Angel

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El detective se llamaba Phineas Kirby y había pedido un cuarto en el mismo hotel, incluso en el mismo piso. Pero Cassie no corrió a su habitación en cuanto hubo leído su nota. Por mucho que deplorara la necesidad de verse obligada a perturbar su sueño, mucho más detestable era la perspectiva de explicar a su madre por qué había contratado a un detective.

Por eso esperó a que Catherine se acostara. No quería correr ningún riesgo. Hasta se desvistió también para acostarse y pasó varias horas en la cama por si su madre se desvelaba y quería venir a conversar con ella; lo había hecho otras veces anteriormente.

Poco después de medianoche volvió a vestirse y salió cautelosamente de la habitación. Encontró el cuarto del señor Kirby en el extremo opuesto del pasillo. Llamó a la puerta con tanta suavidad que pasó un rato antes de que, por fin, se oyeran gruñidos al otro lado de la puerta. Pocos momentos después se abrió de par en par por obra de un hombre muy irritado que vestía una abultada bata amarilla bajo la cual asomaban los calcetines. Era de edad madura y más bien corpulento; sus facciones no llamaban la atención; los ojos azules tenían una mirada penetrante.

Al echarle un buen vistazo calló la protesta que estaba a punto de espetarle.

—Disculpe, señorita. Creí que era el personal del hotel. ¿Se ha perdido?

—No, señor. Soy Cassie Stuart, la persona que lo hizo venir.

Él había vuelto a fruncir el entrecejo.

—¿Sabe usted qué hora es, señorita Stuart?

Ella hizo una mueca.

—Lo sé, sí, pero no podía esperar a la mañana. Estoy aquí con mi madre y prefiero que ella no se entere de esto. No siente ninguna simpatía por mi esposo, ¿comprende usted?, y esto se relaciona con él.

Phineas suspiró.

—En ese caso, será mejor que entre usted y tome asiento.

Ante el hogar había dos sillas. El echó otro leño al fuego y ocupó la silla en la que había dejado sus ropas. Descolgó una chaqueta del respaldo y lo revisó hasta sacar una libreta del bolsillo interior.

—¿Qué puedo hacer por usted, señorita Stuart? — preguntó garabateando en el papel.

Cassie se sentó enfrente.

—Me gustaría localizar a los padres de mi esposo.

—¿Han desaparecido?

—No exactamente. Y él no es del todo mi esposo. Bueno, lo es, pero pronto nos divorciaremos. — Al ver que el detective enarcaba una ceja le aseguró: — Pero eso no tiene nada que ver. Sólo quiero reunirlo con su familia como un presente de despedida.

—Muy ponderable — comentó él—. ¿Y cómo se llaman esas personas?

—Esa será la parte difícil. Él era demasiado pequeño para recordar nombres. Verá usted, fue secuestrado por un montañés en esta misma ciudad hace unos veinte años y pasó los nueve siguientes en una cabaña aislada de las montañas Rocosas. El cree que, en el momento del secuestro, tenía cinco o seis años, pero no está seguro. Y sus padres no vivían aquí. Recuerda haber llegado en tren, de modo que se habrían detenido aquí en medio de un viaje o estaban visitando a alguien.

—¿Estaba con ambos padres?

—Es probable que no. No recuerda haber visto mucho al padre.

—Bueno, por lo menos tenemos el nombre del niño — dijo Phineas, como si fuera cosa segura.

Cassie lo miró con una sonrisa indefensa.

—En realidad, no. Se hace llamar Angel porque recuerda que así le llamaba su madre, pero eso es todo.

El detective pareció sorprendido.

—Eso es extraño — dijo casi para sus adentros. Al cabo de cierta reflexión preguntó—: ¿Está segura de que no prefiere buscarlo a él?

—No. Sé dónde puedo verlo. Sólo quiero hallar a sus padres, a ambos, si aún están con vida. Supuse que alguien de esta ciudad debía de recordar una tragedia como ésa, un niñito desaparecido que nunca fue hallado. Por mi parte, no sabría cómo localizar a alguien que pudiera saber algo. Creo que Angel tampoco pues volvió aquí al morir el montañés que lo había secuestrado, pero no pudo averiguar nada. — Suspiró. — Sé, que los datos no son muchos.

