Angel

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En cuanto entraron en el granero Angel entregó un puñal a Cassie. Como había varias lámparas encendidas, ella vio a primera vista para qué, iba a necesitarlo. La mirada que echó hacia Angel estaba llena de reproche decididamente.

Él se limitó a encogerse de hombros indiferente y dijo:

—¿Creías que iban a estarse sentados tranquilamente esperándote?

—Supongo que no, pero así no estarán muy bien dispuestos a mostrarse comprensivos.

—De otro modo no saldrán de aquí.

—¿Quieres que les meta el sentido común por la fuerza? — Él le sonrió abiertamente.

—Por lo menos quiero que lo intentes.

Ella le devolvió la sonrisa porque pensaba hacerlo. Pero antes debía liberar a algunos vecinos. Su madre la ayudó puesto que el arma entregada a Angel no era la única, atado a la bota llevaba un cuchillo de caza con el que liberó a los MacKauley. Cassie se dirigió de inmediato a Jenny.

—Lamento mucho esto — dijo a su amiga mientras cortaba la soga que le ataba las muñecas.

—¿Qué pasa? — fue la primera pregunta de Jenny en cuanto ella le quitó la mordaza.

—El otro día, Angel me oyó expresar cierto deseo y decidió otorgármelo.

—No dará resultado, Cassie.

—Ojalá te equivoques. ¿Quieres oficiar de anfitriona? — agregó señalando a Dorothy con la cabeza.

—Será mejor. Lo más probable sería que te diera una bofetada en cuanto le soltaras las manos.

Dorothy no estaba tan enfurecida, pero la desconcertaba estar allí. Sin embargo, el bochorno tenía mucho que ver, pues Angel la había sacado de la cama en camisón, con el rubio pelo suelto. En realidad, parecía mucho más joven. Para una mujer como Dorothy, habituada a ejercer una autoridad total, eso era una desventaja. Pero existía otra consecuencia en la que aún no había reparado, R. J parecía no poder quitarle los ojos de encima.

A él también lo habían sacado de la cama y estaba en calzoncillos largos rojos, pero eso no podía afligir a un hombre como R. J Lo que lo enfurecía era que lo hubieran atrapado tan desprevenido y el estar sin armas mientras que Angel, de pie frente a la puerta cerrada, cruzado de brazos y muy tranquilo, mantenía su colt a la vista de todos.

Los únicos ausentes de ambas familias eran Buck y Richard, ambos inaccesibles por haber estado compartiendo el lecho de compañeras a quienes Angel no quería comprometer. Frazer rió al verse libre. En realidad, fue el primero en hablar.

—Tengo que reconocerle algo, señorita Cassie. Las cosas son mucho más interesantes desde que apareció usted.

Su humor, como de costumbre, la irritó.

—No actúo con intención de entretenerlo, Frazer.

—Supongo que no puede evitarlo, ¿eh?

Ella pasó el comentario por alto. R. J no.

—Cierra el pico, Frazer — ordenó. Y preguntó a Cassie con toda la belicosidad de que era capaz—: ¿Qué demonios se trae ahora entre manos, niñita?

Catherine, que acababa de cortar las ataduras de Morgan, levantó la vista.

—Tenga cuidado con el tono que usa cuando hable con mi hija, señor.

—¿Su hija? Bueno, eso sí que está bueno. Llega un poquito tarde, señora, para poner a su hija en vereda. Debería haber...

R. J no pudo continuar.

—Cuida tu tono cuando hables con mi esposa y con mi hija — le espetó Charles acercándose a R. J para plantarle un puño en plena boca.

El hombre retrocedió dos pasos y sacudió la cabeza. Luego miro al padre de Cassie con sorprendido reproche.

—¿Por qué has hecho esto, Charley? ¿No somos amigos?

—¿Después de lo que le hiciste a mi hija? Tendrás suerte de que no te destroce.

—¿Qué he hecho yo, salvo apresurar lo que ella ya estaba planeando?

Al oír eso, Frazer cayó en un fardo de heno, vencido por una silenciosa carcajada. Sólo Cassie se dio cuenta, pero no tenía tiempo que malgastar en una mirada de disgusto. Creía haber convencido a su papá de que no se vengara de R. J, al parecer no era así, pero no estaban allí para solucionar esas reyertas.

