Angelina

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Prólogo del autor

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Prólogo del autor

Allá te va esa novela, lector amigo; allá te van esas páginas desaliñadas e incoloras, escritas de prisa, sin que ni primores de lenguaje ni gramaticales escrúpulos hayan detenido la pluma del autor. Son la historia de un muchacho pobre; pobre muchacho tímido y crédulo, como todos los que allá por el 67 se atusaban el naciente bigote, creyéndose unos hombres hechos y derechos; historia sencilla, vulgar, más vivida que imaginada, que acaso resulte interesante y simpática para cuantos están a punto de cumplir los cuarenta. Como el Rodolfo de mi novela, gran lector de libros románticos, eran todos mis compañeros de mocedad —te lo aseguro a fe de caballero— y ni más ni menos que como Villaverde algunas ciudades de cuyo nombre no quiero acordarme.

Ruégote por tu vida, amigo lector, que no te metas en honduras, que no te empeñes en averiguar dónde está Villaverde, cuna de mi protagonista. Mira que perderías el tiempo y correrías peligro de mentir. Ya sabes que los noveladores inventan ciudades que no existen, y de las cuales no te daría noticia ni el mismísimo García Cubas. Tampoco busques en los capitulejos que vas a leer «hondas trascendencias y problemas» al uso. No entiendo de tamañas «sabidurías», y aunque de ellas supiera me guardaría de ponerlas en novela; que a la fin y a la postre las obras de este género —poesía, pura poesía— no son más que libros de grata, apacible diversión para entretener desocupados y matar las horas, libritos efímeros que suelen parar, olvidados y comidos de polilla, en un rincón de las bibliotecas. Además: una novela es una obra artística; el objeto principal del arte es la belleza, y… ¡con eso le basta!

Mas si por acaso fueses de esos críticos zahoríes que adivinan o presumen de adivinar las intenciones y propósitos de un autor, para que el mejor día no salgas diciendo que quise decir «esto o aquello», declárote que tengo en aborrecimiento las novelas «tendenciosas», y que con esta novelita, si tal nombre merecen estas páginas, sólo aspiro a divertir tus fastidios y alegrar tus murrias. Y no me pidas otra cosa, y queda con Dios.

Orizaba, a 30 de julio de 1893.

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