—Por el contrario. Quizá conozca los nombres dentro de uno o dos días. Conseguir la dirección de esas personas puede requerir más tiempo, pero mi agencia tiene excelentes recursos en casi todos los Estados y el telégrafo me simplifica mucho el trabajo. Es un invento asombroso, sí. Ha ayudado a capturar a muchos criminales. — Luego volvió a musitar pensativo: — Angel, ¿eh? ¿Cuántos habrá que se llamen a este lado del Mississippi?

—¿Cómo dice usted?

—Nada, señora. — Phineas se levantó para acompañarla a la puerta. — A usted no le molesta que comience a trabajar por la mañana, ¿verdad?

Ella enrojeció.

—No, por cierto. Lamento mucho haberío despertado a esta hora, pero no es fácil escapar de mi madre durante el día. Y si ella descubre lo que estoy haciendo no me dejará en paz. Mi esposo le gusta muy poco.

—¿Es ella quien está impulsando el divorcio?

—Sí, pero ya había una decisión mutua puesto que nos casamos por accidente.

—¿Eso es algo nuevo?

—¿Se le ocurre un término mejor para una boda a punta de pistola?

Él sonrió.

—Supongo que no. Y comprendo que quiera divorciarse. No puede ser fácil ser la esposa de un pistolero, ni siquiera por poco tiempo.

—¿Cómo sabe usted que él es pistolero?

—Con un nombre como Angel... había pocas posibilidades.

Cassie quedó impresionada. Obviamente el hombre era un genio y su dinero estaba bien gastado.

Phineas no era ningún genio. Simplemente, al regresar en tren desde Denver, donde había cumplido con su último trabajo, se encontró sentado junto a un pistolero llamado Angel. Pasó una hora agradable importunándole con preguntas, pues la intuición le decía que un hombre de ese aspecto debía de estar en alguna lista de personas buscadas. En eso se equivocaba; en realidad, había estado muy cerca de hacerse matar por su insistencia, pero le gustaba vivir peligrosamente; de lo contrario no se habría dedicado a ese oficio.

Y no volvió a acostarse. Una hora después, tras haber visitado tres hoteles y tenido suerte en el cuarto, él mismo estaba llamando a una puerta. En cuanto ésta se abrió se encontró con un revólver apuntando a la cara. Miró a lo largo del cañón antes de fijarse en el hombre que lo sostenía.

—Acabo de conocer a su esposa — dijo Phineas cordialmente. — ¿Mi qué?

—Está aquí, en San Luis.

—No diga estupideces. Va rumbo a Wyoming. Phineas sonrió.

—¿No es una damisela menuda de grandes ojos plateados?

Angel apartó el revólver acompañando el gesto con una sucia palabrota. Estando a medio camino de Wyoming había decidido que prefería no estar en Cheyenne cuando Cassie llegara. El poner distancia entre ambos no había servido aún para quitársela de la mente. Por eso viajó a San Luis, para intentar una vez más hallar a su madre. Sólo estaba allí por eso... y para alejarse en lo posible de su esposa y de su maldita solicitud de divorcio.

—Parece que usted decía la verdad al afirmar que no tenía otro nombre, aparte de Angel — estaba diciendo Phineas—. Por lo menos usted no conoce otro. Lamento haberío importunado tanto.

—Sigue importunándome — dijo Angel bastante enfurruñado—. ¿Qué quiere ahora, Kirby?

—Sólo un poco de información. Su esposa me ha contratado para que busque a sus padres. Me sería muy útil que...

—¿Lo contrató para qué? — estalló Angel—. ¡Diablos, no puedo creer que esta mujer vuelva a entrometerse tan pronto! Ni siquiera esperó a llegar a su casa. ¡Y esta vez se entromete en mis propios asuntos!

Phineas se meció sobre la punta de los pies. Le encantaba observar las reacciones humanas. Dejando caer la frase correcta, la gente se comportaba de maneras fascinantes. Pero nunca había esperado que ese hombre perdiera el control. Eso demostraba que todo el mundo tenía alguna debilidad. Phineas volvió a intentarlo.

