Angel

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El equipaje fue bajado primero y llevado al coche que esperaba para llevarlas a la estación. Angel sólo tomó nota de eso porque estaba esperando verlas partir. Cinco minutos después, Cassie y su madre bajaban la escalera e iban directamente al escritorio de recepción para saldar la cuenta. La madre parecía capaz de arrancar la cabeza a quien la mirara con mala cara. La misma Cassie no parecía muy cordial. Pero Angel no pensaba abordarlas. Sólo quería asegurarse de que se fueran.

Había esperado casi ocho horas para averiguarlo. Era obvio que Cassie se había quedado dormida al salir él. Angel pasó el día sentado en un sofá del vestíbulo vigilando la escalera, cansado y hambriento, pues la noche anterior había utilizado cuanto dinero llevaba para sobornar al recepcionista para que le proporcionara aquella copia de la llave.

Apenas había podido dormir algunas horas antes de que Kirby se presentara en su cuarto. Desde entonces no había vuelto a la cama... por lo menos para dormir. Y como tampoco había pasado por su cuarto, tenía las mejillas sombreadas pro la barba crecida, el pelo enredado por los dedos de Cassie y varios botones menos en la camisa.

Dos veces el personal del hotel le había pedido que se retirara porque estaba asustando a los huéspedes. Primero fueron dos hombres, de trajes muy elegantes. La segunda vez, cuatro. Él les dijo a todos lo mismo, que no se retiraría hasta que lo hiciera su esposa. Al parecer decidieron no insistir, aunque revisaron los registros para verificar que él tuviera a su esposa allí. De cualquier modo, a Angel no le habría molestado que insistieran un poco. Tal era su estado de ánimo.

Contradictorio, en verdad. Quería que Cassie se fuera, pero sabía que esa misma noche desearía tenerla aún al alcance de la mano. Todavía estaba irritado con ella por su entrometimiento, pero lamentaba que ambos se hubieran separado enojados. Habría podido rectificar eso inmediatamente, antes de que ella se fuera, pero no lo hacía; para ella sería más conveniente seguir enojada con él. De ese modo tramitaría el divorcio sin perder más tiempo.

Mientras no fuera así él no podría volver a Cheyenne. No quería estar tan cerca de ella, pues en la noche anterior había quedado demostrado que no podía estar cerca sin hacer algo. De ese modo jamás se tramitaría el divorcio y ella acabaría por tener un bebé suyo.

El pensamiento lo atravesó con una sacudida; peor aún fue caer en la cuenta de que deseaba ese bebé. Sólo de esa manera podría quedarse con ella para siempre, sin que se volviera a hablar de divorcio, y era preferible reconocerlo de una vez, quería a esa entrometida como no había querido ninguna otra cosa en la vida.

Pero no era eso lo que ella deseaba. Y habría sido innoble desearle ese embarazo. Bueno, ¿quién quería dárselas de noble?

En ese momento salieron dos hombres del comedor rumbo a la entrada del hotel. Angel no hubiera reparado en ellos a no ser porque se detuvieron bien frente a él ocultándole el escritorio de recepción. No se opuso. De cualquier modo, había pensado cambiar de sitio por si Cassie miraba casualmente hacia allí. De ese modo no sería necesario, pero... ¡al diablo con todo! No iba a privarse de verla por algunos instantes. Pasaría mucho tiempo antes de que pudiera hacerlo otra vez.

Se levantó para trasladarse a un nuevo punto de observación tras una de las altas columnas griegas que sostenían el techo del vestíbulo. Para eso tuvo que pasar detrás de los dos hombres, y al hacerlo oyó que el carilindo decía:

—Se hace llamar señora Angel. Al principio apenas reparé en ella, pero ahora... no sé, hay algo en ella que me intriga.

—Yo no lo veo — dijo su amigo sinceramente extrañado mientras los dos observaban a Cassie.

—Me alegro, porque no tengo intenciones de compartirla con nadie.

Angel se obligó a recordar que Cassie estaba a punto de abandonar la ciudad. No hacía falta que dijera nada. De cualquier modo tenía ganas de hacerlo.

—Yo tampoco — aseveró haciendo que ambos se volvieran hacia él. En un gesto automático su mano echó el impermeable amarillo hacia atrás, descubriendo el arma.

—¿Cómo dice usted? — inquirió Bartholomew Lawrence. Luego dio un paso atrás para ver mejor al hombre que los había interrumpido.

—La señora está casada — dijo Angel con voz cansina.

—Es que a Bart le gustan las casadas — aclaró su amigo, con una risita burlona, pues "Bart” miraba fijamente a Angel como si hubiera perdido el habla.

—Que no le guste esta o es hombre muerto.

Con sólo ver el revólver que Angel llevaba a la cadera, Bartholomew había comprendido que se trataba del hombre a quien Cassie llamara El Angel de la Muerte. Después de ese último comentario, cayó redondo al suelo.

—Oh, demonios — dijo Angel disgustado.

La caída de un hombre en el vestíbulo no dejaría de atraer la atención de Cassie y su madre, pero bastó una mirada en esa dirección para comprobar que ya no estaban allí. Angel se volvió a tiempo de verlas cruza el umbral para perderse de vista.

—¿Hace usted esto para divertirse tan sólo? — preguntó Phineas a su espalda—. ¿O no puede evitarlo?

Angel echó otra mirada de disgusto al hombre tendido antes de volverse hacia el detective.

—¿Qué desea, Kirby?

Phineas se echó a reír.

—Creo que no puede evitarlo. Pero le convendría cubrir su revólver. Aunque usted no lo sepa, la gente de ciudad se pone nerviosa cuando ve a una persona armada si no es policía.

