Ana

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Cuarta parte. El sendero de la traición » 72

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Quería empezar con un golpe rotundo que no dejara lugar a dudas. Durante su turno, la fiscal Fernández apenas había leído un formulario de preguntas que no había dejado nada claro en un sentido ni en otro, y ahora que se había puesto de parte de la defensa abiertamente, todos sabíamos que yo era la única que seguiría manteniendo en alto la llama de la acusación en aquel proceso. Me puse seria, exigente en el tono, adusta en la expresión, crucé una mirada con los miembros del jurado y pregunté:

—Que usted sepa, señora Kowalczyk, su difunto esposo, Alejandro Tramel, ¿fue objeto de amenazas por parte del señor Santonja u otras personas del casino de Robredo?

—Sí. Amenazas de Santonja y Cimadevilla y Menéndez Pons y otros.

—Que usted sepa, ¿Alejandro Tramel fue objeto de coacciones por parte del señor Santonja u otras personas del casino de Robredo?

—Sí.

Al menos iba a conseguir que todos escuchasen a un testigo directo declarar que los delitos imputados se habían cometido. Era un gran paso, sin lugar a dudas. Aunque fuera la querellante, también era una víctima colateral y daba la impresión de ser una mujer fuerte y sincera, sin ningún tipo de maquillaje, que había perdido a su marido y que buscaba justicia. Fue un prometedor arranque para mi turno. Apreté la mano derecha alrededor de la base que sujetaba el micrófono. Y pregunté:

—Que usted sepa, ¿Alejandro Tramel fue objeto de extorsión por parte del señor Santonja u otras personas del casino de Robredo?

—Sí.

Me tomé un tiempo, como si tuviera que pensar detenidamente la siguiente pregunta, aunque todos allí sabíamos de sobra cuál sería:

—¿Alejandro Tramel fue objeto de inducción al suicidio por parte del señor Santonja u otras personas del casino de Robredo?

—Sí.

Evidentemente, yo no podía permitirme dar un golpe de efecto similar al que había ejecutado la defensa con otros testigos sin ningún pudor. Por desgracia, no podía dejar ahí la cosa. Yo necesitaba mucho más. Eso no era más que un pequeño aperitivo de lo que venía a continuación.

—Señora Kowalczyk —dije poniendo especial énfasis en la palabra «señora»; Helena llevaba una discreta blusa y unos pantalones vaqueros, y su juventud y belleza no jugaban a su favor, pero era algo que no podía disimular—, sé que para usted es doloroso y que le trae múltiples recuerdos, le pido disculpas por solicitarle que hable en público del asunto. Podría contarnos dónde y cómo conoció usted a su marido.

Prefería sacar yo la cuestión para neutralizar la manipulación que a buen seguro tenía planeada Barver.

—Conocer Alejandro en club cerca de casino Robredo —respondió según el guion que habíamos preparado.

—Cuando dice club, ¿se refiere a un club de alterne con chicas?

—Sí, yo trabajar camarera muchas horas, él muy simpático y muy cariñoso. Presentar a nosotros Sebastián.

—¿Quién es Sebastián?

—Mi hermano, él crupier de casino, Alejandro cliente bueno.

—Después de aquel primer encuentro, ¿siguieron viéndose con regularidad?

Ella sonrió ligeramente avergonzada, como si el recuerdo de aquel día le trajera imágenes muy íntimas y agradables.

—No separar nunca.

—¿Qué quiere decir exactamente?

—Alejandro y yo ir juntos a casa suya primera noche y no separar nunca, él muy cariñoso trata muy comprensivo, a mí gusta mucho, muy guapo también y habla con palabras dulces.

Se escucharon algunos murmullos, que no tenían que ser necesariamente malos, eso significaba que estaban siguiendo el relato con interés.

—¿Nos está diciendo que usted y Alejandro Tramel se fueron a vivir juntos desde el primer día que se conocieron?

—Sí.

—¿Qué es lo que más le atrajo de Alejandro Tramel? Aparte de que era muy guapo, por supuesto.

