Angel

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Esa noche Cassie no podía conciliar el sueño. Daba vueltas y vueltas en la cama. Se levantó para caminar tratando de agotarse. El agotamiento no llegó, pero sirvió para agitar tanto a Marabelle que al fin tuvo que sacarla del cuarto; esperaba que sus vagabundeas por la casa no despertaran a María, que dormía en la planta baja.

Su dormitorio estaba arriba, en una esquina trasera. Una de las ventanas daba al alojamiento colectivo; cada vez que pasaba por allí veía una luz aún encendida. Se preguntó si Angel tendría el mismo problema que ella. Se extrañó al desear que así fuera, porque su problema se debía a él.

No, eso no era justo. Por su propia culpa sabía ahora lo que sabía de él. Había hurgado e insistido obligándolo a admitir cosas que más le hubiera convenido ignorar. Habría preferido seguir conociéndolo tan sólo como El Angel de la Muerte. Ahora era también Angel, el pequeño, y Angel, el hombre que se sentía más a gusto comiendo solo.

Más de una vez, esa noche, había sentido el impulso de darle un abrazo compasivo. Cabía agradecer que ella no fuera de esas personas espontáneas que actúan por impulso; de lo contrario a esas horas habría estado mortificada por haberío hecho. Sin duda, desde luego, él la habría rechazado abruptamente. No era de los que buscan consuelo cualquiera que fuese el motivo.

Era absurdo tratar de consolar a un hombre como él, un pistolero implacable, asesino... No, otra vez era injusta. Angel no era un asesino vulgar. Con lo que hacía ayudaba a la gente. Además, poseía un profundo sentido de la justicia. Aunque estuviera ligeramente dentro de lo legal, él creía estar del lado del bien. Y tal vez lo estaba. ¿Quién era ella para juzgarlo?

Por fin, cuando vio que la luz del alojamiento se apagaba, trató nuevamente de acostarse y, en esa ocasión, se durmió de inmediato. Tuvo la sensación de que había dormido pocos segundos cuando la despertó una mano apretada con firmeza a su boca.

El terror de esos primeros instantes cedió un poco cuando Cassie comprendió que debía de ser Angel. ¿Por qué no había tocado a la puerta para despertarla en vez de asustarla apareciendo así? Estaba demasiado oscuro para verle la cara; el pequeño fuego encendido algo antes se había consumido casi por completo. Por eso él no podía ver tampoco que ella tenía los ojos abiertos. Tal vez por eso continuaba tapándole la boca.

—¿Está despierta ya, damisela?

Esa voz no era la de Angel, sino la de Rafferty Slater. El terror volvió a Cassie debilitándola.

—Si estás despierta dime que sí con la cabeza.

Ella no podía. No podía moverse en absoluto; parecía como si tuviera los miembros sujetos a la cama. Había jurado no dejarse tocar por él otra vez, pero no dormía con su revólver. No tenía manera de detenerlo.

Gimió al sentir que la otra mano del hombre le buscaba un pecho bajo las mantas.

—Así me gusta más — dijo estrujándoselo con una risa grave—. Conque te hacías la marmota, ¿eh? ¿O estabas agotada por haber perseguido la manada que ahuyenté? Pero con esto no voy a dejarte dormir.

Fue la risa lo que devolvió súbitamente la vida a Cassie. Agitó los brazos y dio patadas para quitarse las mantas. Uno de sus puños tuvo suerte y se le estrelló contra la cara.

—¡Basta! — gruñó él.

Ella siguió. A Rafferty no le estaba resultando fácil sujetarle los brazos con una sola mano. La que le cubría la boca se desvió lo suficiente como para que ella iniciara un grito. Él lo interrumpió muy pronto aplastándole los labios contra los dientes.

—No eres inteligente, muchachita. Deberías portarte bien conmigo para que no te haga daño.

Para hacerle esa advertencia le acercó la cara. Su aliento, agrio de licor, daba náuseas, pero Cassie no podía apartar la cara. Debía de estar borracho; sólo el alcohol podía darle el coraje para entrar en la casa y atacarla. Pero el miedo le impidió pensar en un modo de aprovecharse de eso.

—Debería haber venido antes a visitarte ya que tu única protección era tan fácil de sobornar.

