Angel

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Angel no esperaba llegar a Cheyenne antes de fin de mes. Pero lo cierto era que no podía mantenerse lejos. El breve tiempo pasado con su familia le había dado un nuevo sentido de su propio valer. Ellos lo aceptaban tal como era, sin despreciarlo por el oficio en que había caído. Eso le hizo considerar su situación con Cassie. Y después de pensarlo no pudo seguir demorando el hacer algo al respecto.

Eso era lo que pensaba al salir de San Luis. Pero cuando sólo faltaron algunas horas para llegar hasta ella, las dudas volvieron a emerger. No tanto como para hacerle cambiar de decisión, pero sí para aplicar frenos a la urgencia que lo impulsaba.

Diría a Cassie que no iba a concederle el divorcio. No, tal vez debía preguntarle antes si no le molestaría seguir casada con él. Si ella decía que sí, él le respondería: "Peor para ti" y la retendría indefinidamente en la cama, si era preciso, hasta hacerla cambiar de idea. En la cama eran absolutamente compatibles. Sólo fuera de ella podía Cassie encontrar cien motivos por los que jamás se entenderían. Y él quería convencerla de lo contrario.

Ahora era cuestión de reunir coraje para hacerlo. No lo ayudó ver a Catherine Stuart en cuanto llegó. Ella iba camino al banco y lo vio también, pero no hizo más gesto de saludo que acariciar el revólver que llevaba a la cadera.

Esa señora iba a ser un problema decididamente. No valía la pena tratar de conquistarla. Era imposible. Lo mejor sería no meterse con ella. Al fin y al cabo, no necesitaba su aprobación para quedarse con Cassie. Bastaba con la de Cassie.

Esa decisión acabó con una de sus preocupaciones, pero fue por poco tiempo. Antes de que pudiera deshacer el equipaje oyó un golpe en su puerta. Creyó que era Agnes, la dueña de la pensión en donde se alojaba cuando venía a la ciudad, pero al abrir la puerta se encontró con la madre de Cassie, que lucía su aspecto más formidable.

La mujer no perdió tiempo.

—En este saco hay veinticinco mil dólares. Búsquese otra ciudad donde vivir.

El bajó la vista al saco negro que ella tenía en la mano; apreció la tiesa postura de la mujer y lo decidido de su expresión. No le cerró la puerta en la cara, aunque era lo que más deseaba. Tampoco la invitó a entrar.

—Me gusta esta — se limitó a decir.

—Pues búsquese otra que le guste.

Angel siguió hablando con cortesía a duras penas y sólo por Cassie.

—Guarde su dinero, señora Stuart. De nada me sirve.

—¿No es suficiente? ¿Quiere más?

—Gano cinco mil por trabajo, señora; a veces, diez, sólo por algunos días de trabajo. No quiero su dinero.

Ella no esperaba oír eso. Su expresión se tornó aun más agria.

—Si es tan rico, ¿por qué no se retira, diablos?

—En eso estoy pensando.

Catherine resopló burlonamente.

—No lo hará. No sirve para otra cosa.

—Eso es lo que siempre pensé. Pero ahora hay otra cosa para lo que sirvo — dijo, con su voz cansina—. Sirvo para esposo de su hija. Evitar que se meta en dificultades será trabajo de jornada completa.

Lo había dicho para irritarla. Porque ella lo había enfurecido al pensar que podría comprarlo. Y dio resultado. Ella dijo casi chillando:

—¡Haga el favor de no acercarse a mi hija si no quiere que...!

No terminó con la amenaza. Angel sonrió al adivinar su dificultad.

—¿No conoce a nadie lo bastante rápido como para matarme?

Ella giró para alejarse sin darle la satisfacción de una respuesta.

—¿Señora Stuart? — llamó Angel.

Ella no se detuvo.

—Puede decir a Cassie que pronto iré a verla.

—Si llega a pisar mi...

—Sí, ya sé, me matará personalmente. A la gente le encanta decirme eso.

Pero Angel dijo eso sólo para sí porque Catherine ya se había ido.

Su madre se estaba demorando. Cassie se había hecho cargo de las pocas compras que necesitaban hacer mientras Catherine iba al banco y a la estación de diligencias para ver si ya habían llegado los vestidos de madame Cecilia. Antes habían almorzado en uno de los varios restaurantes de que Cheyenne se ufanaba; luego ambas fueron en direcciones diferentes para terminar con sus recados.

No le molestaba esperar en el carruaje cuando estaba nublado, pues esa tarde el cielo parecía amenazador. Era de esperar que no nevara hasta después de la boda de Colt.

