Angel

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—¿Ya estamos divorciados?

Cassie despertó sobresaltada con esa suave entonación resonándole en los oídos.

—¿Qué?

—Que si ya estamos divorciados.

Supo inmediatamente quién era, pero no podía creer que estuviera allí.

—¿Angel?

Él le deslizó la mano en la cabellera cubriéndola con el cuerpo.

—Responde, Cassie.

—No.

—¿Estás...?

—¡No! — aseguró ella rápidamente—. Es que no he tenido tiempo de...

La boca de Angel descendió para cortar el resto de la explicación. Era obvio que, por el momento, no le interesaban sus excusas. Lo que le interesaba venía envuelto en franela abrigada.

—¿Por qué no duermes desnuda?

Era una pregunta que nacía de la frustración que ninguna dama habría tomado en serio. De cualquier modo, Cassie respondió.

—En verano sí.

El gruñó quejumbrosamente sabiendo que, en adelante, lo perseguiría una imagen de su desnudez. Y deslizó profundamente la lengua provocando otro gruñido quejumbroso en Cassie. Pasó un rato antes de que tomaran aliento.

—Tienes los labios más dulces y suaves que he probado en mi vida — dijo, contra ellos.

—Tu voz me hace vibrar, Angel.

—Y mi boca ¿qué te hace?

—Me deja débil.

El movió la boca para chuparle un lóbulo.

—¿Y qué más?

—Y caliente — susurró ella.

—Oh, Dios, Cassie, si no puedo poseerte ahora mismo voy a reventar.

—¿Y qué estás esperando?

El rió y volvió a besarla. Luego se hizo a un lado para apartar las mantas. Ella se abrió el cuello del camisón haciendo saltar tres botones en su impaciencia por quitárselo. El sacó la camisa de los pantalones haciendo que sus propios botones fueran a reunirse con los otros. Volvió en pocos segundos para apretarla contra el colchón. Ella lo envolvió con sus brazos y piernas para sujetarlo en el sitio debido. Un momento después lo tenía dentro de sí, muy dentro; ese latido familiar se presentó muy pronto, estallando en sus sentidos, palpitando alrededor de él, impulsándolo a la culminación para que se fundiera con la de ella.

Cassie bajó poco a poco las piernas, sus dedos tocaron cuero, Angel aún tenía puestas las botas y los pantalones. Tuvo ganas de reír, pero también de llorar.

Dios, cuánto detestaba la realidad que emergía una vez agotada la pasión. Por una vez habría querido mantenerla a distancia por un tiempo. Pero eso era como pedir que fuera verano en pleno invierno.

Eso la resintió. También se resintió contra Angel en ese momento. Sobre todo por el hecho de que él no se hubiera quitado las botas.

Se lo dijo secamente.

—La próxima vez, quítate las botas.

—¿Marabelle está aquí?

—No.

—En ese caso me las quito ahora mismo.

—No lo hagas. No puedes quedarte.

—Todavía no estoy listo para irme, Cassie. Esto fue demasiado intenso. Lo vamos a intentar otra vez con lentitud y suavidad.

A Cassie se le agitó el estómago en respuesta a esas palabras, pero se reprimió.

—Nada de eso — aseguró severa—. Tienes que salir de aquí antes de que mi madre te oiga y entre disparando su revólver.

—¿Dónde está?

—En el cuarto vecino.

—Habrá que estarse callado, ¿no?

—Angel...

Su boca había vuelto a pegarse a la de ella con provocativa habilidad. Pero Cassie no podía permitir que eso surtiera efecto. No podía.

Lo permitió. Lo había extrañado mucho, lo deseaba demasiado como para actuar con sensatez. Desde la separación la perseguía la idea de que jamás volvería a sentir sus manos.

Pero sus manos estaban quebrando el resto de su resistencia al deslizarse sobre los pechos y el vientre. Dejaban una estela de piel erizada; los pezones se endurecieron cosquilleantes. Acababa de experimentar una increíble explosión de placer pero su cuerpo se preparaba para otra. Y Angel no la apresuraba en modo alguno. "Con lentitud y suavidad", había dicho. Y así estaba procediendo exactamente.

