Angel

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Cassie postergó cuanto pudo la siguiente visita a la ciudad con Angel, pero lo cierto era que su padre no gustaba de las sorpresas y, a esas alturas, debía de haberle informado ya con exactitud cuándo llegaría. Un telegrama suyo le habría sido llevado al rancho, pero las cartas esperaban en la ciudad hasta que ella pasara a retirarlas. Para eso tenía que ir a la ciudad. Y Angel insistía en no dejarla sola.

Como apenas faltaba una semana para Navidad, también tenía algunas compras que hacer. La idea no la alegraba. Ella siempre esperaba con ansias esas fiestas, pero ese año sería la excepción, si no había más demoras y su padre volvía en los días siguientes, ella no podría arriesgarse a prolongar su visita ni siquiera hasta después de los días festivos. Sería la primera Navidad que pasaría sin ninguno de sus padres, a solas en un tren o una diligencia, rumbo al norte.

Sin embargo, no pensaba en eso aquella tarde camino a Caully. Tras haber intercambiado esas desagradables palabras con él tres días antes, tras la vista de Jenny, había caído en la cuenta de que él debía salir muy pronto de su vida; probablemente jamás volviera a verlo.

Aunque vivieran en la misma zona de Wyoming, él llevaba muchos años yendo a Cheyenne sin que sus caminos se hubieran cruzado nunca; no había motivos para pensar que ahora las cosas serían diferentes.

Y aunque lo viera en Cheyenne algún día por casualidad, lo más probable era que Angel cruzara la calle para evitarla. ¿Por qué no, en verdad? No se podía decir que en ese período se hubieran hecho amigos. Por el contrario, él no veía la hora de irse y ella... estaba al borde del llanto desde hacía tres días.

Lo asombroso era que esta vez no le molestaba hacer el viaje con Angel. En realidad, al elegir el carruaje lo había desafiado, en cierto modo, a soportar su compañía y su conversación. El no parecía sentirse a la altura del desafío porque la acompañaba a caballo y se mantenía delante a distancia suficiente para que no pudieran conversar. Ni siquiera se había dado cuenta de que, bajo el abrigo ribeteado de piel, Cassie lucía un vestido a la última moda de Chicago, de encaje blanco y azul como el espliego. ¿Para eso se había tomado tanto trabajo con su arreglo personal?

En la ciudad la esperaba, sí, una carta de su padre. No daba la fecha exacta de su llegada pero prometía estar de regreso antes de Navidad.

Angel, al enterarse, recibió la noticia con su habitual inescrutabilidad, sin revelarle en absoluto sus sentimientos. Pero ella podía adivinarlos, debía de estar encantado de que aquello estuviera a punto de terminar.

Por lo menos esa vez no tuvieron problemas en Caully. Allí estaba Richard con un par de vaqueros de los MacKauley, pero no hizo más que mirarlos un poco al salir de la ciudad. Cassie no se demoró más de lo necesario, pero ya comenzaba a anochecer cuando llevó el carruaje al establo. Angel la siguió al interior y se dedicó a desenganchar el caballo aun antes de que ella se hubiera apeado.

—Emanuel se encargará de eso — le informó ella con el ánimo por los suelos.

Él respondió sin interrumpir su tarea:

—No lo veo por aquí ¿Y tú?

Cassie giró bruscamente la cabeza ante ese tono agrio. Era ella quien estaba de pésimo humor. ¿Qué motivos tenía él para mostrarse irritado?

—A estas horas debe de estar cenando — replicó, ya tensa—. Pero yo puedo encargarme de este caballo. Tú tienes que ocuparte del tuyo.

—No insistas, Cassie — la interrumpió él—. Vete a la casa.

—Esa sí que es una buena idea — intervino una tercera voz—. ¿Por qué no vamos todos?

Resonaron simultáneamente los percusores de tres revólveres. Cassie, con ojos dilatados, vio que Richard MacKauley salió de entre las sombras en la parte trasera del establo. Desde los lados se adelantaron Frazer y Morgan. Cada uno de ellos tenía un arma apuntando contra Angel.

¿Una trampa? Richard debía de haber volado a su casa para traer a su padre tal como lo habría hecho Morgan anteriormente. Sólo que esa vez no era sólo para enfrentarse con Cassie.

—No te muevas, Angel, si no quieres que tu nombre cobre otro significado — dijo Richard, acercándose desde atrás para sacarle cautelosamente su colt de la pistolera.

Angel se lo permitió. No tenía mucha alternativa, pensó Cassie, aunque le sorprendió que no dijera ni hiciera algo antes de perder la oportunidad. Dado su oficio, debía de estar familiarizado con ese tipo de situaciones; sin duda conocía algunas triquiñuelas que habría podido usar para invertir posiciones con los MacKauley. Claro que ella no había visto el cuarto revólver apuntado contra ella.

