Angel

Angel


7

Página 13 de 47

7

Cassie estaba tan deseosa de separarse del pistolero que no se molestó en llevar el carruaje al granero, como lo hacía habitualmente al volver de la ciudad, sino que lo detuvo frente a la casa. De cualquier modo, Emanuel, el hijo de María, acudía siempre para guardarlo dondequiera lo dejara, de modo que no se detuvo a pensar en el cansado caballo de tiro. Sólo quería perder de vista a ese hombre cuanto antes.

Ese había resultado el viaje más largo de su vida pese a ser una de las distancias más cortas. Bastaba ya con que la sola presencia de Angel la perturbara, pero además se había sentido observada por él varias veces y eso era peor: no saber qué pensaba él, por qué la miraba así, qué podía hacer un hombre como ése en cualquier momento.

Tenía la inteligencia suficiente para saber que era ridículo dejarse destrozar los nervios de ese modo. Él estaba allí para ayudarla, no para hacerle daño. Pero a sus emociones poco les importaba ser lógicas o realistas.

Saltó por su lado del coche en cuanto lo detuvo y dio la vuelta casi corriendo para subir al porche. Pero Angel hizo lo mismo y le impidió el paso.

Por segunda vez en ese día Cassie apenas pudo evitar el choque; en esa oportunidad fue sólo porque la voz del hombre la detuvo con un respingo.

—¿Por qué diantre lleva tanta prisa, señorita?

Cassie se horrorizó al notar que esa conducta injustificada lo había irritado. Y no podía darle ninguna respuesta que no empeorara las cosas. Retrocedió, vacilante, lo suficiente como para ver que él tenía el rifle en sus manos.

En cuanto su mirada descendió al arma, el pistolero se la tendió.

—Ha olvidado esto, ¿no?

Lo dijo en un tono tan burlón que, obviamente, debía de saber que ella lo había considerado necesario para defenderse de él. Se ruborizó de inmediato. Por Dios, ¿cuándo antes había hecho el ridículo de ese modo?

—Lo siento — quiso disculparse.

Era lo menos que podía hacer, tras haber insinuado con su conducta que lo tenía por un monstruo depravado... o algo peor.

Pero él la interrumpió diciendo:

—Tómelo. Tal vez le haga falta... pues tiene visitas.

Hizo una pausa lo bastante larga como para hacerle pensar que no se había equivocado al fin de cuentas. Cassie palideció, sólo para que las mejillas volvieran a inundársele de color al darse cuenta de que él lo había hecho con deliberación. Pero ya no tenía tiempo para descargar su propio mal genio. Se vio obligada a mirar en la dirección que él le indicaba con la cabeza. Y con eso olvidó la cólera, porque hacia el rancho venían, a galope tendido, tres de los MacKauley.

—Oh, no — gimió—. Morgan debe de haber abierto un surco en el campo en su prisa por volver a casa y contar a su padre lo que yo dije. El que viene delante es R. J MacKauley con Morgan. Y quien cierra la marcha parece Frazer, el hijo mayor. Debería alegrarme de que él los acompañe.

—¿Por qué?

—De todos ellos es el de mejor carácter. Eso no significa que no estalle como los otros; sólo que no es tan malo. De toda la familia, sólo él me echó una mirada furiosa al comenzar todo para ignorarme desde entonces en adelante. Es que Frazer tiene un extraño sentido del humor que nadie comprende. En realidad, no me sorprendería que a estas horas todo el asunto le parezca muy gracioso.

—¿Puede calmar a los otros? — preguntó Angel, tomándola del brazo para conducirla al porche.

—De vez en cuando, sí. Pero ¿qué hace usted?

—La pongo en una buena posición. Si ellos desmontan, tendrán que mirarla desde abajo. Si permanecen a caballo, por lo menos usted podrá mirarlos cara a cara.

Estrategias mientras a ella se le revolvía el estómago de miedo.

—Preferiría no tener que mirarlos.

Creía haberlo pensado solamente, sin decirlo en voz alta, pero él replicó.

