Amnesia

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Primera parte » Capítulo 7

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7. CONFUSIÓN

La mujer corrió descalza bajo la lluvia durante más de una hora. No sabía hacia dónde se dirigía, como si una especie de fuerza la llevara hasta el sitio en el que la habían encontrado aquellos hombres. Se sentía confusa, apenas recordaba nada. Lo único que le obsesionaba era lo que había podido pasarle a su hija. Durante la sesión había recordado el incidente en el supermercado, aunque no con todos los detalles. Únicamente visualizó cuando los hombres la vieron con la niña pequeña y después mientras se salían de la carretera y ella extendía su mano hacia atrás para sujetarla, aunque supiera perfectamente que estaba bien atada.

Cuando llegó al sendero y corrió cuesta abajo hasta el lago, estaba al límite de sus fuerzas. Vio el agua de lejos y respiró hondo, se agachó para recuperar el resuello y caminó por el barro hasta la orilla del lago. El cielo estaba negro y parecía que la luz quería abandonar su puesto para dejar paso a la noche sin estrellas y que la lluvia terminara de enfriar aquel maldito calor. Llegó hasta la orilla y tocó el agua para asegurarse de que no estaba soñando, que no seguía en esa maldita habitación que parecía una celda.

Estaba inclinada frente al agua cuando escuchó unos pasos detrás. No se giró, se imaginaba quienes eran.

—Señora. ¿Se encuentra bien?

Escuchó la voz de la ayudante del sheriff, pero aquello no la tranquilizó, sabía que volverían a encerrarla, debían creer que estaba loca y se inventaba aquella amnesia y que su hija Charlotte realmente no existía.

—Será mejor que regrese con nosotros —dijo el hombre, que se había aproximado hasta la misma orilla del agua.

La mujer giró la cabeza, pero no hizo amago de levantarse. La lluvia sobre su cuerpo al menos la consolaba, le hacía sentirse viva.

—Tiene que ayudarnos, nos preocupa lo que le pueda estar pasando a su hija. ¿Ha recordado algo más? —preguntó la agente.

—A los hombres.

—¿Qué hombres? —preguntó el psiquiatra.

—A los que nos sacaron de la carretera.

—¿Eso sucedió antes de lo que dijo sobre Samuel? —dijo Sharon, que no entendía a qué se refería la mujer.

—Sí, al principio, al poco de llegar —dijo la mujer.

—¿Recuerda a todos ahora? —preguntó el psiquiatra.

—¿A todos? Vine con mi hija. No había nadie más. Unos hombres nos acosaron en un supermercado y después nos siguieron con una furgoneta roja y me sacaron de la carretera. Casi nos matamos.

—¿Por qué hicieron algo así? —le preguntó la agente.

—No lo sé. Se metieron conmigo, me dijeron groserías. Los hombres no necesitan ninguna razón para meterse con una mujer, lo único que quieren es abusar de ti, meterte mano, humillarte…

—Pero eso no pasó cerca del lago —le dijo la agente.

—No, fue después de comprar. No me dijo algo de un ticket.

—Sí, encontramos uno en su pantalón.

—Quiero verlo —dijo la mujer.

—Regresemos a la… habitación y podrá verlo —dijo el psiquiatra alargando la mano.

—¿Por qué me encierran? ¿He hecho algo malo?

—No, que nosotros sepamos —contestó Sharon.

La mujer se puso en pie y los siguió dócilmente hasta el coche. Su mente estaba tan confusa, parecía tan asustada, que la policía la miró con cierta pena. Aquella noche, mientras regresaba hacia la ciudad, recordó que aquella misma mirada era la que su hermana le dirigió cuando la dejó sola en medio del bosque.

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