Angel

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Cuando llegaron a casa el cielo estaba encapotado, pero eso no impidió que Cassie ensillara para salir. Lo hizo sin que lo supiera su madre, por supuesto. Sólo la vio el viejo Mac, que estaba a cargo de los caballos en la casa de las Stuart. Ella le encargó decir a su madre que había sentido necesidad montar a caballo antes de cenar, pero sólo en el caso de que la señora preguntara. Si se daba prisa, quizá pudiera volver antes de que a Catherine se le ocurriera preguntar.

Pensaba volver a Cheyenne.

Ver a ese hombre, imagen viva de Rafferty Slater, no sólo la espantaba, sino que la tenía muy inquieta. Sin duda su madre tenía razón. Debía de ser un hermano de Slater, probablemente su hermano gemelo. Y su aparición en Cheyenne, donde vivían tanto ella como Angel, era demasiada coincidencia para su paz mental.

Aunque no hubiera venido para vengar la muerte de su hermano, era preciso advertir a Angel. Rafferty había tratado de matarlo por la espalda y las tácticas sucias tienden a ser hereditarias. Fuera como fuese, estaba decidida a no correr ningún peligro en lo que a Angel concernía. No quería perderlo por culpa de un cobarde traidor justamente cuando había decidido quedarse con él.

Llegó a Cheyenne en menos tiempo que nunca, pero el cielo seguía oscuro; como las nubes ocultarían la luna, no podría darse la misma prisa en el trayecto de regreso. Quizá no llegara a casa a tiempo para la cena después de todo, pero no pensaría en las explicaciones a su madre hasta que llegara el momento.

Sabía dónde hallar a Angel. Era de conocimiento común que residía en la pensión de Agnes, pues la anciana le tenía mucho cariño y nunca alquilaba su cuarto a otras personas aun cuando él desaparecía por meses enteros. Si estaría allí a esas horas era otra cuestión. Ella tenía la esperanza de no verse obligada a esperarlo ni a buscarlo por la ciudad, pero si era preciso, lo haría.

Ató a su yegua frente a la pensión. El porche sólo estaba iluminado por la luz mortecina que brotaba por la ventana de la sala, pero eso bastaba para no tropezar en los escalones que conducían a la puerta. Cassie no llegó tan lejos.

—No se mueva a menos que yo lo diga, señorita, y no haga el menor ruido.

Un revólver clavado contra su espalda reforzó la orden. Cassie lo sintió sin dificultad, pese a lo grueso de su chaqueta. Y ella no iba armada. Nunca iba armada a Cheyenne y no había perdido el tiempo en buscar su col£ antes de volver a la ciudad.

Obviamente había sido un error, pero no había pensado en el peligro, sólo en poner a Angel sobre aviso. También era demasiado tarde para reprocharse el no haber examinado el porche con más atención. Esos descuidos podían costar fácilmente la vida. Y ella quizás iba a descubrirlo en persona.

Una mano la asió por el hombro para hacerla girar; ahora el revólver se le clavaba en el vientre. Tuvo la sensación de que reconocería a su atacante y así fue.

—¡Qué gentil ha sido usted! ¡Volver a la ciudad para facilitarme las cosas!

Ella pasó por alto el comentario. Conocía al hombre, pero tuvo que preguntar:

—¿Quién es usted?

—Me llaman Gaylen — dijo él—. Pero usted ya conoce mi apellido, ¿verdad? La gente no suele olvidar a una persona cuando ayudó a matarla.

Cassie se puso pálida, pero el sentido común la obligó a insistir.

—Usted no es Rafferty.

—Claro que no, pero como nadie pudo nunca distinguirnos, da igual, ¿no? Mirarme es como mirar al hombre que usted mató.

De nada serviría señalar que Rafferty se lo había buscado.

—¿Qué, quiere?

—Iba a encargarme primero de ese tal Angel y luego de usted, pero ya que la tengo aquí, tendré, que cambiar de planes. Venga. Mi caballo está atado atrás.