—Papá...

Él no la escuchó porque al mismo tiempo estaba diciendo:

—Lo que ella planeara no viene al caso, R. J, y tú lo sabes muy bien.

R.J. levantó una mano al ver que su vecino daba otro paso hacia él.

—Vamos, Charley, vamos. No quiero tener que golpearte.

Ese modo de expresar las cosas era indicativo de la confianza que se tenían. El hecho de que a Charles no le importaba revelaba la intensidad de su enojo. Levantó el puño otra vez y R. J se preparó para bloquearlo. Entonces Angel disparó hacia el techo.

Una nube de polvo y astillas cayó sobre los dos hombres en tanto los demás giraban hacia la entrada. Angel enfundó tranquilamente el arma.

—Lamento arruinarles la fiesta — dijo con su entonación arrastrada—, pero cualquier acto de violencia que haya aquí correrá por mi cuenta. — Y agregó, mirando directamente a Charles— Si lo que MacKauley hizo valiera la pena para pelear, yo mismo ya lo habría matado. Deje usted, señor Stuart. Por el momento Cassie está bajo mi responsabilidad, no la suya, y ella sólo quiere decir algunas palabras a estas personas.

Charles bajó el puño y asintió a regañadientes, aunque no se volvió sin clavar en R. J una mirada que decía: "Esto no ha terminado." Mientras tanto, Catherine se acercó a Cassie.

—Parece que se me invitó a participar en esta pequeña fiesta sin habérseme dicho algo importante — observó—. ¿Te molestaría explicarme por qué tu padre está tan enojado? ¿Y por qué ese pistolero a sueldo dice que tú estás bajo su responsabilidad?

—Porque es mi esposo — dijo Cassie en un susurro.

—¿Tu qué? — chilló Catherine.

—Por favor, mamá, no es buen momento para explicaciones.

—¡Cómo que no!

—¡Por favor, mamá!

Catherine hubiera dicho muchas cosas más, pero se lo impidió la expresión de Cassie. No era una mirada suplicante, sino de terca decisión que no estaba habituada a ver en su hija. Era obvio que Cassie no iba a hablar del tema.

Ella tampoco estaba habituada a ceder, pero en ese caso lo hizo... por el momento.

—Bien, pero hablaremos en cuanto hayas terminado con esto.

—De acuerdo. — Cassie se volvió a mirar a R. J y a Dorothy. Aspiró muy hondo antes del decirles: — He tratado antes de pedir disculpas, pero no volveré a hacerlo porque mis intenciones eran buenas aunque ustedes piensen lo contrario. Se me ocurrió que un casamiento entre las dos familias pondría fin a la animosidad con la que habéis vivido por mucho tiempo. Así debería haber sido, pero no lo permitieron, ¿verdad? Lo irónico es que ambos han enseñando a los hijos a odiar sin que ellos sepan siquiera por qué. ¿Por qué no les explican las causas?

R.J. se puso rojo al encontrarse en semejante aprieto. Dorothy apartó la cara negándose de plano a hablar de la rencilla ni de cosa alguna. Cassie suspiró.

—Son muy tercos los dos, pero ¿no comprenden que esa terquedad está haciendo sufrir a sus hijos? Por lo menos a Jenny y a Clayton. Si los dejaran en paz podrían ser una pareja muy feliz. ¿No se dan cuenta de que ambos son ahora desdichados?

—Mi muchacho no es desdichado — barbotó R. J—. Y usted no tiene nada que decirme, niñita. Ordene a ese marido suyo que abra la puerta.

—Todavía no, señor MacKauley. Usted me obligó a una boda. Yo voy a obligarlo a una pequeña conversación.

La respuesta de R. J fue volverle la espalda haciendo que la joven apretara los dientes de exasperación. Pero ya sabía a qué se enfrentaba. Nunca había conocido a nadie tan empecinado, irrazonable y violento. Pero antes de que pudiera pensar una respuesta para quebrar su obstinación, Dorothy Catlin habló. No había dudas de que lo que acababa de oír la había tomado por sorpresa.

—No me digas que volviste a hacerlo. R. J ¿Otra vez? ¿Otra vez cometiste ese estúpido error?

