Ana

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Tercera parte. Fantasmas del pasado » 52

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—Sigamos, esto no tiene desperdicio. —Huarte, que no parecía disfrutar con aquella ristra de irregularidades que me estaba restregando, abrió la quinta y última carpeta azul y negó con la cabeza con cierta desesperación—. Lo que sí me han hecho llegar los letrados de Barver & Ambrosía, señora Tramel, es un completo informe de su relación sentimental, no sé si debo llamarla así, con el teniente encargado del caso, Santiago Moncada. Relación totalmente inadecuada entre la abogada de la acusación particular y el guardia civil al mando de la investigación. Según este informe, han mantenido usted y el señor Moncada al menos nueve encuentros íntimos de distinta duración en el domicilio particular del teniente en los últimos dos meses. No tendría por qué hacerlo, pero se lo voy a preguntar: ¿En qué demonios estaba usted pensando? ¿De verdad creía que nadie se enteraría?

Estaba muda, noté un pitido en el oído izquierdo y una fuerte presión en el pecho. Siempre he pensado que moriría de un infarto y que lo haría a una edad relativamente temprana. Aquel podía ser un momento perfecto para sufrir un ataque al corazón. Allí en medio, delante de todos. Un final patético digno de mis últimos años de existencia. Dejaría tirados a los pocos que habían confiado en mí, y al fin descansaría. No me pareció una mala opción.

—Como no puede ser de otra forma, por ahora la jefatura de la Guardia Civil ha retirado a Moncada de este caso —continuó la juez, viendo que yo no decía nada—. Y van a revisar a fondo todos y cada uno de los procedimientos llevados a cabo por el teniente, desde la presentación de la querella en adelante.

Aquello podía retrasar todo semanas, incluso meses. Había sido una grandísima e inexcusable metedura de pata, una ingenuidad ridícula por parte de ambos que podíamos pagar muy caro. Moncada era un buen profesional, le habían asignado la investigación, puesto que era quien más y mejor conocía todo el entramado del casino de Robredo, y además era el teniente al cargo en el asesinato de Menéndez Pons. Lo más probable es que tuviera que tragarse un expediente disciplinario.

—Puede que este haya sido el último error de una larga cadena de desaciertos, señora Tramel —soltó la juez muy contrariada—. Y digo el último no porque confíe en que vaya a rectificar su comportamiento en el futuro, sino porque hay una gran posibilidad de que ya no tenga caso, de que todas las actuaciones policiales acometidas en estos últimos meses sean cuestionadas e incluso invalidadas por parcialidad. Aun en el supuesto de que el informe pericial sobre las grabaciones que estamos esperando le sea favorable, puede que ya no tenga caso. Ha ido demasiado lejos.

—No hemos hablado del caso, se lo garantizo —dije—. Desde el día que presenté la querella, Santiago y yo no hemos hablado del caso.

—Eso tendría que haberlo pensado antes —sentenció Huarte, y se volvió hacia la mujer que había entrado detrás de ella y que había permanecido sentada en silencio, observando sin mostrar emoción alguna, esperando pacientemente.

La juez tomó aire y le hizo un gesto para indicarle que había llegado su turno.

—En cierta ocasión, señora Tramel, no hace mucho tiempo, me dijo que era usted una buena encajadora —dijo Huarte—. Espero que sea verdad, porque aún le quedan algunos golpes que encajar esta mañana. Le presento a Almudena Osorio, del ministerio fiscal, está aquí como una deferencia para entregarle en persona la notificación de una demanda por delito de falsificación de documento público, así como de atentado contra la salud pública. Estos hechos serán también puestos en conocimiento del Colegio de Abogados por si pudiera haber incurrido en mala praxis, por uso de estupefacientes y alcohol durante el ejercicio de la práctica del derecho que hubieran podido mermar sus facultades, y por haberlas ingerido en el propio juzgado. En estos precisos instantes y a instancias de la Fiscalía, una brigada del Cuerpo Nacional de Policía está registrando su domicilio particular en busca de pruebas.

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