—Estoy habituado a poner nerviosa a la gente — replicó Angel con indiferencia—. Si sólo ha venido para decirme eso...

—Podría mencionar también que usted tiene muy mal aspecto.

—Eso también podría habérselo guardado.

Angel se volvió para salir. Phineas acomodó su paso al de él.

—Está de muy malhumor, ¿verdad? — Angel no le prestó atención. — Quizás esto lo anime.

Ante la cara de Angel relumbró un trozo de papel. Se detuvo, pero no trató de tomarlo. Phineas lo retiró pensando que tal vez el hombre no sabía leer; dada su crianza era muy posible. Decidió no preguntar.

—¿Halló algún periódico viejo? — adivinó el pistolero.

Phineas asintió.

—Y en él trabajaba un periodista muy concienzudo en esa época. El artículo salió en primera plana y la llenó casi entera.

—¿Los nombres?

—Cawlin y Anna O'Rourke.

—¡O'Rourke!

—Yo también reaccioné así. Nunca habría imaginado que usted era de estirpe irlandesa. Todos los irlandeses que conozco, aun americanos de segunda o tercera generación, retienen algo del acento gaélico. Pero usted ha perdido el suyo por completo.

—O'Rourke — dijo Angel. Y lo repitió para saborearlo en la lengua.

Podía habituarse muy pronto a un apellido así. Y eso era todo lo que deseaba, un apellido para agregar a su nombre porque estaba harto de decir a la gente: “Angel, nada más". Pero cuando el detective empezó a hacerle un resumen de lo publicado por el periódico, él no se alejó.

—Anna O'Rourke vino con su hijo para visitar a una amiga de la infancia. Lamento decir que había enviudado recientemente. Su padre de usted, Cawlin O'Rourke, era un americano de segunda generación que trabajaba para los ferrocarriles; tal vez por eso usted no lo recuerda. En ese tipo de trabajos se viaja por todo el país.

—Su madre había emigrado desde Irlanda; se casó con su padre en cuanto llegó a América, pero al parecer sentía nostalgias de la patria. Al morir él decidió volver con usted a su tierra natal. Pero antes quería despedirse de su amiga.

—El periodista informaba que Angel, su hijo de cuatro años, desapareció cuando ambos llevaban apenas una semana aquí. Estaba en el jardín delantero de la casa Dora Carmine y desapareció en un minuto.

—¿Eso significa que Angel era mi verdadero nombre?

—Así parece.

—Y si yo tenía sólo cuatro años en ese entonces, ahora tengo veinticinco y no veintiséis, como pensaba.

Phineas sonrió.

—Es la primera vez que veo a alguien rejuvenecer en vez de hacerse más viejo. Pero bien, el artículo mencionaba que equipos de búsqueda estaban revisando toda la ciudad y que se habían pegado carteles ofreciendo una recompensa. En un principio se supuso que usted se había alejado caminando y estaba extraviado; eso explicaría por qué a nadie se le ocurrió buscar fuera de la ciudad. Varias semanas después, el periódico mencionaba que usted seguía desaparecido y que cualquier información sobre su paradero sería pagada con una sustanciosa recompensa. Media ciudad debió de estar buscándolo.

—¿Cómo se llamaba la amiga de mi madre? — Dora Carmine.

—¿Aún vive aquí?

Phineas asintió.

—Acabo de hacerle una visita para confirmar el relato del periódico.

—No le habló de mí, ¿verdad?

—No, le dije que me enviaba la oficina del alcalde para recopilar un informe oficial sobre el aumento proporcional de delitos en los últimos veinticinco años.

Angel bajó la vista.

—¿Dijo ella si mi madre aún vive? — Aún vive.

—Supongo que volvió a Irlanda, como pensaba.

—Según la señora Carmine, Anna O'Rourke jamás salió de San Luis. Se negó a perder las esperanzas de que usted apareciera algún día sano y salvo. Vive a unas nueve calles de aquí, en una de las mansiones más antiguas de la ciudad. Hace unos dieciocho años se casó con un banquero adinerado. Era viudo, con dos hijos, y con ella tuvo varios más. De modo que tiene usted unos cuantos medio hermanos. Y hasta el día de hoy ella sigue ofreciendo una recompensa por cualquier información sobre usted.

Angel lo miró serenamente,

—¿No estará pensando en cobrarla?

—En este caso ya falté una vez a mis principios; no pensaba hacerlo de nuevo.

—Bien.

Phineas frunció el entrecejo.

—Tengo la impresión de que usted no tiene intenciones de visitar a su madre.

—En efecto. Ella tiene una familia nueva. No veo motivos para importunaría.

Phineas lo miró fijamente un momento. Luego se encogió de hombros.

—Tal vez tenga razón. Al fin y al cabo ella no es más que su madre. ¿A quién le importa si jamás descubre qué fue de su primogénito?

—No es bonito lo que fue de él.

—La verdad rara vez es tan fea como lo que una persona puede imaginar. Probablemente ella imagina cosas peores.

Angel arrugó la frente.

—¿Peor de lo que soy yo? Lo dudo.

—¿No es demasiado duro consigo mismo? Comparado con algunos de los criminales que rastreo, usted es un santo. Si fue a parar al Oeste no fue por culpa suya, pero se adaptó bien. Yo diría que se ha desempeñado perfectamente.

—¿Y quién le pidió opinión?

Phineas, dándose por vencido, le entregó la hoja de papel.

—Aquí tiene la dirección por si cambia de idea. Le dejaré, la factura de la agencia en el hotel. Ha sido interesante, don Angel O'Rourke.

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