cuanto termine —explicó el policía, que estaba empezando a perder la paciencia—. Si me dijera a mí qué es tan urgente y tan importante…

—Solo hablaré con el inspector Castro —respondió tajante Guadalupe Oliveira, aún dolida por el comportamiento que el agente había tenido con ella hacía menos de quince minutos.

«Habrase visto —pensó sofocada. Todavía notaba que le temblaba la mandíbula por el enfado—. Primero se ríe de mí y ahora quiere que le explique. Pues el que quiera saber que vaya a la escuela».

Había decidido que, si no era con Castro, no hablaría con nadie. Y si no era capaz de hablar con él por teléfono, cogería un autobús e iría a la comisaría de Oviedo en persona. Pero a aquel indolente policía no le contaría lo que acababa de ver.

—Señorita Oliveira, si es algo importante para la investigación, debe contárnoslo —reiteró el agente tratando de convencerla.

—Es importante, sí. De hecho —añadió Guadalupe poniendo énfasis en cada palabra— creo que es crucial. Pero insisto en hablar con el inspector Castro.

Se cruzó de brazos en actitud desafiante y tozuda. Estaba nerviosa.

—Le repito que el inspector Castro ahora mismo está ocupado.

Guadalupe Oliveira no iba a esperar sin hacer nada.

Aquella información podía ser importante para localizar al autor de los crímenes.

—En cuanto llame el inspector, dígale que voy para allá. Que he recordado —le dijo a un confundido policía—. Él lo entenderá.

Dio media vuelta y salió de la comisaría con paso decidido. Puso rumbo en dirección a la estación de autobuses, no sin antes sacar su teléfono móvil y disparar una fotografía a uno de los vehículos aparcados delante del edificio de la policía.

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