—En ese caso, vaya dentro y deje que yo me encargue de ellos.

Cassie se puso pálida.

—¡No!

Angel suspiró.

—Decídase, señorita. ¿No quería una oportunidad de hablar con el viejo?

—Sí.

Pero nunca había creído tenerla, mucho menos tan pronto, sin tiempo de pensar y con la mente ocupada por Angel. Necesitaba tiempo para planear confrontaciones como esa, para estudiar la mejor forma de decir las cosas. Si no pensaba de antemano, Cassie tendía a confundirlo todo, cosa que ya había hecho varias veces.

Pero no tenía tiempo. Los MacKauley estaban prácticamente allí. Y Angel se puso delante de ella para enfrentarlos, provocándole más alarma que los visitantes.

Se cruzó delante de él para implorarle:

—No diga una palabra, por favor. Y no se quede así, como si tuviera la esperanza de verlos desenfundar. Le digo que los MacKauley son susceptibles. No hace falta mucho para que estallen. Y esto es más que suficiente.

"Esto" era el rifle que Angel aún tenía en la mano. Cassie lo tomó para apoyarlo contra la pared cuando se volvió hacia el camino; hasta el porche subía el polvo levantado por los tres caballos que se detenían bruscamente.

—Señor MacKauley — saludó Cassie respetuosamente avanzando hacia el borde de la escalera... para ponerse delante de Angel.

R.J. era más corpulento que sus hijos o, cuanto menos, de estructura más ancha. Cierta vez Morgan había mencionado que sólo tenía cuarenta y cinco años. Su pelo rojo aún no tenía toques grises ni había empezado a desteñirse. Había tenido a sus cuatro hijos a partir de los veintidós años de edad, a uno por año; según se decía, era eso lo que había matado a su mujer.

R.J. apenas echó un vistazo a Cassie. Morgan y Frazer lo imitaron. En esos momentos Angel les interesaba más, de modo que Cassie se apresuró a decir lo necesario antes de perder la oportunidad.

—Sé que mi permanencia aquí es una irritación, señor MacKauley, pero mi padre ha demorado su regreso debido a una herida y tardará tres semanas más. Mientras tanto, los Catlin han ahuyentado a su capataz y a otros dos peones. Nos quedan unos cuantos hombres, pero ninguno que pueda tomar el puesto de capataz. Comprenderá usted que no puedo irme, por lo menos hasta que mi padre regrese.

Cassie aspiró hondo, agradablemente sorprendida por haber podido expresar la mayor de sus inquietudes sin ser interrumpida, ni siquiera ante la mención de los odiados Catlin. Pero aún debía decir su segundo problema y, a juzgar por el modo en que los tres hombres seguían mirando a Angel, difícilmente tuviera mucho tiempo para hacerlo.

—Usted no me ha dado ninguna oportunidad de expresarle cuánto lamento...

Había acertado. R. J la interrumpió, sin apartar la vista de Angel.

—¿Quién es este, niña? Y no me venga con esas tonterías que dijo a mi muchacho. Este no es un vagabundo.

—¿Por qué no me lo pregunta a mí? — dijo Angel, en un tono tan amenazador al menos para los oídos de Cassie que la joven se aterrorizó.

—Es mi prometido. — Había dicho lo primero que le vino a la mente.

Eso concentró la atención de todos, incluida la de Angel. Pero al ver la expresión de Morgan, que pasaba de la incredulidad a la furia, comprendió que había cometido una terrible patochada al inventar esa inofensiva explicación de la presencia del pistolero. Ahora tendría que ampliar la mentira, justificando el hecho de haber permitido que Morgan la cortejara cuando ya estaba comprometida. Por eso se apresuró a agregar:

—Lo creía muerto, pero ha venido a demostrarme que no lo estaba.

R. J no se lo tragó.

—Miente, niña — dijo, sin la menor duda—. No sé de dónde lo ha sacado, pero ese hombre no tiene nada que ver con usted.

Cassie se quedó sin saber cómo apoyar su ridícula afirmación... hasta que Frazer comentó:

—Papá tiene razón. Si acabarais de rencontraros estaríais restregándoos como gatos. Me parece...