—Mira, Dotty... — comenzó R. J, obviamente tratando de aplacarla., pero no llegó tanto.

—No me vengas con “mira Dotty”, hijo de... Dime si volviste a organizar otra boda a punta de revólver. Anda, dímelo.

—No fue lo mismo, demonios — protestó R. J—. Ella dijo que era su prometido.

—¿Y tú lo creíste? — exclamó Dorothy incrédula—. ¿Una inocente como ella con un pistolero implacable?

Angel hizo una mueca. Cassie encogió el cuerpo. Los muchachos MacKauley miraban a los dos que discutían con los ojos grandes de asombro. También Frazer, que no hallaba nada gracioso en aquello... todavía. Pero Jenny Catlin se estaba enfureciendo según varias cosas oídas a lo largo de años que comenzaban a ordenarse en su memoria.

—¿Cómo "otra vez”, mamá? — preguntó apartándose de Clayton (como nadie lo desataba, lo había hecho ella). Se enfrentó a su madre—. ¿A quién más obligó este hombre a casarse?

La furia de Dorothy se transformó rápidamente en una actitud defensiva.

—Eso no tiene importancia.

—¿No? Fue a ti, ¿verdad?

—Jenny...

Pero por una vez Jenny no iba a ceder.

—Quiero saber por qué se me separa de mi esposo, mamá. Cada vez que te lo pregunté me respondiste con evasivas. Pero esta vez no será así. Fue a ti, ¿verdad? ¿Fue eso lo que inició esta rencilla?

Dorothy buscó ayuda en R. J, nada menos. Al ver eso, Jenny estalló.

—¡Tengo derecho a saberlo, caramba! ¡Mi bebé tiene derecho a saberlo!

—¿Tu bebé?

Lo dijeron tres personas. Clayton agregó un grito de alegría y corrió a alzar a Jenny para hacerla girar en el aire. Ella no había pensado decírselo de ese modo. En realidad, no esperaba tener la oportunidad de decírselo. Y la felicidad del joven disolvió en parte su enojo contra los padres.

—Un bebé — repitió R. J, sentándose en un cajón de madera para digerir la noticia—. Eso si que es grande. — Entonces sorprendió la expresión espantada de Dorothy y sonrió. — ¿Oíste eso, Dotty? Vamos a compartir un nieto.

Dorothy le clavó los ojos entornados.

—¿Quién habla de compartir? Tu hijo puede venir a vivir a casa.

—¡Ni lo pienses! — R. J volvió a levantarse como un rayo.

—Tu hija tendrá ese bebé en mi casa o... — Tuvo que interrumpirse, pues no había una amenaza adecuada a esa situación en especial.

Dorothy aprovechó la pausa para avanzar.

—¿Conque ahora sí estás dispuesto a recibirla?

R. J pasó eso por alto e insistió terco:

—Una mujer debe estar junto a su marido.

Dorothy le hundió un dedo en el pecho con tanta fuerza que lo hizo caer otra vez al cajón de madera.

—Si está divorciada, no.

—Oh, Dotty, qué diablos, no puedes...

—¿Que no?

—¡Basta, ustedes dos! — dijo Jenny apartándose de Clayton, aunque él siguió ciñéndole la cintura con un brazo para indicar claramente formaban un frente común—. Seré yo quien decida dónde tener el bebé. Y tal vez no lo tenga en Texas siquiera si no se me dan algunas respuestas. La verdad, mamá, sin más rodeos.

Dorothy se había vuelto para enfrentarse a su hija. R. J gruñó a sus espaldas.

—¿De dónde saca tantas agallas?

—¿Qué crees tú? — replicó Dorothy sólo para él antes de cuadrar os hombros para las explicaciones que su hija le exigía—. Estuvimos enamorados ese viejo patán y yo.

Eso fue demasiado para Frazer, cuyo humor volvió redoblado. Morgan se estiró para acallarlo con un puntapié. Como eso no dio resultado, Clayton se acercó para asestarle una buena.

Eso impuso el silencio suficiente para que Jenny expresara el asombro de todos:

—¡Tú y R. J!

—Sí, yo y R. J — dijo Dorothy enfurruñada—. Y ahora, ¿quieres saber el resto o no?

—No volveré a interrumpir — le aseguró Jenny.