Cassie no tenía mucha alternativa, con esa mano aserrándola por la nuca y el revólver moviéndose a su costado. Pensó en gritar, pero no quería recibir un disparo como premio. Y ese hombre no vacilaría en disparar. Estaba oscuro, no había luna y detrás de la pensión sólo se veía la extensa planicie. El desaparecería antes de que se despejara el humo; ella, en cambio, no estaría viva para contar quién lo había hecho.

El hombre la subió al caballo que tenía delante. Como no enfundó su arma, Cassie no podía pensar en largarse. Cabalgaron hacia la llanura para que él pudiera rodear la ciudad sin ser visto; luego se dirigieron hacia las lomas que se elevaban por el este.

Pasaron casi cinco horas antes de que él hallara la pequeña cabaña de una única habitación. Cassie tuvo la sensación de que estaba perdida desde hacía dos horas. En la chimenea se rizaba el humo. Vio otro caballo en el cobertizo cercano. Entonces recordó, por fin, que había visto a ese hombre con un amigo.

El amigo dormía acurrucado en sus mantas junto al fuego. Gaylen la empujó hacia el interior de la cabaña sin molestarse en despertarlo. El único mobiliario de la habitación era una mesa con una sola silla. Ninguna de las dos parecía muy resistente.

Él le echó una breve mirada en tanto dejaba sus alforjas en la mesa y comenzaba a revolver en ellas.

—Su familia tiene dinero, ¿no? A montones.

—Sí. ¿Por qué?

—Con un poco podría superar mi pérdida.

—¿Así no trataría de matar a Angel?

—Yo no dije eso.

El hombre sacó un pañuelo y una soga de cuero, indicando a Cassie que caminara hacia el rincón más alejado. El pañuelo acabó atándole las muñecas y la soga, los tobillos; primero él le arrancó las botas y las arrojó al otro lado de la habitación.

—He decidido enviar a Harry con mis exigencias — le dijo al terminar—. Esto va resultando mejor de lo que había imaginado.

—¿Por qué?

—Aquí será más fácil matar a ese pistolero. No tendré que huir después ni preocuparme por la justicia. Su rancho no está lejos de aquí, ¿verdad?

—¿Cómo quiere que lo sepa? — dijo ella con mala voluntad—. Vine sin saber por dónde iba.

—Creo que no está lejos.

Ni una sola vez había levantado su voz; no parecía enfurecido por la muerte de su hermano. Aunque su actitud no era natural, a Cassie le inspiró algunas esperanzas. Tal vez no fuera tan malo como Rafferty. Tal vez no lo hacía muy feliz sentirse obligado a matar. Y tal vez no sabía siquiera en qué clase de hombre se había convertido el hermano. Decidió esclarecerlo, sólo por si acaso.

—Sabrá usted que su hermano no era buena persona. Provocaba estampidas. Trató de...

—No hable mal de mi hermano — fue cuanto él dijo y hasta lo dijo con suavidad.

Luego la ignoró para despertar a Harry con un puntapié. Por un rato discutieron en voz baja junto al fuego; de vez en cuando Harry desviaba la vista hacia ella. No era tan alto como Gaylen; tenía los ojos grises y opacos; el pelo era castaño, largo y fibroso; la ropa estaba manchada y le sentaba mal. En resumen, era un hombre de baja estatura, feo, de los que se dejan mandar por otros.

Cassie agudizó el oído, pero no pudo captar más de una o dos palabras. Después ambos garabatearon algo en un periódico viejo usando hollín sacado del hogar. Harry se puso la chaqueta y partió. Gaylen se acomodó junto al fuego, en las mantas desocupadas.

Cassie aguardó algunos minutos, pero el hombre parecía dispuesto a dormir sin preocuparse por darle de comer, sin ofrecerle una manta ni siquiera un sitio más próximo al fuego. De cualquier modo, no era el frío lo que más la preocupaba.

—¿Cómo piensa atraer a Angel hasta aquí?

—Me traerá el dinero de su madre.

—¿Por qué está usted tan seguro? Lo más probable es que mi madre envíe...

—Enviará a Angel. De lo contrario no hay trato.

—Tal vez se lo pida, pero eso no significa que él acepte venir — señaló Cassie.

—¿No es un pistolero a sueldo? Su madre puede contratarlo si él no quiere hacerlo gratis. Él no sabe con quién está usted ni sospecha que yo quiero matarlo. ¿Por qué va a negarse? Además, dicen que usted se casó con él allá en Texas. Quedaría muy mal, que el hombre no viniera en busca de su esposa, ¿no?

