Angel

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Despertar con un hombre en su cama era una experiencia nueva; a Cassie no le habría molestado tanto, a no ser por las circunstancias. Tal como estaban las cosas, no sabía si levantarse o volver a dormirse para darle tiempo a que se fuera. Desde luego, la realidad, al interponerse, le impidió volver a conciliar el sueño. Esa mañana, “realidad” era una palabra muy fea. La noche anterior, por un rato, había pendido en suspenso; ahora volvía redoblada.

Casados. Y no por propia decisión. Aunque si ella hubiera podido decidir...No, sus deseos no contaban. Pero había tenido su noche de bodas. Y Jenny tenía razón: era maravilloso, sin duda; en realidad, esa era una palabra muy leve para describir lo experimentado con Angel. Pero no habría debido ocurrir. Con Angel, no. Y mucho menos por esos motivos.

En realidad, era risible. Mientras ella temía tanto que el pistolero se lanzara contra los MacKauley para cobrarse con sangre, él no los creía culpables. No, había puesto la culpa donde correspondía, reservando su venganza sólo para ella. Muy de él, esa forma de hacer justicia. Cassie se extrañaba de no haber previsto su reacción. Después de todo, si se cobraba con besos algunas cosas sin importancia, era lógico que llegara hasta el final por causas tan graves como un casamiento forzado.

Se preguntó si él esperaba que ella lo disfrutara tanto. Probablemente no. O tal vez no le importaba pues la verdadera venganza estaba en el divorcio al que ahora la obligaba. En la actualidad, cada vez eran más los matrimonios que acababan de ese modo, pero divorciarse era todavía algo escandaloso, hasta tal punto que, si Cassie tenía alguna esperanza de encontrar esposo, ya podía sepultarlas. Ningún hombre decente pensaría en casarse con una divorciada.

Lo que Angel le había hecho era una porquería, en verdad, ahora que lo pensaba bien. ¿Merecía ella tanto sólo por haberle causado alguna molestia? Al fin y al cabo, una anulación habría acabado con el problema y, al mismo tiempo, salvado su reputación. Ese hombre tenía mucha suerte de que ella no fuera vengativa a su vez. De lo contrario bien habría podido negarle el divorcio. Sería buen castigo obligarlo a cargar con ella. Pero no podía hacerle eso; Angel no tenía culpa de nada.

En ese momento él se movió. Dormía boca abajo, con la cara vuelta hacia el otro lado. Sólo se le veían un brazo cruzado sobre la almohada y los hombros desnudos, porque en algún momento de la noche os dos se habían metido entre las sábanas. Pero aún estaba desnudo bajo los cobertores. Y ella también.

Después de lo ocurrido no cabía ruborizarse al pensarlo, pero así fue. Y la curiosidad aumentó el calor. La noche anterior no había podido echar una buena mirada al cuerpo de Angel y no podía negar sus ganas de hacerlo. Pero no se atrevía a apartar las mantas. Además, no quería discutir con él estando todavía en la cama. Eso la pondría muy en desventaja. En realidad, no se le ocurría modo alguno de llevar ventaja. Pero al menos si se vestía antes de hacerle frente se sentiría más cómoda.

Decidido eso se incorporó con cautela. De inmediato vio la cola de Marabelle que barría las tablas del suelo a los pies de la cama. Recordó vagamente que la pantera había rascado la puerta en medio de la noche. Cassie debía de haberse levantado para dejarla entrar sin despertar del todo. Obviamente Angel no se había dado cuenta puesto que aún estaba allí.

Era preciso sacar a Marabelle antes de que él despertara. Si la veía allí comenzaría la mañana de muy mal humor. Pero Cassie no se apresuró a hacerlo. Y de pronto sonrió para su coleto.

Quizás ejecutara una pequeña venganza, sólo por esa vez. Al fin y al cabo, Marabelle tenía más derecho a estar en el dormitorio que un inminente ex esposo. ¿Y por qué preocuparse por el malhumor de ese hombre? Era él quien debía preocuparse por el humor de ella después de haberle hecho el amor por venganza. Cassie nunca lo habría creído tan cruel. Eso venía a demostrar que no se podía confiar en quien se ganaba la vida matando gente.