—Íbamos a casarnos.

—¿Tú y R. J?

—¡Jenny!

—Bueno, mamá, no puedo evitarlo. ¡Pero si odias a ese hombre!

—No siempre fue así — dijo Dorothy a la defensiva—. Hubo un tiempo en que habría matado a ese cerdo si hubiera mirado a otra mujer. Por desgracia, sus celos eran aun más locos que los míos. Un día vino y me vio sentada en el porche con Ned Catlin, el capataz de mi padre. Yo le estaba dando palmaditas en la mano para consolarlo porque acababa de enterarse de que había muerto su madre y estaba destrozado. R. J dedujo precipitadamente otra cosa. Se emborrachó hasta tal punto que, esa noche, volvió para llevamos a la iglesia, a mí y a Ned, y nos obligó a casamos. Tenía la descabellada idea de hacerme esposa y viuda en un mismo día, pero perdió la conciencia antes de llegar a la parte de la viudez. Y Ned no era justamente honrado como la luz del día. No le molestó en absoluto casarse conmigo porque eso lo ascendía de capataz a patrón y le daba una participación en las ganancias del rancho. No quiso concederme el divorcio, aun sabiendo que yo no lo amaba ni lo amaría jamás. Las cosas no terminaron allí. R. J pasó borracho un par de meses y comenzó a disparar perdigonadas contra Ned cada vez que lo veía. Claro que, ebrio como estaba, no habría acertado ni a la pared de un granero. Pero Ned se enojó tanto que comenzó a devolver los disparos. Como tenía un poco más de suerte, una vez acertó.

—¿Te parece que perforarme el pie fue cuestión de suerte? — interpuso R. J

Dorothy pasó eso por alto.

—Fue entonces cuando R. J empezó a recuperar la sobriedad y a pensar seriamente en matar a mi esposo. Ned se dijo que, como yo no quería tenerlo cerca, lo más saludable sería cambiar de clima. Sólo que, antes de partir, enfureció a mi padre hasta tal punto que le hizo iniciar un pleito contra R. J. Con eso sólo consiguió abochornarlo y volverlo más maligno. Fue entonces cuando se casó con mi mejor amiga creyendo que eso me haría sufrir. Admito que así fue, sobre todo porque ella quedó inmediatamente embarazada. Yo estaba casada con un hombre del que no podía divorciarme y R. J ya era hombre de familia. Entonces empecé a odiarlo.

—Ned sólo venía a casa cuando andaba escaso de dinero. Pero nunca se quedaba por mucho tiempo porque en cuanto R. J se enteraba de su regreso recomenzaba otra vez con sus malditos disparos.

—Sé que papá nunca estaba en casa — observó Jenny, hablando en voz baja—. Pero ¿por qué no nos dijiste nunca que era tan cerdo?

—Porque tenía motivos para estarle agradecida, Jen. No venía con frecuencia, pero cada vez que lo hacía me dejaba esperando un bebé. Y mis motivos para vivir eran el rancho y vosotros, los hijos. Además, lo que le despertó la codicia fue que R. J le puso la tentación al paso. Hasta entonces Ned había sido muy trabajador y capataz responsable.

Siguió un denso silencio. Fue R. J quien lo quebró.

—Cielos, no es así como yo recuerdo las cosas, Dotty.

Ella se volvió para mirarlo sin alterarse.

—No me asombra. Ebrio como estabas siempre no puedes acordarte de mucho.

—Si las cosas ocurrieron así, creo que te debo una disculpa.

Ella no se dejó impresionar.

—¿De verdad?

Se le veía muy incómodo.

—¿Te parece que... eh... podríamos dejar todo eso atrás y comenzar de nuevo?

—No.

El suspiró.

—Ya me lo temía.

—Pero puedes invitarme a cenar en la ciudad mañana por la noche y lo discutiremos.

Frazer no podía dejar pasar eso por alto. Sus carcajadas volvieron. R. J se quitó una bota para arrojarla contra su primogénito. Dorothy comentó:

—Ese hijo tuyo sí que es raro, R. J

—Ya lo sé — gruñó el hombrón—. Ese idiota sería capaz de reír en su propio funeral. Vamos, Dotty. Te acompañaré a tu casa, como antes... Es decir... — Se volvió hacia Cassie. — ¿Tiene que obligarnos a más conversación, niñita?

