Amnesia

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Tercera parte » Capítulo 19

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19. ENCERRADA

Sharon se despertó con un fuerte dolor de cabeza. Tenía mucho frío; al levantar la cabeza se dio cuenta de que se encontraba en ropa interior. Se vistió con la ropa de la mujer y comenzó a descender hacia el pueblo. Tardó media hora en llegar a la comisaría. Se sentía débil, confundida y muy enfadada. Había salvado la vida a la paciente más de dos veces aquella noche. Lo había arriesgado todo por ella y la manera en que se lo pagaba era golpeándola en la cabeza y llevándose su uniforme. Para colmo no sabía a dónde se dirigía. La cabaña estaba en algún lugar cercano a un lago al otro lado de la frontera, pero eso podía ser casi cualquier sitio.

Entró en la comisaria con la mano taponando la herida y todas las miradas se dirigieron hacia ella. Se acercó al mostrador y habló a Susan, la mujer que solía estar en el mostrador de información.

—¿Qué le ha sucedido?

Todos la conocían allí. No era la primera vez que investigaban casos de manera coordinada.

—Nada grave. Tengo que hablar con el sheriff.

—Sí, ahora mismo te recibe. Siéntate. ¿Quieres un café?

—Me sentaría de maravilla —comentó mientras se dirigía a las sillas de plástico azul. Una mujer que iba a poner la denuncia del robo de un coche se la quedó mirando.

—¿Se encuentra bien?

—No señora —respondió molesta.

—Le han robado. Últimamente se ve muy mala gente por la zona.

—No, es una agresión —contestó para que la dejara en paz. Lo último que le apetecía era hablar sobre el tema.

—A mí una supuesta agente me ha robado el coche a punta de pistola.

—¿Cómo era la mujer? —preguntó sorprendida.

La mujer se la describió brevemente. No había duda de que se trataba de la paciente. Se puso en pie para ir de nuevo al mostrador, cuando el sheriff salió de su despacho y la llamó.

Era algo más joven que su jefe, pero mucho más gordo y calvo, por eso aparentaba más edad. Le pidió que se sentara y, para su sorpresa, sabía exactamente lo que hacía allí.

—¿Sabes que hay una orden de busca y captura contra ti?

—¿Contra mí? ¿Por qué?

—Has dejado que se escape una peligrosa criminal, según me ha informado tu jefe.

La agente le miró sorprendida.

—¿Una peligrosa criminal? La mujer que escapó es una turista que encontramos herida y con síntomas de amnesia. Que yo sepa no ha cometido ningún delito.

—Entonces, asesinar al doctor Sullivan no es un delito para ti.

—¿Cómo sabe que ha sido ella? —preguntó la mujer, que comenzaba a ponerse nerviosa. Cada minuto que perdían era precioso, era absurdo que aquel hombre se pusiera en contra suya.

—El sheriff fue testigo. Lo sabes perfectamente. Me comentó que te llamó por teléfono, pero no le creíste, Después fueron a la cabaña de tu familia y os fuisteis al bosque. Ahora apareces aquí sin ella.

—Se me ha escapado, estábamos llegando al pueblo cuando me golpeó.

—¿Aún piensas que es inocente? Mató al doctor y ha agredido a una agente. ¿Qué más pruebas necesitas? —le preguntó el sheriff furioso.

—Bueno, ella me dijo que mi jefe mató al doctor.

El hombre la miró sorprendido.

—Bueno, tengo que retenerte hasta que vengan tus compañeros. Estás acusada de complicidad en un asesinato.

—Pero ¿es una broma? No puede detenerme sin más. Estoy en medio de una investigación importante y esa mujer está desaparecida.

El hombre se puso en pie y llamó a la secretaria. Entró con dos agentes que la llevaron a rastras hasta una de las salas y la encerraron con llave. Por ahora no querían meterla en una celda. Sharon se sentó indignada, no podía creer lo que le estaba sucediendo, cada vez se sentía más confusa.

Alguien abrió la puerta y le acercó un café con un par de donuts.

—Lo lamento, querida. Al menos esto te reconfortará un poco y te dará más fuerzas.

—Gracias Susan.

—He oído al sheriff, me parece absurdo que te acusen de complicidad. Una chica como tú, que eres de por aquí de toda la vida. La gente en este lugar apartado del mundo se conoce. Sabemos perfectamente quién es un criminal y quién es una persona decente.

Sharon la observó mientras devoraba los donuts y se tomaba el café. Estaba hambrienta.

—Yo sé más cosas de lo que ellos creen. ¿Por qué piensas que me tienen atendiendo las llamadas? Únicamente patrullan los que están compinchados.

—No entiendo lo que quieres decir —le comentó sorprendida la agente.

—Las comisarías de casi todo el condado están relacionadas con el narcotráfico. Esto parece una zona tranquila, pero por la frontera se pasa todo tipo de sustancias ilegales. Lo peor de todo es que corren rumores de que últimamente también hay trata de blancas. Ya sabes, pobres chicas extranjeras que son vendidas para los prostíbulos. Dicen que algunas son hasta menores de edad.

—¿Estás segura?

—No me digas que no habías notado nada extraño —dijo Susan.

—Siempre corren rumores, pero mi jefe es un hombre honrado —dijo la agente sin poder creerse la conspiración de la que le hablaba la mujer.

—Entonces, ¿por qué te fuiste con la asesina? ¿Qué te contó?

—¿Estas intentando sonsacarme? ¿Te ha enviado el sheriff? Me parece un intento patético.

La mujer se vio descubierta, se ruborizó y salió de la habitación; después se escuchó la cerradura y Sharon se dejó caer en el respaldo de la silla. Tenía que aclarar todo aquello, pero para poder hacerlo debía encontrar a la mujer. Si al menos tuviera un teléfono podía intentar ponerse en contacto con el FBI. Notó que los ojos comenzaban a cerrársele. Estaba tan agotada que, pasados unos minutos, se quedó completamente dormida.

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