No echaría a su mascota. Antes bien habría querido echar a su esposo. Por el momento bastaba con vestirse, de modo que salió poco a poco de entre las sabanas y caminó de puntillas hasta su ropero. Llegó haciendo gestos de horror, nunca había notado que hubiera tantas tablas que crujían. Y por Dios, ¿cómo no se había dado cuenta de que los goznes del ropero necesitaban lubricación? Con tanto ruido habría despertado hasta a los muertos. Bastó una mirada sobre el hombro para comprobar que Angel no entraba en esa categoría. Había abierto los ojos al primer chirrido del suelo y ahora los tenía fijos en su trasero desnudo.

Escandalizada en su pudor, Cassie logró exclamar:

—¡Cierra los ojos!

—No, qué diablos — replicó él, con una gran sonrisa—. Es muy bonito despertarse con un espectáculo como tú, tesoro. ¿Por qué no te vuelves, para que pueda verte mejor?

—¿Por qué no te vas al diablo? — contestó ella, asiendo lo primero que encontró a mano, una voluminosa enagua, para pasársela por la cabeza.

—¿No debes ponerte primero las bragas?

Había risa en su voz. Cassie lo habría jurado.

—Calla, Angel.

—Tienes que bajar esa prenda, ¿no?

Ella había dejado la enagua a la altura de las axilas, para que le cubriera cuanto menos el torso.

—Por nada del mundo.

Lo oyó suspirar. Con los dientes apretados, sacó una camisa, pero al tratar de ponérsela descubrió que no podía cerrarla sobre la gruesa enagua.

—No exageres el pudor, Cassie. Estás de espaldas a mí. Anda, bájala.

Se refería a la enagua. Ella comprendió que estaba haciendo el ridículo. No había nada que Angel pudiera ver; hasta la espalda estaba cubierta por su cabellera. Por ende, tiró de la enagua hacia abajo, ciñó la camisa de encaje a sus pechos y se apresuró a atar el lazo. Pero cuando alargó la mano hacia un vestido captó el reflejo de Angel en el espejo de su tocador que formaba ángulo con el guardarropa. Él tenía la vista clavada en el cristal. Y si ella podía verlo con tanta claridad, él también tenía una vista frontal de...

Giró bruscamente para enfrentarlo.

—¡Grandísimo mirón, hijo de...!

—¿Por qué te enojas tanto? — la interrumpió él, en tono absurdamente razonable—. Por el momento tengo derecho a mirar.

—¡Qué derecho ni derecho! Nos vamos a divorciar. Y cuanto antes mejor.

Él estaba incorporado sobre un codo, pero ante esa última declaración se dejo caer en la cama con la vista clavada en el techo. Cassie lo interpretó como señal d e que había ganado la discusión; él ya no la provocaría.

Dejando las cosas así se introdujo rápidamente en un vestido, pero aún ardía por dentro. ¡Derechos! Él se atrevía a hablar de sus derechos “por el momento”, sabiendo perfectamente que el casamiento no era legal...o que no lo habría sido si él no se le hubiera metido en la cama.

Entonces cayó en la cuenta de que Angel tenía razón. Al acostarse con ella había dado legalidad al casamiento. Y legal seguiría siendo hasta que firmaran los papeles del divorcio. Conque, legalmente, él tenía ciertos derechos.

Al diablo con las legalidades. Nadie le había pedido que complicara las cosas con su venganza. Ya había violado los límites de la decencia. Por lo que a ella concernía, Angel no tenía ningún derecho. Y estaba dispuesta a defender su opinión con un revólver en caso necesario.

—¿Cassie?

La nota de pánico en la voz de Angel hizo que se volviera instantáneamente olvidando de inmediato lo que estaba pensando. A la primera mirada descubrió el problema.

Un movimiento de las mantas que cubrían los pies de Angel había atraído la atención de Marabelle, que estaba medio subida a la cama para investigar y frotaba la cara contra la saliente que formaban esos pies cruzados. Cien veces había despertado a Cassie de ese modo. Pero los pies que tenían extasiado a su mascota no eran los suyos, sino los de Angel, y Marabelle no había notado la diferencia.

—¿Cómo entró aquí?

Su voz era un susurro; no se arriesgaba a moverse un centímetro. Pero Cassie había olvidado su preocupación al ver que no había ningún peligro, con lo que perdió su inclinación a compadecerse de Angel.