Pareció dudar. Yo le había repetido mil veces que se tomara su tiempo para contestar y que fuera sincera.

—Él muy bueno persona, y muy triste también. Yo pensar: él necesita a mí.

—Triste y buena persona —subrayé tomando nota, justo antes de entrar ya de lleno al tema—. Cuando lo conoció, ¿sabía usted que era una persona enferma con una severa adicción al juego?

—Protesto, señoría —intervino Andermatt—. Inductiva. Ni siquiera es una pregunta, es una conjetura.

Me extrañó que no fuera Barver quien protestara, tal vez habían decidido alternarse para no desgastarse de cara al jurado ni al juez.

—Reformule la pregunta si es tan amable, letrada —confirmó Barrios—, de tal forma que no dé la impresión de que pretende poner sus propias palabras en boca de la testigo.

—Lo diré de otra forma, señoría. —Miré de nuevo a Helena con toda tranquilidad—. ¿Es cierto que la primera noche que pasaron juntos Alejandro Tramel le habló de sus problemas con el juego?

—Alejandro siempre contar a mí él jugador. Yo saber desde día primero. Él jugar todos días a póquer, nunca descansa. Cuando yo conocer, él debía dinero a casino y explicar.

—¿No le dio miedo empezar una relación con alguien que jugaba todos los días?

—Él muy bueno persona —repitió—. Yo enamorada desde minuto primero. Dar igual si él juega o tener deudas.

—¿Iba usted con él al casino de Robredo?

—Algunas veces ir al principio, pero luego yo embarazo y tener niño pequeño y ya no ir.

—¿Conoció usted a Emiliano Santonja?

—Un domingo nosotros cenar en casino, director Menéndez Pons invitar muchas noches…

—Un momento, ¿el casino les invitaba a cenar a ustedes con frecuencia? ¿Por qué razón?

—Casino invitar muchas noches, nosotros cena y luego Alejandro jugar partida, era mejor para ellos, así no ir a otro sitio.

Me vino a la cabeza una vez más la imagen de la fábrica de ginebra que tan ilustrativamente me había contado una noche Moncada, con las invitaciones permanentes y el trato especial.

—¿Fue allí donde conoció a Santonja?

—Domingo por noche menos personas casino, señor Santonja llegar y sentarse en mesa nuestra, muy serio dice Alejandro tener que acabar cena para ir sala privada a partida. Yo digo: no terminar todavía. Él dice no importa. Yo digo primero cenar, luego juega. Él dice, Alejandro ir a jugar ahora. Yo digo no parece bien. Él dice conversación terminado, yo puedo hacer lo que da gana, pero Alejandro ir ya a partida. Luego levantar. No gusta, él parece jefe de todos y los demás esclavos.

Decidí pisar un poco el acelerador, era mejor ir al grano y no dispersar la atención del jurado.

—¿Cuándo escuchó exactamente las amenazas a su marido por parte de los responsables del casino?

—Muchas veces. Primer día yo sorprender, Menéndez Pons gritar a Alejandro nada más entrar en casino, decir tú no poder irte de partida sin permiso mío, discutir mucho. Le dice si tú vas otra vez, yo enfado mucho, también dice tú deber mucho dinero. Alejandro enfada y discuten delante mío. Pons grita y grita y dice tú juegas o tú arrepentir, y también dice tú nunca ir sin permiso mío, yo asusta. Hasta que llegar Cimadevilla, yo conocer ese día. Ignacio muy amable conmigo, decir Alejandro hombre con mucha suerte yo esposa muy guapa, todos calman mucho y acaba discusión.

—Para que conste en acta y para que el jurado entienda el presente testimonio —dije—, Ignacio Cimadevilla, llamado a este juicio para declarar, es socio minoritario de Gran Castilla. Continúe, por favor, señora Kowalczyk.

