Amsterdam

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IV Parte » Capítulo 5

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Para las cinco de la tarde de aquel día, los directores de los numerosos periódicos que habían pujado por las fotografías de Molly opinaban ya que el problema del diario de Vernon residía en que había perdido el tren de los cambios que estaban teniendo lugar en el mundo. Como el editorial de uno de los periódicos de prestigio escribió el mismo viernes por la mañana, «al director de El Juez parece habérsele escapado que la década en que vivimos no es la década anterior. En ella, la consigna era la promoción personal, y la codicia y la hipocresía eran las realidades reinantes. Ahora vivimos en un tiempo más razonable, más compasivo y tolerante, en el que las preferencias íntimas e inocuas de los individuos, por públicos que éstos puedan ser, no deben trascender nunca el ámbito privado. Allí donde no exista ningún asunto de interés público implicado, las anticuadas artes del chantaje y la denuncia farisaica no tienen ya lugar, y si bien este periódico no desea en modo alguno poner en entredicho la altura moral de la pulga común, no puede sino suscribir los comentarios realizados ayer por…».

Los titulares de primera plana dividían a partes iguales sus preferencias entre «chantajista» y «mosca», y la mayoría hizo uso de una fotografía de Vernon, tomada en un banquete de la Asociación de la Prensa, en la que aparecía enfundado en un arrugado esmoquin y visiblemente achispado. El viernes por la tarde, dos mil miembros de la Alianza Rosa de Travestidos marcharon en dirección a la sede de El Juez con tacones de aguja, enarbolando ejemplares de la desafortunada primera plana y entonando canciones en burlón falsete. Aproximadamente al mismo tiempo, el grupo parlamentario del partido de Garmony aprovechó el sentimiento dominante y logró que se aprobara por abrumadora mayoría un voto de confianza en el ministro de Asuntos Exteriores. Y el primer ministro, súbitamente envalentonado, habló en favor de su viejo amigo. A lo largo del fin de semana se llegó a un amplio consenso que afirmaba que El Juez había ido demasiado lejos y era un periódico repugnante, Julian Garmony era un tipo decente y Vernon Halliday («la Pulga») un ser vil y despreciable cuya cabeza debía servirse en una bandeja de modo inmediato. En los dominicales, las secciones de Estilo de Vida presentaban a la «nueva esposa puntal» que no sólo ejercía su propia profesión sino que además luchaba a brazo partido por su marido. Los editoriales se centraban en ciertos aspectos no suficientemente aprovechados de las declaraciones de la señora Garmony, incluido lo de que «el amor es más fuerte que el resentimiento». En la redacción misma de El Juez, los periodistas de plantilla celebraban el que se hubiera levantado acta de sus reservas, y la mayoría de ellos opinaba que Grant McDonald había expresado el sentir general al decir en la cantina que, al ver que sus reservas al respecto no habían hallado eco en la dirección, se había limitado a apoyar la ofensiva con la mayor de las lealtades. Para el lunes todo el mundo había aireado a los cuatro vientos sus propios recelos y su decisión de apoyar lealmente a su director.

La cuestión se presentaba harto más compleja para el consejo de administración de El Juez, que convocó una reunión de urgencia para el lunes por la tarde. De hecho, el asunto era extremadamente delicado. ¿Cómo despedir a un director a quien el miércoles anterior habían apoyado unánimemente?

Finalmente, tras dos horas de indecisión en uno u otro sentido, George Lane tuvo una idea excelente.

—Miren ustedes —dijo—. En mi opinión no hubo nada de malo en comprar esas fotografías. Incluso puedo decirles que, según he podido oír, consiguió un precio excelente. No, el error de Halliday está en no haber retirado esa primera plana en el momento mismo en que vio por televisión la conferencia de prensa de Rose Garmony. Dispuso de tiempo suficiente para deshacer toda la operación. No iba a publicar las fotos hasta la última edición. Su gran equivocación fue seguir adelante con la idea. Nuestro periódico, el viernes, hizo el ridículo en todas partes. Halliday debería haber visto por dónde soplaba el aire y haberse echado atrás. Si quieren saber mi opinión, el suyo ha sido un grave fallo de criterio editorial.

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