Angel

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Cassie pasó una semana preocupada por aquello, pero al fin llegó a la conclusión de que Angel había vuelto a besarla porque estaba enojado con ella. Por la frustración de no poder usar el revólver. Probablemente la consideraba culpable de su pelea con Morgan.

En realidad tenía sentido; concordaba con la amenaza que él le había hecho después de recibir su pisotón. Aunque ella no lo tomaba en serio, él había dado a entender que se cobraría la deuda besándola. Al enojarse otra vez con ella, probablemente había recordado aquella otra oportunidad y decidido ajustar las cuentas. Al fin y al cabo, ¿de qué otro modo podía vengarse de ella? No podía desafiarla a duelo. Tampoco podía irse, porque no estaba allí por ella, sino por Lewis Pickens.

Tenía sentido, sí. Lo que no se explicaba era que él la deseara. No era algo que ella provocara en los hombres. Aun esos dos que la habían cortejado a medias, en su casa, no se molestaron nunca en actuar como si la desearan. Lo que les interesaba era el rancho y las cabezas de ganado de la dehesa. Morgan se había mostrado diferente, pero ella no tardó en descubrir que sus sentimientos también eran fingidos, buscaba su fortuna, como los otros.

Pero en el caso de Angel... bueno, estaban en desacuerdo desde un principio. Eso era innegable. Y como él no estaba interesado en la explotación ganadera, tampoco existía eso para tentarlo. Pensándolo mejor, era preciso descontar la noche en que Slater había entrado en la casa. Ella estaba entonces vergonzosamente desaliñada. Además se apretó contra Angel. Probablemente él supuso que la muchacha lo estaba buscando y tuvo la gentileza de darle gusto. ¿Acaso ella misma no consideraba caprichosa su conducta de esa noche? También había que descontar las tonterías que él había dicho cuando estaba ebrio. Simplemente, en ese momento estaba mal de la cabeza.

Para apoyar esa conclusión, desde que la besara por última vez Angel no había dicho una palabra al respecto; actuaba como si eso no hubiera ocurrido. Se mostraba cortante y agrio cada vez que se encontraban, cosa que no ocurría con frecuencia, pues ella se esmeraba en evitarlo. Había llegado a cambiar las horas de sus comidas para no cruzarse con él en el vestíbulo cuando él se dirigía hacia la cocina y ella al comedor.

El problema es que Cassie se sorprendía, más de una vez, deseando estar equivocada. Tontería pura, pero no podía evitarlo. Tampoco podía dejar de pensar en ese último beso; lástima que se hubiera asustado al final. Si no lo hubiera empujado...

Estaba enredada en una confusión de sentimientos ambivalentes. Lo que necesitaba era alguien con quien hablar, alguien que pudiera ayudarla a ordenar sus pensamientos. En Wyoming habría ido a visitar a Jessie Summers. Allí, su única amiga íntima era Jenny, pero aun sí hubiera podido hablar con la muchacha, era demasiado joven para ofrecerle un consejo maduro. Caramba, pero si Jenny estaba más necesitada de ayuda que la misma Cassie.

Lástima que las cosas fueran así. Porque, para sorpresa de Cassie, esa tarde apareció Jenny Catlin. Para mayor sorpresa, su joven amiga entró hecha un verdadero desastre, el pelo rubio enredado, como si hubiera llegado a toda carrera, y las ropas arrugadas como si no se hubiera cambiado en toda una semana. Y Buck no exageraba, los ojos azules de su hermana estaban hinchados y enrojecidos.

Cassie la hizo pasar a la sala y le ofreció asiento, pero inútilmente. A los pocos segundos la muchacha se levantó de un salto para pasearse como un animal acorralado.

Francamente, Cassie no sabía qué decirle tras los problemas que había causado. “Lo siento” era una frase demasiado trillada. De cualquier modo lo intentó. Jenny se limitó a descartar el tema con la mano en tanto se detenía junto a la ventana para echar una mirada nerviosa al exterior.

Cassie adivinó:

—Tu madre no sabe que has venido, ¿verdad?

Jenny sacudió la cabeza e inició otra vuelta a la habitación.

—Esperé a que ella y Buck fueran a la ciudad.

—¿Te trata mal?

—¿Aparte de mirarme como si le hubiera dado una puñalada en la espalda?

