Angel

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Durante todo ese domingo hubo tormenta lo bastante fuerte como para retener a Cassie dentro de la casa. De cualquier modo, en esas últimas semanas ir a la iglesia había sido una experiencia difícil puesto que sus antiguos amigos ya no le dirigían la palabra. Y desde la fuga Jenny no se había presentado a un solo oficio. Después de lo que dijera Buck a Angel sobre su hermana, probablemente era porque la muchacha no podía detener el llanto el tiempo necesario para ir a la iglesia.

Ese alivio emocional la alegró, pero no le gustó que Angel le informara que, de cualquier modo, no habría podido ir, pues él no estaba en condiciones de acompañarla. Agregó descaradamente que no le tenía confianza como para perderla de vista. Eso tampoco le gustó. Pero como el hombre estaba de malhumor, ella prefirió no discutir.

En realidad, Angel no se levantó de la cama ni ese día ni al siguiente. La única vez que Cassie pasó para ver cómo estaba resultó demasiado desagradable; decidida a no repetir la experiencia, lo dejó a solas con su resaca y le envió las comidas con Emanuel.

Sin embargo, como al tercer día Angel no bajó a desayunar, Cassie comenzó a preocuparse; quizá tuviera alguna herida grave que no hubiera mencionado y no estaba a la vista. Pero cuando llamó a su puerta pidiendo permiso para entrar, lo encontró levantado y vestido... practicando desenfundar el arma. Como no interrumpió el ejercicio al verla allí, Cassie aguardó con paciencia a que le prestara atención. El dejó caer dos veces el revólver entre sucios juramentos antes de preguntar:

—¿Qué pasa?

Ante ese tono colérico, la muchacha habría debido girar en redondo sin decir palabra. En cambio preguntó:

—¿Tienes fracturas?

—¿Dónde?

—En tu mano.

—No, sólo un par de nudillos reventados. MacKauley tiene una mandíbula de piedra.

Ella no hizo comentarios al respecto.

—¿No te convendría esperar a que cicatrizara antes de usarla?

—¿Con vecinos como los tuyos?

Esa pregunta despectiva demostraba que aún estaba de muy mal humor decididamente.

—Han estado tranquilos desde que tú hablaste con una familia y yo pude conversar con R. J Por lo menos a mí me dejan en paz. — Eso último mereció una mirada sombría que ella le devolvió al agregar: Creía haberte pedido expresamente que no mataras a ninguno de ellos.

—No quiero matarlos, pero aún necesitas protección. Y sin mi revólver no puedo dártela.

—Oh, no sé. Ayer vino Mabel Koch, que es una de las grandes chismosas de Caully y mencionó que habías derrotado a Morgan en esa riña por si yo no estaba enterada. Me parece que te las arreglas muy bien sin revólver.

Su tono presumido, obviamente en favor de Angel, provocó una mirada aun más sombría.

—No pienso enfrentarme a otro de los MacKauley sin un arma.

Con una vez basta. Y no creo que los otros estén muy contentos con el resultado de esa pelea, así que espero más disturbios desde ese franco. Sólo falta saber cuándo y cómo se producirán.

Cassie frunció el entrecejo.

—Ahora que lo mencionas, creo que tienes razón. R. J siempre se ha enorgullecido mucho de que en esta zona nadie ha podido derrotar a ninguno de sus muchachos. Me sorprende que Frazer no haya venido a contarme que su padre tuvo otro ataque de ira. R. J es estupendo para eso, ¿sabes? La primera vez que presencié uno de esos arrebatos creí que mataría a alguien. Pero es pura bulla. Tal como Frazer dio a entender, disfruta soltando vapor.

—De cualquier modo, preferiría que no salieras del rancho por un tiempo.

—¿Esta vez lo pides?

—Cassie...

Ella interrumpió su advertencia.

—No importa. Supongo que no tienes mucha puntería con la mano izquierda, ¿verdad?

—Puedo dar en él blanco pero desenfundo con lentitud.

—En ese caso no hay problema porque no participarás en ningún otro duelo que requiera velocidad.

—Tratándose de duelos generalmente no se puede elegir — replicó él—. Pero ¿cuándo vas a entender que no quiero correr ningún riesgo tratándose de ti? Quédate en casa. Sí, demonios, te lo ordeno.

Ella se puso rígida de inmediato.

—No sé por qué me molesto en hablar contigo. No sólo eres irritante sino... sino...

El la interrumpió antes de verse obligado a escuchar una regañina muy de señorita gazmoña.

—¿Has venido para algo en especial o sólo porque tenías ganas de fastidiarme?

Las mejillas enrojecidas chocaban con la blusa azafranado.

—Estaba preoc... Deja. Ya no tiene importancia.

Se volvió para salir, pero él la detuvo a la puerta. Había algo diferente en su tono, una clara vacilación.

—¿Te... te debo otra disculpa?

La espalda de la muchacha se puso aun más tiesa, si eso era posible.

—En este momento, con toda seguridad, sí.

—Al diablo con este momento. ¿Qué pasó la otra noche?

Ella le devolvió la mirada dubitativo.

—¿No te acuerdas?

—Si me acordara no te preguntaría.