Antes de que él terminara Cassie tuvo la certeza de que conocía su cuerpo mejor que ella misma. No le había dejado un centímetro sin tocar. Hasta la dio la vuelta para lamerle la columna a lo largo. Frotó los dientes contra sus nalgas provocándole una risita sobresaltada, pues aquello le recordaba el hábito de Marabelle. Su lengua trazó círculos en el dorso de las rodillas. Cassie nunca habría imaginado cuántos puntos sensibles tenía en el cuerpo. El los halló todos guiado por sus gemidos y sus estremecimientos de placer mientras deslizaba las manos bajo ella para incitar las zonas sensibles más comunes.

Casi amanecía cuando Angel se dio por satisfecho. Cassie estaba tan saciada que ya no sentía resentimiento. Y él tenía razón, la primera vez había sido demasiado rápida. El resto... Dios, ese hombre era tan diestro en el amor como con el arma.

Por el momento ella sólo quería dejarse caer en un sueño bendito, pero no se atrevía a hacerlo mientras Angel estuviera allí. Y él no parecía tener prisa por irse. A ella no le quedaban fuerzas para urgirlo.

Estirado junto a ella, con los brazos cruzados bajo la nuca, cerró los ojos. Cassie estaba segura de que no dormía. En sus labios había un levísimo dejo de sonrisa. Eso le extrañó, pero sólo por un momento. Si era la imagen viva del hombre satisfecho, ¿por qué no sonreír? Se había salido con la suya... en todo. Y no había nada que reprocharle. Ella también tenía ganas de sonreír. Hasta que se interpuso la realidad. Otra vez.

Se enfrentaba nuevamente a la posibilidad del embarazo y a otra demora en la tramitación del divorcio. Eso no le molestaba tanto como la necesidad de explicarlo a su madre. Eso no iba a ser fácil. La sola idea le estropeó el agradable letargo. Y como la angustia quiere compañía, se apresuró a echar por tierra también el de Angel.

—Ahora tendré que esperar otra vez antes de tramitar el divorcio.

El movió los hombros en un leve encogimiento.

—¿Qué importa un mes más?

Era él quien quería el divorcio. ¿Cómo osaba mostrarse indiferente? Pero Angel no había terminado.

—¿Por qué no presentaste todavía la demanda?

—Porque estuve muy ocupada.

Él se volvió para mirarla.

—¿Demasiado ocupada para cortar nuestros vínculos? Deberías haberte hecho de tiempo, tesoro. Así tengo derechos que no resisto la tentación de ejercer. Y eso no nos hace ningún bien.

Ahora parecía fastidiado. Cassie se puso a la defensiva.

—¿Qué haces aquí, Angel?

—Eso era lo que yo iba a preguntarte — replicó él — ¿Cómo es que no estás en tu casa, bien guardada en tu rancho, donde yo no pueda llegar?

Esa noche había logrado llegar, lo cual hizo que Cassie recordara algo.

—A propósito, ¿Cómo hiciste para entrar en mi cuarto?

—Primero respondes tú.

—¿Por qué?

—Porque, si no me equivoco, yo soy más grande y más fuerte. Y al esposo siempre se le responde primero.

Parecía tan ufano que ella no pudo soportar aquello sin reaccionar.

—¿De dónde sacaste esa tontería?

—¿Quieres decir que no es cierto?

—En ninguna de las familias que conozco. Mucho menos, en la mía.

—Si estás hablando de tu madre, tú no eres como ella.

—Puedo serlo, si me empeño.

La respuesta de Angel fue una sonrisa dubitativo y un dedo que fue a tocarle la nariz.

—No has aprendido a mentir, ¿eh?

Cassie apretó los dientes.

—Sólo me has visto tratar con gente a la que había ofendido. No sabes cómo soy con los que me ofenden a mí.

—¿Como yo, Cassie? — preguntó él suavemente.

Ella sintió que el calor le subía a las mejillas.

—Si me sintiera ofendida por ti, Angel, habría hecho algo.

—¿Qué, por ejemplo?

—La respuesta que me surge a la mente no te gustaría, así que dame un minuto para pensar.

Él se echó a reír.

—Reconozco que crees poder ser tan formidable como tu madre, pero hablemos en cambio de empecinamiento. Yo puedo esperar hasta que te canses, tesoro; hasta que tu mamá venga a golpear a la puerta.

Ella abrió la boca para denunciar lo falso de esa amenaza, pero lo pensó mejor. No quería verlo enfrentado con, su madre si podía evitarlo.

—¿Qué pregunta era la tuya? — preguntó con mala voluntad.

El cambió abruptamente de expresión olvidado el aire juguetón.

—¿Por qué no estás en tu casa como deberías?

