Ana

Ana


Tercera parte. Fantasmas del pasado » 57

Página 70 de 114

—No cantemos victoria, esto es solo una batalla. La guerra de verdad ni siquiera ha empezado.

—Me encanta cuando te pones en plan épica.

—¿Te estás riendo de mí? —pregunté.

—Un poco —respondió ella burlona, sonriente, tan contenta por lo que acababa de ocurrir que incluso se permitía tomarme el pelo.

—Esto va en serio: reitero lo que te he dicho —murmuré—. Quiero que lo medites hasta mañana despacio. Si te marchas, nadie te juzgará.

—No me voy a ir a ninguna parte.

—Escucha, este informe es solo un pequeño empujón, Sofía, no nos engañemos, ellos son mucho más grandes, más fuertes, y lo más probable es que no lleguemos a ninguna parte. Yo no tengo nada mejor que hacer con mi vida, no me queda nada más. Pero tú aún tienes la oportunidad de echarte a un lado y hacer algo un poco más realista y más constructivo que esto. Por favor, promete al menos que lo vas a pensar veinticuatro horas antes de tomar una decisión.

—No quiero llevarte la contraria, pero no se me ocurre nada más constructivo que una querella contra Gran Castilla en la Audiencia Provincial. Aunque perdamos, como tú dices, será algo para contar a mis nietos algún día. Deja de decir que me lo piense, lo tengo más que pensado. Me quedo.

Aquella chica iba a resultar más testaruda que yo.

Mientras iba a buscar a Helena y Martín, marqué el número de Eme en mi teléfono móvil. Apenas dos tonos después, asomó su voz inconfundible.

—Te he estado llamando —dijo.

—Acabo de ver las llamadas perdidas, disculpa. Ha sido un día movidito.

—He sabido lo de Ramiro, siento no haberlo visto venir. Lo del cáncer es real, no podía imaginar que haría algo así.

—Nadie podía imaginarlo, Eme, olvídalo.

—No creo que pueda.

—Yo tampoco, si te soy sincera. ¿Qué querías?

—Te he conseguido las pastillas que me pediste ayer.

—Tramadol y diazepam —musité.

—¿Quieres que te las acerque?

Escuché ruidos en el dormitorio principal, pude imaginar a mi cuñada y al niño dentro, no les había vuelto a ver desde que habíamos regresado con Moncada de las oficinas de Gran Castilla. Le había dicho que, si de verdad quería ese trato, se lo podía conseguir, por mucho que Tomé hubiera dicho lo contrario. En realidad, podría conseguirle incluso algo mejor. No le habían ofrecido la condonación de la deuda completa, por lo que me explicó después, sino una especie de escalado por cada año que pasara. De tal forma que, si se estaba quietecita los próximos treinta años, no tendría que pagar nada y todo quedaría olvidado, como una especie de hipoteca vital inversa a cambio de retirar la querella y no volver a presentar cargos contra la empresa ni ninguno de sus miembros.

Ahora quería mirarla a los ojos y explicarle que la juez iba a admitir las grabaciones, que sí teníamos caso, que a pesar de todas las dificultades podríamos seguir adelante. Siempre que ella estuviera de acuerdo. Pero también quería advertirle que tendría que hacerme caso en todo, sin excepción, y que no podría volver a ir a una reunión por su cuenta, pasara lo que pasara. Si esto no quedaba claro, era mejor abandonar.

—Puedo estar ahí en veinte minutos —dijo Eme ante mi silencio.

—No hace falta, ya te avisaré si las necesito —respondí intentando no pensarlo demasiado—. Otra cosa, he estado reflexionando sobre un posible testigo, es un chico de dieciocho años, se llama Andrés Admira, está en un programa de rehabilitación de la asociación Alma, me gustaría que averiguaras todo lo que puedas sobre él.

—¿Lo vas a citar?

—No lo sé, es solo una posibilidad. Por cierto, ha llegado el informe del perito independiente. Es favorable. Las ochenta y tres grabaciones son válidas.

Emitió un sonido gutural al otro lado del teléfono, que interpreté como un signo de alegría o algo parecido.

—Lo han llevado con tanto hermetismo que me temía lo peor.

—Yo también, la verdad.

—Voy a echar un vistazo a ver qué saco en claro sobre ese tal Admira.

—Sé discreto, por favor, no quiero perjudicar al chico.

—No te preocupes, yo me encargo. Pero, sintiéndolo mucho, si no tienes fondos, será lo último que haga para este caso. Me debes varias facturas, y la cosa no tiene pinta de mejorar, ambos lo sabemos. Ya sé que te lo he avisado otras veces y que ha quedado en papel mojado, pero esta vez va en serio. A partir de mañana dejaré de estar disponible, Ana.

—Lo entiendo perfectamente.

Colgué con una sensación de amargura y de impotencia; aunque no dejaba de recibir reveses, no me había acostumbrado, ni creo que lo hiciera. Perder a Eme era lo peor que podía ocurrirme. No conozco a otro investigador mejor ni, sobre todo, de mayor confianza, y en este proceso, esto último era más preciado aún que de costumbre.

Escuché de nuevo la voz de Helena, ahora parecía tararear una canción; su tono suave salió del dormitorio y llegó hasta el pasillo. Puede que estuviera cantando a Martín una melodía de su país. No lo hacía nada mal, no es que fuera una profesional, pero le ponía sentimiento y entonaba razonablemente bien.

Unos metros más atrás apareció Sofía, que se disponía a salir del piso y se había detenido atraída por la melodía. La letra parecía repetir un estribillo en polaco. Me lo inventé completamente (seguramente fue la sugestión de todo lo que nos estaba ocurriendo), pero imaginé que era una canción de cuna que hablaba sobre esos hombres que daban miedo y que acechaban por todas partes y que solo el amor genuino de una madre podía alejar.

La voz llegó más nítida hasta nosotras, Sofía y yo nos quedamos quietas, inmóviles, unidas a Helena por el hilo invisible de esa armonía, deseando (al menos yo) que siguiera y no dejara de cantar nunca. Era lo más sólido a lo que podíamos aferrarnos. No había nada más. Y sobre todo, no había nadie más. Estábamos las tres solas.

Ir a la siguiente página

Report Page