¡Quién habría imaginado que se presentaría en el rancho sólo para presentarles a su duquesa! Cassie le había agradecido la sorpresa, pues le daba la oportunidad de mencionarle que Angel estaba en San Luis, con la esperanza de que él supiera cómo comunicarse con él para invitarlo a la boda. Pero Colt no recogió la indirecta y ella no se atrevió a sugerírselo personalmente.

Trató de hablarle de Angel en ausencia de su madre, pero él insistía en cambiar de tema. En realidad, pensándolo bien, sólo parecía interesarse por saber si ella había encontrado en quién aplicar sus habilidades de "componedora” desde su regreso.

—Creo que deberíamos ir ahora mismo a la oficina del señor Thornley si aún está abierta. Si no lo está lo buscaremos — dijo Catherine subiendo al coche con tanta brusquedad que dejó a Cassie sin aliento — Es mi abogado desde hace años. Probablemente puede hacer un milagro y lograr que hoy mismo entreguen la demanda de divorcio a Angel.

—Todavía no puedo, mamá — dijo Cassie agregando un recordatorio intencionado—. Por lo del bebé.

—Caramba, me había olvidado. Bueno, en cuanto estemos seguras de que no...

—¿Por qué dijiste "hoy mismo"? ¿Angel ha vuelto? ¿Lo viste?

Catherine tomó las riendas con un suspiro.

—Lo vi — murmuró con los dientes apretados.

El corazón de Cassie tomó el ritmo de los cascos al saber que él estaba allí nuevamente a su alcance.

—¿Discutiste con él?

—Nada que valga la pena mencionar — dijo Catherine evasiva. Mantenía la vista fija hacia adelante, señal evidente de que no daría más explicaciones.

Cassie frunció la frente pensativa. Tal vez no valiera la pena mencionar la conversación, pero algo había irritado obviamente a su madre puesto que volvía a insistir en el divorcio. Cassie se preguntó si debía decirle de inmediato que no quería divorciarse, con bebé o sin él. No, esas cosas desagradables podían esperar.

De cualquier modo, primero debía decírselo a Angel. Y eso tampoco sería agradable. Desde luego, podía demorarlo hasta saber lo del bebé. De ese modo tendría otra semana para buscar el modo de informarle que no iba a dejarlo en libertad.

Cuando estaban casi fuera de la ciudad, Cassie reparó en un hombre, de pie frente a una de las tabernas peor afamadas de Cheyenne en compañía de dos hombres más. Lo miró con atención frotándose los ojos. Aún no podía creerlo.

—Estoy viendo un fantasma, mamá.

Catherine se volvió en esa dirección, pero no vio nada fuera de lo común.

—No hay nada de eso — dijo con firmeza.

—Pero ese hombre, el alto — dijo Cassie con voz trémula—. Murió. Angel lo mató en Texas. Yo misma le disparé una bala.

—Es probable que no haya muerto. — ¡Pero si lo enterraron!

—Debe de ser alguien que se le parece — dijo Catherine razonable.

—¿Como dos gotas de agua?

—Lo estás viendo a distancia, pequeña — señaló Catherine—. Si lo vieras desde cerca te darías cuenta de que estás equivocada. Los muertos no se levantan.

El corazón de Cassie dio un vuelco al ver que uno de los hombres la señalaba con brusquedad. Lo reconoció, lo había visto con frecuencia en la ciudad aunque no sabía su nombre. Después de señalarla, el hombre se fue. Los otros dos se volvieron a observarla.

Cassie podía estar equivocada en cuanto a lo que acababa de ver, pero no se equivocaba con respecto al hombre. Le costó responder:

—Ya sé que los muertos no se levantan, pero... es el mismo, mamá no es una cara que yo pueda olvidar. Una noche, en Caully, irrumpió en mi dormitorio. Iba a violarme, pero Marabelle fue en busca de Angel. Por eso Angel lo desafió a duelo y lo mató.

Catherine estuvo a punto de sofrenar el carruaje.

—¿Cómo es que tu padre nunca me habló de eso? — Porque yo no se lo conté.

—¿Y qué otra cosa le ocultaste?

Como su madre estaba decididamente irritada, Cassie también hizo una maniobra evasiva.

—Nada que pueda recordar.

Catherine resopló.

—Bueno, no te preocupes por ese tipo. No está muerto, por cierto. En todo caso, ha de ser un hermano gemelo del otro.

—¿Otro Slater? — dijo Cassie con un gemido—. Uno ya era demasiado.

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