—Me sería muy útil que usted me suministrara una descripción de sus padres y cualquier otro dato que recordara sobre ellos.

Los ojos negros, cargados de emoción, volvieron al detective.

—Ella lo contrató, Kirby. Que ella le dé información.

—Ya sabía yo que no podía esperar mucha colaboración de usted — replicó Phineas—. Es a sus padres a quienes busco pero parece que esa damisela con quien usted se ha casado es la única que quiere hallarlos.

—Está bien, Kirby — dijo Angel de mala gana—. A mi padre no lo recuerdo, pero mi madre tenía pelo negro, rizado, y ojos oscuros.

Phineas abrió su libreta antes de preguntar:

—¿Tan oscuros como los suyos?

—No, creo que los de ella eran pardos.

—¿Cicatrices o marcas distintivas?

—No, que yo recuerde.

—¿Edad, nacionalidad?

—Era joven y bonita.

—La madre siempre es bonita cuando uno tiene cinco años. ¿Hablaba con algún acento?

—Si lo hacía, yo hablaba igual que ella, así que no habría notado ninguna diferencia, ¿verdad? — Angel hizo una pausa algo sorprendido. — Ahora que usted lo menciona, cuando Oso Viejo me secuestró dijo que yo hablaba raro. Claro que él destrozaba el idioma. Tal vez mi modo de hablar era normal.

—En esa época — agregó Phineas, haciendo que el entrecejo de Angel volviera a fruncirse—. Pero usted, naturalmente, es producto de su crianza, que debe de haber sido bastante primitiva.

—Me hago entender sin ninguna dificultad — aseguró Angel con un claro tono de advertencia.

Phineas rió entre dientes.

—Supongo que sí. Los revólveres siempre son más expresivos que las palabras. — Luego volvió al tema. — Ahora bien, en un principio, por el color de su tez yo habría pensado que usted descendía de indios, pero en realidad la estructura ósea no corresponde. Y si usted hablaba un dialecto indio, ese montañés debía dominarlo lo suficiente como para no extrañarse. Ahora pienso que usted puede ser de ascendencia española, posiblemente pura. De cualquier modo, la probabilidad de que su madre fuera extranjera servirá para estrechar las averiguaciones, si no puedo localizar ningún periódico viejo.

—¿Le parece que, en una ciudad tan grande, la desaparición de un niño puede haber sido mencionada por los periódicos?

—Sin duda. Lo difícil será hallar uno que guarde los ejemplares viejos. Son pocos los que tienen tanto espacio para archivos, aunque algunos conservan siquiera la primera plana. Por otra parte, los periódicos surgen y desaparecen como cualquier otro negocio. Pero como usted dijo, esta ciudad es grande y está en pie desde hace mucho tiempo. Con un poco de suerte, hallaremos por lo menos un periódico que se publique desde hace veinte años o más.

—Y con la suerte que yo tengo, ese será el que no conserve los números viejos — gruñó Angel haciendo reír a Phineas.

—Bueno, su suerte está por dar un vuelco. Esta es una de las misiones más fáciles que me han encargado. Lo que lleva tiempo es buscar a la gente que tiene motivos legales para no dejarse hallar. Este caso se resolverá enseguida.

Angel no se hacía demasiadas ilusiones.

—Si los encuentra presénteme la factura a mí. No quiero estar otra vez en deuda con esa mujer.

—Dudo que ella se lo agradezca. Parecía muy ansiosa de hallarlos por usted.

—Lástima.

—Pero existe una cuestión de ética. Ella me contrató primero.

—En ese caso, yo lo despido por cuenta de ella y lo contrato por mi cuenta. A menos que las cosas hayan cambiado, eso es atribución del esposo.

—Mientras no sea un esposo divorciado.

—Lárguese, Kirby.

Phineas salió riendo entre dientes; Angel cerró la puerta con un golpe. Pocos momentos después se impuso en él la idea de que Cassie estaba allí, en la ciudad, quizás a pocas calles de distancia. Y su maldito cuerpo reaccionó con toda la potencia.

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