Tampoco le prestó mucha atención al girar hacia el hombre que había hablado en un principio. R.J., de pie en la amplia entrada del establo, sonreía de oreja a oreja. Esa sonrisa habría debido advertir a Cassie que no le gustaría lo que iba a oír. Aun así tuvo que preguntar:

—¿A qué viene ahora, señor MacKauley?

—Sólo a hacerle un favor, señorita Stuart, para demostrarle mi agradecimiento por todo lo que usted ha hecho por mi familia. No puedo permitir que se vaya sin el debido gesto de...gratitud.

Cassie miró a su alrededor. Frazer tenía un ataque de risa ante las palabras de su padre. Richard, en cambio, no se divertía en absoluto; en cuanto a Morgan, parecía estar allí muy contra su voluntad, Clayton brillaba por su ausencia. Y Angel permanecía tan inescrutable como siempre.

Por la mente de Cassie cruzó un pensamiento, justo esa tarde había decidido no ir armada a la ciudad. ¿Y por qué? Por una estúpida vanidad, trataba de lucir su mejor aspecto ante un hombre que ni siquiera lo había notado. Pero R. J no podía estar planeando nada muy grave. De lo contrario no habría estado allí con esa gran sonrisa.

—Preferiría que no me hiciera ningún favor, señor MacKauley — comenzó ella, cauta. Luego sugirió—: ¿Por qué no imagina, sencillamente, que ya me he ido? Lo haré dentro de pocos días.

—Lo sé. Y para eso he venido, para ayudarla antes de que sea demasiado tarde.

Cassie frunció el entrecejo.

—¿Para ayudarme? ¿De qué modo?

—La vamos a casar como Dios manda antes de que ese novio suyo vuelva a desaparecer.

¿A casar? Era tan increíble que Cassie tardó en comprender, pero al fin se echó a reír.

—Es una broma.

—No, señorita. — R. J sacudió la cabeza. — Tengo al predicador esperando en la sala para oficiar la ceremonia. Vino con mucho gusto cuando se enteró de que usted y este hombre vivían bajo el mismo techo sin la debida vigilancia.

Ante la insinuación, las mejillas de la joven se inundaron de un color subido, pero lo perdió por completo al comprender la consecuencia peor, obligarían a Angel a casarse con ella. Pero nadie podía hacer eso con un hombre como él. Se pondría tan furioso que los mataría a todos sin reparos en cuanto recobrara su revólver.

Maldito Frazer. Probablemente se había encargado de que a su padre se le ocurriera esa idea. Cassie le clavó una mirada digna de un relámpago. Él le sonrió sin ningún remordimiento.

—Surgió de su propia boca, señorita Cassie. — dijo, echando sal a la herida—. Y las parejas comprometidas tienen que casarse, ¿no?

Era su propia mentira que volvía para acosarla de una manera monstruosa. Frazer sabía que era una mentira. R. J también, probablemente. Sólo la aprovechaban para vengarse. Pero ella no podía permitir que se salieran con la suya. Por el bien de ellos mismos, no podía.

Tuvo miedo de mirar a Angel para ver cómo estaba tomando ese nuevo dilema, pero comprendió que él no diría nada. No era su estilo. Más adelante les ajustaría las cuentas y se sentiría justificado, pues lo que ellos estaban haciendo no era exactamente legal.

Aun así, Cassie no podía permitir que llegara a tanto. Habría que mentir un poco más. Y si eso no daba resultado, tendría que negarse rotundamente a cooperar.

Se volvió hacia R. J

—Le agradezco su preocupación, señor MacKauley, pero mamá ya está planeando una gran fiesta de bodas para fines de enero con cientos de invitados. No me perdonaría tener que cancelarla.

El viejo rió entre dientes.

—No hay por qué desilusionar a su mamá. Ninguna ley prohíbe casarse dos veces, al menos con el mismo hombre.

Cassie apretó los dientes.

—Prefiero esperar a que llegue mi padre para que sea mi padrino.

—Cuando llegue Charley se puede organizar otra boda más. Pero ahora no podemos despedir al predicador que viene desde tan lejos para hacer lo correcto. Yo seré su padrino, niñita. Será un honor.

En ese momento Cassie se enfadó.

—¡Qué honor ni honor! No pienso casarme para satisfacer su equivocado afán de venganza, R. J MacKauley. Si se dignara a abrir los ojos se daría cuenta de que Clayton y Jenny quieren vivir juntos. El único obstáculo es su mal genio, hombre, lo mismo que lo trae por aquí. ¿Qué piensa hacer ahora? ¿Matarme?