Eso le pareció tan divertido que volvió a reír mientras Cassie buscaba sentido a ese comentario. ¿Que Angel era fácil de sobornar? Ella habría apostado su vida a que no era cierto. Pero Angel estaba durmiendo y ella no había podido gritar lo suficiente para despertarlo. Aunque sus ventanas estuvieran entreabiertas, si no lograba dar un buen alarido...

De pronto Rafferty remplazó la mano por la boca; tan pronto que Cassie apenas pudo tomar aliento. Al tener ambas manos libres le sujetó las muñecas con una y usó la otra para tirar del cuello de su camisón. Los pequeños botones de perlas se desprendieron uno a uno. El frío aire de diciembre le tocó los pechos. Luego fue él.

—¡Caray!, debería haber traído una lámpara. Pero tanto vale tocar como ver.

Cassie comenzó a gimotear. El hedor de su aliento la sofocaba; sus manos le hacían daño. Él le había cruzado una pierna sobre las suyas para que no pudiera moverlas. De pronto se oyó el rugido de Marabelle, el sonido más dulce de cuantos había escuchado en su vida... Pero sonaba fuera.

—Maldito gato. Debería haberío matado en vez de...

Rafferty olvidó tapar la boca a Cassie. Eso le dio tiempo para emitir un solo grito penetrante:

—¡Angel!

—¡Cállate, condenada! — La mano del hombre volvió a cubrirle la boca — Si ese Angel es el hombre nuevo del que hablan en la ciudad, te conviene que no te haya oído.

Cassie ansiaba justamente lo contrario. Cuando en la planta baja se golpeó una puerta, rezó pidiendo que no fueran María ni Emanuel. Rafferty debió de pensar que no eran ellos, pues corrió hacia la Puerta para echar el cerrojo.

—Eso no detendrá a Angel — le retó ella, ya libre. De cualquier modo, tuvo la precaución de poner la cama por medio antes de agregar — Si estás aquí cuando él entre por esa puerta, te matará.

Llegó a ver que Rafferty miraba frenéticamente a su alrededor.

Si tenía intenciones de esconderse, estaba muy equivocado. Pero lo que el hombre buscaba era otra salida. La halló en las puertas dobles que daban al balcón, corrió hacia ellas y trató de abrir, pero no hizo sino sacudirlas.

Cassie había cerrado las puertas con llave, como todas las noches, pero como no quería ver un cadáver en su cuarto, dijo:

—Haz girar la llave, estúpido.

Él lo hizo. En cuanto la puerta del balcón estuvo abierta, la muchacha corrió hacia la que daba al corredor para quitar el cerrojo. A su espalda oyó que el vaquero murmuraba:

—La zorra ni siquiera me da un poco de ventaja.

¿Estaría bromeando? Bien podía dar gracias porque ella no corriera en busca de su revólver en vez de esperar la ayuda de Angel, ya que habría podido matarlo antes de que pudiera bajar del balcón, mientras que Angel probablemente no tendría tiempo. Por la escalera cuando cierto, el forastero acababa de llegar al tope de ella abrió su puerta y tropezó con Marabelle que iba a la vanguardia.

—¿Qué pasa? — preguntó él ayudándola a levantarse. — Era uno de los peones de Catlin.

En la voz del hombre se notó la sorpresa.

—¿Después de la advertencia que les hice?

—Rafferty Slater actúa por cuenta propia, pero creo que aun no está enterado de esa visita. Dudo que haya vuelto al rancho después de provocar la estampida de esta mañana, cosa que se atribuyó. Mencionó que en la ciudad había oído hablar del "hombre nuevo". Ni siquiera conocía su nombre, Angel. Y por el olor, diría que pasó casi todo el día en la ciudad bebiendo.

Angel se dirigió hacia las puertas del balcón antes de que ella acabara de hablar. Cassie no trató de detenerlo puesto que a esa hora Rafferty ya estaría montando a caballo. En cambio se acercó a una lámpara para encenderla. Los dedos le temblaban tanto que le costó hacerlo. La amenaza física había sido demasiado grande. Aunque todo hubiera terminado, el alivio tardaba en llegar.

Marabelle serpenteaba alrededor de sus piernas, pero sin ronronear; emitía leves gruñidos.

—Todo está bien, pequeña — dijo Cassie—. Pero tienes razón. Hice mal en sacarte de mi cuarto. La próxima vez...

—No habrá una próxima vez — dijo Angel, tras ella—. Voy a buscarlo.

Ella no giró porque estaba colocando el tubo de cristal al quinqué.