La muchacha no esperó a que terminara. Volviéndose hacia Angel, le echó los brazos al cuello como para salvar la vida y le aplastó los labios contra la boca.

Nadie se sorprendió tanto como Angel, pero no arruinó ese intento de "rencuentro" apartándola de sí. En cambio, le rodeó la cintura con un brazo para echarla a un lado apartándola de su revólver porque no quería quedar sin defensa cualquiera que fuese la demostración que la muchacha intentara. Por lo tanto le aceptó el beso y hasta lo devolvió, distraídamente, aunque sin apartar los ojos de los tres hombres que observaban la representación, dividiendo su atención entre ellos y la mujer apretada a su flanco.

Con el correr de los segundos R. J se fue poniendo rojo; por fin volvió grupas y se alejó. Morgan hizo lo mismo después de arrojar hacia Angel una mirada asesina. Frazer no hacía ademán alguno de seguirlos. Allí estaba, muy sonriente, hasta que su diversión se convirtió en una explosiva carcajada.

Al oírla, Cassie dejó el cuello de Angel y puso fin al beso. Pero él le ciñó la cintura con el brazo para mantenerla apretada a su costado. Ella tuvo que apoyarle una mano contra el pecho para no perder el equilibrio en tanto se volvía para ver quién se divertía tanto... como si no lo hubiera adivinado.

—No la creía capaz de esto, señorita Cassie. — La voz de Frazer le llegó todavía cargada de humor. — Con esto papá se pasará toda una semana rabiando y maldiciendo. Será un placer observarlo.

El sentido del humor de ese hombre nunca dejaba de asombrarla, aunque en ese momento no lo apreciara.

—Pero ¿aun así vendrá al terminar la semana?

—No. — Frazer le sonreía. — Supuestamente usted debería haber huido aterrorizada en busca de su mamá. Lo cierto es que papá se estaba inquietando mucho al ver que se acercaba el día y usted seguía aquí. Para él debe de ser un alivio que usted le haya proporcionado una excusa para echarse atrás. A no ser por ese hombre. ¿Quién es usted en verdad, caballero?

—Me llamo...

—John Brown — intervino Cassie apresuradamente, interrumpiendo a Angel.

Eso sólo sirvió para que Frazer riera entre dientes.

—Podría ocurrírsele algo mejor, señorita Cassie.

Ella se ruborizó, pero palideció enseguida al ver que Angel volvía a intentarlo.

—Me llamo...

En esa oportunidad lo interrumpió aplicando el tacón de su zapato contra la puntera de la bota de Angel, que la soltó. Al oírlo jurar por lo bajo perdió otro poco de color, aunque por entonces Frazer tenía ya un ataque de risa.

—Supongo que no importa tanto — logró decir, al recobrar el aliento. Pero agregó con una chispa traviesa en los ojos verdes: — Podríamos tener otra boda antes de que usted vuelva al norte. A papá podría excitarle mucho ese premio tan justo.

Cassie pasó por alto esa muestra de humor a toda marcha.

—Pero ¿puedo contar ahora con que me dejen en paz?

—¿Papá? Puede ser. En cuanto a Morgan, no sé; él sí se creyó lo de su amigo aquí presente. No lo había visto tan furioso desde que Clay vino a decirnos lo que había hecho... y la parte que desempeñó usted en el asunto. Claro que los Catlin son otro cantar, ¿cierto?

Con una última risita irritante, Frazer dio un papirotazo a su sombrero y partió. Cassie quedó con la horrible noción de que estaba nuevamente a solas con Angel. ¡Después de lo que acababa de hacerle! ¡Oh, Dios, qué, atrocidad, qué escándalo! ¿No convendría correr al interior de la casa y cerrarle la puerta en las narices? No, antes debía disculparse. Después correría dentro y le cerraría la puerta.