Cassie hizo un gesto de dolor.

—Ya sabías que esa parte no sería fácil.

—Claro.

—¿De qué se trata, pues?

Jenny se puso una mano en el vientre y estalló en lágrimas. Cassie no era muy hábil para ese tipo dé adivinanzas.

—Explícame, Jenny.

La muchacha se apretó el vientre gimiendo:

—¡Pasó! ¡Voy a tener un bebé de él!

Cassie quedó boquiabierta. Tardó algunos segundos en poder decir:

—¿Estás segura?

—Hace más de un mes que lo comprobé. ¿Qué voy a hacer? No puedo decírselo a mamá. Ya es demasiado que me haya casado MacKauley a sus espaldas, pero esto... Es probable que me eche de casa.

—No sería capaz...

—¡Claro que sí!

—No, nada de eso. Pero si lo hace, puedes venir a vivir conmigo.

Eso no acabó con las lágrimas de Jenny. Por el contrario, su llanto se hizo más potente.

—No quiero vivir contigo. Quiero vivir con Clay, pero él no me acepta.

Cassie suspiró para sus adentros. Por lo menos no se había equivocado en lo relacionado a los sentimientos de Jenny. Y a juzgar por lo que decía Morgan, probablemente había acertado también con los de Clayton. Era endeble consuelo, si a los padres no les importaba lo que sintieran sus hijos, pero aliviaba en parte los remordimientos de Cassie, aunque con eso no se resolviera nada. Aunque la muchacha quisiera de verdad a su esposo, la situación era desesperada, pues el marido era demasiado inmaduro para enfrentarse a su padre.

Cassie volvió a suspirar, esta vez con más fuerza.

—¿Por qué salió todo mal, Jenny? Cuando partisteis hacia Austin, tú y Clayton estabais muy felices y entusiasmados.

Por fin Jenny se dejó caer en una silla para admitir:

—No sé cómo empezamos a discutir quién se había enamorado primero. Él dijo que ni siquiera habría reparado en Mí si tú no le hubieras dicho que yo lo amaba. Eso me puso furiosa y le dije la verdad, que yo no pensaba en él hasta que tú me dijiste que él me amaba. Entonces estalló. Dijo que todo era una trampa. Creo que ya tenía miedo de lo que dijera su padre cuando llegáramos a casa.

Cassie no se habría extrañado que ése fuera exactamente el motivo. Se preguntó si convenía revelar a Jenny que Clayton podía estar arrepentido de haberla abandonado. Ya nada podía empeorar.

—Si te sirve de consuelo, creo que Clayton es tan desdichado como tú.

De inmediato Jenny se incorporó, con los ojos dilatados y llenos de esperanza.

—¿Cómo lo sabes?

—Hace un par de semanas tuve un desagradable enfrentamiento con Morgan. Dijo que su hermano no trabaja y que no está bien de la cabeza desde que volvió de Austin. También dijo que Clayton hablaba de sus derechos y que pensaba ir a buscarte, pero que R. J le quitó la idea a latigazos.

Jenny volvió a levantarse de un salto, pero esta vez con un estallido de enojo.

—¡Cómo odio a ese viejo!

Cassie no podía reprocharle eso, pero observó:

—Tu madre es lo mismo y no la odias.

—¿Quién dijo que no?

—Vamos, Jenny. Todo esto comenzó por culpa del odio. Se suponía que el amor le pondría fin.

Jenny se detuvo para mirarla fijamente.

—Si eso pensabas, estabas soñando. Pero no te critico por jugar de casamentera. Antes de que riñéramos en la noche de bodas todo fue maravilloso. Tampoco lamento tener un bebé de él. Sólo que no sé qué hacer. — Las lágrimas volvieron a acumularse. — No quiero ser una madre divorciada.

—No lo seas. Tu madre no puede firmar los documentos de divorcio por ti, Jenny. No los firmes.

—Ella me obligará.

—Tal vez no. ¿No se te ha ocurrido pensar que por el bebé todos podrían cambiar de opinión? Después de todo, será el primer nieto de tu madre. Y también el primero de R. J

Jenny suspiró.

—Sigues sin comprender, Cassie. El odio que se tienen está demasiado arraigado. Cada uno de ellos está dispuesto a sepultar el hacha de combate, pero sólo en el pecho del otro.

El optimismo de Cassie no podía resistir tanto.