—Recuerdo vagamente haberla dejado entrar cuando rascó la puerta en plena noche — respondió, con descarada negligencia—. Después de todo, ella tiene permiso para dormir conmigo.

Él no iba a objetar ese comentario.

—Sácala de aquí.

—No pienso sacarla. Anoche me pasaste de novia a esposa. La novia estaba dispuesta a darte el gusto. La esposa no.

—Cassie — empezó él, con un claro tono de advertencia, para terminar con sobresalto—: Me está mordiendo los pies.

—No. Se está limpiando los dientes. Te dije que le gusta hacer eso.

—Que no lo haga

Cassie con un suspiro se acercó a los pies de la cama para deslizar una mano por el lomo de Marabelle.

—Francamente, Angel, con el tiempo que llevas aquí debería haber comprendido que es inofensiva.

Él seguía sin apartar los ojos de la pantera sin moverse.

—Eso no lo sé. Una cosa son las balas. Con las balas puedo entenderme. Pero no quiero ser la cena de ese gato.

—A Marabelle no le gusta siquiera la carne cruda. La prefiere cocida, pero en realidad se desvive por los bizcochos y las tortillas.

—¿Bizcochos? — balbuceó él.

—Y tortillas.

Angel le echó una breve mirada, como si la creyera loca, y volvió a vigilar a la pantera. Después de pensarlo por un instante más — ¡bizcochos!—, apartó bruscamente los pies de la ronroneante adoración de Marabelle. Y como el animal lo miró sin moverse, reunió un poco más de coraje y salto de la cama.

Cassie, que no esperaba eso, dilató los ojos y retuvo la respiración. Pero no se le ocurrió siquiera apartar la vista. Cielos, qué hermosos cuerpo tenía ese hombre. Todo elegancia impecable y fuerza sutil...como su pantera. Vio antiguas heridas de balas: tres, cuatro. Pero era toda es piel viril lo que la fascinaba. Hombros anchos, vientre plano, piernas largas...que estaba metiendo en unos pantalones. Angel estaba enojado. Se le notaba en todas las líneas del cuerpo. Y la causa era ella.

ËL se lo confirmó

—Eso fue muy sucio

Cassie comprendió n perfectamente que se refería a su falta de ayuda con Marabelle.

—Somos tal para cual, ¿verdad?

—Cuando me cobro una cuenta, señora, es con resultados duraderos.

La joven se sentó en la cama apartando la vista. Su voz sonó excepcionalmente suave:

—Ya lo sé

De pronto lo tuvo frente a ella pese a que Marabelle estaba a su lado. Aún no se había puesto la camisa y tenía los pantalones desabrochados. No había nada sino piel a pocos centímetros de su cara...y ese loco impulso de inclinarse hacia delante para oprimir los labios contra ella.

—.Lo de anoche no fue para cobrarme, Cassie. Fue una tentación demasiado grande. Lamento por ti lo que ocurrió. Por mí...no lo lamento en absoluto.

Ella no esperaba ese intento de explicación pero Angel habría podido ahorrar saliva porque ella no le creía una palabra, salvo eso de que no lo lamentaba por sí mismo. ¿Qué podía lamentar si no perdía nada con el hecho y eso no perjudicaba su reputación claramente?

No respondió; tampoco quiso mirarlo. Pero dio un respingo cuando él le acercó una mano a la mejilla. Sin llegar a tocarla la mano quedó vacilando allí y se alejó. ¿Por qué sentía de pronto ganas de llorar?

No lloraría. Se levantó de la cama rozándolo.

—Ponte las botas y vete — le dijo, camino hacia su escritorio. Abrió un cajón para sacar el revólver—. Aquí tienes esto — agregó arrojándoselo—. Nunca se sabe cuándo hay que matar a alguien.

Él cogió el arma pero no hizo otro movimiento. Por un largo instante se limitó a mirarla. Ella casi pudo percibir cómo se producía el cambio, la dureza surgía a la superficie y se hacía cargo del mando.

—Sí, nunca se sabe.

Cassie disimuló un gesto de horror. De pie ante ella tenía al hombre que había visto llegar tres semanas antes: un hombre violento, implacable cuando era necesario, sin conciencia, sin corazón. Ella lo había hecho volver a su frialdad. Pero era mejor así. Ese era el hombre al que estaba más habituada, no al que temía tocarle la mejilla.

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