Helena abrió la caja de los truenos. Relató durante más de dos horas, de manera prolija e infatigable, la multitud de amenazas, discusiones, intimidaciones, presiones que presenció personalmente por parte de Emiliano Santonja, Bernardo Menéndez Pons y otros miembros destacados del casino de Robredo a Ale. Así como la infinidad de llamadas que recibía él por parte de esas mismas personas, siempre conminándolo a jugar, recordándole el dinero que les debía, una deuda que iba creciendo día a día y que los iba sepultando bajo una enorme losa de la que ambos sabían, aunque no lo dijeran abiertamente, que les resultaría imposible escapar. Fue especialmente minuciosa a la hora de explicar cómo había presenciado al menos media docena de encuentros de su marido con Santonja en los que este no solo lo había amenazado y coaccionado y chantajeado para que jugara, y para que lo hiciera en las condiciones que él estipulaba, sino que además había verbalizado su deseo en repetidas ocasiones de que se quitara la vida, de que se tirase por la ventana o se pegase un tiro. También le dedicó un buen rato a Ignacio Cimadevilla, el socio misterioso, una persona a la que ella parecía detestar aún más si cabe, pues según su testimonio le hacía la vida imposible a Alejandro, y al mismo tiempo la acosaba a ella, con el objetivo de que accediera a tener relaciones sexuales con él a cambio de interceder por su marido en el casino para que le rebajaran la deuda. Algo a lo que evidentemente se había negado una y otra vez.

Fue muy gráfica en todas sus declaraciones, que se entendieron perfectamente y le llegaron al jurado con total nitidez. Vi a una Helena muy enfadada, quizá demasiado, pero desde luego tenía muy buenas razones para estarlo. Tuve la sensación de que faltaba el componente emocional para que aquellos hombres y mujeres terminaran de conmoverse. Helena tenía una cierta frialdad en su forma de hablar de cosas terribles que, tal vez por educación o por carácter, impedía empatizar del todo con ella. Lo que estaba claro es que no trataba de hacerse la víctima ni tampoco de manipular a los presentes, contaba las cosas como habían ocurrido y resultaba de una aplastante verosimilitud. Ni su acento ni su sintaxis suponían una barrera a la hora de entenderla. Para concluir con mi turno, le hice dos preguntas que había guardado para el redoble final:

—Señora Kowalczyk, el abogado defensor de la empresa Gran Castilla ha dicho al comienzo del juicio que esta querella está movida única y exclusivamente por el dinero. Me gustaría que le contara usted al tribunal qué haría con el dinero si le fuese concedida la indemnización solicitada.

—Pagar a casino.

—¿A qué casino?

—Mi hijo y yo ser herederos de mi esposo muerto. Él deber ochocientos dieciséis mil euros a casino Robredo. Ellos demandar a mí. Solo querer dinero para pagar deuda a casino.

—¿Quiere decir que emplearía el dinero de Gran Castilla… para devolvérselo a Gran Castilla?

—Yo no tocar ni un billete suyo. A mí dar asco personas que arruinar a mi marido, ellos matarlo. Yo querer ellos ir a cárcel. No dinero.

—Entiendo, señora Kowalczyk. Sin embargo, por lo que tengo entendido, no tiene usted trabajo y hay un niño de tres años al que mantener. ¿De qué piensa vivir, si me permite que se lo pregunte?

—No saber. Yo busco trabajo.

—Pero ¿tiene algún plan concreto para alimentar a su hijo?

Helena dudó un instante. Pareció venirle una imagen a la cabeza.

—Señor Santonja ofrecer trabajo si yo retiro querella —respondió—, yo no aceptar.

Barver saltó de inmediato sobre el micrófono, sin esperar en esta ocasión a que Andermatt interviniera.

—Protesto, señoría —dijo—, la querellante está revelando un punto de un extenso acuerdo que las partes intentaron rubricar, lo cual no solo contraviene la confidencialidad de dicha negociación, sino que no puede documentarlo. Le garantizo, pues yo mismo integré esa mesa, que es del todo inexacto.

—Le ruego, señora Kowalczyk, que no se refiera a un supuesto acuerdo sobre el que no existe documentación alguna —consintió Barrios.