—Bueno, eso no puedo hacerlo — respondió él caviloso. Luego señaló con la cabeza hacia detrás de ella—. Pero bien puedo matarlo a él.

“El” era Angel. La mera idea congeló la sangre a Cassie. El pistolero seguía sin decir nada. Sin poder contenerse más, giró para mirarlo. Pero fue un error, pues eso le provocó el miedo que los MacKauley no habían podido inspirarle. Angel estaba furioso, sí, pero toda su cólera, por algún motivo, se encaminaba hacia ella. ¿Algún motivo? Eso también era culpa de ella; el hombre no se equivocaba.

Cassie se volvió hacia R. J, tan asustada que estaba dispuesta a suplicarle, si era necesario. Angel no le dio oportunidad. Se adelantó para bajarla bruscamente del carruaje sin que nadie tratara de impedírselo.

—Terminemos con esto, Cassie. A estas alturas, una boda o tres no cambian nada.

Su tono era tan suave como su expresión, pero ella no se dejó engañar. Había visto su furia. Cuando él comenzó a arrastrarla hacia la casa clavó los talones en el suelo. De cualquier modo llegaron allí, seguidos de cerca por los MacKauley. Y era cierto que el predicador los esperaba.

Su última esperanza. Bastaba con decir que se les estaba obligando a casarse.

—No digas otra cosa que “Sí, quiero” — le susurró Angel al oído—. ¿Entendiste?

Cassie lo miró con extrañeza, sin comprender por qué cedía. Posiblemente para terminar cuanto antes y recobrar su revólver.

Entonces estallaría el infierno. Ojalá esperara a que el predicador se fuera. En cuanto a los MacKauley, por el momento no le inspiraban ninguna simpatía. A la pobre María le daría un ataque cuando viera tanta sangre...

—¿Entendiste? — repitió Angel.

Ella asintió. ¿Qué importaba si había un baño de sangre en su sala? Primero se casaría.

Y eso se efectuó sin ningún dolor en realidad. Hasta había en ella una partecita loca que lamentaba no hacerlo de verdad. Loca, sí. Cuando su madre se enterara de esa boda a punta de pistola...claro que, para contárselo, tenía que estar viva. Y no estaba en absoluto segura de sobrevivir a la noche.

R. J, riendo, acompañó al predicador fuera. Morgan no había entrado en la sala para presenciar la ceremonia, aunque Cassie oyó su voz malhumorada en el vestíbulo cuando salí con su padre. Richard parecía tan poco divertido ahora como antes. En realidad, parecía casi inquieto. Hombre sagaz. Más sagaz sería si se llevaba el revólver de Angel. Pero al salir de la habitación lo sacó de su cinturón, obviamente para dejarlo en la mesa del vestíbulo. Cassie rogó que cambiara de idea antes de irse.

Pero Frazer, ese extraño sinvergüenza, continuaba allí, sonriendo a la pareja de recién casados como si ellos debieran compartir su placer. Por suerte, Angel lo ignoraba. Se había acercado a la ventana para ver la partida de los otros. Cassie no pudo imitarlo. Los dientes relumbrantes de ese hombre la irritaban a mares.

Por eso marchó hacia Frazer y lo sacó de la sala a empujones, rumbo a la puerta principal, diciendo en un susurro furioso:

—¿Ya estás contento? Si no te mata Angel, creo que lo haré yo.

—¿Qué problema hay, Cassie? — tuvo la audacia de replicar—. Ahora papá está satisfecho y tú puedes anular esto. ¿Dónde está el daño?

—El daño es que Angel puede no opinar lo mismo, pedazo de idiota. Y ahora sal de mi casa.

Fue muy satisfactorio golpear la puerta contra la espalda de Frazer, pero bastó una mirada a la mesa del vestíbulo para comprobar que Richard no era tan avispado como ella creía, había dejado allí el revólver de Angel. Ella lo recogió buscando un sitio donde esconderlo; como en el vestíbulo no había ninguno, lo deslizó bajo su abrigo acomodándolo contra la ajustada cintura. De pronto cayó en la cuenta de que no se le había ocurrido siquiera quitarse el abrigo para la ceremonia.

La risa le burbujeó en la garganta. La tragó con un gruñido silencioso.

—¿Cassie?

Volvió bruscamente la cabeza al oír la voz de Angel que surgía de la sala. No estaba preparada para eso. Podían discutir lo de la anulación al día siguiente. Por esta noche no era sólo el revólver lo que debía ocultar.

Sin responder, corrió por la escalera a encerrarse bajo llave en su habitación.

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