Las posibilidades que incluía una respuesta a esa pregunta eran numerosas; todas le pasaron fugazmente por la cara haciendo que Angel gruñera por lo bajo.

—En realidad... — Cassie se interrumpió, cambiando obviamente de idea. — No.

Ahora se volvería loco preguntándose qué le habría hecho la otra noche porque en realidad no recordaba gran cosa, aparte de haber abierto la botella de whisky para aliviar el dolor, en el trayecto de regreso. Y prefería no obligarla a decir la verdad. De cualquier modo no le gustaba disculparse, mucho menos por algo que no podía evitar y que era culpa de ella por ponerse más bonita cada vez que él la miraba.

Se moría por saber cómo hacía eso. Aun en ese momento, irritado como estaba con ella y con ese toro de pretendiente, habría querido tomarla en sus brazos para besarla. Pero existían buenos motivos para no ceder a esos impulsos. Eso sí, cada vez le costaba más recordar cuáles eran; en ese momento le habría gustado olvidarlos por completo. Y se dio el gusto.

—Realmente, deberías dejar de hacer esto, Cassie — dijo con su entonación arrastrada mientras reducía lentamente la distancia entre ambos.

Ella retrocedió inmediatamente hasta que la puerta no le permitió continuar.

—¿Qué cosa?

—Buscarme sin motivos.

Eso borró la expresión cautelosa de Cassie remplazándola por indignación.

—Tenía un motivo. Como una verdadera tonta, pensé que podías estar más herido de lo que yo pensaba.

El la alcanzó arrinconándola deliberadamente contra la puerta. Ella tenía la sorpresa grabada en la cara; ahogó una exclamación cuando Angel le encerró las mejillas para inclinarle la cara hacia arriba. No resistió la tentación de pasarle los pulgares por el labio inferior, era tan suave, tan elástico... Habría querido chuparlo y hacer lo mismo con su lengua, con sus pezones, si ella se lo hubiera permitido. Caramba, le habría gustado lamería centímetro a centímetro. Lástima grande que no se lo permitiera.

Pero aprovechó la confusión de la muchacha para continuar:

—¿Preocupada, Cassie? ¿Por un asesino curtido como yo? Me conmueves.

Cassie no comprendía lo que estaba ocurriendo. Un momento antes estaban riñendo; ahora él usaba esos tonos sensuales para hipnotizarla. En los aturdidos rincones de su mente se le ocurrió que él no parecía conmovido, sino hambriento. Y al parecer, el menú era ella.

Tenía que detenerlo. Pero mientras la boca de Angel se acercaba lentamente a la suya, dándole tiempo de sobra, no se le ocurrió una sola palabra que sirviera para interrumpir aquello. A decir verdad, la necesidad no era prioritaria; ocupaba el segundo término después de la expectativa. La mera perspectiva de probar otra vez esa boca resultaba increíblemente excitante.

Pero eso no fue nada comparado con la realidad, que le robó el aliento y pareció fundirle los huesos. Apoyó las manos contra la puerta para sostenerse, pero como eso no le dio resultado, buscó en cambio los hombros de Angel. Así estaba mejor, pero aún temía caer de bruces si él la dejaba sola, sobre todo cuando su labio inferior desapareció suavemente dentro de la boca de Angel.

Su garganta emitió un ronroneo; clavó los dedos en los músculos del hombre. El debió de percibir su dificultad, porque presionó con la cadera hacia adelante, apretándola contra la puerta para ofrecerle apoyo. Un apoyo que fue muy necesario cuando él le abrió la boca con los pulgares. Ahora le buscaba la lengua para provocarla e importunarla hasta que ella se la entregó inocente.

Lo que recibió entonces fue calor, un calor que se extendía rápidamente junto con muchas otras sensaciones y anhelos que no comprendía. También había miedo porque no podía dominar lo que estaba ocurriendo ni lo que sentía. Entonces él emitió un gruñido y ella se encontró alzada en vilo, con los pies en el aire y los pechos aplastados contra el torso de Angel. El beso cobró una intensidad salvaje; Cassie no tenía experiencia suficiente para enfrentara.

Se impuso el miedo obligándola a empujarlo. El fa soltó inmediatamente. La muchacha cayó de nuevo contra la puerta respirando con fuerza. Angel la miró un rato muy largo; ella comprendió que se debatía contra algo poderoso, hasta primitivo. Contuvo el aliento y esperó; no estaba segura de desear que él ganara la pelea.

Por fin el pistolero dijo:

—Esta vez no voy a disculparme. Si vuelves a entrar aquí, supondré que quieres seguir adelante con esto y te daré el gusto.

Ella no fingió comprender mal. Hubo un momento de forcejeo para abrir la puerta con dedos trémulos, pero enseguida desapareció.

Angel permaneció un momento mirando la puerta cerrada. Luego cedió al impulso y descargó el puño contra ella. Agregó una fuerte palabrota, pues la mano ya hinchada había empezado a palpitarle. Pero no era eso lo único que le palpitaba.

¿Por qué permitía que ella lo excitara así? ¡Permitir! ¡Pero si no podía hacer nada por impedirlo! Por fin lo admitió, le habría gustado enseñar a la señorita Cassandra Stuart a ser un poco menos decorosa. Si se quedaba allí unos cuantos días más, quizá lo hiciera.

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