—Cuando mi madre quiere salir de compras, salimos de compras — explicó ella encogiéndose de hombros.

—¿En pleno invierno?

—Ella supuso que, siendo tan largo el viaje a casa, un pequeño desvío no nos perjudicaría.

—¿Y fue ella quien eligió San Luis?

—No. Fui yo.

—Ya lo imaginaba. Lo que quiero saber es cómo llegué al primer puesto en tu lista de entrometimientos.

—¿Qué quieres decir con eso? — preguntó Cassie cautelosa.

—Sabes exactamente lo que quiero decir.

Ella se incorporó con los ojos ensanchados por la incredulidad. No era posible que él lo supiera.

—¿Cómo te enteraste?

—Tu detective decidió que yo podía darle más datos que tú y me hizo una visita.

—Ese hombre es asombroso — comentó ella—. ¡Localizarte en una ciudad de este tamaño sin saber siquiera que estabas aquí!

—Lo sabía — intervino Angel agrio—. Vinimos en el mismo tren.

—¡Ah! — Exclamó ella algo desencantada. — Bueno, aun así...

—Para qué lo contrastaste, Cassie.

—Porque pensaba que tú no harías más intentos de buscar a tus padres.

—No me debes ningún favor.

—A mí me parece que sí.

—¿Cómo es eso? — acusó él—. ¿Olvidas lo que te quité?

—No — replicó ella con suavidad. Le quemaban otra vez las mejillas. — Pero no sabes lo que hiciste por mis padres. La noche en que los encerraste en el granero llegaron a una especie de tregua. Al menos han vuelto a hablarse.

Angel resopló. No tenía sentido discutir quién estaba en deuda con quién.

—Aclaremos esto, Cassie. No quiero que contrates a ningún detective por mí. Me tomé, la libertad de despedir a Kirby en tu nombre.

Eso la ofendió.

—¿Por qué hiciste eso? ¿No quieres hallar a tus padres? — Sólo quiero saber quiénes eran. Para eso vine. Pero seré yo quien lo averigüe. ¿Entendido?

—Pero el señor Kirby puede ayudar.

—Eso es cierto. Y por eso ahora trabaja para mí. — Cassie entornó los ojos.

—No me gusta nada tu prepotencia, Angel. — Lástima grande.

—¿Y cómo es que sólo quieres saber quiénes eran? ¿No irás a verlos cuando lo sepas?

—No.

Esa respuesta la sorprendió tanto que su irritación se disolvió de inmediato.

—¿Por qué?

—Porque sólo somos desconocidos. No me acuerdo de mi padre. De mi madre, apenas. Dudo de que me reconociera. Y no se puede decir que ella me crio.

—Te alimentó y te educó durante cinco o seis años.

—Y luego me perdió.

Ella percibió con claridad su amargura.

—¿Y la culpas a ella por eso? Ese viejo te llevó a las montañas donde nadie podía hallarte. Probablemente tu madre estaba loca de pena...

—Tú no lo sabes.

—Tú tampoco — interrumpió ella a su vez—. Averigua. ¿Qué puedes perder? Al menos, hazle saber que no estás muerto. Probablemente acabó por creer que sí.

—Te estás entrometiendo otra vez, Cassie — dijo él en áspera advertencia—. Esto no es asunto tuyo.

—Tienes toda la razón — replicó ella rígida y nuevamente irritada—. Y este no es tu dormitorio. ¿Por qué no te vas?

—¡Por fin una idea que me gusta! — contratacó él, furioso, mientras arrojaba las mantas y recogía sus pantalones—. A cambio voy a ofrecerte otra. Vuelve a tu casa si no quieres que vuelva a usar la llave de este cuarto.

—Me iré por la mañana — le aseguró Cassie. — Ya es de mañana.

—Por la tarde, entonces.

—¡Bien! — dijo él.

Y se inclinó para plantarle un beso inesperado antes de recoger el resto de sus cosas. Luego desapareció.

Cassie se quedó mirando el pañuelo negro que había olvidado con su prisa. Finalmente se lo llevó a los labios, aún húmedos de los suyos.

Lo había enojado otra vez, aunque eso no fuera ninguna novedad. Por algún motivo, parecían destinados a separarse enojados. Y si así era, ¿por qué ese beso en medio de tanto enfado? Se lo había dado sin pensar, como por vieja costumbre, como si no pudiera evitarlo. Por mucho que se esforzara, Cassie no podía comprenderlo.

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