—No he servido de mucho, ¿verdad?

—Sé que no puedes hacer nada más por mí, Cassie. Y debo regresar antes de que noten mi ausencia y Buck mande a todos los peones a buscarme. Pero necesitaba hablar con alguien. Gracias.

Cassie asintió, pues comprendía demasiado bien. Sus propios problemas parecían ahora cosa de nada. Por lo menos, no estaba embarazada ni amaba desesperadamente a un hombre que su madre no aprobaría jamás. Pero no soportaba pensar que, una o dos semanas después, ella estaría lejos de ese desastre mientras que Jenny quedaría allí cargando con el problema causado por ella.

Mientras acompañaba a su amiga a la puerta principal, dijo:

—Me gustaría sentar a tu madre y a R. J en la misma habitación y convencerlos de que pensaran un poco.

—Jamás se quedarían en una misma habitación.

—En ese caso los encerraría.

Jenny tuvo que reír.

—Eso sí que sería grandioso... No, se matarían sin dudarlo.

—O tendrían que solucionar esto entre los dos.

—La idea es agradable, Cassie, pero haría falta un milagro.

A Cassie se le habían acabado los milagros, pero bajo su techo albergaba a un Angel medio deslucido. Al cerrar la puerta detrás de su amiga se preguntaba...

—Ni siquiera lo pienses.

Cassie se sobresaltó ante esa voz grave y giró en redondo. Localizó a Angel sentado al pie de la escalera con el sombrero puesto y calado. También llevaba puesto su impermeable amarillo y el pañuelo negro atado a un lado del cuello. Obviamente estaba a punto de salir o acababa de entrar. ¿Cuánto habría oído?

Ella enarcó una ceja haciéndose la tonta.

—¿Que no piense qué?

La mirada que le fue devuelta le dijo que su pretensión de inocencia no era apreciada.

—Entrometerte. Si te pesco otra vez en esas, voy a hacer lo que debió haber hecho tu padre hace años: azotarte el trasero. Y que no se te ocurra enfurruñarse o lo haré ahora mismo. ¿No sabes salir del juego cuando vas ganando, mujer?

—¿De dónde sacas que voy ganando?

—Los dos estaremos fuera de aquí dentro de algunos días; el rancho sigue en pie; tú aún estás entera y yo sólo he tenido que matar a un hombre. A mi modo de ver, eso es ganar. Haz el favor, para volver a entrometerte espera a estar en tu casa donde tu madre pueda arreglar los problemas que causes. Qué diablos, apuesto a que está habituada a eso.

Cassie se dirigió hacia él; le escocían los dedos por abofetearlo, pero se limitó a detenerse cerca de sus pies para fulminarlo con la mirada.

—Yo no te pedí que vinieras, como recordarás. Más aun, recuerdo haberte pedido que te fueras. Si mis vecinos están tranquilos, no entiendo para qué, te quedas. Es obvio que van a permitirme esperar el regreso de mi padre.

—¿O sea...?

—Yo diría que ya has hecho lo que viniste a hacer. Ahora deberías pensar en partir... preferiblemente hoy.

—¿Y quién te pidió opinión?

Angel gruñó eso mientras se levantaba, con lo cual la obligaba a retroceder si quería seguir mirándolo a los ojos. Por el momento no lo hizo, pues no cabía duda de que lo había irritado sobrepasando el mero fastidio. Y él no había terminado.

—Me quedo, Cassie, no sólo hasta que vuelva tu padre, sino hasta que te vea con el equipaje listo y fuera de este condado. Cuanto antes ocurra eso, mejor, pero hasta entonces... ¡basta de entrometerse! ¿Has entendido?

A ella le sorprendió poder hacer algo más que un gesto afirmativo:

—Sí, perfectamente. Debería haber sabido que no serías capaz de comprender mi posición ni de sentir la menor compasión hacia esos dos jóvenes que se aman. Para eso hay que tener corazón.

Y lo dejó, desapareciendo por el vestíbulo. El la siguió con la vista, divertido por sus agallas. El coraje de la muchacha no dejaba de asomar cuando él menos lo esperaba. ¡Y cómo le gustaba eso!

—Oh, yo tengo uno, tesoro — dijo en voz baja—. Por suerte, está envuelto en un cuero crudo tan fuerte que no podrás romperlo.

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