Cassie sonreía de oreja a oreja. No podía evitarlo.

—No, señor. Creo que ya no tengo por qué entrometerme en estos parajes.

Angel ya había abierto la puerta y estaba de pie a un lado. El aire helado de la noche no inducía a demorarse. R. J abrió la marcha con una bota de menos, pero se detuvo junto a Angel para clavarle una mirada apreciativa.

—Creo que usted y yo estamos a mano — dijo.

—Me parece que usted lleva ventaja — replicó Angel. R. J sonrió.

—Creo que sí. Pero no me deje con la curiosidad, hijo. ¿Por qué le llaman El Angel de la Muerte?

—Probablemente porque nadie ha sobrevivido a un duelo conmigo.

R.J. salió riendo entre dientes, como si eso lo divirtiera. Sus hijos, por el contrario, dieron un amplio rodeo al pasar ante, Angel. Jenny se detuvo junto a Cassie para darle un abrazo.

—No puedo creer que esto haya terminado así, pero gracias — le dijo. — Ya sabes lo que se dice del amor y el odio. Muchas veces es difícil diferenciarlos.

—Lo sé, pero mamá y R. J...

Las dos muchachas sonrieron.

—Cuídate, Jenny, y a tu nueva familia.

—Lo haré. Y ahora que todo ha cambiado no tienes por qué irte.

—En realidad, con mi madre aquí, no hay remedio. No imaginas lo desagradable que es vivir con ella y papá en la misma casa.

—Pero esta noche tienes el bolsillo lleno de milagros. ¿Por qué no haces otro?

—Ojalá pudiera. Es que no tengo coraje para entrometerme en los problemas de mis padres.

—Bueno, cuídate tú también y escríbeme.

—De acuerdo.

Jenny corrió hacia Clayton, que la esperaba a la entrada del gran ero y partieron del brazo. Cassie suspiró al pensaren lo que le esperaba. Al mirar hacia atrás, vio que su madre se estaba levantando de un fardo de heno. El padre estaba reclinado contra la jaula de Marabelle, pero se apartó para acercarse.

—Me alegra saber que no sólo yo tengo algo que esconder — comentó Catherine sardónica acercándose también.

—Tu mamá no tiene sentido de la compasión. Puedes decírselo — exclamó Charles.

Cassie no obedeció. Sólo quería escapar para saborear su triunfo por un rato antes de verse obligada a aplacar el formidable temperamento de su madre. Con eso en la mente, corrió hacia Angel sin esperar a sus padres.

—Gracias — comenzó.

Pero él la interrumpió en seco.

—Todavía no has terminado.

—¿No?

—No — confirmó él, bloqueando la entrada justo cuando los padres llegaban hasta allí—. Ustedes declararon un alto el fuego en su guerra particular hace veinte años — les dijo—. Tal vez habría sido mejor que la libraran hasta el final. ¿Les gustaría permanecer un ratito más aquí?

—No, por Dios — replicó Catherine.

—Sí — dijo Charles provocando una exclamación horrorizada de su esposa y una sonrisa de Angel.

El pistolero empujó a Cassie hacia fuera y cerró tras ellos. Inmediatamente Catherine empezó a gritar y golpear la puerta. La joven miró espantada a Angel que ponía la tranca en su sitio encerrándolos dentro.

—No puedes hacer eso — dijo.

—Ya lo hice.

—Pero...

—Calla, Cassie. Cuando se está encerrado sale a relucir lo peor y lo mejor de la gente. Deja que tus padres pasen por la experiencia. Podría hacerles muy bien.

—También podrían matarse.

El rió entre dientes y la abrazó.

—¿Dónde está ese optimismo que te permite entrometerte en la vida de todo el mundo?

Ella no pudo responder porque él la besó largamente y con fuerza. Al terminar estaba tan desconcertada que ni siquiera notó el silencio reinante dentro del granero.

—Ve a la casa, tesoro. — Angel la empujó en esa dirección. — Por la mañana podrás dejarlos salir.

Ella obedeció, pero sólo porque esperaba que él la siguiera. No fue así. Esa noche Angel desapareció de su vida.

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