Angel

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Esa noche, como Cassie no bajó a cenar, Emanuel subió con una bandeja. María se había esmerado preparando los platos favoritos de la joven. Claro, había tenido tiempo de sobra porque aún no había sangre que limpiar. Y el ama de llaves debía de haber escuchado o adivinado lo ocurrido. Pero Cassie apenas probó los platos.

Lo que hizo fue pasearse mucho, con Marabelle caminando a su lado; cinco o seis veces estuvo a punto de hacerla caer. Como de costumbre, la pantera percibía su nerviosismo y no se tranquilizaría hasta que ella lo hiciera. Pero Cassie, hecha un manojo de nervios, se preguntaba si Angel habría abandonado la casa, qué iba a hacer...y a quién se lo haría. Le resultaba imposible sentarse; ni hablar de ir a la cama.

Cuando llamaron a su puerta estaba tan sumida en sus pensamientos que abrió, sin pensarlo dos veces, suponiendo que Emanuel venía a retirar la bandeja. No era él.

—Pensé que no me abrirías — dijo Angel.

No lo habría hecho sin duda si hubiera sabido que se trataba de Angel. Y habría vuelto a cerrar de inmediato a no ser porque él dio un paso hacia dentro. No podía cerrar sin golpearlo. Y no lo hizo. En cambio empezó a retroceder. Al parecer, siempre retrocedía cuando él estaba cerca.

Debía de querer su revólver. No, porque no sabía que estaba en su poder. Probablemente quería el de ella. Tendría que disuadirlo de lo planeaba hacer...de algún modo.

—Parece que tenías hambre.

Ella siguió la dirección de su mirada que estaba puesta en la bandeja vacía.

—La que tenía hambre era Marabelle — corrigió, sin confiar ni por un segundo en ese tono manso—. Oye, ¿podemos hablar de este asunto?

—Sí...cuando hayas sacado a ese gato.

Marabelle estaba sentada junto a Cassie. Sabiendo que Angel desconfiaba de la pantera, lo último que Cassie deseaba hacer era sacarla del cuarto. Pero supuso que eso serviría como ofrenda de paz, de modo que condujo al gran felino hacia la puerta y lo hizo salir. Angel había dado unos pasos más hacia dentro para no cruzarse con Marabelle.

Cassie cerró la puerta pero sin apartarse de ella. Angel sólo había estado en su cuarto una vez. Al recordar esa noche sentía aleteos en el estómago. Y él estaba mirando la cama. ¿Por qué miraba la cama?

Tomó aliento y comenzó a hablar en tono coloquial con la esperanza de establecer un plano racional.

—En realidad, no hace falta que mates a nadie por esto, ¿sabes? Pediré la anulación y será como si no hubiera pasado nada.

Él la miró brevemente a los ojos; luego, a la boca.

—Antes que eso tendrás que pedir el divorcio.

—No, no has comprendido. Será mucho más fácil obtener la anulación.

Ahora la miraba de frente. Cassie quedó algo sofocada ante la intensidad de sus ojos.

—No, con lo de esta noche no será tan fácil — dijo él, con su voz lente e hipnótica.

—¿Por qué? — Ella apenas pudo pronunciar la pregunta.

—Porque tengo ganas de jugar a marido y mujer.

—¿Qué?

Lo vio acercarse. Estaba demasiado aturdida para moverse, de modo que lo tuvo allí antes de haber pensado en correr.

—Esta va a ser nuestra noche de bodas — respondió Angel levantándola en vilo.

—¡Espera!

—Esta vez no, tesoro. Yo no te pedí que te casaras conmigo. De lo contrario te habrías negado. Pero estamos casados. Y en este momento te deseo tanto que voy a aprovecharme de eso.

Cassie no tuvo oportunidad de volver a protestar, al menos por un rato. Angel la dejó en la cama y la inmovilizó allí con su cuerpo. Su beso capturó toda la atención de la muchacha; tomaba con fiereza, daba con ternura. El placer se presentó con celeridad, ayudado por el peso del hombre contra sus lugares íntimos. No podía resistirse. Ni quería.

Era una palabra mágica: ”casados”. Daba permiso para disfrutar, retiraba la culpa y casi todo el miedo. También borraba las inhibiciones; por eso pudo abrazarlo y responder al beso. Y entonces se regodeó con el quejido grave de Angel al comprender que es vez no habría rechazo.

La deseaba; poco importaba que fuera por venganza. Nada importaba, salvo la necesidad que compartían. Era como fuego, la sensación que crecía dentro de ella. La consumía hasta tal punto que, cuando Angel comenzó a desvestirla, apenas se dio cuenta hasta que sus manos le llegaron a la carne desnuda. Eso no pudo dejar de notarlo. Fue una tremenda impresión sensual. Pero habría más, porque muy pronto él la tocaba en todas partes. Luego el calor de la piel contra la piel, y los labios que se cerraban súbitamente sobre un pezón turgente para succionarlo hasta el fondo de la boca.

Qué calor increíble en contraste con la frescura sedosa del pelo que rozaba su piel. Arqueó la espalda separándola de la cama. Respiraba a jadeos. Tenía la cabeza de Angel entre las manos, su cintura entre las piernas; ante la intensidad de lo que sentía habría querido gritar. No lo hizo, por el momento. Pero algo continuaba acumulándose en el fondo de su ingle. Algo caliente, doloroso, fuera de control.

De pronto él escapó del abrazo y moldeó los pechos con las manos, trazando con la lengua un sendero por su vientre hasta...Oh, no podía hacer eso. Oh, Dios, lo hacía. La protesta nació y murió en un mismo aliento porque un momento después se producía una explosión de placer palpitante que la hacía corcovear en la cama atrapándola en un reino de sensación pura. Eso estaba más allá de la realidad, más allá de la comprensión; no pudo hacer otra cosa que acompañarlo hasta el último y bienaventurado latido.

Por entonces estaba envuelta en los brazos de Angel, con la fuerte musculatura modelada a su cuerpo; supuso era un asombroso consuelo, pero en su languidez intervino una sensación nueva, una invasión que la puso tensa. El miedo no tuvo tiempo de aferrarse. Estaba caliente y mojada; la penetración fue tan suave que la ruptura del himen fue apenas una pequeña presión; enseguida él la colmó profundamente.

Luego se echó atrás enderezando los brazos a cada lado de ella para hundirse aun más adentro. Pero cuando Cassie abrió los ojos lo descubrió mirándola, mirándola con ojos muy oscuros, muy apasionados.

—No imaginas cuánto deseaba esto...cuánto te deseaba.

No, no podía. Apenas podía creerlo. Y tampoco pudo replicar. Contuvo el aliento mientras él la miraba a su gusto sin mover sino los ojos. A los pechos de Cassie volvió el cosquilleo al notar que él los observaba y el estómago volvió a agitarse cuando los ojos de Angel se posaron allí. Y allí, donde estaban unidos, el calor volvió a torrentes.

—¡Oh, Dios! — Exclamó.

Él, sonriendo, inició un movimiento lento y sensual. Luego bajó la cabeza para besarla. Los labios de Cassie se pegaron a los de él; los brazos se envolvieron a su cuello con más fuerza aun al crecer la tensión. Luego volvió el palpitar que estalló en los sentidos de Cassie y rodeó a Angel. Él jugó más, apretándose a ella, acentuándolo todo, con la cabeza echada hacia atrás para emitir un grave sonido animal de puro placer.

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