—En la oscuridad no podrá hallarlo.

—Lo hallaré.

Pero en la oscuridad él corría tanto peligro como Rafferty de recibir un disparo. Esa idea hizo que Cassie observara:

—Por la mañana el hombre aún estará por aquí. Pero no hay por qué matar, Angel. No tuvo oportunidad de hacerme daño.

—Ya sabe lo que opino de las intenciones, señorita. Y si usted sufre algún daño mi deuda no queda cancelada.

Ella hubiera preferido que la preocupación fuera por ella y no por la deuda, pero no quería que Angel corriera peligros innecesarios. Y Rafferty era un factor desconocido. No tenía reputación, pero eso no era garantía considerando que llevaba un arma como sí supiera usarla.

Oyó que Angel daba un paso hacia la salida y se volvió para detenerlo olvidando por completo el estado de su camisón. Pero con la luz encendida al hombre no podía pasársela por alto. Sus ojos fueron directamente al largo desgarrón central, que descubría la mitad de un pecho y parte del vientre. Ella ahogó una exclamación y tiró de la tela para cubrirse. Angel se puso tan rojo como ella.

—Ese hijo de puta — gruñó en voz baja, teñida de furia—. ¿Está usted bien?

—No. Las manos no dejan de temblarme.

—Ni cesarían si no cambiaba de tema cuanto antes.

—¿Cómo... cómo salió Marabelle?

Al oír mencionar al felino, Angel se fijó en él. Marabelle eligió ese momento para acercársela a paso lento. Angel, comprensiblemente, no respondió a la pregunta de Cassie. No movió siquiera un músculo. Pero Marabelle se limitó a frotarle el cuerpo contra las piernas al pasar junto a él rumbo al balcón, zona a la que tenía libre acceso antes de que se iniciaran los problemas.

Angel se apresuró a cerrar detrás de la pantera. Cassie lo oyó suspirar antes de girar hacia ella. Obviamente, seguía reaccionando mal ante su mascota, pese a lo que ella dijera sobre la docilidad de Marabelle. Era de esperar que el tiempo y la familiaridad se encargaran de eso.

Por fin Angel respondió a su pregunta.

—En el porche trasero había un trozo de carne cruda con un saco vacío al lado. Slater debe de haberla utilizado como cebo para que Marabelle saliera de la casa.

—Ella desdeña esas cosas. Probablemente tuvo que sacarla a empujones.

Angel quedó impresionado o, antes bien, incrédulo.

—Para eso hace falta coraje.

—No mucho. Cuando llegué tuve que anunciar a todos que Marabelle era inofensiva. La gente tiende a enojarse cuando se asusta y descubre después que no tenía motivos.

—Ahora que usted lo menciona, no parece haber tocado la carne. Lo que hizo fue venir a rascar mi puerta. Me dio un susto de muerte al abrir porque me espetó un rugido y salió corriendo hacia la casa. No me habría dado cuenta de lo que pasaba a no ser porque la vi pasar junto a un caballo atado al porche trasero que no estaba allí cuando me acosté.

—Me alegro de que usted lo haya visto.

El asintió molesto. No tenía experiencia en ese tipo de situaciones.

—Si está tan borracho como usted dice, será fácil alcanzarlo — dijo.

—Tan borracho no estaba, pero preferiría que no me dejara sola. Si usted no está cerca no podré volver a dormir.

—Claro que podrá. Basta con que...

—Por favor, Angel.

Había empezado a llorar antes de pronunciar su nombre y no fingía. En verdad comenzaba a sentir pánico ante la idea de que él pudiera irse.

—No haga eso, mujer.

Ella no escuchaba. El pelo suelto le cayó hacia adelante ocultando esa parte de su cara que las manos levantadas no cubrían. Había vuelto a olvidarse del camisón, pero los bordes se mantuvieron cerrados porque estaban superpuestos.

—Bueno, bueno, basta. — Ella no hizo sino llorar más. — ¡Ah, diablos!

Cassie se sorprendió al sentir que súbitamente la rodeaba con sus brazos. No era eso lo que buscaba, pero debía reconocer que resultaba agradable.

Angel no dijo más; se limitó a abrazarla con torpeza. Pero así estaba bien. Por lo menos no saldría a derramar sangre... o a que alguien derramara la de él. Después de un rato ella le apoyó las manos en los costados y la mejilla húmeda contra el pecho.

