Angelica

Angelica


Cuarta parte

Página 59 de 61

¿Agudizó la niña alguna vez aquella tensa situación? Inevitablemente. Ahora prefería la compañía de su padre, ahora la de su madre, sabiendo muy bien que con cada cambio estaba hiriendo a uno y agradando al otro. Exageraba sus temores para ganarse las atenciones de su madre, y se burlaba de los miedos de su madre para ganarse la diversión de su padre. Puede que algunas veces dijera exactamente lo que Anne esperaba que dijera. Tal vez le decía a su madre: «No te preocupes, mamá, si te mueres, yo seré una estupenda esposa para papá.» Puede que de vez en cuando representara el papel de coqueta, y fuera generosamente recompensada por ello por alguno de sus tres progenitores. Y por ello tiene la culpa de desencadenar el incendio que siguió, ¿no?

«Al final veremos las raíces de todas sus quejas enterradas como si la tierra fuera el más transparente de los cristales.» Me prometió temerariamente ese tesoro cuando empezamos a vernos, como hacen todos los hombres cuando sus deseos son fuertes y recientes. Y a este sucio final es adónde me conduce, un gris infierno de soledad, autorreproches y apetencias insatisfechas. Tengo mejor juicio que nunca, y sin embargo encuentro que —¿qué nombre emplear?—, mis inclinaciones, actos, debilidades, toda la intranquilidad que de ello se deriva, son más fuertes que nunca. He tratado de retratar a estos personajes con toda la habilidad que he sido capaz de reunir, y no consigo atraparlos. No me acerco más a ellos de lo que un objeto que descansa en un espejo lo hace de su reflejo. No encuentro ningún consuelo, sólo una máquina de cuatro ruedas dentadas, sus engranados dientes hechos solamente para encajar el uno con el otro, sin ruido, cada uno de ellos empujando los otros hacia delante.

¡Y usted! Me cogió por las manos, luego me hizo malgastar horas y dinero, y hurgó en mis heridas, manteniéndolas abiertas. Típico de un médico. Me siento desgraciada y usted se aburre. Yo lloro y usted consulta el reloj. ¿Se extraña de que no volvamos a vernos? Confiéselo: usted tampoco quiere saber nada más de mí. Con sus promesas imposibles de cumplir, y su fascinación por mí ya menguando, está deseando ir a buscar a su sala de espera —con su seductora pose de científico— a su próxima y guapa histérica.

 

Ir a la siguiente página

Report Page