Giró en redondo, sólo para encontrarlo justo tras su hombro derecho; demasiado cerca dadas las circunstancias. Comenzó a retroceder a lo largo del porche, alejándose de la puerta. No podía evitarlo, porque él, en vez de estarse quieto, la seguía lentamente. No parecía furioso, pero había una decisión amenazante en su modo de acecharla que le puso el corazón al galope, como le había ocurrido al iniciar ese beso imprudente.

—Lo siento — comenzó, con voz chillona. Luego continuó deprisa: — Perdóneme el pisotón. No quise... bueno, sí... pero no, actué mal. Claro que si ellos descubrían quién es usted... temí que las cosas empeoraran. Y...

Ahogó una exclamación al sentir que su trasero tocaba la barandilla lateral poniendo fin a su retirada. El siguió avanzando hasta apretar su cuerpo contra el de ella; al menos, contra la mitad inferior, porque Cassie se inclinó hacia atrás estirándose todo lo posible sobre la barandilla para mantener cierta distancia entre ambos, aunque fuera poca.

Las manos de Angel se plantaron en la barandilla, a cada lado de su cuerpo.

—Ya le he dicho que aquí no se me conoce.

—Usted... no puede estar seguro. No imagina cómo circula una reputación como la suya. No tiene sentido jugarlo todo a que ellos no hayan oído hablar de usted. No serviría para nada.

—¿Y usted cree que su pequeña mentira y su demostración sirvieron para algo? Sólo para demostrarme lo dulce de su boca, querida. Un día de estos tendremos que volver a intentarlo, pero sin público.

Volvió el rubor en fuertes llamaradas sobre sus mejillas.

—Está más enojado de lo que demuestra, ¿verdad? — adivinó, angustiada.

—Aún me duele la punta del pie, señorita. Creo que me debe una.

Cassie gimió.

—Soy muy poca cosa para una venganza. Ha visto usted lo insatisfechos que se fueron los MacKauley. Y si hubiera tenido tiempo para pensar, nunca le habría dado ese pisotón... ni lo otro. Pero me asusté. Mis ideas no estaban claras.

—Todavía está asustada y eso comienza a fastidiarme. Usted tuvo coraje suficiente para enfrentarse a tres corpulentos texanos, dos de ellos enfurecidos. Yo soy sólo uno.

—Pero usted es un asesino.

De inmediato se arrepintió de lo dicho. Resonó como un toque de difuntos, por ella, y el silencio siguiente fue insoportable. Cassie tuvo la sensación de haberlo golpeado, aunque sólo había indicado un hecho. Pero la emoción que asomaba a los ojos del hombre...

—¿Me cree capaz de hacerle daño?

Había llegado el momento de la verdad. No se conformaba con oír la respuesta, quería que ella misma la escuchara; que la aceptara de una vez por todas y dejara de actuar como una tonta cada vez que lo tenía cerca. Muy en el fondo, ella conocía la respuesta desde el principio, si escuchaba a su intuición.

—No, usted no es capaz de hacerme daño. Así que retírese, por favor.

Al decir eso lo empujó y pasó junto a él rumbo a la puerta principal. La irritaba cada vez más pensar en lo que ese hombre acababa de hacerle, aprovecharse de sus miedos para ajustar cuentas y, además, obligarla a tomar conciencia de ello. Si tenía que decirle una palabra más...

—Señorita Stuart.

Giró en redondo dispuesta a hacerlo estallar con su enojo que ahora ardía a fuego lento, pero se lo impidió la expresión del hombre, muy intensa, con los ojos fijos en su boca.

—Esperaré un tiempo para cobrarme esa deuda.

Ella quedó sin aliento.

—Yo... ¿No acaba usted de cobrársela?

El meneó la cabeza; en sus labios se estaba formando una sonrisa lenta e inquietante, la primera muestra de humor que ella le veía; en este caso habría preferido no verla. El no dijo nada más. Se limitó a recorrer tranquilamente el porche lateral hasta perderse de vista.

Cassie entró en la casa y cerró silenciosamente la puerta, en vez de golpearla como pensaba. Lo que estaba golpeando era su corazón.

Ir a la siguiente página

Report Page