Hasta ese momento no se había dado cuenta de que la camisa de Angel no estaba abotonada ni metida dentro de los pantalones; estaba demasiado alterada para reparar en eso. Pero tenía la cara apoyada contra piel desnuda.

Habría debido apartarse inmediatamente. Eso era lo correcto. Pero no pensaba hacerlo porque se sentía perfectamente satisfecha tal como estaba. Y eso era asombroso, considerando lo nerviosa que se ponía siempre cerca de Angel.

Sin embargo, no podía quedarse así sin una excusa que ya no existía, sus lágrimas se habían secado y sólo sorbía a causa de esas lágrimas. Se estuvo quieta algunos segundos más; luego levantó la vista con un suspiro.

—Lo siento — dijo con suavidad—. No había llorado desde que comenzó todo esto. Supongo que llevaba retraso.

Sus miradas se cruzaron largos instantes; los ojos de él, tan oscuros e inescrutables; los de ella, como plata brillante. De súbito la tensión llenó el ambiente; Cassie contuvo el aliento mientras él bajaba la vista lenta, muy lentamente, para fijarla en sus labios entreabiertos.

—Te disculpas demasiado — replicó arrastrando las palabras. Y acercó la boca a la de Cassie.

Fue algo completamente inesperado. No se parecía en nada al beso que ella misma había instigado la tarde anterior. En aquel momento ella estaba llena de pánico y temía ser rechazada. Ahora estaba tranquila, abierta a una riqueza de descubrimientos.

El comenzó sin mucha confianza, como si a él le tocara en este caso temer el rechazo. Cassie no pensaba en eso; estaba demasiado atenta a saborear tanta belleza. Como no emitía siquiera un gemido de protesta, él se apresuró a profundizar el beso, entreabriéndole los labios para deslizar dentro la lengua en una provocativa exploración. Surgieron nuevas sensaciones, casi temibles por lo extraño de su intensidad. Sensaciones profundas, arremolinadas. Y la cosa ya no se limitaba al beso. Era también la fuerza de aquellos brazos que la estrechaban, la arrastraban con él, y el camisón demasiado fino para resistir a los detalles de ese cuerpo.

Se esparció una languidez contradictoria con el palpitar del corazón. Se sentía débil de pies a cabeza; de haberío querido, no habría podido poner fin al beso. Y no lo quería. El tampoco. Ese fue el descubrimiento más asombroso de todos.

Durante la cena Cassie había notado que él le miraba los labios, pero no le dio mayor importancia. En ningún momento pensó que él pudiera desearla. Ella no era una de esas mujeres deseables. Pero Angel la estaba besando como si no quisiera hacer ninguna otra cosa. Y ella, además de sentirse halagada, estaba disfrutando mucho con eso.

Cuando la boca del hombre tomó una nueva dirección, para Cassie fue una sorpresa que, en vez de dar el beso por terminado, degustara su piel en otras zonas. Su lengua se movía lentamente por el cuello hacia arriba, hasta tocar el lóbulo de la oreja.

—Miel por todas partes — le susurró al oído—. A eso sabes.

Corrieron escalofríos en todas direcciones. La muchacha estaba casi temblando y se, debilitaba más y más. De pronto él echó la cabeza hacia atrás para mirarla en tanto deslizaba una mano entre los bordes desgarrados del camisón y la movía lenta, cuidadosamente, sobre la piel desnuda y sensibilizada.

Fue la experiencia más pecaminosamente erótica de su vida, la mano de Angel en sus pechos, los ojos que le sostenían la mirada con ardiente intensidad. Era demasiado, todo al mismo tiempo; las sensaciones que él provocaba estaban mucho más allá de su experiencia. Cassie, asustada, dio un paso atrás y escapó de entre sus brazos rehuyendo ese contacto excitante.

—Esto... no está bien.

No reconoció su propia voz. Tampoco pudo decir más. Pero él se limitó a mirarla tanto tiempo que Cassie temió desmayarse por lo insoportable de la tensión.

Por fin, Angel dejó escapar un suspiro y dijo:

—Lo sé. Creo que me ha llegado el turno de disculparme. No volverá a ocurrir.

Cassie lo vio salir frustrada por el impulso de llamarlo y por la recobrada noción de lo correcto. Besar a Angel no era correcto; mucho menos, que le gustara tanto. Pero ¿por qué le dolía tanto pensar que jamás volvería a ocurrir?

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