Cassie sólo oyó que Angel se presentaría sin saber lo que le esperaba. Eso no se le había ocurrido. Lamentó saberlo, porque la idea le provocaba un miedo enfermizo. ¿Recordaría su madre que ella había visto al hermano de Rafferty en la ciudad y llegaría a la conclusión correcta? Y en ese caso, ¿lo mencionaría a Angel?

Cassie tenía que hacer algo, escapar o buscar el modo de advertir a Angel. Si Gaylen no le hubiera atado las manos a la espalda podría haberse escurrido hasta él para golpearlo con uno de los leños amontonados junto al fuego. Si no le hubiera quitado las botas, habría tratado de desmayarlo a puntapiés. En el hogar sólo había dos, leños, de modo que no podía siquiera sacar un palo encendido para quemar el pañuelo de algodón. Y no le gustaba la idea de meter las manos en el fuego por completo hasta que la tela se quemara; por otra parte en ese caso no habría tenido seguridad de quedar con vida para hacer algo.

Por el momento, su única posibilidad parecía ser inducir a Gaylen a pensarlo mejor. Pero al verlo tendido allí, con los brazos cruzados bajo la nuca, tan apacible como si no estuviera pensando en asesinar, no sintió ninguna confianza.

Aun así debía intentarlo.

—¿Mataría usted a un hombre que hubiera tratado de dispararle por la espalda, Slater?

—Por supuesto.

—Bueno, por eso mató Angel a su hermano.

—Se muy bien lo que pasó allá, señorita. Ese hombre suyo estaba buscando a mi hermano para matarlo y se sabe que, es veloz como el rayo. De un modo u otro, Rafe iba a morir; a mi modo de ver, lo que hizo era su única posibilidad ¿O va usted a decirme que ese de la Muerte no quería matarlo?

No podía decirlo en realidad.

—Su hermano trató de violarme. Por eso lo buscaba.

Entonces él la miré con la primera muestra de emoción, era sorpresa.

—¿Violarla para qué? Usted no es ninguna maravilla.

El calor invadió las mejillas de Cassie.

—Eso no quita que...

—Y aunque la haya violado — interrumpió él—, ese no era motivo para matarlo.

Con esa actitud jamás admitiría que su hermano había caído merecidamente. Por ende, Cassie cambió de táctica.

—No se saldrá con la suya. Si logra matar a Angel, yo misma lo perseguiré. No habrá un sitio...

El volvió a interrumpirla con resoplido.

—¿Y quién le ha dicho que usted saldrá de aquí con vida? Si no ha muerto todavía es porque ese pistolero puede pedir verla antes de acercarse lo suficiente para que yo lo mate. Por usted mataron a Rafe. Tendrá que morir tanto como él.

Probablemente pensó que eso la haría callar. Casi fue así.

—De cualquier modo... no se saldrá con la suya. Hoy lo vi en la ciudad y se lo dije a mi madre. Ella es inteligente y adivinará enseguida que ha sido usted. Habrá carteles en todos los Estados y en todo el territorio del Oeste pidiendo la captura de Slater. Si nos asesina no tendrá un momento de paz.

—Puedo abandonar el país — replicó él encogiéndose de hombros—. Eso no me molesta en absoluto. La que me molesta es usted, señorita. Cállese si no quiere que le meta algo en la boca. No podrán conseguir el dinero hasta que abra el banco por la mañana, de modo que ese pistolero no vendrá hasta el mediodía. Necesito dormir un poco.

Cassie decidió no decirle que su madre lo haría perseguir donde fuera. Probablemente habría respondido que, en ese caso, la mataría también a ella.

Momentáneamente se dio por vencida. Por la mañana tendría tiempo para ablandarlo un poco más y también a su amigo Harry. El hombrecito sería más fácil de asustar. Quizás él pudiera hacer entrar en razones a Slater.

Pero no quería dejar que él dijera la última palabra.

—Tengo hambre — se quejó.

—No voy a malgastar comida con una muerta.

Al fin y al cabo había dicho la última palabra.

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