—Señoría —me revolví—, el intento de llegar a un acuerdo por parte de la defensa es muy relevante en este proceso, así como los términos que ofrecieron a mi cliente. Aunque bien es cierto que yo no puedo revelar los detalles de primera mano, pues le ofrecieron ese convenio sin que su abogada, o sea yo misma, estuviera delante.

—Es inadmisible, señoría —replicó Barver—, está convirtiendo un interrogatorio en un argumentario de la acusación particular, lleno de falsedades, y en cualquier caso sin ninguna prueba que lo sustente. Aquí no se juzga si una de las partes, o ambas en este caso, querían llegar a un acuerdo para evitar el coste de un juicio. Se juzgan unos delitos tipificados en el Código Penal sobre los que sigue sin haber ninguna prueba firme, inequívoca y objetivamente irrebatible.

—Si eso es así —pregunté—, si no hay ni una sola prueba, ¿por qué razón intentaron convencer a la señora Kowalczyk de que firmara un acuerdo?, ¿por qué temían llegar al juicio?

—Suficiente, letrados —cortó Barrios—. Señora Tramel, no puede usted interrogar al abogado defensor, como muy bien sabe. Y ninguno de los dos pueden interpelarse directamente, esto no es una batalla dialéctica entre ambos. El jurado no tendrá en cuenta estos últimos diálogos entre los letrados. Asunto zanjado. Si la acusación particular tiene alguna otra pregunta, adelante. Si no, haremos un receso.

Todos en la sala, o en la cancha, mejor dicho, habían entendido perfectamente lo que había sucedido. Y todos sabían ahora que Gran Castilla le había ofrecido dinero y trabajo a Helena para que retirase la querella y se quedara callada.

La jurado número cuatro, la señora mayor, con su habitual expresividad, pasó alternativamente su mirada de Helena a Santonja, que permanecía sentado a mis espaldas, parecía escrutarlo con desagrado. Tal vez estaba comparando a la una con el otro, una mujer con un niño pequeño y sin trabajo, y al otro lado, un gran empresario del sector del juego. Si tuviera que elegir, creo que podía contar de parte de quién se pondría.

—No pensaba hacer más preguntas, pero teniendo en cuenta los acontecimientos ocurridos hasta la fecha, me veo obligada a plantearle una última cuestión, señora Kowalczyk —dije intentando que pareciera que era algo que se me había ocurrido sobre la marcha, cuando en realidad llevaba toda la tarde, y prácticamente todo el juicio, esperando lanzar este dardo. Miré a Concha y a Sofía, repasé mis notas por enésima vez, y carraspeé ligeramente, creando el suficiente efecto dramático antes de soltarlo—. Puede que le parezca extraño, pero necesito saber algo muy importante aprovechando que está usted bajo juramento. Con el corazón en la mano, sinceramente, si la parte contraria le ofreciera un acuerdo para retirar la querella, ¿usted lo aceptaría?

Helena se quedó tan sorprendida como el resto, no era una pregunta pactada, no se había preparado para ella. Barver y Andermatt se miraron, preguntándose si debían protestar. El rostro indeciso de la declarante podía significar que la respuesta quizá era buena para sus intereses. Incluso Barrios frunció el ceño y se incorporó, intentando saber qué estaba sucediendo allí. Pero ni siquiera mi cliente ni mis socias lo comprendían. No es que yo fuera más lista que todos ellos, era simplemente que aquella pregunta formaba parte de un engranaje alternativo (lo que vulgarmente podríamos llamar un plan B) que había elaborado en mi cabeza. Un plan, reconozco, que difícilmente podría funcionar si no ocurrían varios factores al mismo tiempo, pero que no descartaba llegado el momento.

Helena se acercó al micrófono, estar bajo juramento le había hecho mella, por lo que se veía, no quería responder a la ligera. A media voz, sin la seguridad que había mostrado durante el resto de su testimonio, dijo:

—No sé.

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