Amnesia

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Primera parte » Capítulo 5

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5. ACOSO

La primera sesión de hipnosis fue a la mañana siguiente. El doctor Sullivan accedió a que la agente viera todo y lo escuchara a través de un cristal opaco y unos altavoces. No podían usar esa información para un juicio, pero al menos les serviría para descubrir quién era la mujer y qué había sucedido con el resto de su familia. Sharon había pedido al FBI que le enviara una relación de ciudadanos británicos que habían entrado al país por Minnesota o la ciudad de Nueva York, aunque era una mera hipótesis, si la mujer era británica lograrían dar con una familia de cinco miembros que habría llegado desde Europa. Cabía la posibilidad de que la familia hubiera viajado en vuelos a Atlanta, Miami u otra ciudad, pero cruzó los dedos y esperó que el FBI diera con la identidad de todos. Quería asegurarse de que la mujer había llegado sola al país.

El doctor entró en la sala. La paciente le esperaba sentada en una silla, parecía tranquila, aunque se notaba que estaba en parte sedada. El hombre se sentó frente a la mujer y comenzó a hablarle.

—Hemos hablado esta mañana de lo que va a suceder. La hipnosis es algo muy serio, por eso quiero contar con su consentimiento, también quiero que sepa que pararé en cuanto vea que se encuentra alterada o está sufriendo. ¿Lo ha entendido?

—Sí. ¿Esto me ayudará a encontrar a mi hijita? —preguntó la mujer con un hilo de voz. Su aspecto parecía más cansado que el día anterior, como si no hubiera logrado dormir, aunque parecía mucho más relajada.

—Sí, esperamos que ayude a que recuerde y gracias a esos recuerdos podremos saber qué pasó y cómo podemos ayudarla.

—Adelante —contestó la mujer.

—Está bien. Extienda las manos y cierre los puños. Ahora cierre los ojos e imagine que carga una pesada piedra, esa piedra cada vez es más y más pesada. Se siente cansada, agotada, pero al mismo tiempo ese cansancio le hace sentir mejor, relajada.

El doctor Sullivan notó cómo la mujer lograba tranquilizarse por completo. No era demasiado partidario de aquel tipo de técnicas, sabía que la mayoría de los pacientes terminaban por recordar, pero temía que la familia de la mujer pudiera estar en peligro, por no hablar de las presiones del alcalde y el sheriff que le llamaban a todas horas para preguntar los avances en la investigación. Le extrañaba que se tomaran tanto interés por un caso como ese, aunque pensaban que tal vez era porque en menos de un año se celebrarían las elecciones y un caso como aquel podría salpicarles.

—Ahora imagínese al lado del lago, lleva en la mano un osito de peluche, pertenece a su hija Charlotte. ¿Puede verlo?

—Sí —contestó la mujer con una sonrisa.

—Muy bien. Acarícielo, ¿qué siente?

—Está suave, pero algo sucio, no sé por qué está así. Nunca dejo que mi hija toque cosas sucias.

—Mire a su alrededor, ¿ve a su hija? ¿Cómo han llegado al lago?

—No está cerca. Creo que está perdida —comenzó a contestar nerviosa.

—¿Dónde está? ¿Cómo han llegado al lago?

—Tengo que ayudarla, para que él no pueda hacerle daño.

—¿Quién quiere hacerle daño? —preguntó el hombre.

—Él, siempre tengo que vigilarle. No es un buen hombre, no lo es.

—¿Cómo se llama ese hombre? ¿Dónde viven?

—Samuel, se llama Samuel…

—¿Qué les hace? ¿Por qué quiere hacerles daño? —preguntó el doctor.

La mujer se quedó callada unos instantes, sus ojos comenzaron a moverse rápidamente debajo de los párpados.

—Los vi por la ventana de la cabaña. Estaba… con la mayor, los vi. No entendía nada, no me lo podía explicar, pero los vi…

—¿El qué vio? —insistió el hombre.

—Estaban juntos. ¡Dios mío! Los vi muy cerca el uno del otro —dijo la mujer moviéndose convulsivamente. Se sacudía como electrificada por una fuerza extraña.

—¿Dónde estaba la cabaña? ¿De dónde vinieron?

—El coche está en la puerta, pero no encuentro las llaves, tenemos que escapar antes de que lleguen —dijo alterada la paciente.

El doctor comenzó a preocuparse, el estado emocional de la mujer parecía a punto de explotar. Intentó hacerle una última pregunta.

—¿Dónde está Charlotte?

—Está con él, con Samuel.

La mujer comenzó a sufrir una especie de ataque epiléptico y convulsionar.

—Ahora cuando diga tres, va a despertar —comenzó a decir el hombre—. Uno, dos…

La mujer se puso en pie, empujó al doctor y corrió hacia la puerta. Sharon salió del cuarto para cortarle el paso y logró pararla antes de que llegara al recibidor. La mujer la miró con sus ojos turbados y le gritó:

—¡Déjame ir! ¡Tengo que salvarla, tengo que salvarlos a todos ellos!

—Señora, tranquilícese. Todo está bien.

Con una fuerza inusitada la empujó y la agente se golpeó contra la pared y cayó al suelo. Después corrió hacia la puerta y se escapó hacia el bosque.

El doctor la ayudó a levantarse y los dos corrieron hasta la entrada y después por el bosque que había detrás del edificio. Estaba lloviendo con intensidad y en un par de minutos se encontraban completamente empapados.

—¿Dónde ha ido? —gritó la agente.

El doctor la miró nervioso, acababa de cometer una estupidez, había llevado a la mujer hasta más allá de sus fuerzas mentales, la había expuesto a un trauma peor.

—Creo que intenta salvar a su hija pequeña.

La agente llamó por radio al resto de compañeros, para que la buscaran por las inmediaciones del pueblo y se dirigió al coche.

—¿A dónde va? —le preguntó al doctor.

—Creo que sé a dónde se dirige.

—Al lago —dijo el hombre como si cayera en ese momento en la cuenta—. La acompaño.

Sharon puso el motor en marcha y tomó la carretera, después el sendero y llegó hasta el lago. Esperaba que su intuición estuviera en lo correcto, aquella mujer era la única pista que tenían. Debían encontrar a toda la familia antes de que fuera demasiado tarde.

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