Angelica

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Tercera parte » Capítulo 18

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Capítulo 18

 

C

omo no era una adecuada esposa ni madre, se esmeró en su cometido como anfitriona. Recibió al doctor Miles —que había venido a llevársela— con el encanto de su juventud. Pero lo hacía sólo como un regalo para Joseph, naturalmente, una especie de disculpa, incluso como un reconocimiento de que ella veía lo que iba a suceder y deseaba que él viera que ella lo aceptaba. Joseph jadeó al cerrar la puerta de su casa dejando allí al doctor Miles analizando la locura de Constance. Jadeando por la falta de aire, inhaló solamente el fibroso estiércol de caballo y las rosas de una florista que pasaba. ¡Tenía los ojos húmedos! Lloraba por Constance, mientras ella se esforzaba, demasiado tarde, por mantenerse cuerda, viendo sólo ahora, demasiado tarde, las consecuencias de su débil voluntad, ofreciéndole dulcemente un camafeo de lo que antaño había sido ella, un recuerdo al que él pudiera aferrarse durante su larga ausencia, hasta que ella decidiera recuperar la razón. Al otro lado de la calle, los dos hombres que Miles había traído para dominar a su esposa lo observaban, pero no podía controlar sus lágrimas.

Y ahora ha caído la noche, y me vienen a la cabeza los detalles, primero los tobillos, luego los ojos. ¿Da él un paso en falso nada menos que esa noche, cae al Támesis o en manos de unos asesinos, rateros, atracadores? Esa noche no. Nunca lo creí. Y tampoco lo hizo Harry ¿Actores contratados, entonces? El Tercero lo negó.

¿Se arrojó desde un puente, cayendo en el fango de la orilla, en la jaula de los leones del zoo? ¿Se alejó de su familia esa noche, esperó al primer tren, el barco de Calais? Es improbable. Su mujer había sido internada, su hija y su casa eran suyas, al día siguiente despediría a la desleal Nora e iniciaría su vida nuevamente como un hombre.

«¡Especule, querida!», me recomendó, tan seguro y tan impaciente, relamiéndose los labios, a la espera de hallar respuestas sobre mí. «Sus especulaciones pueden revelarnos las formas ocultas más allá de su conciencia.» Siempre atento a mis formas ocultas. Muy bien, entonces, señor, aquí están mis especulaciones, aquí, donde ni Nora, ni Harry, ni Miles, ni El Tercero, ni Anne, ni mi madre me proporcionan ninguna pista.

Él trataba de perderse, pero fracasó, miraba fijamente al Támesis y a la Torre y a las fulanas, se tapaba los oídos a los desesperados gritos que imaginaba que se alzaban en su hogar. Anhelaba regresar corriendo y salvarla de aquellos fuertes hombres que meterían su cuerpo a empujones en el cabriolé que estaba aguardando. Pero se obligó a mantenerse al margen, controlando sus llorosos ojos e inútiles puños, contra su deseo de rescatarla, hasta que la marea de ese deseo cambió. Cuando creyó que Miles debía de haber hecho una señal a sus hombres y éstos se habían llevado a su esposa a la fuerza, cuando creyó que iba a enfrentarse con un hogar sin su mujer, de repente no pudo regresar, y se pasó horas vagando aturdido, resistiendo el atractivo de su nueva casa, pensando en voz alta, lanzando puntapiés a las ratas, contemplando cómo la lluvia golpeaba los charcos con diminutos y blancos chapoteos hasta que, para asombro suyo, sin tener la menor idea de la hora, se encontró inclinado ante la puerta de su restaurado y purificado hogar, y con unas manos empapadas por la lluvia hundió su tosca llave de hierro en la cerradura y subió por las escaleras hasta su fría cama.

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