Angel

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Angel pidió otro whisky y se volvió para estudiar el salón. La taberna Ultimo Tonel estaba tranquila pese a ser la noche del sábado; claro que no era la única de la ciudad y, por cuestión de hábito, Angel había evitado las más animadas.

En un par de mesas se jugaba a los naipes, pero él no tenía ganas de incorporarse a una partida. Antes bien, tenía ganas de emborracharse y pasar la noche arriba, con una de las tres muchachas que trabajaban en el salón. Una era más o menos bonita y él no podía negar que necesitaba una mujer, sobre todo después de pasar las tres últimas noches pared por medio con una muchacha que le resultaba cada vez más deseable.

Pero no podía emborracharse, cuanto menos en un sitio público. Eso sería un descuido y Angel rara vez se mostraba descuidado. En cuanto a pasar la noche con una mujer, aún no estaba decidido. La necesidad existía, pero el interés que le despertaba la mercancía disponible no le duró mucho tiempo.

Eso, por sí solo, le llamó la atención. No solía ser exigente en cuanto a mujeres. Siempre le había bastado con un cuerpo tibio, suave y bien dispuesto. Ahora estaba pensando demasiado en una mujer en especial, cosa que nunca había hecho, y eso comenzaba a irritarlo a mares. Eso, entre otras cosas.

No le gustaba lo que sentía últimamente. Un buen ejemplo era lo que había experimentado después de matar a Slater, días antes: demasiada satisfacción. Era la primera vez que sentía un verdadero placer matando a un hombre y no estaba seguro del porqué. Era algo primitivo. No le había gustado que el hombre tratara de poseer a Cassie. No le había gustado ni un poquito. Pero sólo podía imaginar un motivo que justificara su satisfacción: el hecho de que la joven estaba bajo su custodia. Lo demás no tenía sentido.

Cuando Angel iba por la tercera y última copa entró Morgan MacKauley. En realidad, entró a trompicones. Obviamente, él también se había aferrado a la botella con muchas ganas. Y no venía solo. Lo acompañaba uno de sus hermanos, que parecía el segundo. Angel no pudo recordar cómo lo había llamado Cassie, pero no le costaría averiguarlo, pues los dos se encaminaron hacia él en cuanto Morgan lo vio ante el mostrador.

—Caramba, pero si es el prometido de la señorita Stuart — se burló Morgan—. Brown, si no me equivoco.

Angel dejó su copa para tener las dos manos libres. Los hermanos lo tenían cercado y la expresión de Morgan se parecía al desagrado puro.

—Me llamo Angel.

—Sí, eso me han dicho. Angel Brown.

—Sólo Angel.

Morgan se balanceó sobre la punta de los pies. El gesto no parecía intencional. Ese hombre habría debido estar en la cama durmiendo la mona en vez de andar por ahí buscando pleitos.

—¿Insinúas que Cassie mintió?

—No, sólo que me llaman Angel y nada más.

—Ah, diablos — dijo Richard MacKauley, a esa altura—. Deja, hermanito.

—No te me...

Morgan fue abruptamente interrumpido por el hermano, que se lo llevó aparte para susurrarle furiosamente al oído. Hubo un leve forcejeo; Morgan prefirió ignorar lo que el otro le decía.

En realidad, su hermano mayor lo estaba reteniendo en un abrazo de oso cuando miró hacia Angel bramando:

—¿Es cierto eso? ¿Te llaman El Angel de la Muerte?

Ya no había nadie en el salón que no tuviera la vista fija en ellos. Angel no movió un músculo.

—Hay gente estúpida que me llama así.

Al parecer, Morgan estaba demasiado ebrio y enfadado para comprender la indirecta.

—¿Cómo diablos puede ser que un asesino como tú le proponga casamiento a una señorita?

Excelente pregunta. No era cosa que Angel hiciera bajo ninguna circunstancia. La misma idea parecía ridícula. No lo habría aceptado ninguna dama en su sano juicio y él era demasiado orgulloso para exponerse a ese tipo de rechazo humillante. Pero como la dama en cuestión era una entrometida capaz de decir mentiras absurdas que algunos idiotas llegaban a creer, se encontraba obligado a responder a esa pregunta... o no. Optó por no hacerlo para ahorrarse el bochorno y ahorrárselo a Cassie.

—¿Qué te interesa a ti eso, MacKauley?

En el salón había alguien lo bastante alcoholizado como para gritar:

—¡Es que él quería casarse con la muchacha!

Morgan giró en redondo arrastrando consigo a Richard que aún lo tenía sujeto. Pero no pudo localizar al culpable que lo había hecho enrojecer con esa información. De cualquier modo, con quien deseaba pelear era con Angel, de modo que volvió a girar mientras aplicaba un serio esfuerzo para desprenderse de su hermano.

Angel se preparó. Podía desenfundar y poner fin a la inminente pelea antes de que comenzara. Pero aún perduraba la sensación que había experimentado a principios de esa semana, que merecía algún tipo de castigo. Por eso sacó su arma y la entregó al tabernero.

—¿Puede usted encargarse de que esto sea limpio?

No hizo falta decirle qué era “esto”.

—Si usted se enfrenta con Morgan no puede ser limpio — dijo con un gesto de complacencia—. Pero le agradecería que se lo llevara fuera.

—Yo estoy dispuesto, pero no creo que él acepte la sugerencia.

En ese momento Morgan estaba diciendo a su hermano:

—Suéltame, Richard, maldita sea. No le voy a disparar. Sólo quiero romperle unos cuantos huesos.

Concluyó con un poderoso empellón que lo puso en libertad y lo lanzó hacia adelante a tropezones. Por lo que había oído, Angel decidió que no le convenía esperar a que Morgan lanzara el primer golpe y levantó la rodilla hacia él. Mientras el hombre más robusto se doblaba, aplicó un derechazo desde arriba.

Eso habría debido acabar con Morgan en el suelo. Tratándose de cualquier otro, las cosas habrían terminado allí. Pero Morgan media más de un metro ochenta y tenía montañas de músculo para acompañar la estatura. Estaba apenas aturdido. Por otra parte, la embriaguez le impedía percibir el dolor. Angel lamentó no poder decir otro tanto cuando Morgan se levantó para el ataque.

Diez minutos después volvió a lamentarlo, aunque era una suerte que Morgan hubiera bebido demasiado. De otro modo no habría podido derrotarlo; en realidad, le sorprendía un poco haber podido hacerlo. Pura suerte con el último golpe. Por cierto, si aún estaba de pie era por pura fuerza de voluntad.

Angel alargó la mano hacia el tabernero para recuperar su revólver. El hombre se lo entregó junto con una botella de whisky y una gran sonrisa.

—Por cuenta de la casa, caballero. Fue un verdadero placer ver a Morgan derrotado por primera vez. Y no se preocupe por los daños. Se los cobraré al padre.

Angel se limitó a asentir con la cabeza. Detrás de él, Richard MacKauley tomó un vaso de cerveza de una de las mesas que aún estaban en pie para vaciarlo contra la cara de Morgan. Angel recogió su botella y salió.

Pese a todos sus dolores, en realidad se sentía mejor. Hasta era capaz de pedir a la señorita Cassie que lo curara.

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